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ARTICULOS DEL 10/1/2016 AL 29/3/2023 CONTRAPUNTO

DE FÚTBOL, BANCOS E IMPUESTOS

HACIENDA PÚBLICA, SISTEMA FINANCIERO Posted on Lun, mayo 17, 2021 23:57:45

En plena campaña electoral de Madrid, un tema ajeno al debate político logró hacerse un hueco relevante en los medios de comunicación. Me refiero a la creación de la supercopa. No sé nada de fútbol y, si me apuran, tampoco de otros deportes. Me pierdo entre la FIFA, la UEFA, las ligas, el Comité Olímpico y otros chiringuitos, tanto en el orden nacional como internacional. Pero no se necesita saber mucho para llegar a la conclusión de que son organismos o sociedades privadas con muy poca transparencia, libres de todo control y carentes de cualquier mecanismo democrático, sin que se conozca muy bien mediante qué medios se designan sus órganos directivos y por qué los emolumentos y prebendas de sus miembros son tan desproporcionados, sin que los poderes públicos hayan puesto nunca orden dentro de este enjambre de oligarcas.

Así que cuando escuché la noticia de la creación de la supercopa realicé mi propia composición: unos aprovechados que pretendían dar un golpe de mano a otros aprovechados y que no han tenido éxito. No había que darle mayor importancia. Pero he aquí que escucho unas declaraciones de Florentino Pérez afirmando que el fútbol está en peligro, que muchos clubs pueden desaparecer porque tienen una deuda que no pueden soportar; y hay que suponer además que se refería principalmente a los equipos importantes.

Mi extrañeza fue enorme, porque casi todos nos hemos quedado estupefactos y un poco escandalizados cuando la prensa ha publicado las primas y las retribuciones de ciertos futbolistas. Incluso habrá quien haya pensado sobre lo rara que es esta sociedad que retribuye de forma tan desigual al que se dedica a dar patadas a un balón respecto a los que, por ejemplo, se juegan la vida salvando a otras personas en un hospital en tiempos de pandemia o a aquellos que tras años de investigación descubren algo que puede beneficiar considerablemente a la humanidad.

Pero, ante estas reflexiones, no faltará quien nos aleccione en tono didáctico acerca de que una cosa es el valor y otra el precio, que rara vez coinciden, como lo ilustra el clásico ejemplo del aire y el oro. El precio no depende del valor intrínseco de la cosa, sino del mercado, de lo que se esté dispuesto a pagar por ella, de su escasez. Pero ahí es donde cruje el discurso de Florentino, porque si los clubs están al borde de la quiebra solo puede ser porque han pagado mucho más por el fichaje de ciertos futbolistas que lo que van a percibir por ellos. La solución para no quebrar es relativamente sencilla, como en cualquier economía, no gastar más de lo que se puede.

En cuanto a las deudas contraídas por los equipos de fútbol, que serán principalmente ante las entidades financieras, surge alguna que otra pregunta. ¿Por qué los bancos han asumido estos riesgos? Tal vez porque intuyen que en caso de insolvencia las Administraciones públicas no van a dejar caer un equipo que tiene un valor emblemático para una ciudad, o para un determinado territorio. Terminarán saneándolos de una o de otra manera, directa o indirectamente mediante operaciones urbanísticas, con tal de que no desaparezcan. ¿No sería lógico entonces que el Estado tuviese algo que decir en todo este tinglado del fútbol, sobre todo en lo que se refiere a la vigilancia de las insolvencias?

Hablando de retribuciones astronómicas y escandalosas, también por esas fechas, en medio de la campaña electoral, varios ministros, entre ellos la de Economía, han denunciado el contraste que se da en los bancos entre las retribuciones de sus ejecutivos y los ERE que piensan acometer con miles de despidos. Calviño, sin duda, tiene razón excepto por un pequeño detalle: se le ha olvidado que ella es la ministra de Economía y vicepresidenta segunda del Gobierno y, por lo tanto, tiene mucho que decir -y más que decir, hacer- en estos asuntos.

Ciertamente, los sueldos que se han adjudicado los ejecutivos de las entidades financieras son obscenos, pero hay que añadir enseguida para ser justos que no son exclusivos de ellos y que afectan a la totalidad de las grandes compañías. El abanico de las retribuciones dentro de las empresas se ha ido ampliando a lo largo de los años hasta niveles que hoy parecen indecentes e inmorales, convirtiéndose en una de las principales causas (no la única) del incremento de la desigualdad en la sociedad.

Podríamos recurrir de nuevo a la diferencia entre valor y precio; pero tampoco parece que aquí sea el mercado el que determina la cuantía de las retribuciones. Por más que intenten justificar lo  contrario, en la mayoría de los casos no existe correlación entre las remuneraciones de los ejecutivos y los beneficios de las empresas. Llevándolo al extremo, solo tenemos que recordar los altos sueldos de algunos directivos que en la crisis pasada llevaron a sus entidades a la ruina, o el caso más reciente de Abengoa.

Ya sabemos cómo funcionan los consejos de administración de las grandes sociedades y el papel de los consejeros independientes. Conocemos de sobra la forma oscurantista en la que se adoptan los acuerdos y lo poco que pintan los accionistas. No es el mercado el que fija los sueldos, sino el juego de los distintos grupos de poder que dominan la empresa.

En cuanto a la multiplicación de los ERE, la razón habrá que buscarla en que las distintas reformas laborales han ido dando una definición cada vez más laxa de las causas objetivas, en la que cabe casi todo, y deja a las empresas un amplio margen de maniobra para realizar los ajustes que ansían, aunque no sean necesarios para la viabilidad de la compañía, solo para obtener mayores beneficios. En el caso de las entidades financieras, resulta muy dudoso que sea imprescindible el ajuste en la plantilla, al menos en la cantidad que están planteando los ERE.

Es cierto que los avances tecnológicos y la posibilidad de gestionar on line casi todos los productos financieros hacen menos necesarias las oficinas de los bancos, pero eso no quiere decir que tengan que desaparecer o reducirse de tal modo su número y su plantilla que se produzcan importantes insuficiencias en los servicios. Los usuarios tienen ya, y cada vez más, la sensación de que cuando se ven obligados a realizar en los bancos una gestión de manera personalizada se enfrentan a bastantes dificultades, y no digamos los problemas con los que chocan aquellos clientes que no cuentan con Internet o no se manejan con las nuevas tecnologías.

El BBVA acaba de anunciar un ERE de 3.800 de trabajadores y proyecta cerrar una de cada cuatro sucursales; pero las señales de alarma han sonado, sobre todo, cuando Caixa Bank, como consecuencia de la absorción de Bankia, ha hecho pública su intención de mandar al paro a 8.291 trabajadores provenientes solo de sucursales, sin contar los posibles despidos de servicios centrales. Ha sido principalmente este último anuncio, que además ha coincidido con una subida de sueldo sustancial de sus ejecutivos, el que ha originado las críticas de la ministra de Economía y de alguna otra ministra.

El hecho es curioso porque ha sido el Gobierno el que ha propiciado la fusión entregando Bankia a Caixa Bank, lo que ha debido de ser muy provechoso para la segunda entidad, pero no estoy nada seguro de que lo haya sido también para el Estado. En cualquier caso, el Gobierno podría haber introducido en el acuerdo de fusión la condición de que la nueva entidad no pudiese aprobar ningún ERE en un periodo determinado. Sin duda, la justificación de los despidos choca con la noticia de que el nuevo presidente de la entidad se ha triplicado el sueldo, y con él otros 26 ejecutivos van a ver incrementadas sustancialmente sus retribuciones.

El motivo aducido es la necesidad de equilibrar los sueldos de los directivos de las dos entidades fusionadas. Bankia, al estar intervenida por el FROB, los tenía congelados. En cierto modo, la dirección de Caixa Bank, puede estar en lo cierto cuando, como contestación a la ministra, ha afirmado que sus sueldos -los de Caixa, no los de Bankia- son los que están a nivel de mercado. Quieren decir que están en consonancia con el que pagan otras entidades financieras. Sin embargo, eso no significa que lo esté determinando el mercado, como lo prueba el hecho de que planteen al mismo tiempo la necesidad de aplicar un ERE. Lo que los fija son los chanchullos de los consejos de administración y la emulación de unos ejecutivos frente a otros.

