Blog Image

ARTICULOS DEL 10/1/2016 AL 29/3/2023 CONTRAPUNTO

DE ESTO Y DE AQUELLO

APUNTES POLÍTICOS Posted on Mié, mayo 11, 2022 19:27:59

Con frecuencia aparecen en la prensa titulares que son manifiestamente falsos o que, siendo verdaderos, se interpretan de forma falaz. En ocasiones el sofisma se encuentra también en la forma de comentarlos en la radio o en la televisión; la mayoría de las veces sobre materias distintas, pero en todas motivadas por la misma finalidad. Cada uno pretende arrimar el ascua a su sardina. Tal vez no se encuentre en este artículo una temática que le dé unidad, ya que su finalidad es escoger de aquí y de allá, de esto y de aquello, hechos que o bien son incorrectos o bien se han  utilizado torticeramente.

La publicación de un informe de la OCDE sobre la fiscalidad puso de manifiesto que España es el país, de entre los 38 de la OCDE, en el que la presión fiscal más ha subido en el año 2020. Puede ser cierto, lo que ya no lo es la interpretación acerca de que ello implica que nuestro país ha sido el que más ha incrementado los impuestos. El secreto está en el denominador en lugar del nominador. España lidera en esta Organización el aumento de presión fiscal en 2020 porque nuestro PIB es el que se ha reducido más drásticamente entre todos los de los otros países, y no porque haya aumentado más la carga fiscal.

En el mismo informe se mantiene que la presión fiscal en nuestro país es inferior a la media de la OCDE, lo cual también es cierto, pero de ello no se puede deducir de ningún modo que sea muy elevada, como quieren dar a entender algunos comentaristas detractores de toda fiscalidad y a los que todo les sirve para argumentar el nivel intolerable de gravámenes que soportamos.

A la OCDE pertenecen países como Turquía, México, Corea del Sur, Chile, Colombia, Costa Rica, Hungría, Polonia, Eslovaquia, Letonia, Lituania, etc., cuya fiscalidad es muy reducida, por lo que no tiene nada de raro que también lo sea la media de esta Organización, tanto más cuanto que pertenecen a ella también EE. UU. y el Reino Unido, países que se caracterizan por su baja imposición, y que tienen una ponderación muy elevada. La mayoría de los miembros de la UE (incluso España que está a la cola de Europa y cuya diferencia con la Eurozona es de siete puntos) tendrán por tanto una presión fiscal superior a la media de la de los países de la OCDE. Las comparaciones hay que hacerlas con nuestros similares y no con países de características muy diferentes.

El Gobierno ha filtrado que piensa establecer peaje en las autopistas. Para justificarlo se afirma que parece lógico que los costes de su mantenimiento recaigan sobre aquellos ciudadanos que las utilizan y en la medida en que lo hacen. No parece un argumento muy adecuado para un gobierno que se denomina de izquierdas. Es más propio del neoliberalismo. El mismo argumento se podría aplicar a la sanidad, a la educación y en general a todos los servicios públicos, con lo que el Estado del bienestar desaparecería o por lo menos quedaría muy menoscabado.

Es la clásica alternativa, acerca de si la financiación se realiza mediante el precio o a través de los impuestos. La diferencia se encuentra en si mantenemos exclusivamente las leyes del mercado (precio) o si se corrigen con la función redistributiva del Estado (impuestos). Sería de esperar que la izquierda defendiese la financiación mediante tributos, mientras que la derecha se  inclinase por el precio. Pues bien, en España somos diferentes. Por eso el Gobierno, que se considera progresista, propone los peajes y la oposición pone el grito en cielo y critica la medida.

Andan tanto el Gobierno como el Partido Popular porfiando acerca de quién tiene que apuntarse el tanto de que el empleo crezca más que el PIB. El Ejecutivo, principalmente las ministras de Economía y la de Trabajo, lo achacan a su buena gestión. Dado que en la recuperación económica (evolución del PIB) España está a la cola de casi todos los países europeos, creen justificarse aferrándose a la marcha del empleo. El Partido Popular, a su vez, porque asevera que esa diferencia en el comportamiento de ambas variables se debe a la reforma laboral de Rajoy, que es la que el Gobierno actual está empleando.

Lo que ninguno de los dos dice, ya sea porque no son conscientes de ello o porque no les interesa, es que no existe mérito alguno en esa dispar tendencia. Es más, no tiene nada de positiva. El envés de esta discrepancia se encuentra en que la productividad, lejos de crecer, se reduce. El mismo número de trabajadores produce menos. Es posible que la causante sea, como afirma el PP, la reforma laboral anterior, pero de lo que no hay duda es de que la devaluación interior a la que se sometió a la economía española ha tenido mucho que ver, y que la pertenencia a la UE y especialmente a la moneda única han conformado nuestro sistema productivo y nuestro mercado laboral. Producimos aquello que nos permiten nuestros socios en un reparto realizado silenciosamente y de manera automática.

La productividad es una variable fundamental en la economía. Sin su incremento ni se van a poder subir los salarios ni los beneficios empresariales ni se puede mantener la economía del bienestar. El hecho de que el empleo crezca más que el PIB no es una buena noticia. Constituye un signo muy claro del déficit y de las lacras de nuestro sistema económico.

Desde las filas del neoliberalismo, bien sea político o mediático, con el fin de relativizar las cifras de creación de empleo y pinchar el globo que infla el Gobierno, se resalta que los puestos de trabajo generados son públicos, como si estos, por el hecho de ser tales, fuesen de peor calidad que los privados o no fuesen necesarios. Es difícil aceptar que los médicos y los sanitarios de los hospitales públicos tienen menos importancia que los de los centros privados. Tampoco parece muy lógico defender que contratar profesores en la enseñanza concertada o privada sea crear empleo y, sin embargo, incrementar la plantilla de la pública no.

Cuando el ciudadano comprueba que no puede dar de alta su pensión o apuntarse al paro por deficiencia de los servicios, en parte quizás, sí, por incompetencia de los ministros, pero también y principalmente por carencia de los funcionarios necesarios, es difícil que entienda eso de que el empleo público no es empleo. Y ¿por qué considerar de distinta manera a los trabajadores de las empresas privadas de seguridad que a los guardias civiles, a los policías nacionales o a los ertzainas?

La diferencia -y es la única que de verdad parece interesar a los detractores del sector público- se encuentra en su financiación, en un caso mediante precios; en el otro, a través de impuestos. Es la carga fiscal la que rechazan hasta el extremo de denigrar el empleo público y no considerarlo empleo. De ahí que sea frecuente escuchar en el mundo conservador esa frase de que son los empresarios los únicos que crean empleo. Como se ve, el sector público también lo crea, y no tiene por qué ser de peor calidad que el privado.

Es más, en muchas ocasiones el sector público se encuentra detrás también del empleo que crean los empresarios. Últimamente se produce la paradoja de que aquellos que más reniegan del sector público son los que demandan mayores y más numerosas ayudas para el sector empresarial. La pandemia ha puesto de manifiesto hasta qué punto el Estado juega un papel fundamental en el mantenimiento de la economía y en la sostenibilidad de las empresas y de los puestos de trabajo. Tal vez más de lo que sería conveniente, ya que se pueden estar apuntalando sin ningún sentido empresas zombis y un empleo ficticio, que en definitiva no es más que paro encubierto.