Caixa Bank plantea además   que no sería correcto que el Gobierno interfiriese en este tema, a pesar de que el Estado mantiene a través del FROB el 17% de las acciones de la nueva entidad. Las cifras, pero no solo en la banca, son desde luego escandalosas. En algunos casos alcanzan, englobando todos los conceptos, varios millones de euros anuales. La parte socialista del Gobierno, que yo sepa, nunca había criticado esta situación ni había propuesto ningún mecanismo de limitación. Por el contrario, desde Podemos sí han planteado en algunas ocasiones poner un tope a las retribuciones, lo que desde el sector bancario se considera una injerencia inaceptable. No lo calificaría yo así, pero sí que es una medida que carece de finura y, por lo tanto, puede introducir en la economía distorsiones, al no poderse aplicar con la generalidad necesaria.

Al mismo resultado se llega por otro camino. Si se quiere, la solución existe desde hace mucho tiempo y no hay que inventar nada. Habrá que acudir al sistema fiscal, al IRPF y a la tarifa progresiva. Se trata de ampliar hacia arriba tantos tramos como sean necesarios, cada uno de ellos a un tipo marginal mayor, de manera que a determinados niveles se desincentive totalmente la subida de sueldos al quedarse Hacienda con la mayor parte del incremento. Los datos indican que, en Europa, hasta 1980, cuando existían tipos marginales máximos considerablemente altos (en algunos países del orden del 80 o 90%) los sueldos de los grandes ejecutivos se mantuvieron moderados; sin embargo, a partir de los ochenta, y a medida que se reducía la progresividad del impuesto de la renta, disminuyendo los tipos marginales máximos, las remuneraciones de los ejecutivos comenzaron a desbocarse hasta los niveles actuales.

En España, hoy, tocar el tema de los impuestos es meterse en un hormiguero. Los comentaristas políticos, tertulianos, articulistas y todos los que crean opinión, reaccionan de forma histérica y con total irritación. Lo cierto es que, con la coyuntura actual y el nivel que va alcanzar el endeudamiento público, la subida de impuestos es ineludible. Se va a producir sí o sí. La única duda es qué tributos van a incrementarse si los regresivos o los que son progresivos. Por lo que se ha publicado del Plan de Recuperación claramente los indirectos y regresivos.

Puede pensarse que la modificación de la tarifa del IRPF anterior es un tema secundario, sin demasiado impacto en la recaudación. Quizás sea cierto que su capacidad recaudatoria es muy baja, pero afecta sin duda a la equidad en la distribución de la carga tributaria. Ver que las rentas altas tributan de acuerdo con sus ingresos parece una condición necesaria para que los ciudadanos asuman una mayor presión fiscal. No parece lógico que la escala progresiva del impuesto sobre la renta termine en 60.000 euros (el último añadido a 300.000 euros es un pastiche que eleva solo en dos puntos el tipo marginal máximo). Hay que recordar que a principio de los ochenta este tipo en España estaba fijado en el 65% y la tarifa tenía 36 tramos. No obstante, conviene añadir que el primer paso tendría que ser retornar a una tarifa única, es decir, que las rentas de capital vuelvan a unirse con las de trabajo.

republica.com 7-5-2021



LA CHAPUZA FISCAL DE LOS ERTE Y DEL INGRESO MÍNIMO VITAL

ECONOMÍA DEL BIENESTAR, HACIENDA PÚBLICA Posted on Lun, mayo 17, 2021 23:45:28

Los desafueros y desatinos de un gobierno pueden cometerse de forma consciente, motivados por el propio beneficio y por objetivos bastardos, pero también se pueden deber a la propia ineptitud o incompetencia; nunca se sabe qué es más grave. Se trata de la clásica alternativa entre la maldad y la estupidez, y resulta difícil apostar sobre cuál de ellas puede producir resultados peores.

Este año, la Administración tributaria va a tener que soportar una importante carga adicional de trabajo, que sin duda la alejará de cometidos más provechosos en la persecución del fraude fiscal y -lo que puede ser aun peor-, un número considerable de ciudadanos, pertenecientes precisamente a las clases menos favorecidas y con menores conocimientos, se van a ver sorprendidos con una obligación administrativa para la que no están preparados y que no esperaban, y muchos de ellos, además, con una deuda tributaria con la que no contaban. Me refiero a las personas que durante la pandemia han estado en ERTE y las que han cobrado el Ingreso Mínimo Vital  (IMV).

El impuesto sobre la renta es un tributo personal, universal y progresivo que gira sobre la totalidad de las rentas del contribuyente. De ahí la necesidad de que cada uno de ellos (a pesar de que en las distintas fuentes de renta los pagadores hayan ido haciendo retenciones que ingresan posteriormente al fisco) tenga que hacer una declaración anual en la que habrán de englobar todos sus ingresos. Según las especiales características personales y familiares y, por tanto, las deducciones que correspondan al contribuyente, así como la tarifa progresiva y las retenciones practicadas, el resultado de la declaración será o bien positivo con la correspondiente cuota diferencial e ingreso en el fisco, o bien negativo con la consecuente devolución de Hacienda.

La Administración tributaria optó, hace ya muchos años, aun a costa de perder información, por liberar lo más posible a las rentas bajas de la obligación de declarar; al tiempo que se eximía ella misma de una carga de trabajo no demasiado productiva, para poderse dedicar a otras labores mucho más rentables en la persecución del fraude. Actualmente, están exentos de hacer la declaración del IRPF aquellos contribuyentes cuyas rentas de trabajo sean inferiores a 22.000 euros, que provengan además de un solo pagador o la cuantía de la segunda retribución o sucesivas no superen en total los 1.500 euros, y siempre que las rentas de capital, si las hubiere, estén por debajo de 1.600 euros. La condición de que haya un solo pagador tiene su razón de ser en que, al conocer este la totalidad de los ingresos, las retenciones que aplicará estarán en consonancia con la tarifa progresiva.

Cuando hay más de un pagador la cosa cambia, puesto que cada uno de ellos solo conoce una parte de la renta del contribuyente y no es posible, por lo tanto, aplicar la progresividad. El límite para no declarar se sitúa entonces en 14.000 euros, que viene a coincidir con la exención mínima del gravamen, puesto que la tarifa tiene un límite exento de 12.450 euros, al que habría que añadir las deducciones de carácter general.

Los trabajadores que durante 2020 han estado en un ERTE han contado con dos pagadores, la empresa correspondiente y el Servicio Público de Empleo Estatal (SEPE). La gran mayoría de ellos, al comenzar la campaña del impuesto sobre la renta, se han encontrado con una desagradable sorpresa, la obligatoriedad de hacer declaración, a lo que muy pocos estarían acostumbrados y -lo que aún es peor- se ven en la necesidad de tener que ingresar en Hacienda unas cantidades que no tenían previstas. Ciertamente, eso no significa que el gravamen que tengan que soportar sea mayor que si hubieran continuando trabajando en sus empresas, sino que ahora tienen que pagar una cuantía que el SEPE no les había retenido; pero ello no les libra del sobresalto y de que no se desestabilice todavía más su maltrecha economía.

Se dirá que constituyen un caso más, y que en la misma tesitura se encuentran todos aquellos que a lo largo del año hayan tenido dos o más trabajos, pero en estos supuestos no se puede evitar la duplicidad de pagadores y además no conforman un colectivo más o menos homogéneo de tres millones y medio de personas. En el asunto de los ERTE, el problema se podía haber obviado de manera sencilla. Solo hubiese sido necesario que el SEPE hubiese continuado realizando la misma retención que venían practicando las empresas, ya que contaba con toda la información requerida. Por otra parte, hay otra diferencia que justificaba la retención, el hecho de que, en teoría, los ERTE constituyen una situación provisional, y se supone que transitoria, aunque bien es verdad que está a punto de convertirse en algo crónico o permanente.

Mayor gravedad, si se quiere, tiene lo referente al IMV. Los perceptores del IMV (parece ser que al final serán unos 460.000) van a tener que hacer la declaración sobre el IRPF. Lo primero que hay que constatar es que esta obligación no deriva de ninguna norma tributaria, sino que está motivada por la incompetencia de un ministro que se dedica a hacer leyes desde el despacho desconociendo totalmente la realidad. Me consta que desde la Agencia Tributaria se han hecho gestiones para que el Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones (mucho nombre para ser en realidad la mitad de un ministerio) eliminase tal exigencia, pero por supuesto con escaso éxito, y es que en realidad es imposible la supresión porque, por desgracia y por ineptitud, esta obligación está en la base de la ayuda tal como se ha diseñado.

Contra toda lógica, y me extraña que apenas se haya señalado, esta prestación social, aun cuando no se dice explícitamente, se ha configurado como un impuesto negativo sobre la renta (INR), en cuanto que la cantidad a percibir se fija en cada caso como la diferencia entre una renta garantizada por ley y los ingresos obtenidos por el beneficiario en el ejercicio anterior. De ahí que la declaración del impuesto sobre la renta aparezca como un elemento sustancial de la prestación, y también la que la convierte en totalmente inoperante y difícil de gestionar.

No existe la proximidad necesaria entre la ayuda y la situación de indigencia, ya que su cuantía se determina en referencia a la renta del ejercicio anterior, renta que además se conoce con mucho retraso. Es decir, que la situación económica del beneficiario o beneficiarios del año 2020 será la que servirá para fijar la prestación en el 2022. Ni que decir tiene que en el mundo actual los cambios en la realidad económica se producen con mucha más celeridad. Una gran mayoría de ciudadanos depende económicamente de su puesto de trabajo. Su pérdida ocasiona la pobreza, sin que tengan un colchón de ahorro con el que resistir y cuyo remedio precisa de una inmediatez de la que carece el diseño dado al IMV.

Desde que hace ya bastantes años Friedman propusiera el impuesto negativo sobre la renta (por cierto, de acuerdo con su ideología liberal conservadora, como sustituto de todo otro subsidio o ayuda social) dada su complejidad, ningún país ha optado por implantarlo. Eso sí, ha hecho correr ríos de tinta en tesis universitarias, en informes de gabinetes de estudios, en artículos en revistas especializadas; todo ello desde la pura teoría y con desconocimiento total de la realidad. De todos estos papeles ha debido de beber el ministro independiente y no de la comprensión de la sociedad y del conocimiento de las condiciones sociales y económicas.

Esta figura de protección social, tal como se ha construido, implica que cada beneficiario va a recibir una cantidad diferente, no solo debido a la unidad de convivencia, sino porque de la renta garantizada en la ley hay que reducir los presuntos ingresos que hayan tenido los beneficiarios en el año anterior. Es hacer un traje a medida para cada uno de ellos. Su implantación fue ya un auténtico fracaso (véase mi artículo publicado en estas páginas el 3 de septiembre del año pasado con el título “El patinazo del ingreso mínimo vital”) y, como es de prever, el desatino será aún mayor en la gestión y en el control posterior.

El señor Escrivá ha echado sobre la Agencia Tributaria casi toda la tarea, y no puede ser de otra forma al haber prefigurado la prestación como un INR. No parece que tenga mucho sentido, dado el ingente fraude existente, desviar la atención de esta institución hacia las presuntas defraudaciones de cantidades insignificantes que puedan cometer perceptores que, en teoría, están en situación de pobreza. O bien la Administración tributaria pierde un tiempo precioso que debe dedicar a otros menesteres mucho más rentables desde el punto de vista fiscal, o no habrá nadie que controle esta prestación, constituyendo un agujero negro y las delicias de aquellos beneficiarios que tengan pocos escrúpulos. Desde luego, pocos serán los que acepten trabajos ocasionales- al menos de forma legal-, conscientes de que los ingresos así obtenidos se van a descontar después de la cuantía de la ayuda. Un incentivo importante para la economía sumergida.

Por otra parte, si el colectivo beneficiado es aquel para el que se supone que iba destinada la prestación, muchos de sus integrantes van a tener gran dificultad a la hora de hacer la declaración, aun cuando Hacienda, tal como ha prometido, instrumente medidas para simplificarlo. Incluso habrá quienes ni siquiera se enteren de que existe tal obligación.

En el artículo citado del 3 de septiembre ya señalaba que la palabra más repetida a lo largo del decreto ley era la palabra reglamento, lo que indica la indeterminación y ambigüedad de la norma y la cantidad de puntos que necesitaban desarrollo reglamentario posterior. Pues bien, a estas alturas nada de esto se ha producido.

Esta falta de concreción llega a la propia exigencia de hacer la declaración del IRPF, porque si bien queda clara su obligatoriedad, se mantiene la confusión acerca de cuál va a ser la consecuencia del incumplimiento. Incluso permanece en cierta oscuridad su tratamiento fiscal. El IMV está exento, pero si se acumulan otras ayudas de origen autonómico o provenientes de la Administración local la cuantía a partir de la cual se comienza a tributar, según apunta la Agencia Tributaria, es de 11.279, lo que crea cierta confusión cuando se considera la unidad de convivencia y la posibilidad de que incluso los menores puedan ser titulares de la prestación.

Una de las mayores contradicciones del IMV, tal como está planteado, es que la percepción del subsidio sea compatible con las distintas ayudas – llámense como se llamen-  que las Comunidades Autónomas conceden con la misma finalidad; es decir, que estas no minoren la renta garantizada, del mismo modo que lo hace cualquier otro ingreso. Perpetúa por tanto la desigualdad territorial anterior y la misma situación de caos entre regiones. El ministro Escriva ha venido justificando la creación del IMV en la petición de los organismos internacionales, pero la denuncia de estos se dirigía principalmente contra la disparidad que se producía entre las Comunidades, que es precisamente lo que la nueva ayuda no soluciona.

El IMV no remedia la pobreza e indigencia creadas por los cambios repentinos de la situación económica que se producen en crisis como la actual, y que se derivan fundamentalmente de la pérdida de empleo. Carece de la inmediatez precisa al remitir a las condiciones económicas de los beneficiarios con un desfase de casi dos años (declaración del IRPF). Si la gran mayoría de los casos de necesidad se producen como consecuencia de verse privado del puesto de trabajo, la vía lógica hubiese sido potenciar el seguro de desempleo y ampliarlo todo lo necesario, así como hacerlo extensivo a aquellos colectivos que no tienen derecho a su percepción.

Parece que el IMV esté destinado exclusivamente para los casos de exclusión y pobreza que podríamos llamar estructurales, de larga duración o indefinidos, pero para este objetivo hubiese sido mucho más fácil, lógico y conveniente haber utilizado las prestaciones y ayudas ya existentes en las Autonomías, aprovechar su experiencia, haber obtenido lo mejor de cada una de ellas y elaborar una sola para el conjunto del país, y desde luego mucho más simple y adaptada al segmento de población al que va dirigida. Pero ciertamente eso podía haber creado problemas con las Comunidades Autónomas y, sin duda, era mucho pedir a un Ejecutivo que precisa de los partidos nacionalistas y regionalistas para gobernar.

republica.com 23-4-2021



SÁNCHEZ, CULPAS FUERA

PSOE Posted on Lun, mayo 17, 2021 23:40:29

Hace aproximadamente un año publiqué, en la editorial El Viejo Topo, mi último libro, “Una historia insólita, el Gobierno Frankenstein”. Tal como indica el título, mi pretensión era narrar la gestación en el tiempo de una realidad tan inaudita como la de que en la España del siglo XXI se hubiese producido un golpe de Estado en Cataluña, que los golpistas desde la cárcel o desde el exilio continuasen rigiendo esa Autonomía y, lo que era mucho más grave, que al mismo tiempo condicionasen y en cierto modo rigiesen el gobierno de España. Las situaciones que se estaban produciendo y, que sin duda se iban a producir, no podían por menos que sorprendernos a todos.

Al finalizar el libro, se desataba la epidemia y se decretaba el primer estado de alarma, que introducía variables nuevas de máxima relevancia, de modo que creí conveniente, antes de publicarlo, añadir un epílogo en el que me preguntaba, sin pretensión de hacer de profeta, cuál sería el impacto de la nueva situación en el segundo gobierno Frankenstein que acababa de constituirse. A pesar de ello, no se podía decir que Sánchez fuese un presidente recién nombrado, llevaba ya casi dos años durmiendo en el colchón de la Moncloa.