republica.com 23-12-2021



ADIÓS, MERKEL, ADIÓS

EUROPA Posted on Mié, mayo 11, 2022 19:08:49

Dicen que los españoles enterramos muy bien a los muertos, pero pienso que no es una característica exclusiva de España. La razón quizás se encuentre en que una vez que una persona ha fallecido no constituye ya ningún peligro o amenaza, ni siquiera plantea competencia alguna. Es por eso por lo que no hay inconveniente en cantar sus supuestos méritos, e incluso en inventarlos, al tiempo que se silencian todos sus defectos o faltas.
Es posible que un fenómeno similar se produzca cuando se trata de la muerte política, es decir, con respecto a aquel que deja la competición, que se retira del campo de juego. Estas últimas semanas han abundado las alabanzas y piropos a Merkel, en claro contraste con las opiniones que tiempo atrás se vertían en casi toda Europa sobre la canciller y su política, política fuertemente restrictiva, que venía imponiéndose a todos los países miembros desde el Tratado de Maastricht mediante los criterios de convergencia.
Especialmente fue a partir del 2008, al surgir la recesión mundial y con ella las contradicciones de la Unión Monetaria, cuando se impuso con más fuerza la política de austeridad. En muchos países como ocurrió en España la salida de la crisis solo se consiguió tras fuertes sufrimientos y privaciones. Las directrices provenían de las autoridades comunitarias y tuvieron efectos devastadores desde el punto de vista social. De esa política se responsabilizó a Alemania y a Merkel. Tan es así que desde Grecia -que fue sin duda el país más castigado-, algunos llegaron a identificar la situación actual con la dominación alemana en tiempos del nazismo. Recordemos a ese farmacéutico, Dimitris Christoulas, suicidándose en la plaza Sintagma de Atenas y llamando al presidente del Gobierno griego, Tsolákoglu, en referencia a quien ocupaba ese cargo en el gobierno colaboracionista.
He criticado innumerables veces la política aplicada por la Unión Europea. Pero de lo que no he estado nunca tan seguro es de que Merkel fuese la máxima responsable del sacrificio y deterioro sociales generados en la Eurozona. Es importante que no nos pongamos orejeras. Solo así llegaremos a la verdadera causa de los problemas, que no es otra que la propia Unión Europea y, más concretamente, la moneda única. Hay que traer a colación aquel principio escolástico de “Agere sequitur esse”, el obrar sigue al ser. Aplicándolo a nuestro caso podríamos afirmar que la política es consecuencia de la naturaleza del proyecto. Con la Unión Europea hemos construido un engendro lleno de contradicciones y no podemos esperar más que resultados caóticos.
La integración comercial, junto a la libre circulación de capitales y con moneda única, sin que al mismo tiempo se dé la unidad fiscal, presupuestaria y política tiene que conducir por fuerza al debilitamiento de la democracia y a incrementar las desigualdades personales y entre los Estados. Tradicionalmente, los defensores del libre comercio nunca negaron que este pudiese crear embarazosos desequilibrios entre los Estados, es decir, superávits y déficits en la balanza de pagos, que se traducirían en endeudamiento y en un importante gap entre deudores y acreedores, pero suponían que el equilibrio se restablecería antes o después a través del realineamiento de los tipos de cambio.
El problema surge cuando nos movemos en una unión monetaria, y por lo tanto no cabe la depreciación de la moneda. En realidad, eso es lo que sucede dentro de cada país. Los desequilibrios producidos entonces entre regiones solo se palian, aunque sea parcialmente, mediante la política redistributiva del Estado, a través de los impuestos y de un presupuesto consistente, en otras palabras, mediante la unión fiscal. Nada de esto ocurre en la Eurozona. Los impuestos comunes son muy reducidos y carentes de progresividad y el presupuesto es de una cuantía ridícula e inútil para compensar las desigualdades entre Estados que crea el mercado. Es más, los tratados prohíben toda mutualización de la deuda o transferencia de recursos entre países. Lo poco que se ha hecho en esta materia se ha producido en momentos críticos y ante el peligro de que la Unión Monetaria saltase por los aires, sorteando y haciendo trampa a los propios tratados.
Solo hay que echar un vistazo a las cifras macroeconómicas de los distintos países para comprobar cómo ha influido en cada uno de ellos la creación de la moneda única, y las diferencias que se han originado. Ciertamente no es solo Alemania la beneficiada, pero, dado su tamaño, su caso tiene especial trascendencia. Entre los datos macroeconómicos sobresale por su importancia el déficit o el superávit en la balanza por cuenta corriente, porque cuando son desproporcionados indican en buena medida cómo unos países viven a costa de otros. Durante los siete primeros años de este siglo, Alemania fue acrecentando su superávit, enchufada de forma parásita a los déficits de los países del Sur. La crisis ha obligado a estos a equilibrar sus cuentas exteriores de la única manera que podían hacerlo, mediante una devaluación interna que ha significado dolor y empobrecimiento para sus ciudadanos. Al país germánico nada ni nadie le ha obligado a hacer lo mismo con su superávit. Bien al contrario, este se ha incrementado aún más, alcanzando el 9% del PIB, con lo que continúa creando graves problemas a la Eurozona.
No obstante, no es razonable echar la culpa a Merkel de esta situación. Como canciller de Alemania, su quehacer no podía ser otro que sacar las mayores ventajas para su país, explotando todas las posibilidades que le permitían los tratados y la configuración de la propia Eurozona, basada en una enorme asimetría. Otros son los responsables, principalmente los mandatarios de los países perdedores, que no fueron conscientes de a dónde les conducía la Unión Monetaria tal como se estaba gestando, y aquellos que siguen sin darse cuenta todavía.
El origen del euro es un tanto pintoresco. Increíblemente, surge como contrapartida a la reunificación alemana. La consideración de que la nueva Alemania era demasiado grande, desequilibraba la Unión Europea y constituía una amenaza para los intereses del resto de los países, sobre todo para Francia, llevó a Mitterrand a exigir a Helmut Kohl (¡oh, paradoja!) la desaparición del marco y el nacimiento de la moneda europea, en la creencia de que así Alemania tendría las manos atadas. El canciller alemán accedió de mala gana, pero introduciendo tal cúmulo de condiciones que finalmente se dio a luz un despropósito. La perspicacia del presidente francés y de Jacques Delors, que presidía la Comisión, y de algún acólito como Felipe González, pasará como paradigma a los libros de texto, porque si lo que pretendían era controlar a Alemania, el resultado ha sido justo el contrario, es el país germánico el que está controlando al resto de los países miembros. Los tratados le dan tales armas que su voluntad es ley en toda la Eurozona.
Responsables han sido en tanta o mayor medida los gobiernos, sean de derechas o de izquierdas, de los distintos países del Sur, que siguieron el juego sin ser conscientes de a dónde les conducía. En España, Aznar y Zapatero permitieron que se formase la burbuja inmobiliaria y los ingentes déficits de la balanza de pagos por cuenta corriente con el correspondiente endeudamiento exterior, que creó el campo abonado para que se produjese la recesión económica tan pronto como una causa externa hizo de detonante. Y en cierto modo fueron también responsables del deterioro social que se produjo por la aplicación de la devaluación interior, única forma de salir de la crisis.
La izquierda de los países del Sur de Europa, especialmente de España, para lavar su mala conciencia de haber dado su aquiescencia a la Unión Monetaria, echa las culpas a las derechas de las políticas de austeridad seguidas, pero lo cierto es que populares y socialistas se pueden repartir las culpas, porque ambos están implicados en su construcción y, por lo tanto, son responsables de sus consecuencias. Es más, el modelo fabricado condiciona la política actual y paraliza el desarrollo económico de los Estados deudores. Merkel lo único que ha hecho es aprovechar el defecto radical que tiene el proyecto europeo y que se manifiesta en sus tratados para maximizar el beneficio de Alemania en detrimento de otros Estados.
Sin embargo, la canciller alemana, a diferencia de otros mandatarios como el primer ministro holandés, ha sido lo suficientemente pragmática para tirar sí de la cuerda, pero también aflojar cuando era necesario para que la cuerda no se rompiese y matara de ese modo la gallina de los huevos de oro. La primera cesión fue en 2012, cuando la prima de riesgo de España e Italia había llegado a un nivel insostenible y existía el peligro de que se rompiese la Unión Monetaria. Merkel, en contra de los halcones de su misma nación, mantuvo una cierta postura permisiva ante la actuación de Draghi, totalmente necesaria para que el euro no saltase por los aires, pero contraria a los tratados o, al menos, bordeándolos de manera un tanto heterodoxa.
Más tarde, fue el órdago de Monti, al frente entonces del Gobierno italiano, acerca de que el MEDE (UE) asumiese las pérdidas de las entidades financieras quebradas. A esta postura se unieron en enseguida el Gobierno francés y el español. Ante ello la canciller alemana, con cintura, no se opuso a la propuesta, pero supo condicionarla de tal forma que al final la tan cacareada unión monetaria se ha quedado reducida a transferir a las autoridades europeas las competencias sobre la supervisión y las potestades de liquidación y resolución, pero nada de mutualizar las pérdidas.
Otro hito importante fue la llegada de Macron a la cabeza del Gobierno francés. Consciente de que tenía que tomar medidas impopulares, pretendió compensarlas consiguiendo reformas importantes en la Eurozona. Reclamó la creación de un presupuesto para la Eurozona, distinto y separado del de la Unión Europea. La propuesta era sustancial puesto que incidía sobre el defecto más grave de la Unión Monetaria y del que surgen todos sus problemas y contradicciones, el hecho de que al mismo tiempo no se haya creado una unión fiscal.
Merkel pareció aceptar la propuesta y aparentemente Alemania y Francia hacían un frente común, pero en realidad la teórica adhesión de Merkel solo ha servido para desnaturalizar y hacer que pierda todo significado. Las cantidades que se manejan son absurdas por insignificantes, no se nutre de impuestos propios sino de créditos, y de las cotizaciones de los estados y las aportaciones a los países se instrumentan a modo de préstamos y no a fondo perdido. Una vez más, la canciller alemana, con mano izquierda, logró que todo quedase en nada.
Por último, habrá que resaltar la respuesta de Merkel a la hora de encarar la crisis económica derivada de la pandemia, marcando distancias con los halcones y asumiendo un papel reconciliador entre los dos bandos. Era consciente de que la postura de Mark Rutte primer ministro holandés y que capitaneaba a los llamados frugales era suicida. Resultaba inasumible someter a las poblaciones de los países del Sur a los mismos recortes de la crisis pasada. Por otra parte, resultaba temerario enfrentarse a los tres países más grandes de la Eurozona, si exceptuamos a Alemania. Había que cambiar algo para que nada cambiase. Ese ha sido el origen de los fondos de recuperación, que todo el mundo está interesado en magnificar, pero que en realidad tan solo suponen ese mínimo necesario para que el proyecto continúe, y sin comparación alguna con la transferencia de fondos que se produciría en una verdadera integración fiscal. Sirva de ejemplo la unificación alemana. Así lo entendió Merkel, una vez más.
La canciller alemana, como es lógico, ha potenciado siempre la política que le interesaba a Alemania y a los otros países acreedores. Resultaría ilusorio haber pretendido de ella otra cosa. Corregir ahora la asimetría de partida con la que se redactaron los tratados resulta imposible. Los países que se han visto beneficiados por ellos -Alemania y demás países del Norte- quizás hubieran estado dispuestos a ceder en el origen como contrapartida a las ventajas que obtenían de la Unión. Pero de ningún modo van a hacer ahora concesiones sustanciales a cambio de nada. En todo caso, tal como ha hecho Merkel, se plantearán permitir lo necesario para no acabar con la vaca lechera. Veremos lo que nos depara el futuro con el nuevo gobierno alemán.