Las perspectivas no eran para él especialmente halagüeñas. No había podido ejecutar su propio presupuesto, continuaba con el de Montoro, que tanto había denostado. En 2019 el déficit se había desmandado y, en el intento de ocultarlo, sufrió la corrección y la reprimenda de Eurostat, que en seguida pilló el pufo en las cuentas públicas. Sánchez, que había llegado a la Moncloa por un solo voto de diferencia y apoyándose en un conglomerado de fuerzas difíciles de armonizar, había renunciado ya a elaborar unos presupuestos para 2020. La actividad económica entraba en un proceso de desaceleración, la evolución del empleo comenzaba a cambiar de signo, y todo indicaba que la negativa a subir los impuestos y los propios estabilizadores automáticos iban a complicar más las finanzas públicas. Por último, dar satisfacción a las fuerzas políticas que le habían hecho presidente no iba a ser nada fácil.

En esta tesitura surge la pandemia. Era, ciertamente, una coyuntura inesperada, y que colocaba al nuevo Gobierno en una difícil encrucijada y para la que desde luego no estaba preparado, pero también era posible que Sánchez, y así lo indicaba yo entonces en el epílogo, acariciase la idea de utilizar la crisis sanitaria para ocultar todos sus errores y equivocaciones y convertirla en la coartada perfecta que le permitiese acometer toda serie de desafueros e irregularidades. Podía ser la cortina que encubriese las contradicciones de un gobierno Frankenstein, y le evitase toda crítica, ya que cualquier censura se disfrazaría de deslealtad y de falta de colaboración en la solución de los graves problemas que afligían a la sociedad española.

Se ha cumplido un año y esta última estrategia parece haberse cumplido al milímetro. La única preocupación del Gobierno en la pandemia no ha sido salvar vidas, como repiten a diario, ni minimizar los enormes costes económicos que se derivan de la crisis sanitaria, sino sacar de ella la máxima rentabilidad política. En una primera etapa pensaron que colocándose al frente de la manifestación podían conseguir apreciables beneficios electorales. De ahí el primer estado de alarma y las durísimas medidas de confinamiento aprobadas, sin comparación con otros países, que hundieron la economía más que en ningún otro Estado de la Eurozona. Pero pronto comprobaron su incapacidad para solucionar los problemas que se presentaban, y que los costes políticos podían ser más elevados que los beneficios, con lo que la factoría de la Moncloa acuñó inmediatamente una palabra, la de cogobernanza”. Comenzaba un nuevo periodo que podríamos denominar de “culpas fuera”.

Casi siempre que se ha dado en el plano económico una agrupación público-privada el resultado ha sido el mismo, privatización de beneficios y socialización de pérdidas. Algo parecido representa la cogobernanza sanchista en el ámbito político: los costes los asumen las Comunidades; los triunfos, para el Gobierno. No soy precisamente un defensor del Estado de las Autonomías, pero tengo que reconocer que en líneas generales durante este tiempo las Comunidades Autónomas han estado mucho más a la altura de las circunstancias que el Ejecutivo. Cada una de ellas ha hecho lo que ha podido, incluso sin que Sánchez les concediese los medios necesarios. Es más, en algunas como en el caso de Madrid el Gobierno ha jugado claramente en contra. Se ha producido el resultado lógico, la heterogeneidad y que cada Autonomía aplicase medidas distintas, con lo que el caos ha estado servido.

Sánchez se ha colocado por encima del bien y del mal, como si el tema no fuese con él. Se ha lavado las manos en todos los asuntos que podían ser desagradables, derivando las culpas a las Comunidades Autónomas o incluso a la Unión Europea, como en el caso de las vacunas. Es más, no ha asumido ni siquiera la responsabilidad de las competencias que mantiene totalmente en exclusiva, tales como las referentes al Ministerio del Interior o a los aeropuertos.

El Gobierno es el principal responsable (excepto en el País Vasco y en Cataluña, donde las políticas de orden público están transferidas), de que se cumplan o no las medidas adoptadas, ya que las policías municipales carecen en la mayoría de los casos de medios y capacidad suficiente para conseguir este objetivo. Por ello resulta paradójico que se hayan empleado por ejemplo las fiestas ilegales en Madrid como arma con la que denostar al Gobierno de la capital, cuando la responsabilidad era del Ejecutivo central. El sectarismo ha funcionado de forma llamativa. Los controles han sido bastantes exhaustivos cuando las normas eran las establecidas con carácter obligatorio por el Gobierno o por ese Consejo territorial que Sánchez maneja a su antojo y cuyos acuerdos se han transformado de recomendaciones en preceptos. Sin embargo, las cosas cambian por completo y las fuerzas del orden desaparecen cuando se trata de controlar las medidas impuestas por las Autonomías.

Algo parecido ha ocurrido con las fronteras y con el transporte aéreo, competencia exclusiva del Gobierno central. A diferencia de otros países, España ha sido totalmente renuente a prohibir o al menos dificultar la entrada de extranjeros. Siempre ha ido con retraso. E incluso, cuando al final ha impuesto condiciones como la necesidad de presentar una PCR, no ha hecho nada para controlarlo. La falta de vigilancia es tanto más inexplicable cuanto que la verificación en los aeropuertos no presenta ninguna dificultad al poder realizarse al mismo tiempo que el pasaporte o el documento nacional de identidad. La dejación del Gobierno en esta materia ha sido tan llamativa que ha provocado incluso la crítica de uno de los apoyos del Gobierno Frankenstein, el portavoz parlamentario del PNV. El Gobierno, en su línea, ha tirado balones fuera y responsabiliza a Europa y al Acuerdo de Schengen de su negativa al cierre de fronteras, lo que no tiene ninguna verosimilitud, puesto que han sido muchos los países miembros que lo han puesto en práctica en distintas ocasiones. La misma España mantiene cerradas las fronteras con Portugal.

No es la única vez que Sánchez se escuda de manera tramposa en la UE. Lo ha hecho, por ejemplo, con las rebajas del IVA en las mascarillas y en la factura de la luz. Especial relevancia tiene el asunto de las vacunas. En él se ha plasmado perfectamente la  asimetría que ha presidido todo el plan sanchista: apropiarse de los éxitos y adjudicar a los demás los fracasos. En un acto impúdico de propaganda, el Gobierno etiquetó los primeros paquetes de vacunas que llegaban con enormes carteles en los que aparecía en letras grandes, Gobierno de España; intentó apuntarse el tanto, pero tan pronto vislumbró el notable fracaso que iba a representar el suministro se escudó tras la UE.

Ciertamente, la UE se ha cubierto de gloria en un tema tan sensible. Incluso los que hace mucho tiempo hemos abandonado esa postura bobalicona de admiración hacia ella, y somos conscientes de las enormes contradicciones y lacras de las que está afectada, no podíamos sospechar que el fracaso en este caso fuese tan enorme. Era difícil de prever que una organización con tal poder económico y político fuese incapaz de resolver adecuadamente un asunto, por una parte, de tanta importancia, pero al mismo tiempo relativamente sencillo de gestionar, como han demostrado algunos países cuyo potencial es infinitamente menor que el de la UE.

El retraso en el aprovisionamiento de las vacunas es de una extrema gravedad, y su coste va a ser muy elevado, no solo desde el punto de vista sanitario, sino también económico. Es absurdo que se haya perdido tanto tiempo y esfuerzo en aprobar unos fondos económicos (por otro lado, todavía en el alero) para intentar recomponer la situación económica y a la vez no se haya puesto la diligencia adecuada en evitar la demora en la vacunación, en buena medida responsable del deterioro económico que se va a producir. Sánchez, como viene siendo habitual, se ha desentendido del problema refugiándose en la UE, como si esta organización fuese independiente de los gobiernos y España no fuese el cuarto país más importante de ella.

Durante los meses en los que el abastecimiento de vacunas ha sido un total desastre, Sánchez ha estado totalmente ausente, pero logró desviar la atención mediática del problema principal, la carencia de material, hacia un hecho de mucha menor relevancia, sobre si una u otra Comunidad vacunaban a mayor o menor velocidad. El absentismo de Sánchez se ha traducido también en la ausencia de un verdadero plan de vacunación. Aparte de que frecuentemente ha sufrido modificaciones, se ha elaborado en unos términos tan generalistas que, junto a un suministro del material irregular y caótico, ha conducido a que los colectivos y el orden de los vacunados estén siendo dispares en cada una de las Autonomías.

Sin embargo, en cuanto las vacunas han comenzado a llegar de una manera más regular y en mayor número, a Sánchez le ha faltado tiempo para salir a la palestra en tono triunfalista como si fuese el mecenas que las proporcionaba, para anunciar la vacunación masiva en los próximos meses, con un calendario inventado y sin dar prueba alguna de que se vaya a cumplir. Se fija el famoso 70% para finales del mes de agosto, con lo que se da por perdido el verano, y que en realidad significa una corrección de las promesas anteriores que lo fijaban para finales del mes de junio. Pero Sánchez confía en la falta de memoria de los ciudadanos, con lo que ha convertido su comparecencia en un acto de propaganda orientado a la campaña electoral de Madrid, en la que él es el auténtico candidato, puesto que Gabilondo es tan solo una marioneta como lo fue Illa en el Ministerio de Sanidad y en las elecciones catalanas.

El lavado de manos de Sánchez durante la pandemia ha tenido, en el fondo, un carácter aparente, librarse de todo coste político, porque en realidad ha mantenido casi todo el tiempo el estado de alarma que le permitía, por una parte, situarse al margen, echando toda la responsabilidad sobre las Autonomías, pero, por otra, actuar despóticamente e imponer sus decisiones cuando lo creía conveniente y de acuerdo con sus intereses políticos. El asunto está siendo especialmente llamativo con la Comunidad de Madrid. Sánchez usa la pandemia como arma en su particular guerra con Ayuso, aunque las víctimas sean los madrileños. Resulta sorprendente escuchar a un presidente de gobierno en pleno estado de alarma, y por lo tanto con poderes absolutos, afirmar que Madrid es un desmadre donde se hace circular el virus.

republica.com 16-4-2021



EONOMÍA RECOMENDADA

HACIENDA PÚBLICA Posted on Jue, abril 15, 2021 22:57:48

Recuerdo que, en tiempos de la dictadura, un viejo profesor de Economía se preguntaba qué tipo de economía era la franquista. Y se respondía a sí mismo: “¿Socialista?, no, desde luego; ¿liberal?, tampoco puesto que la intervención estatal es muy elevada”. Es una economía, decía, recomendada. Las decisiones económicas se encontraban en buena medida motivadas por los intereses privados, según la capacidad que tuviesen para influir en el régimen.

El sector público empresarial entonces alcanzaba un tamaño muy considerable. En él se incardinaban casi todas las grandes empresas del país, desde CAMPSA a Iberia, pasando por Tabacalera o Telefónica, y otras muchas más; la mayoría de ellas con pingües beneficios, que iban a repercutir en ingresos saneados a la Hacienda Pública. Pero, al mismo tiempo y a su lado, al INI iban a parar bastantes de las empresas privadas que ya no eran rentables. De tal forma que el sector público empresarial se acabó convirtiendo en el estercolero del sector privado.

La historia enseña a no repetir los errores. Ahora que está tan de moda eso de la memoria histórica, tendría gracia que aquellos que se empeñan en resucitar el franquismo como instrumento para denostar a sus adversarios políticos sean propensos a repetir las mismas equivocaciones de la dictadura, controlando, por ejemplo, los alquileres o estableciendo una economía recomendada.

Hace algunos meses arreciaba la polémica sobre los presupuestos y el Gobierno magnificaba su relevancia con el objetivo de coaccionar a las otras fuerzas políticas; presentaba la negativa a aprobarlos como un acto antipatriótico y una ofensa a todos los españoles. Ya entonces mostré en algún artículo mi escepticismo acerca de la trascendencia del papel económico que pretendía dárseles, y afirmaba que su importancia para el Gobierno radicaba más bien en la mera apariencia política.

Las partidas importantes del gasto público caminan por derroteros distintos a los presupuestarios, con muchos menos controles, casi sin transparencia, disfrazadas de avales, créditos o participaciones en empresas, y a través de entidades interpuestas. Solo muchos años después terminan luciendo en las cuentas públicas. Recientemente, Eurostat acaba de ordenar que los 38.000 millones de euros -importe de la participación que el Estado mantiene en la SAREB, cementerio de las inversiones inmobiliarias de las entidades financieras de la pasada crisis (hace más de diez años)- se contabilicen como deuda pública, elevando así su montante.

Es por eso, porque antes o después impactarán en el erario público y, por lo tanto, en los bolsillos de todos los contribuyentes, por lo que resulta tan relevante, mucho más que los presupuestos, el hecho de que las decisiones sobre los llamados fondos de recuperación se adopten y se aprueben con todas las garantías políticas. No parece que sea ese el camino que vaya a seguir el Gobierno. El dinero aún no ha venido de Europa e incluso los fondos están sin aprobar todavía. La última actuación del Tribunal Constitucional alemán introduce importantes interrogantes, al menos retrasos. Sin embargo, el Gobierno ha comenzado ya a gastar y a conceder ayudas de Estado a través de la Sociedad Estatal de Participaciones Industriales (SEPI).

El primer caso, el de los 53 millones canalizados hacia la compañía aérea Plus Ultra, está constituyendo ya un ostensible escándalo, pues parece que no se cumple ninguna de las condiciones establecidas para recibir la aportación. No es una empresa estratégica, está muy lejos de ser viable, no está acreditado que sea española y sus principales accionistas emparentados con la cúpula de la dictadura venezolana dan lugar a todo tipo de sospechas acerca de la objetividad en la concesión.

Después de todo el proceso de privatizaciones, la SEPI ha quedado casi vacía de contenido y se muestra incapaz, por tanto, por sí misma de cotejar el cumplimiento de los requisitos por parte de las empresas participantes. Por cierto, la SEPI es una entidad que ha estado descabezada más de cinco meses porque la ministra doctora en medicina y verborrea estaba esperando a ver si su amigo de Sevilla podía retornar al puesto, tras dimitir por estar imputado. Al final no ha tenido más remedio que nombrar a otra persona, por supuesto del mismo clan sevillano.

En el caso de Plus Ultra, la SEPI ha recurrido a tres informes que etiqueta de independientes. El primero de la auditora Deloitte que, tras el penoso papel que las auditorías privadas jugaron en la crisis bancaria pasada, da poca tranquilidad. El segundo, el de una compañía casi desconocida que se define como consultora y a la vez banco de inversiones, regida por un antiguo cargo socialista, León Benelbas, y buen ejemplo de puertas giratorias, que no ofrece mucha garantía ni de competencia ni objetividad. Y, por último, el de la Agencia de Seguridad Aérea (AESA), dependiente del Ministerio de Transporte, cuyo titular es Ábalos, famoso entre otras razones por pasearse por el aeropuerto de Barajas del brazo con la segunda de Maduro y ayudarla a transportar no se sabe cuántas maletas. Con tales informes, el consejo rector de la SEPI dio el visto bueno y elevó la propuesta al Consejo de Ministros, que ha concedido la ayuda de 53 millones de euros, aunque nunca sabremos si la decisión ha sido debida a los informes o más bien los informes han sido elaborados a la carta, en función de una decisión previamente adoptada.

El escándalo de Plus Ultra pone en cuestión todo el fondo de ayudas a las empresas canalizado por la SEPI y establece al mismo tiempo múltiples interrogantes. Quizás la primera pregunta sea cómo encaja en la misma corporación la doble condición de nacional y estratégica. Creíamos que después de privatizar a las grandes empresas del país ya no quedaban empresas nacionales que se puedan llamar estratégicas. ¿Cómo calificar de nacional a una empresa privada? ¿Acaso es suficiente que los accionistas tengan la nacionalidad española? En presencia de la libre circulación de capitales, los accionistas cambian y no hay nada que garantice que la participación del dominio en las empresas permanezca. La línea divisoria a menudo es muy tenue y difícil de reconocer, como se observa, por ejemplo, en el caso de Plus Ultra en el que los defensores de la concesión fundamentan el cumplimiento en el hecho de que la esposa de unos de los dueños venezolanos tiene la nacionalidad española.