republica.com 16-12-2021



ESTADO PERMANENTE DE INSUMISIÓN

CATALUÑA Posted on Mié, mayo 11, 2022 19:02:02

El día 23 del mes pasado, una providencia del Supremo rechazaba el recurso interpuesto por la Generalitat de Cataluña contra la sentencia del Tribunal Superior de Justicia de esa Comunidad acerca de la presencia del castellano en los centros docentes catalanes. Concretamente estipulaba que al menos el 25% de las clases debían impartirse en castellano. Hasta aquí todo normal. Lo extraño, lo que debería sorprendernos, es que el Gobern saliese en bloque a denunciar el ataque que, según ellos, estaba sufriendo la Autonomía por parte de la Justicia.
Pere Aragonés manifestó de forma contundente que la sentencia no se iba a cumplir, que el modelo educativo no variaría ni un ápice y, lo que es aún más grave, retó al Gobierno central, y en concreto a su presidente, a que no guardase silencio y saliese a reprobar la actuación de los jueces. Hasta este punto piensan los independentistas que tienen cogido a Sánchez por las orejas. A su vez, el consejero de Educación se arriesga más y pone por escrito el rechazo total a la sentencia y en una carta incita y ordena a los directores de colegio a que no la apliquen.
No hace falta ser experto en Derecho Penal para llegar a la conclusión de que si esto no es prevaricación se encuentra muy cerca de serlo. Parece que contiene todos los elementos para definirlo como tal. La carta tiene toda la apariencia de una resolución en la que se ordena a los inferiores. Y aquello que se dispone consiste en cometer un delito de desobediencia. El consejero ejerce como autoridad y, desde luego, actúa a sabiendas. Veremos qué dicen los tribunales.
Pero más allá del Código Penal y del dictamen de los jueces, lo que conviene resaltar es lo que todos estos hechos tienen de estridentes y preguntarse si no son tantos los desafueros que se están cometiendo en la política española que vamos a terminar por insensibilizarnos y perder el sentido de la normalidad democrática. Esa era mi preocupación cuando publiqué el libro “Una historia insólita. El gobierno Frankenstein”, en la editorial El Viejo topo, que diésemos por normales los extraños acontecimientos que venían sucediendo. Pero mi narración finalizaba con la formación del segundo Gobierno Frankenstein, es decir, con la sesión de investidura de Pedro Sánchez como presidente del Gobierno.
A partir de entonces, son muchos los lances que han seguido ocurriendo y que han jibarizado aún más nuestra realidad democrática. Y mayor es aun el peligro de que los sucesos más escandalosos los contemplemos con la indiferencia con la que se percibe lo rutinario. Quizás nos estamos acostumbrando a que el Gobierno de Cataluña viva en una permanente insumisión y que solo hagan caso a la ley cuando les favorece, declarándose en cambio en rebeldía siempre que la ley o los fallos judiciales no les convienen. Es curioso que aceptasen la autoridad del Tribunal Supremo para recurrir la sentencia y se la nieguen poco tiempo después en cuanto ha emitido la providencia en su contra.
Incluso hay algo peor, podemos habituarnos a que esas fuerzas insumisas sean las que manden en España y que arrastren al Gobierno de la nación a ser cómplice de la sedición, al menos con el silencio. Así se lo ha exigido públicamente Aragonés a Sánchez (no se cortan un pelo), y el consejero de Educación no ha tenido ningún problema en manifestar que había hablado con Pilar Alegría, quien le había confirmado ser de su misma opinión y garantizado la pasividad del Gobierno. Tampoco el PSC ha tenido ningún reparo en votar en el Parlament catalán en contra de la sentencia; claro que ¿acaso podíamos esperar otra cosa teniendo en cuenta que ellos son los autores del modelo de inmersión lingüística?
La alcaldesa de Barcelona, ella siempre tan amante de lo público y azote de propietarios y banqueros, tan propensa a las lágrimas y pronta a afirmar que no es independentista -a pesar de que en todos los contenciosos se coloca del lado de los sediciosos-, ha encontrado la solución al problema del modelo educativo de Cataluña. Es sencillo: las familias que quieran educar a sus hijos en castellano que se vayan a la enseñanza privada, que la pública es únicamente para los buenos catalanes.
Claro que aún es más estridente y máxima expresión de cinismo e hipocresía escuchar a Rufián dar vivas a Cádiz y a la clase obrera gaditana. Casa mal con ser portavoz de un partido cuyo líder en el pasado, Carod Rovira, no tuvo inconveniente en desplazarse a Perpiñán a pactar con ETA para que no matasen en Cataluña, aunque continuasen atentando contra el resto de España, entre otros sitios en Cádiz. Portavoz en el Congreso de una formación política que acuñó aquello de “España nos roba”, y que mantiene una constante conspiración para separar Cataluña (los ricos) del resto de España (los pobres), o al menos para obtener todo tipo de privilegios en detrimento de las otras Comunidades, entre ellas Andalucía, y por lo tanto de Cádiz. Es posible que la inercia y la costumbre terminen por hacernos aceptar pulpo como animal de compañía, en otras palabras, llegar a creer que Colau y Rufián son de izquierdas.
En esta cascada de disparates, cuya finalidad es que nos habituemos a las mayores imposturas, ocupa un lugar destacado el hecho de que Sánchez se vanaglorie de haber aprobado los presupuestos con la aquiescencia de once partidos. Se presenta como mérito lo que no es más que la expresión de una profunda debilidad, y una enorme ambición, la de un presidente de gobierno cuyo partido cuenta solo con 120 diputados y que tiene que ir al mercado político a comprar todo tipo de apoyos, sin que importe la matricula ni la patente.
Sánchez no ha dudado en aliarse con los golpistas catalanes, con los soberanistas vascos e incluso con los herederos de Herri Batasuna y de pagar el precio que estos le pidan, simple continuación de las múltiples cesiones que lleva haciendo desde el momento de su nombramiento. En el lote se engloban también retazos de partidos políticos de carácter regionalista nacidos al rebufo del nacionalismo y que, siguiendo su ejemplo, están dispuestos a vender sus escasos apoyos por un plato de lentejas.
Sánchez quiere hacernos creer que ha domesticado y controla a todas estas fuerzas políticas, cuando es al revés: son estas formaciones las que se han adueñado del PSOE, lo conducen a donde quieren y consiguen de él y de su gobierno lo que desean. Sánchez quiere que admitamos que ha logrado la paz; es más, quiere que nos acostumbremos a esa paz, paz que no es otra cosa que rendición ante los soberanistas y ante sus cómplices. No son los golpistas los que se han convertido al constitucionalismo, sino que es el PSOE el que ha cambiado de bando. La gran pregunta es si le va a resultar posible y cuándo recorrer el camino inverso.
republica.com 9-12-2021