Nos venían diciendo que ya no existían empresas nacionales, que todas eran europeas. Bien es verdad que lo mismo nos dijeron sobre los bancos y es claro que a la hora de la verdad cada país continúa asumiendo las pérdidas de sus entidades financieras. La Unión Europea, aplicando uno de sus principales dogmas, la libre competencia, prohíbe toda ayuda de Estado, precepto cuyo cumplimiento ha exigido con todo rigor a lo largo del tiempo. Pero en Europa todo es relativo y sometido a los intereses de los grandes países, especialmente de Alemania. El país germánico, nada más comenzar la pandemia, sin esperar ninguna autorización de la Comisión, se lanzó en apoyo de sus grandes empresas. Europa se ha visto en la obligación de autorizar lo que antes prohibía.

La cuestión es que no hay muchas sociedades españolas que puedan considerarse estratégicas. ¿Podemos mantener que para nuestro país las compañías aéreas Plus Ultra o Wamos tienen tal carácter, después de haber privatizado Iberia? ¿Podemos asegurar que los nichos de mercado que ahora ocupan esas dos entidades no serían ocupados de inmediato por otras compañías? Resulta difícil no sospechar que en España muchas de estas ayudas van a ir encaminadas a empresas en situación crítica, en muchos casos con dificultades económicas anteriores a la pandemia, a la que se va a utilizar como pantalla para salvar entidades poco viables, pero con intereses políticos o partidistas por medio, que en otras circunstancias Bruselas nunca hubiese permitido reflotar.

Y con esto nos adentramos en los criterios de insolvencia y viabilidad. Plus Ultra nunca ha dado beneficios y su patrimonio neto ha sido casi permanentemente negativo. Incluso en el año 2017 estaba en situación de concurso de acreedores, de la que según parece se libró mediante un préstamo participativo de origen muy dudoso concedido por Panacorp, un banco panameño rodeado del oscurantismo propio de un paraíso fiscal. Lo cierto es que todo el patrimonio de Plus Ultra se reduce a un avión en propiedad, ya que el resto los tiene en alquiler.

El problema de solvencia transciende el caso de Plus Ultra para cuestionar gran parte de las ayudas que la SEPI vaya a conceder. Existe el peligro de intentar mantener empresas zombis que, sin viabilidad, antes o después, se vean obligadas a cerrar y que sea imposible que el Estado recupere su participación o su préstamo. Pensemos por ejemplo en Duro Felguera. Podemos retornar de nuevo a una economía recomendada, en la que el sector público empresarial se transforme otra vez en un cementerio de muertos vivientes. Parece bastante incontestable que el sanchismo está utilizando la pandemia como pretexto y excusa con los que justificar lo que en otras circunstancias nunca hubiera podido realizar. Pero presiento que determinadas empresas también van a utilizar la crisis sanitaria para ocultar una situación económica estructuralmente crítica y su falta de viabilidad con el Covid y sin el Covid.

Vengo manteniendo que la socialdemocracia se suicidó hace tiempo, pero hay que afirmar que el neoliberalismo también se está transmutando. Continúa, sí, arremetiendo contra los impuestos y la presión fiscal. Reniega de la función redistributiva del Estado y de los gastos sociales, pero al mismo tiempo reclama enérgicamente su intervención en la economía para que subvencione a las empresas, y estas, igual que garrapatas, se agarran a él como tabla de salvación. Ha desaparecido ese discurso que representaba la piedra angular de la teoría del liberalismo, el de la mano invisible, el de la autonomía del mercado y su capacidad para autorregularse. ¿Qué subsiste de la afirmación de que las crisis tenían un efecto beneficioso porque servían de depurativo, capaz de purgar y limpiar la actividad económica?

El liberalismo, en una especie de darwinismo económico, ha defendido siempre que el mercado y la competencia expulsarían a las empresas no rentables y consolidarían a las viables. De ahí que la Unión Europea, construida claramente bajo principios liberales, prohibiera toda ayuda de Estado. ¿Dónde queda ahora todo ello? El liberalismo ha renunciado a parte de su credo. Ha pasado de rechazar al Estado a convertirse en su principal cliente.

Parece lógico que aquellos comercios y negocios que se hayan visto obligados a cerrar por una decisión administrativa reciban una compensación pública. Pero no parece igual de razonable que tenga que ser el Estado el que salga en ayuda de empresas dependientes de holdings o de fondos de inversión o en manos de importantes accionistas, cuando sus propios dueños no están dispuestos a capitalizarlas. ¿Si estos no apuestan por su viabilidad, debe hacerlo el Estado para cargar con los desechos del sector privado? Por otra parte, cuando la elección se hace por procedimientos poco transparentes siempre queda la duda de qué hay detrás, qué intereses están ocultos, cuánto de economía recomendada.

republica.com 9-4-2021



LA HÉGIRA DE CIUDADANOS

PARTIDOS POLÍTICOS Posted on Jue, abril 08, 2021 10:52:48

Creo que difícilmente se puede entender la crisis de Ciudadanos sin considerar sus orígenes, Cataluña. La mayoría de los análisis yerran cuando intentan explicar su debacle en términos de izquierdas y derechas y de partido bisagra. En primer lugar, Ciudadanos no es un partido ni lo ha sido nunca. En segundo lugar, me temo que en el actual escenario político lo de izquierdas y derechas desde hace muchos años no corresponde a la Realidad sino a la Representación.

En España somos dados a la Representación, un pueblo con vis dramática, y por eso en el juego político lo de izquierdas y derechas está continuamente presente para beneficio de unos y de otros. Palabras en desuso en otras latitudes, como lo de comunistas y fascistas, están al cabo de la calle, hasta el punto de que para algunos todos los españoles somos fascistas y, según otros, todos seríamos comunistas. A nivel global, la cuadratura del círculo, todos a la vez comunistas y fascistas; en lo individual, la esquizofrenia.

Quizás haya que salir fuera de la piel de toro para ser conscientes de la Realidad. Llámense como quieran llamarse los partidos, el fascismo y el comunismo desaparecieron hace ya muchos años, incluso la socialdemocracia. Las denominaciones son libres, pero eso no significa que correspondan a los hechos. La socialdemocracia se suicidó desde el instante en el que asumió la globalización y la libre circulación de capitales, y no digamos en aquellos países que se integraron en la Unión Monetaria.

Hoy, dentro de la Eurozona, solo existen liberales y conservadores; partidos más o menos liberales, más o menos conservadores, y todos con bastante dosis de populismo. La memoria nos flaquea y por eso aceptamos por socialdemocracia cualquier cosa. Sería conveniente que volviésemos la vista atrás y comprobásemos cuáles eran el programa y las realizaciones de los partidos socialdemócratas en los años sesenta y principios de los setenta en Europa. Nada que ver con la realidad actual.

Quiérase o no, las diferencias en política económica son mínimas. También en España. Fue Zapatero quien protagonizó los mayores recortes, y me temo que tendrá que ser Sánchez, si continúa en el gobierno, quien tendrá que adentrarse en los próximos años por la misma senda. ¿Acaso no fue el Gobierno de Zapatero el que suprimió el impuesto de patrimonio y al que criticaban y censuraban los miles y miles de indignados el 11-M en la Puerta el Sol? En los temas importantes mandan Europa y el Capital.

La imposibilidad de diferenciarse ideológicamente en la Realidad se traduce en sentimientos identitarios en la Representación, adhesiones a un partido o a un territorio. Se crea un instinto de secta, de tribu. El partido se transforma en el baluarte a defender por todos los medios, lícitos e ilícitos. Se le disculpa todo. De ahí que esté permitido afirmar hoy lo que ayer se negaba. Los principios importan poco, las ideas menos. Pertenecen a la Realidad y aquí nos movemos en la Representación. La fidelidad debe ser con el partido, con las siglas, no con las ideas, por eso toda discrepancia se considera una traición y se califica de tránsfugas a los que se pasan de un bando a otro, aunque sea para ser coherentes con los principios.

La lealtad a un partido se confunde con la obediencia incondicional al líder. Quien se hace con el liderazgo -y he ahí la peligrosidad de las primarias- se hace dueño del partido, sin cortapisas y sin condicionantes de órganos intermedios. En compensación, los afiliados adquieren seguridad, se sienten importantes al pertenecer a una organización importante, ganan en comodidad porque no precisan pensar, ni reflexionar demasiado, el dogma se lo dan hecho. Solo se les exige que repitan las consignas.

La pulsión identitaria no queda restringida a los partidos, se materializa incluso con más fuerza en el ámbito territorial. El nacionalismo se constituye en iglesia, exige también una adhesión total e incondicional, en la que el juego amigo-enemigo de Carl Schmitt tiene plena aplicación. Quien no está conmigo está contra mí. Hay dos varas de medir. A los míos todo les está permitido, todo es lícito frente a los enemigos.

Es en este contexto, y acudiendo a sus orígenes es como se pueden entender los actuales problemas de Ciudadanos. Ciudadanos no nace como partido, sino como plataforma cívica en Cataluña, con el objetivo de oponerse a la dictadura del nacionalismo exclusivo e identitario, que se había hecho más presente, si cabe, con la elaboración y aprobación del nuevo estatuto inconstitucional. Si Ciudadanos se convierte en partido es tan solo para presentarse a las elecciones, ante la pasividad y en algunos casos complicidad de las otras formaciones políticas, PSC, Iniciativa per Catalunya e incluso el Partido popular, que casi se había desarmado en Cataluña a partir de los acuerdos del Majestic.

El nuevo partido concurrió ya a los comicios de 2006, obteniendo ya representación en el parlamento autonómico (tres diputados). No cabe duda del papel inestimable que durante bastantes años ha desarrollado Ciudadanos en Cataluña, constituido en el único baluarte frente al independentismo, y logrando su máximo triunfo en las elecciones de diciembre de 2017, en las que fue la formación más votada con Arrimadas como número uno.

Más discutible ha sido su expansión por el resto de España, donde surgió como aluvión recogiendo restos muy heterogéneos de otros partidos. No se puede decir que haya tenido nunca un programa político en sentido estricto. Se presentaba con una idea fuerza: la igualdad entre todos los ciudadanos españoles, viviesen donde viviesen, oponiéndose a cualquier discriminación por razón del territorio. En el marco político se situaba por tanto en contra de todo nacionalismo supremacista y de toda fuerza política o social que promoviese la desintegración del Estado.

En realidad, dada la coyuntura española, no era poco defender ese estandarte. El error de Rivera fue pretender ir más allá y construir artificialmente un programa. Por una parte, encargando la parte económica a profesores recién llegados a Ciudadanos y con planteamientos económicos incluso más liberales que los del PP, que, paradójicamente, después fueron los defensores de coadyuvarse con el sanchismo; y, por otra parte, adoptando posturas inquisitoriales frente a la corrupción, en muchos casos supuesta, o proponiendo para evitarla medidas muy superficiales e incluso contraproducentes como las primarias.

Si Rivera pudo pactar con Sánchez en aquel famoso vodevil de 2016, que no conducía a ninguna parte, es porque este no había mostrado aún sus verdaderas intenciones, si bien es verdad que el líder de Ciudadanos podía haberlas intuido. Sin embargo, sí hubo un hecho que marcó un antes y después, la moción de censura en la que Sánchez para ganarla, y no solo para convocar elecciones, se apoyó en todos aquellos partidos situados en las antípodas de Ciudadanos, y que contradecían la propia esencia de lo que representaba y por lo que había nacido esta formación política: nacionalistas catalanes (ya golpistas), nacionalistas vascos (incluso los herederos de ETA) y todos aquellos que defendían el derecho de autodeterminación.

Es evidente que a partir de este hecho Ciudadanos no podía pactar con el sanchismo sin traicionar su propia esencia y su reducida historia. Hay quienes afirman que la equivocación más grave de Rivera se produjo en 2019 cuando con 57 diputados no quiso apoyar a Sánchez, y atribuyen a esa decisión la causa de la debacle electoral que tuvo su formación en noviembre de ese mismo año. Pienso que no es cierto. Sánchez no estaba dispuesto a cambiar de rumbo y, además, pocos serían en las filas de los votantes de Ciudadanos los que habrían deseado una alianza con el PSOE. La prueba más clara radica en que del ingente número de votos que huyeron de la formación naranja en los comicios siguientes solo muy pocos se dirigieron al PSOE o a Podemos, puesto que estas dos formaciones perdieron en conjunto un millón de votos (10 escaños). Lo más previsible es que se orientasen al PP, buscando el voto útil, con la finalidad de echar a Sánchez de la Moncloa.

Desde aquí es fácil entender la hecatombe que se ha desatado en Ciudadanos con el giro radical dado por la actual dirección. No se trata de izquierdas o derechas, de socialdemocracia o liberalismo, ni de partido bisagra, sino que el sanchismo y el Gobierno Frankenstein constituyen la antítesis de todo aquello cuya defensa originó la creación de Ciudadanos. El sanchismo no es que se oponga a una parte del programa de Ciudadanos, es que ataca su propia razón de ser y el motivo de su nacimiento.

Por más que Arrimadas y Edmundo Bal se esforzaran por afirmar que lo hacían por el bien de los españoles, muchos cargos y militantes de Ciudadanos no pudieron por menos que contemplar con suspicacia y preocupación los coqueteos de su formación política con el sanchismo, tanto durante el estado de alarma como en la aprobación de los presupuestos y, más aún, teniendo en cuenta que Pedro Sánchez les tomó el pelo en ambas ocasiones. Pero lógicamente la estampida se ha producido al descubrirse el acuerdo más o menos secreto entre ambas direcciones para presentar mociones de censura en connivencia con Podemos en algunas comunidades y ayuntamientos.

Como ya se ha dicho, Ciudadanos no es un partido al uso. El sentimiento identitario, y por lo tanto la cohesión, es inferior al de otras formaciones políticas, y sus cuadros y afiliados no presentan una adhesión tan incondicional. Es más, para muchos de ellos la razón de ser de su pertenencia reside precisamente en su rechazo a todo ímpetu identitario, especialmente el del soberanismo.

El sanchismo, por el contrario, se encuentra al otro lado. Se asienta, debe el gobierno y está condicionado por el nacionalismo (incluso los golpistas) y los regionalistas identitarios de todo tipo. Ademas, el PSOE de Sánchez se ha configurado no alrededor de ideas, sino mediante un sectarismo corporativo, en el que no caben las divisiones ni las opiniones discrepantes. Es absurdo pensar que, en los momentos actuales, el partido de Murcia, de Castilla y León o de Madrid, incluso el de Castilla-La Mancha o el de Extremadura, son algo distinto o pueden defender algo diferente de los que les marca  Moncloa. A lo más que se llega es a establecer el juego de policía bueno y policía malo, que como se sabe siempre es un juego mentiroso y falsario, creado únicamente para engañar al personal. El sanchismo es monolítico, no hay versos sueltos a pesar de lo que pregone Ángel Gabilondo.

Quizás la mejor forma de explicar el sentimiento de muchos de los militantes de Ciudadanos, la postura de los discrepantes y las bajas que se han producido, es considerar las manifestaciones de la senadora navarra Ruth Goñi, que concurrió a las elecciones por Navarra Suma, coalición de UPN, Ciudadanos y PP. Según sus palabras, el abrazo al sanchismo contradice la esencia misma de Ciudadanos. Ha citado la política que está siguiendo el PSOE de Pedro Sánchez en Navarra. Lo opuesto a lo que defendió ella en las elecciones. Es la dirección de Ciudadanos la que ha girado y a la que habría que llamar tránsfuga. «No puedo entregar mi acta de senadora, añade, porque el escaño serviría desde ya para apuntalar a Sánchez. No nos presentamos a las elecciones bajo esa promesa».

Nunca he entendido muy bien eso del transfuguismo. No tiene fundamento legal. Me ha parecido casi siempre una artimaña de los aparatos de los partidos para mantener prietas las filas y defenderse de la contestación interna. En muchos casos, los verdaderos tránsfugas son las cúpulas de las formaciones políticas que traicionan las ideas. Es profundamente paradójico escuchar a Margarita Robles hablando de tránsfugas. ¿Acaso no recuerda que ella fue uno de los quince parlamentarios del PSOE que rompió la disciplina de su grupo, votando en contra de la investidura de Rajoy? Y resulta también extravagante oírla ahora ensalzar la coherencia, cuando según parece fue la muñidora de la moción de censura en connivencia con alguno de sus contactos en la judicatura. ¿Ha habido algún transfuguismo mayor que el del secretario general del PSOE llegando al gobierno con el apoyo de los golpistas y de los herederos de ETA? ¿Y qué decir de esa perla de coherencia de la vicepresidenta Calvo cuando diferenció las afirmaciones de Sánchez según fuese o no presidente del gobierno?