PENSIONES, LOS PUNTOS SOBRE LAS ÍES

Uncategorised Posted on Mar, abril 19, 2022 08:37:22

El Gobierno sanchista nos tiene acostumbrados a que diga digo donde dijo Diego. Las mentiras, los trabalenguas, las añagazas, los enredos, los globos sonda, sirven para crear ese escenario de confusión que puede resultar imprescindible para perpetuarse en el poder. Nada es verdad, ni mentira; nada es bueno o malo, solo útil o contraproducente para sus intereses. Esa es la máxima del sanchismo y esa la versatilidad que suele afectar a todos los temas. Hay uno, sin embargo, que últimamente sobresale de los demás, el de las pensiones. Los mentidos y desmentidos, los galimatías, los embrollos, etc., constituyen el reino del ministro Escrivá.
En realidad, no sabemos aún cómo va a quedar la reforma. Lo que sí conocemos a ciencia cierta es que se ha elegido una vez más el camino erróneo, el de la separación de fuentes, lo que implica que las pensiones deben financiarse exclusivamente con las cotizaciones sociales. Va a permanecer la escisión entre Seguridad Social y Estado. En estas coordenadas, toda solución es provisional y un poco mentirosa. La amenaza continuará estando presente siempre.
Este modelo de seguridad social remite al franquismo. Estaba orientado a solucionar las contingencias que pudieran tener los trabajadores: jubilación, enfermedad (se llamaba seguro de enfermedad), etc., mediante las aportaciones mensuales (cotizaciones) que estaban obligados a realizar patronos y trabajadores.
El modelo que surge de la Constitución es otro diferente. Las prestaciones son derechos del ciudadano ante determinadas contingencias y son los poderes públicos los encargados de solucionarlas mediante prestaciones adecuadas (y, en el caso de las pensiones, periódicamente actualizables), utilizando todo su potencial económico, es decir, todos sus ingresos. Las cotizaciones sociales pasan a ser un impuesto más. La separación del presupuesto del Estado y el de la Seguridad Social no se configura ni debe configurarse como algo sustancial, sino que tiene como finalidad la simple operatividad (heredada de otras épocas) contable y administrativa.
La sanidad tuvo más suerte que las pensiones y logró escapar del Pacto de Toledo; se traspasó al presupuesto del Estado y de este se transfirió a las Comunidades Autónomas, por lo que su coste, a partir de ese momento, fue asumido por el Estado y englobado dentro de la financiación de las Autonomías. Se desligó, por tanto, de las cotizaciones sociales, y de todas las eventualidades que acechan a esta forma de ingreso. Nadie se pregunta hoy, al menos por ahora, si la sanidad va a ser viable en el futuro. Si dentro del gasto social las pensiones están sufriendo una ofensiva mucho más acentuada es porque está dentro de la Seguridad Social y esta se mantiene separada del Estado.
Escrivá, en su reforma, plantea, según parece, pasar al presupuesto del Estado todos aquellos que llaman “gastos no propios”, es decir, todas las prestaciones que perciben los ciudadanos sin que estén unidos a su condición de cotizante. En principio, esta medida podría considerarse positiva puesto que aligera de cargas al presupuesto de la Seguridad Social. Pero deja intacto el problema de fondo. Mantiene la separación una vez más entre Estado y Seguridad Social como compartimentos estancos. No haría falta el traspaso de estos gastos si en el presupuesto de la Seguridad Social apareciese como un ingreso normal y corriente la aportación del Estado, en lugar de considerarla un préstamo tal como se hace en la actualidad.
El Gobierno ha optado por presentar la reforma por píldoras para que nos sea más soportable. Coloca en primera instancia las medidas más apacibles, incluso atrayentes. La primera ha sido la promesa de actualizar todos los años las cuantías de las pensiones en vigor por el IPC. Llamemos a las cosas por su nombre, en ningún momento se trata de subir las pensiones, sino de no bajarlas, manteniendo constante su importe en términos reales. Por otra parte, ya en 1995 con el Pacto de Toledo todos los partidos se comprometieron a esta actualización y así se aplicó en los años posteriores, hasta que Zapatero en 2010, en plena crisis financiera, rompió la norma y congeló las prestaciones. Más tarde, la reforma de Rajoy estipulaba una fórmula de revalorización prácticamente desligada del IPC y que implicaba, según fuese la inflación, pérdidas importantes de poder adquisitivo para los pensionistas.
El Gobierno de Sánchez ha presentado la medida que ahora se aprueba de forma triunfalista, tal como es su costumbre y asegura que garantiza para siempre, la revalorización de las pensiones, lo que resulta una ingenuidad, o pura propaganda porque una ley se modifica con otra ley, como lo prueba el hecho de que Zapatero congeló las pensiones y de que ha habido años en que para bien de los pensionistas la fórmula de Rajoy no se ha aplicado. Lo que ahora se aprueba no constituye ninguna garantía de que cuando existan dificultades el gobierno de turno no modifique esta medida en la ley de presupuestos del año correspondiente. La seguridad tiene que venir de otra parte, de liberar a las pensiones de la trampa de tener que ser financiadas en exclusiva mediante las cotizaciones sociales.
La actualización anual de las prestaciones se configura como el objetivo predilecto de la ofensiva del neoliberalismo económico contra el sistema público de pensiones. Especialmente cuando la inflación es notable, arguyen que significa una carga muy gravosa para el erario público. Sin embargo, ese argumento carece de fundamento porque la subida de los precios no solo incrementa la cuantía de las pensiones, sino también la de los ingresos públicos incluyendo las cotizaciones, con lo que los efectos al menos se neutralizan. Otra cosa es que se quiera aprovechar la inflación para que la Hacienda Pública (o la Seguridad Social, que para el caso es lo mismo) obtenga un beneficio extraordinario a costa de reducir las pensiones a los jubilados.
Dentro del estrecho campo en el que se pretende encerrar a las pensiones, en los límites de la Seguridad Social y financiadas exclusivamente por las cotizaciones, no hay mucho margen para la solución. O se reducen las pensiones o se incrementan los ingresos. Por lo que hasta ahora se sabe, el Gobierno ha escogido un mix. Por lo pronto ha aprobado elevar las cotizaciones sociales 0,6 puntos, un 0,5 a cargo del empresario y 0,1 a costa del trabajador. Era de esperar que la medida despertara la oposición de los empresarios, que se inclinan por que todo sea, de una u otra manera, reducción del gasto.
El ministro tiene razón cuando mantiene en contra de los discursos de algunos economistas rabiosamente neoliberales que las cotizaciones en España medidas en porcentajes sobre el PIB no son más altas que las de la media de la Eurozona, y desde luego muy inferiores a las de Francia, Alemania, Italia, Bélgica, Holanda, Austria y algún otro país más. Bien es verdad que dada la distancia que existe entre la presión fiscal de España con respecto a la de estos países no tiene nada de extraño que el porcentaje de las cotizaciones sobre el PIB sea también inferior.
Resultaría quizás significativo calcular el peso relativo de las cotizaciones sobre el total de ingresos y, así, tal vez comprobaríamos que en comparación con otros países este porcentaje tiene un valor excesivo. Y eso nos conduce a la pregunta verdaderamente importante y que deberían haberse formulado los sindicatos: a la hora de subir los impuestos para mantener las pensiones ¿constituyen las cotizaciones sociales el gravamen más adecuado? Se quiera o no, las cotizaciones sociales son un impuesto sobre el trabajo. Una parte, aunque sea reducida, va a recaer sobre los trabajadores. E incluso respecto a la porción que teóricamente recae sobre la empresa, ¿podemos estar seguros de que en muchas ocasiones no se trasladará a los salarios? En cualquier caso, aunque lo soportase la empresa, no hay duda de que es un coste laboral y, mucho o poco, puede influir sobre el empleo.
Hay otros muchos impuestos más aptos para financiar no solo las pensiones sino en general todos los gastos sociales. Puestos a incrementar la carga fiscal de las empresas, ¿no sería mejor que en lugar de hacerlo en función del número de trabajadores que tienen, se hiciese de acuerdo con los beneficios obtenidos?, ¿no sería más adecuado utilizar el impuesto de sociedades? y ¿por qué no utilizar el IRPF, el impuesto de patrimonio o el de sucesiones? Todos ellos tienen un amplio margen de potencialidad para incrementar la recaudación y todos ellos son progresivos, y aptos para que la carga fiscal se pueda repartir de forma mucho más equitativa y justa. No hay razón para pensar que determinadas modificaciones fiscales en estos tributos puedan influir negativamente en el crecimiento y en el empleo.
Está claro que este Gobierno, por más que se autocalifique de progresista y reitere continuamente su afiliación socialdemócrata, no quiere adentrarse en la imposición directa y pretende moverse por terrenos más cómodos, aunque más injustos, como el cobrar peajes en las autovías o incrementar la tributación de los hidrocarburos o de la automoción y, como mucho, elevar las cotizaciones.
Respecto a los gastos, el Gobierno ha sido mucho menos explícito, o diríamos más bien que mucho más farragoso. El embrollo y el galimatías en el que se ha movido el ministro han generado un bonito lío. Era digno de verle enfurecido gritando que solo era un cuadradito pequeño y que no sabía quién había puesto allí aquella línea y media. Pero lo cierto es que ese recuadro pertenecía al plan enviado por el Gobierno a Bruselas y en esas líneas se proponía la ampliación en el número de años para calcular la pensión. Pasar de 25 años, periodo actual, a 35 años, tal como se comentaba, representaría una reducción sustancial por término medio de las pensiones.
En lo que el ministro Escrivá sí se ha esforzado ha sido en lograr que se retrase la edad de jubilación, lo que no deja de ser un contrasentido en el país de la Unión Europea con mayor índice de paro. No obstante, como es habitual despreciando toda lógica, el ministro aseguraba que retrasar la edad de jubilación no influiría en el empleo. Ya nos dirá en qué sesudos estudios se basa.
El absurdo mayor es que se esté dispuesto a dedicar recursos públicos a incentivar la prolongación de la vida laboral, es decir, a originar desempleo. Reparemos, además, que los beneficiados van a ser principalmente los trabajadores de las profesiones más cualificadas y de mayores salarios, ya que serán las únicas en las que sea más factible retrasar la edad de jubilación. Hay que añadir que, el ministro no tiene en cuenta el papel que realizan los jubilados como abuelos-canguro. A primera vista, puede parecer algo accidental, pero lo cierto es que, dado su elevado número y su frecuencia, constituyen un soporte fundamental de la familia sobre el que se afianza el trabajo de ambos cónyuges, especialmente en las clases más bajas.
Por otra parte, es cierto que la esperanza de vida aumenta progresivamente, pero también sube la productividad, de manera que cada vez se necesitan menos horas de trabajo para producir lo mismo. Fue ese aumento de productividad el que permitió reducir la jornada laboral en otras épocas. Hoy tal vez podría servir para hacer más corta proporcionalmente la vida activa. Es otra forma de repartir el tiempo de trabajo. Sin embargo, en estos momentos existe una incógnita. La cuestión radical a plantear es si la productividad va a seguir creciendo.


republica.com 2-12-2021



EL PARO, LOS ERTE Y LA REFORMA LABORAL

APUNTES POLÍTICOS, POBREZA Posted on Lun, noviembre 22, 2021 23:42:40

“El paro registrado en las oficinas del Servicio Público de Empleo Estatal (SEPE) ha descendido en 734 (-0,02%) personas en el mes de octubre, un dato excepcional ya que es la primera vez que el paro baja en este mes desde el año 1975. De esta manera, el paro acumula ocho meses consecutivos de bajada, un periodo de caídas de duración también inédita. Desde febrero, el número de personas inscritas se ha reducido en 751.721“. Así comienza la nota de prensa de la Moncloa acerca de las estadísticas del SEPE correspondientes al paro registrado del mes de octubre.

No puede extrañarnos que el Gobierno, una vez más, emplee las palabras: “excepcional”, “por primera vez”, “inédito”. Solo les faltó hablar de “histórico”. No nos puede sorprender tampoco que el Gobierno ofrezca una interpretación torticera de las cifras. Está dentro de su idiosincrasia. Lo que sí debe pasmarnos es que todos los medios de comunicación y sus respectivos periodistas, sean de la tendencia que sean, hayan comprado la mercancía averiada. No me refiero a los datos, sino a su exégesis, a sus comentarios y, sobre todo, a sus titulares.

¿Cuándo se va a entender que esta crisis sí que es particular y que todo lo que en ella se desarrolla no puede compararse con las situaciones normales de la economía y tampoco con el comportamiento económico de cualquier otra crisis pasada? No solo en los últimos 45 años, sino ni siquiera mucho más atrás; seguramente habría que llegar a la Guerra Civil, jamás en un año el PIB se había desplomado al -10,8%, como ha ocurrido en 2020, ni la tasa interanual de un trimestre había descendido al -21,5%, tal como sucedió en el segundo trimestre del año pasado. La estacionalidad por fuerza tiene que contar muy poco si, por ejemplo, en el verano se tienen cerrados o a medio gas todos los comercios, espectáculos o servicios y se eliminan restricciones en otoño, en concreto en octubre. ¿Qué tiene de excepcional que en este mes baje el paro?, ¿qué tiene que ver el mes de octubre de este año con el de los anteriores?

Cuando en un determinado momento la actividad económica se hunde en más de un 10%, y el porcentaje de desempleo se eleva por encima del 26%, no tiene nada de raro que a partir de ese momento el paro descienda todos los meses? Habrá quien se pregunte por qué me refiero a una tasa de desempleo superior al 26%, cuando a lo largo de la pandemia en los peores momentos nunca ha superado el 17% en las estadísticas oficiales; pero lo que habría que cuestionarse más bien es por qué razón los datos de paro y empleo gubernamentales tienen tan poco que ver con la evolución del PIB. La solución al misterio se encuentra en las personas incluidas en un expediente de regulación temporal de empleo (ERTE), que mientras están en esta situación son no productivas y, se quiera o no, son paradas, aunque lo sean temporalmente. Si por ejemplo en el mes de mayo de 2020 a los 3.857.776 parados oficiales se les suman las 2.661.878 personas que estaban en ERTE, nos encontramos con que el número de parados reales era 6.519.654, es decir, una tasa de paro del 26%.

El enigma de la esfinge y su solución quizás se comprendan mejor analizando la Encuesta de Población Activa (EPA). Examinemos la última, la del tercer trimestre del presente año. Los portavoces gubernamentales echaron como siempre las campanas al vuelo. En este trimestre el número de ocupados aumentó en 359.000 personas, lo que significa que el total se ha situado por encima de los 20 millones, cifra que no se alcanzaba desde hace 13 años, justamente desde antes de estallar la crisis anterior. El panorama es propicio para el triunfalismo y la propaganda. El Gobierno se ha apresurado a colocarse las medallas y a proclamar el gran éxito que representa que la cifra de empleados haya retornado, e incluso superado, a la existente con anterioridad al inicio de la pandemia. El número de ocupados en el tercer trimestre de este año se ha incrementado en 157.000 con respecto a los del mismo periodo de 2019.

El enigma y la contradicción aparecen tan pronto como se comparan estos datos con la evolución del PIB, que se encuentra aproximadamente un 6% por debajo del de 2019, y con el número de las horas trabajadas semanalmente, que en el tercer trimestre del año actual han sido 14,9 millones menos que en el mismo periodo de 2019. No hay que esforzarse mucho, sin embargo, para encontrar la respuesta al problema. Se halla en la existencia de los trabajadores en ERTE que, siendo en el fondo parados, no se contabilizan como tal y que, no estando ocupados, sí figuran en este colectivo como si lo fueran. En septiembre de este año aún había 239.200 trabajadores en ERTE y 226.400 autónomos en cese de actividad. Si se tienen en cuenta estos datos, la tasa de paro, en lugar del 14,57%, sería en estos momentos del 16,6% y los afiliados a la Seguridad Social, 19,6 millones de personas, número inferior por tanto al que existía en 2019.

Los ERTE están teniendo, al menos, un efecto perverso, el de disfrazar las cifras de desempleo. Todo el mundo sabe que se trata de un paro encubierto, sin embargo, en la mayoría de las ocasiones -el Gobierno en todas ellas- las cifras de paro y de empleo se ofrecen sin tenerlos en cuenta. El tema es especialmente grave cuando el fenómeno se está haciendo crónico y lo que teóricamente debería ser un instrumento temporal se convierte en indefinido y se está dispuesto a aplicarlo de manera sistemática, tal como se ha evidenciado en las dificultades surgidas con el volcán de la Palma. Parece que incluso su papel se va a intensificar y a ampliar en las próximas modificaciones de la legislación laboral.

Resulta paradójico lo que está ocurriendo con los ERTE y la reforma laboral de Rajoy. Los que más presumen del éxito de su aplicación son los mismos que reclaman con más fuerza la derogación de la reforma anterior. No es que esta norma legal, tal como la derecha se empeña en afirmar, los haya credo. De hecho, la figura existía mucho antes. Se encuentra ya, por ejemplo, en el Estatuto de los trabajadores de 1995 (incluso en el de 1980); solo que con otro nombre: “Suspensión del contrato o reducción de la jornada por causas económicas, técnicas u organizativas o de producción o derivadas de fuerza mayor”. El nombre de ERTE, que se le ha dado posteriormente, proviene de su semejanza con los expedientes de regulación de empleo (ERE) de los que solo se diferencian por su carácter temporal.

Lo que sí hizo la reforma del PP fue modificarlos sustancialmente, aunque ya se habían flexibilizado dos veces en tiempos de Zapatero. En 2012 se eliminó el requisito de ser aprobados por la autoridad laboral, y se ha permitido que a partir de entonces fuese suficiente la resolución de la dirección de la empresa con la aquiescencia de la representación sindical o incluso sin ella en el caso de desacuerdo, concediendo tan solo a esta, la posibilidad de acudir a los tribunales. Ha sido este cambio el que ha facilitado su uso masivo durante la epidemia, pero también ha abierto profundos mecanismos de fraude, situaciones caóticas y ha hecho que muchas empresas los hayan utilizado sin verdadera necesidad.

Resulta también curioso que desde que Podemos ha pactado con Sánchez y está en el Gobierno todo el mundo se ha olvidado de la reforma laboral de Zapatero. Tampoco parece acordarse nadie de que el 11-M surgió durante el Gobierno del PSOE y en contra de su política económica. La reforma laboral del PP fue continuación de la de Zapatero y las dos obedecieron a la imposición de la Unión Europea. Conviene considerar que la reforma se encontraba en la carta que Trichet, entonces presidente del BCE, envió juntamente con Fernández Ordoñez, gobernador del BE, a Rodríguez Zapatero, gemela de otra enviada a Berlusconi. En ambas se establecían las condiciones para que el BCE interviniese en el mercado y rescatase a España y a Italia de la encrucijada en que las había sumido una prima de riesgo inasumible. Entre esas condiciones estaba casi como punto número uno la reforma laboral.

La presión de la Unión Europea para que se reformase el mercado de trabajao no se limitaba a la coacción de Bruselas o de Frankfurt, sino que radicaba en la propia naturaleza de la Moneda Única. La imposibilidad de devaluar la moneda fuerza, en presencia de graves desequilibrios de la balanza de pagos ocasionados por la diferencia en las tasas de inflación, a lo que se denomina “devaluación interna”. Se trata en definitiva de recuperar mediante la depreciación de precios y salarios la competitividad exterior perdida. A este objetivo estaban destinadas las dos reformas laborales, tanto la de Rajoy como la de Zapatero.

Parte de la izquierda parece no haberse enterado de que las reglas de juego y los equilibrios de fuerzas han cambiado desde el mismo momento en el que se constituyó la Unión Monetaria. Existen límites infranqueables. Determinadas políticas que antes se podían defender ahora son inviables, e incluso supone una cierta ingenuidad reclamarlas porque pueden producir efectos contraproducentes, o contrarios a los queridos. En particular, los sindicatos dan la impresión de caer en una injustificable estulticia cuando después de defender el sí crítico a Maastricht actúan como si ello no hubiese generado consecuencias y todo se debiese a la perversidad de la derecha.

Tiene razón la ministra de Trabajo cuando ahora (va a ser verdad que el Gobierno solo acierta cuando rectifica) califica la derogación de la reforma laboral de fetiche político. Pero no es porque técnicamente no sea realizable. De hecho, al final de cualquier ley aparecen derogaciones parciales o totales de otras muchas leyes, sino porque política y económicamente este Gobierno no ha pensado nunca que fuese factible ni conveniente derogarla en su totalidad. Ni la de Rajoy ni la de Zapatero. Recurrir a su derogación es un simple fetiche político empleado por cierta izquierda, y quizás por los sindicatos, como reclamo electoral y político.

En realidad, nadie ha planteado en serio cambiar lo que ha sido el núcleo duro de ambas reformas: la facilidad y el abaratamiento del despido, bien sea el individual o el colectivo. Se rebajaron sustancialmente las indemnizaciones y se ampliaron la causalidad de los ERE y los motivos por los que se pueden plantear. A su vez, los ERTE se están convirtiendo en el instrumento más eficiente para que los empresarios puedan adecuar la plantilla a sus necesidades e intereses, sin asumir ningún gasto de despido; eso sí, a costa del erario público. Su justificación se asienta en la creencia, en absoluto demostrada, de que todo ERTE impide la realización de despidos colectivos o el cierre empresarial. Se prescinde de la posible existencia de ERTE que tienen como origen exclusivamente aumentar los beneficios empresariales

No siempre lo que está detrás de la reducción temporal de plantilla es una necesidad imperiosa de la empresa. En muchas ocasiones se trata únicamente de reducir costes o, lo que es lo mismo, de obtener mayores ingresos. Es más, la flexibilidad con que en estos momentos se puede adoptar parece que está dando lugar a múltiples casos de fraude, en los que empresarios y trabajadores se ponen de acuerdo para, aun cuando se continúe trabajando, tramitar un ERTE ficticio y repartirse los correspondientes beneficios. Por otra parte, habrá que preguntarse si la extensa duración de esta situación teóricamente temporal no está facilitando el mantenimiento de empresas zombis que antes o después van a desmoronarse, pero con resultados aún más dañinos.

Las ayudas necesarias para los trabajadores en paro se podrían haber canalizado por otros mecanismos mejores como la mayor extensión y ampliación del seguro de desempleo, más fácil de controlar y con un coste seguramente inferior para las finanzas públicas. Lo único seguro en los ERTE es que se beneficia a los empresarios. Por eso se entiende mal que cuando se establece como objetivo corregir las reformas laborales pasadas se recurra a la multiplicación y desarrollo de estos procedimientos que significan en última instancia abaratar una vez más el despido, tanto más si se alude a la tan cacareada mochila austriaca y aun cuando el gobierno se pueda beneficiar de ellos facilitando una cifra de paro trucada.

En el diálogo social, se supone que los interlocutores no deben ser solos los empresarios y sindicatos, sino que también debe participar el gobierno; pero no como mero notario que da fe de los acuerdos, sino como representante de todos los ciudadanos, porque es bastante probable que la mayoría de los pactos terminen engrasados con dinero público. Sin embargo, en los acuerdos sobre los ERTE no parece que haya estado demasiado presente el Estado. En estas y en otras muchas decisiones da la impresión que la Ministra de Hacienda está de vacaciones. Su función ha quedado reducida a la de contable o tesorero y a decir a todo que sí. Lo suyo es lo de la charanga y la pandereta. “El lunes os lo arreglo”.

republica.com 18-11-2021



LA HIBRIS REVOLOTEA SOBRE GÉNOVA

PARTIDOS POLÍTICOS Posted on Lun, noviembre 22, 2021 23:36:11

Hay veces que cuesta entender a los políticos. A menudo están empeñados en labrar su propia perdición. Son presa de la desmesura. Es lo que entendían los griegos por “hibris”, pecado de orgullo y de arrogancia. Plutarco afirmaba que “los dioses ciegan a quienes quieren perder” y en palabras de Eurípides “Aquel a quienes los dioses desean destruir primero lo vuelven loco”. El poder ofusca a los humanos. La “hibris” arroja a quienes la padecen al exceso y al engreimiento, les fuerza a abandonar la justa medida, a sobrepasar los límites.

Es posible que algunos miembros del PP estén dejándose arrastrar por la “hibris”. Contra toda lógica, se empeñan en crear enfrentamientos internos. Parecen desconocer que son las divisiones entre las distintas facciones de un partido lo que castigan en mayor medida los electores. Su colosal victoria el 4 de mayo pasado puede haber cegado a Ayuso y hacerla caer en lo desorbitado, llevándola a abandonar la objetividad y los límites posibles. Ha perdido, tal vez, la proporción de las cosas.

Da la sensación de que va sobrada, y sobredimensiona su triunfo, olvidando quizás que se debe, más que a su mérito, a los errores y traspiés de Sánchez. Como ocurre últimamente en casi todas las elecciones, el voto en lugar de ser “a favor de”, es “en contra de”. Quizás debería preguntarse en qué medida otro candidato hubiese obtenido un resultado similar.

A Ayuso no son los dioses los que la ciegan, sino determinadas voces de sirena, cercanas a ella y dentro de la agrupación de Madrid. Pretenden ofuscarla, vertiendo en su oído frases agradables que potencian su ego, y la hacen caer en el pecado de desmesura. La lanzan a contiendas que no les convienen ni a ella ni a su partido. Algunas de estas voces son ya conocidas; en su día, ya pusieron todo tipo de zancadillas y obstáculos a Rajoy. Hay abrazos que matan. Dios nos libre de la amistad de Esperanza Aguirre. Siempre ha tenido mucho descaro. Decía aquello de que quería privatizar el Canal de Isabel II para devolvérselo a los madrileños.

Pero la “hibris” también ronda Génova. Cuando, sin ningún mérito propio, sino por demérito del contrario, las encuestas se han dado la vuelta (con la excepción de las de Tezanos) y les favorecen, se llenan de soberbia y se enzarzan en una lucha estéril con la presidenta de la Comunidad de Madrid que a nada conduce. Su altanería y arrogancia contrasta con la levedad de su discurso, que solo se sostiene por las indignidades y peligros que provienen de la actuación del Gobierno Frankenstein.

Es difícil saber qué dioses han ofuscado a la dirección del PP para que después de negarse durante no se sabe cuánto tiempo a la renovación de los órganos constitucionales, si no se realizaba con garantías de imparcialidad e independencia, haya terminado plegándose -excepto en la renovación del Consejo General del Poder Judicial- sustancialmente al mismo sistema de reparto, uno para ti, uno para mí. Es posible que se haya intentado hacer de una manera más disimulada, discreta, huyendo de la desvergüenza y el descaro. Pero el resultado final ha sido el mismo. Han permanecido en la órbita del reparto sin entrar en el círculo del verdadero consenso. Para ese viaje no hacían falta tales alforjas.

El ministro de la Presidencia, que encabezaba la delegación gubernamental en la negociación, dejó enseguida claro que ellos no se responsabilizaban de los cuatro vocales del Tribunal Constitucional elegidos. No habían designado ni a Alcubilla ni a Espejel, es decir, que solo los habían aceptado como contrapartida para que el PSOE a su vez diese su conformidad a Montalbán y a Sáez Valcarcel. Dos para ti, dos para mí. Pero ha sido el mismo presidente del Gobierno el que también ha afirmado con total descaro que él solo responde de los suyos, con lo que certifica el reparto de consejeros.

Resulta evidente que, al menos para el PSOE, no ha cambiado nada. Tampoco para la prensa, que puso enseguida filiación a todos los elegidos. Lo mismo ha ocurrido con los consejeros del Tribunal de Cuentas. No hay duda de quién ha designado a cada uno de ellos. Poniendo el símil de una cuerda, la cual representaría la adscripción política de todos los candidatos. El pacto se habría conseguido a base de que cada partido pudiese elegir a los de un extremo de la cuerda, si aceptaba que la otra fuerza pudiese designar consejeros a los del otro extremo. El verdadero consenso, que es el que está en el espíritu de la Constitución y al que se refería el Tribunal Constitucional, y al que en ningún momento se ha querido recurrir, hubiese consistido en que ambos partidos confluyesen en la elección de todos los miembros, al designar a aquellos que están en el centro de la cuerda. De esta forma, los candidatos serían de los dos y de ninguno.

Que los elegidos sean más desconocidos o que hasta ahora hayan estado más bien en la sombra no quiere decir que se encuentren menos politizados. Me temo que lo único que indica es que su currículo profesional es más gris y, por lo tanto, que no son los más adecuados para el puesto. Da la impresión de que se ha tenido más en cuenta la ideología que la capacitación. A ello abunda el hecho de que, según parece, haya sentado mal en el Tribunal Supremo que ninguno de los cuatro magistrados designados pertenezca a esa institución, cuyos miembros se supone que constituyen la cima de la carrera judicial. Hasta cierto punto la queja, al margen de corporativismos, parece lógica, puesto que algunas sentencias del Supremo tendrán que ser revisadas por el Constitucional, y resulta contradictorio que quienes tienen menor preparación y conocimientos supervisen a aquellos que, en principio, tienen mayor experiencia y capacitación.

Tampoco parece que en el Tribunal de Cuentas se haya escogido a los más aptos, sino que se han priorizado las afinidades políticas. Es curioso que en una institución cuya finalidad primera es la fiscalización de las finanzas públicas brillen por su ausencia entre los currículos de los consejeros elegidos la economía, la contabilidad y la auditoría. Casi todos son juristas.

Pero tal vez sea en la institución del Defensor del Pueblo donde menos se haya disimulado y se hayan guardado en menor medida las formas. Se ha mantenido al milímetro el procedimiento seguido tradicionalmente. El Gobierno nombra al Defensor del Pueblo y la oposición al adjunto. El PSOE ha designado a Ángel Gabilondo para el primer puesto, y el PP a Teresa Jiménez Becerril para el segundo. El sesgo político está suficientemente claro. Gabilondo ha sido ministro con Zapatero, y cabeza de lista impuesto por Sánchez en dos ocasiones a la presidencia de la Comunidad de Madrid, y asimismo portavoz del PSOE en la Asamblea. Becerril, en estos momentos, es diputada en el Grupo Popular y fue durante años europarlamentaria. Los currículos de los dos candidatos elegidos, aun cuando puedan ser muy adecuados para otros cometidos, no son los más aptos para el puesto para el que han sido seleccionados. No parece que su conocimiento de la función pública y de las leyes y procedimientos administrativos (materias sobre las que gira la tarea que tiene que desarrollar esta institución) sea muy profundo.

El acuerdo ha sido una tomadura de pelo. Después de tanto marear la perdiz, han terminado manteniendo el procedimiento de siempre. Casi un fraude de ley, porque está en contra del espíritu del mandato de la Carta Magna, tal como ha indicado el propio Tribunal Constitucional (véase mi artículo del 23 de septiembre pasado en este diario).

Casado se ha cubierto de gloria. Hay que preguntarse quién o quiénes le han cegado para cometer tal equivocación y plegarse a este método de elección que, con sentido, ha venido rechazando durante largo tiempo. Y para ofuscación la de esos tertulianos o analistas políticos que, conducidos por su frivolidad habitual, se congratularon de que los dos partidos mayoritarios hayan llegado a un pacto sin analizar su contenido. Parece ser que para ellos lo importante es el mero acto de acordar y no lo que se ha acordado.

republica.com 11-11-2021



EL ESCUDO SOCIAL Y LOS PRESUPUESTOS

HACIENDA PÚBLICA Posted on Lun, noviembre 22, 2021 23:30:38

La semana pasada dediqué mi artículo a los Presupuestos de 2022, en concreto al tema de los ingresos, en el convencimiento de que no podemos hablar de Estado social ni de socialdemocracia sin un sistema fiscal suficiente y progresivo; y me temo que desde hace bastante tiempo el nuestro no es ni lo uno ni lo otro. No cumple la suficiencia porque, sin ir más lejos, ahí está el nivel de pobreza en amplias capas de la sociedad, y la disputa sobre las pensiones y la llamada de todos a recortarlas. No es progresivo, al menos en el grado que debería serlo. Basta reparar en la degradación que ha sufrido a partir de finales de los ochenta.

Bien es verdad que será difícil exigir a la población un sacrificio en la carga fiscal a soportar, si al mismo tiempo no hay un estricto control de la planificación y de la ejecución del gasto público. Cuando el ciudadano observa que se dilapida el dinero o se dedica a objetivos bastardos (aun cuando se piense que es el chocolate del loro en comparación con el total), es difícil que acepte de buen grado los impuestos.

Quizás por eso, tal como señalaba en el artículo anterior, el Gobierno Sánchez en estos presupuestos ha renunciado una vez más a reformar el sistema fiscal, contentándose con algún ajuste sin importancia y con maquillar los ingresos. Lo malo es que el presupuesto se puede maquillar; la liquidación, no, o al menos antes o después se terminan descubriendo las trampas y, además, lo que difícilmente se podrá ocultar será el incremento de la deuda. Este Gobierno se muestra remiso a aceptar el coste político que significa incrementar la presión fiscal, a no ser mediante impuestos indirectos, que pasan más desapercibidos. Pero al mismo tiempo es pródigo en acometer gastos inútiles e ineficaces dedicados a crear chiringuitos donde colocar a sus paniaguados o en actuaciones populistas con fines clientelares, aun cuando lo intente vender afirmando que estos presupuestos son los más sociales de la historia.

Hay un mantra que se va extendiendo y que el Gobierno tiene interés en que circule: la contraposición entre las políticas aplicadas en las dos últimas crisis. La primera, basada en la austeridad y los recortes y la actual, en la solidaridad y el escudo social. En esta enunciación se cometen dos grandes errores. El primero es pensar que en la anterior crisis la política de austeridad se aplicó desde el primer momento. La crisis se inició en 2007 y los recortes y la austeridad no comenzaron hasta mayo de 2010, cuando Zapatero y Salgado hicieron el ridículo más asombroso en Bruselas. Con anterioridad a esa fecha todos éramos keynesianos; aunque en España se aplicaron más bien el populismo y las ocurrencias, como el famoso plan D, el cheque bebé o las ayudas a las familias, en la creencia de que todo ello reanimaría la economía. Después vino el llanto y el crujir de dientes.

El segundo error consiste en pensar que el dinero es gratis y que la deuda puede ser ilimitada. Parece no considerarse la posibilidad de que, a esta etapa de prodigalidad -que también interesaba a los países del Norte- le suceda, al igual que en la crisis de 2008, una era de recortes y de austeridad. Después de haber aumentado la deuda pública en una cantidad equivalente al 30% del PIB, situando el stock en cerca del 125%, me temo que de una o de otra forma se van a terminar imponiendo los ajustes. Lo grave es que todas estas ocurrencias en el gasto no van a servir para solucionar los problemas de las clases bajas ni para disminuir la pobreza.

Casualmente, al tiempo que el Gobierno presentaba los Presupuestos de 2022, Cáritas y la Fundación FOESSA publicaban un informe llamado “Sociedad expulsada y derecho a ingresos». Para algunos, los informes FOESSA son viejos conocidos. Durante la dictadura eran uno de los pocos medios que teníamos para adentrarnos en la realidad social y en la situación de la desigualdad y la pobreza, más allá de las arengas oficiales del régimen. Después de tantos años, hemos de recurrir de nuevo a ellos como contraposición al discurso triunfalista del Gobierno del que el presupuesto es un buen ejemplo.

Según el citado informe, son ya 11 millones de personas los que se encuentran en exclusión social, 2,5 millones más que en la encuesta de 2018. La exclusión severa supera los 6 millones de personas, 2 millones más que los que se desprendían del estudio de 2018. Además, se ha duplicado el número de hogares con todas las personas activas paradas. Como se ve, el informe presenta un panorama muy distinto del que nos retrata el Gobierno. Este repite continuamente que se ha alcanzado el número de empleados existentes en 2019, lo que es totalmente falso, ya que las cifras están adulteradas al no tener en cuenta los trabajadores en ERTE ni los autónomos con cese de actividad. Esto explica que cuando analizamos el empleo considerando el número de horas trabajadas el resultado sea muy distinto. Los asalariados en ERTE, diga lo que diga el Gobierno, no trabajan.

La desigualdad se ha incrementado con respecto a la situación existente con anterioridad a la pandemia y el famoso escudo social ha sido un chasco. Al igual que chasco ha sido el ingreso mínimo vital (IMV). El informe FOESSA se dedica ampliamente a mostrar los ingentes fallos que presenta el diseño con el que se ha construido esta prestación social. El haber denunciado casi desde el principio los desatinos en que se basa, y lo disparatado de haber elegido como modelo la figura del impuesto negativo sobre la renta (ver, entre otros, mi artículo del 3 de septiembre de 2020), me evitan tener que extenderme ahora a comentar las múltiples equivocaciones que señala el informe de FOESSA.

Creo que hoy en día están demostrados de sobra, por activa y por pasiva, los errores, desaciertos y pifias que han rodeado todo lo referente al IMV y lo lejos que está de alcanzar los objetivos que se le había asignado. Es por eso por lo que el estudio también se dedica a proponer una serie de recomendaciones que solucionen el desaguisado. Incluso el mismo Gobierno, ante la evidencia del desastre, está estudiando un conjunto de modificaciones.

Pienso, sin embargo, que todo ello va a tener poco éxito. El IMV parte de un error de fondo que contagia todo su desarrollo posterior y que no parece poder solucionarse con parches. Es como un traje con múltiples desgarros ocasionados por un defecto grave en el tejido. Difícilmente los remiendos pueden solucionar el problema. Sería más práctico retornar al principio, construir una nueva prestación social sin las lacras de la actual, olvidar la fórmula del impuesto mínimo sobre la renta y armonizar las múltiples rentas básicas, llámense como se llamen, de las distintas Comunidades Autónomas. Claro que eso impediría comprar al PNV con su transferencia.

Lo cierto es que el tan cacareado escudo social es solo un eslogan, y el presupuesto más social de la historia otro bluf que difícilmente solucionará en el futuro la pobreza y la desigualdad actuales. Es verdad que el gasto presupuestado se eleva a niveles muy considerables, pero las distintas partidas están elegidas con una finalidad más electoral que social. El gasto se dirige a colectivos, como el de los jóvenes, que no son precisamente los más necesitados, pero sí los que se consideran potenciales votantes. Sánchez nos retrotrae a las ocurrencias de Zapatero.

Ocurrencia va a ser la ley de vivienda que en lugar de solucionar el problema lo va a empeorar. Me he referido en diversos artículos a este tema. Entre otros en el del 26 de marzo de 2020 en estas páginas titulado “Covid y el mercado del alquiler”. La única forma de dar respuesta a la carencia de viviendas es que los poderes públicos (que son los obligados por la Constitución) incrementen la oferta de viviendas en alquiler. Bien es verdad que eso es más complicado que elaborar una ley, aun cuando la ministra de Hacienda la tilde de “preciosa”. Ahora tenían una buena ocasión, dedicando gran parte de los fondos europeos a este cometido en lugar de emplearlos en objetivos tan etéreos como la transición energética, la modernidad, la política de género, la digitalización o el cambio del tejido productivo, cuyo único resultado me temo que consistirá en hacer las delicias de algunas grandes empresas. No hay más que ver cómo están de serviciales con el Gobierno. El 80% de estos fondos figura en el presupuesto como transferencia de capital.

Y ocurrencia es dar 250 euros mensuales a cada joven para vivienda. Y, como pasa con toda ocurrencia, se anuncia la medida sin que hayan pensado ni el cómo ni los requisitos a exigir para acceder a la ayuda. ¿Por qué a los jóvenes?, ¿son acaso los más necesitados? Las estadísticas afirman que la exclusión se da principalmente entre las familias monoparentales, numerosas e inmigrantes (jóvenes o no). ¿Por qué no a los parados de larga duración? Y si hablamos de ocurrencia, cómo no citar esos cuatrocientos euros que se les van a dar como propinilla a todos los que cumplan 18 años en 2022, para que se lo gasten en videojuegos. No vale la pena comentarlo. Parece de chiste. ¿Y los de 17, 19 o 25 años no tienen derecho a la cultura? Cuando existen seis millones de personas en exclusión severa, ¿es este el mejor destino que se puede dar a los recursos públicos?

republica.com 4-11-2021



LOS PRESUPUESTOS, ACONTECIMIENTO PLANETARIO

HACIENDA PÚBLICA Posted on Lun, noviembre 22, 2021 23:25:46

Me gustaría que no se aprobasen los presupuestos. Soy consciente de que voy contra corriente. El motivo está lejos de ser la creencia de que Sánchez, de esta forma, tendría que abandonar la Moncloa. La legislatura se va a terminar con presupuestos o sin presupuestos. La diferencia es que, para aprobar unos nuevos, Sánchez va a tener que pagar a cada uno de sus socios el correspondiente tributo, que no irá a su cargo, sino al de todos los españoles. He aquí la razón de mi deseo.

No puedo por menos que sonreír cuando leo en la prensa o escucho en la radio o en la televisión que el presupuesto es el documento político más importante del año; que constituye el programa del Gobierno para el ejercicio; que es fundamental para la economía. En realidad, no hay nada de eso. Prácticamente todo lo que se puede hacer con un nuevo presupuesto se puede hacer igualmente con el anterior prorrogado. La flexibilidad de las modificaciones presupuestarias es tan grande y los créditos extraordinarios se usan con tanta frecuencia que el presupuesto prorrogado se puede modificar todo lo que se necesite para acometer aquellos gastos que el Gobierno desee. En realidad, los cambios pueden producirse y se van a producir tanto si es en el prorrogado como en el nuevo. Recuerdo que un antiguo funcionario de Hacienda, curtido en elaborar las cuentas públicas, medio en broma medio en serio, afirmaba que el presupuesto consistía en un solo crédito y ampliable.

La elaboración de unos nuevos presupuestos se ha convertido en un acto de pura representación, de prestigio para un gobierno o, mejor dicho, de desprestigio en el caso de que no logre aprobarlos. Aprobarlos es prueba de que cuenta con estabilidad parlamentaria. De hecho, el Gobierno Sánchez ha funcionado hasta este año con un presupuesto prestado y prorrogado y sin que ello le haya impedido hacer lo que se le antojara en los años anteriores. Para él,  el presupuesto es tan solo un instrumento para su promoción y propaganda.

Es verdad que todos los gobiernos han transmitido una imagen idílica de los presupuestos y todos los han presentado convenientemente maquillados. Cada año se repite que son los más sociales de la historia. Pero qué duda cabe que este es muy especial. Para darse cuenta de ello basta haber presenciado la rueda de prensa de la ministra de Hacienda. Se ha superado con respecto al año pasado, y miren que era difícil. Amén de la verborrea que en ella es tradicional, todo es lo más de lo más y aún más. No ha habido capitulo, partida o aspecto del que no haya dicho que en él este presupuesto constituye un hito histórico. Le faltó citar a Leire Pajín y el acontecimiento planetario.

Todos son juegos de artificio. Y detrás, el maquillaje de las cifras. Comenzando por un cuadro macroeconómico con previsiones que poco tienen que ver con la realidad, pero que sirven de soporte adecuado para cuadrar las cifras presupuestarias que se desean. Ni siquiera intentan disimularlo. No se han molestado en cambiar las estimaciones ni para 2021 ni para 2022, tras el último ajuste que para el segundo trimestre del año actual ha realizado el INE. El Banco de España ya ha anunciado que modificará a la baja sus previsiones, a pesar de que en este momento son bastante inferiores a las del Gobierno.

Es difícil de creer que en este año y el siguiente, el PIB vaya a crecer un 6,5% y un 7%, respectivamente. El FMI acaba de revisar sus estimaciones para España, fijando para 2021 un 5,7% de crecimiento -ocho décimas inferior a la del Gobierno- y para 2022, un 6,4%, seis décimas menos. ¿Cuál es la finalidad de inflar las previsiones? Una, inmediata. Poder denominar a estos presupuestos los de la recuperación justa. De lo de justa hablaremos más adelante. En cuanto a la recuperación, es que por poco que se corrigiesen a la baja sus estimaciones la recuperación, es decir, la vuelta a la renta de 2019, no se produciría en 2022. Mientras que la mayoría de los países europeos retornarán a los niveles de PIB de 2019 en el próximo año – si no lo hacen en este-, España tendrá que esperar al 2023.

Pero existe otra, la de poder inflar los ingresos de manera que sin tener que pronosticar un déficit escandaloso e inasumible para Europa, haga creíble la posibilidad de acometer todo ese festival de gasto que se presupuesta, gran parte, sin tener en cuenta el coste de oportunidad. El monto de la verbena es, no obstante, de tal calibre que se precisan maquillar adicionalmente los propios ingresos, para que se pueda ofrecer un cierto aspecto de coherencia.

Realizando comparaciones con 2019 -las únicas que tienen significado, puesto que 2020 y 2021 son años anormales por la pandemia- y aceptando las propias cifras de crecimiento proporcionadas por el Gobierno, el PIB nominal experimenta un aumento del 5,6%, casi todo ello debido a la elevación de los precios, mientras que los ingresos tributarios totales se prevé que aumenten el 9%. Sin embargo, no hay en los presupuestos ninguna modificación tributaria de envergadura, lo cual es sorprendente en un gobierno que se llama progresista y que tilda al presupuesto de recuperación justa, para justificar esta diferencia.

Quizás lo más relevante sea la fijación de ese 15% de tipo mínimo en el impuesto sobre sociedades para las empresas con un nivel de facturación superior a 20 millones. Es una medida que tiene más de populismo y de propaganda que de eficacia. Es, además, burda, de trazo grueso; sin ninguna finura, cae en lo que los fiscalistas llaman “error de salto”. El incremento en las ventas de un solo euro puede significar contraer la obligación de contribuir por ese 15%, de manera que al empresario no le interesará vender más de veinte millones de euros hasta que el exceso de facturación sobre esta cantidad compense el plus de tributación que tiene que abonar. Por otra parte, el volumen de ventas no es un buen indicador del tamaño de una compañía. Puede haber muchas diferencias dependiendo del sector al que se pertenezca.

Es verdad que esta medida, patrocinada por la OCDE, ha sido aprobada por 136 países para implantarla en 2023. Pero se trata de un acuerdo de mínimos adoptado entre naciones de características diferentes y de desarrollos económicos y sociales difícilmente comparables; algunas con sistemas fiscales incipientes e injustos. Lo que resulta incomprensible y hasta cierto punto irrisorio es que España se contente con ese mínimo y que el Gobierno lo presente como el culmen del progresismo, tanto más cuanto que el 15% no se gira sobre los beneficios, sino sobre la base imponible, es decir, después de minorar los resultados con una serie de deducciones o bonificaciones que pueden vaciar de contenido esta magnitud.

No se puede negar que el impuesto sobre sociedades quedó muy dañado en España tras el mandato de Zapatero. Pero precisamente por ello lo que se necesita es una reforma en profundidad y no creer que se ha cumplido con un mero parche sin apenas consecuencias prácticas. La prueba de la insignificancia de la medida se encuentra en que el mismo Ministerio de Hacienda prevé una subida muy escasa de la recaudación. La previsión del crecimiento del impuesto de sociedades sobre la de 2019, se cifra tan solo en un 3%, en otras palabras, que ni siquiera cubre la inflación, y se minora por tanto en términos reales.

Muy al contrario, el crecimiento previsto sobre 2019 del impuesto sobre la renta es de un 15%, porcentaje que choca con el incremento del PIB nominal que, según los propios datos del Gobierno, se eleva tan solo al 5%. Todo ello resulta difícil de creer cuando no hay ninguna modificación fiscal de calado que pueda hacer que la recaudación se incremente más que el PIB nominal. Desde luego la disminución de la cuantía máxima a desgravar en el próximo año por aportaciones a los planes de pensiones no puede ser la causa de esta discrepancia.

La importancia de esta medida se ha exagerado. Unos, al presentarla como un gran avance progresista; otros, como una grave injusticia. Ni lo uno ni lo otro. Hace ya bastantes años que los fondos de pensiones dejaron de ser beneficiosos para los partícipes, si es que lo fueron alguna vez. Solo son productivos para los bancos que cuentan con un dinero cautivo para invertirlo donde les interese, amén de obtener lucrativas comisiones. Desde que Montoro eliminó la deducción del cuarenta por ciento que tenían en el rescate no son en absoluto interesantes para los contribuyentes. Lo que se deduce del impuesto, ahora en la suscripción, se gravará en el momento del rescate.

La única ventaja puede venir dada por la divergencia en el tipo marginal que tenga el participe en ambas ocasiones. Para la mayoría de los contribuyentes que tengan capacidad de ahorro como para invertir en fondos de pensiones, la diferencia entre un caso y otro será insignificante, y de cualquier modo no compensará el coste de tener cautivo durante tantos años el dinero, el riesgo de desconocer en qué se invierte y de las comisiones que se deben abonar tanto a la gestora como a la depositaria.

El Gobierno, una vez, más huye de hacer una verdadera reforma fiscal que modifique en profundidad tanto el impuesto de sociedades como el de renta, y que incremente la progresividad y la suficiencia del sistema. Lo de la comisión de expertos es una burda coartada. No se necesitan comisiones, sino voluntad política. Tampoco vale el argumento de que en una crisis no se pueden subir los impuestos. Todo depende de qué tributos se incrementen, a qué contribuyentes afecten y a qué se dediquen los fondos recaudados. Según y cómo no solo puede ser posible, sino hasta muy conveniente.

Republica.com 28-10-2021



« AnteriorSiguiente »