Desde la Transición, las migraciones  de militantes y cuadros del partido comunista y de IU al PSOE han sido permanentes. Quizás lo más llamativo consistió en la incorporación de Nueva Izquierda, acontecimiento bastante obsceno, no por el hecho del cambio de formación política, sino por actuar durante meses en IU de caballo de Troya del PSOE.

republica.com 2-4-2021



LAS AGENCIAS ESTATALES Y LA CORRUPCIÓN

CORRUPCIÓN, HACIENDA PÚBLICA Posted on Dom, marzo 28, 2021 22:14:15

El pasado día cuatro dedicaba mi artículo semanal a hablar sobre la corrupción, distinguiendo lo que designaba como ex ante y ex post, y mostraba mi preocupación por el hecho de que los políticos habían convertido los casos de corrupción -en ocasiones ciertos, en otros, supuestos- en armas políticas. En realidad, da la sensación de que la corrupción en sí misma importa poco, por eso ningún partido se preocupa de potenciar y defender normas, medidas o procedimientos para evitarla; cuando no actúan de forma contraria, promoviendo cambios en la legislación para librar a la gestión pública de todo lo que consideran ataduras.

Durante las semanas pasadas se han producido algunos hechos que confirman estas reflexiones. Ciudadanos y el sanchismo se coaligaron en Murcia para llevar a cabo una moción de censura al Gobierno de coalición de PP y Ciudadanos. Y ahí comienza lo extraño, un partido instando una moción de censura a su propio gobierno. Pero la extrañeza se convierte en prevención cuando el único motivo que se aduce es la corrupción, corrupción que no se encuentra en ninguna causa judicial, ni siquiera como imputación, y solo existe en la imaginación o en la sospecha de quienes han  presentado la moción. No digo que no pueda haber motivos para la moción de censura. Desconozco por completo lo que ocurre en Murcia, pero lo que no parece de recibo es utilizar exclusivamente como argumento la supuesta corrupción, cuando el único que aparece como imputado es precisamente el líder del socialismo murciano, artífice de la propia moción.

¿Y qué decir de la elección de Laura Borrás como presidenta del Parlament, imputada por el Tribunal Supremo y no precisamente a causa del procés? Ya sabemos que para el soberanismo no existe ninguna acción que pueda considerarse delictiva si tiene como finalidad la independencia; aunque, en realidad, pocas acciones más corruptas que un golpe de Estado e intentar robar la soberanía a un pueblo. Pero es que la señora Borrás no está imputada por nada que tenga que ver, al menos aparentemente, con la independencia. Se la acusa de falsedad documental, fraude, prevaricación y malversación de caudales públicos en la adjudicación de manera ilícita de los contratos de programación informática de la Institució de les lletres catalanes, de la que era directora. Hay que suponer que el señor Rufián y demás compinches no se atreverán a hablar más de corrupción en el Congreso después de haber elegido presidenta del Parlament a una imputada.

Lo más grave es que a pesar de que todos los partidos están prestos a arrojarse a la cara mutuamente los casos de corrupción muy pocos son, por no decir ninguno, los que están inclinados a establecer las condiciones y las normas para que estos no se den, e incluso en muchos casos trabajan afanosamente en levantar los mecanismos de control establecidos, con lo que la comisión de la corrupción se hace más fácil.

Hay que traer aquí a colación a Montesquieu y su aserto acerca de que no hay que confiar en que los políticos sean buenos; si lo son, mejor que mejor; pero hay que establecer leyes que impidan que puedan salirse de lo correcto, aun cuando estén dispuestos a hacerlo. Algo parecido habría que afirmar de la corrupción. Se precisa crear normas y procedimientos de modo que, aunque haya políticos que se sientan tentados al fraude, a la corrupción, o a la arbitrariedad, les resulte imposible practicarlos porque los mecanismos de control se lo impiden.

Lo cierto es que los partidos políticos, a pesar de hablar mucho de la corrupción, no sienten la menor preocupación que les lleve a poner los medios para evitarla. Es más, a menudo la apuesta es la contraria y las actuaciones de los gobiernos se orientan en la dirección inversa, y con la excusa de la agilidad y de la eficacia en la gestión pretenden desentenderse de lo que consideran ataduras, pero que en realidad constituyen los requisitos legales necesarios para garantizar que no hay desviaciones de fondos públicos o que al menos que se minimiza su posibilidad.

En varias ocasiones me he referido al Real Decreto-ley 36/2020, para la ejecución del plan de recuperación, como un ejemplo de huida del derecho administrativo. Se han producido muchas críticas ante la falta de control político que va a darse en la gestión de los fondos europeos, pero se ha puesto mucho menos énfasis en el desarme de los controles administrativos, ya que se van a emplear todos los instrumentos posibles para canalizar los recursos al margen de los procedimientos y garantías precisos para una gestión objetiva y honesta.

Pero el Gobierno no se ha limitado a perseguir este desarme en la gestión de fondos europeos, sino que, en buena medida, pretende generalizar el mismo escenario para el resto de la actuación administrativa, por eso se ha introducido en la ley de presupuestos toda una serie de cambios normativos que afectan a leyes tan importantes como la ley general presupuestaria o la ley de régimen jurídico del sector público. Mediante disposiciones adicionales o finales se modifican aspectos importantes de la Administración, tales como la recuperación de la figura de las agencias estatales o la potenciación de que determinadas entidades adopten la condición  de medios propios.

Las agencias estatales constituyen el último escalón en ese proceso de centrifugación tendente a separar porciones de la Administración del Estado para dotarlas de autonomía y librarlas de los controles y garantías ineludibles en el manejo de los fondos públicos. La historia comienza en 1991 con la creación por Borrell de la Agencia Estatal de Administración Tributaria. A mi entender, un grave error, porque no añadía ninguna operatividad a lo que venía siendo la estructura del Ministerio de Hacienda, más bien la complicaba funcionalmente, pero hay que reconocer que se constituía como un caso único y, dado el sometimiento de esta institución al derecho financiero público y la preeminencia en ella de los cuerpos de funcionarios, inspectores financieros y tributarios, inspectores de aduanas y técnicos de hacienda, al menos se minimizaban los efectos negativos que pueden suscitarse en otros ámbitos, especialmente cuando esta figura se generaliza.

La generalización surgió con Jordi Sevilla, el de las grandes ideas, el del tipo único en el impuesto sobre la renta, el que iba a enseñar economía en dos días a Zapatero. Eso sí, parece que con poco éxito. La Ley 28/2006 crea las agencias estales, cuya primera plasmación fue la Agencia de Evaluación de Políticas Públicas y Calidad de los Servicios, creada en 2007, y disuelta sin pena ni gloria en 2017. Después fueron varios organismos los que se convirtieron en agencias sin saberse muy bien el motivo, como no fuese librarlos de los obligados controles. Curiosamente, fue un gobierno del denostado Rajoy el que en la ley 40/2015 eliminó legalmente esta figura administrativa, aunque se dio un plazo de varios años para que las agencias existentes se transformasen de nuevo en organismos autónomos. El hecho es que aún hoy perviven sin que se haya llegado a producir el cambio.

Ahora, el Gobierno de Pedro Sánchez retoma de nuevo la figura de las agencias estatales. En una disposición final de la ley de presupuestos se establece su nuevo régimen jurídico, caracterizado por la desregulación y lo que denominan autonomía que, en definitiva, consiste en concederles patente de corso en su gestión para que actúen con total libertad, y casi sin someterse a ningún control ni norma. La gravedad de la cuestión, frente a las que pueden presentarse en otras entidades públicas como las fundaciones, los entes públicos, los consorcios, etc., es que las agencias gozan de potestad administrativa, forman parte de la función pública y participan de sus poderes y prerrogativas.

Se establece dentro de cada una de ellas un consejo rector del que no se facilita su composición, pero que se supone formado por políticos, sin indicar mayor capacitación y al que se dejan las manos libres para actuar con casi total discrecionalidad, discrecionalidad que puede convertirse en arbitrariedad. Se elude el sistema de oposiciones, al conceder a las agencias la potestad de contratar a su propio personal; que si bien se indica que se seleccionará en convocatorias públicas, según los principios de igualdad, mérito y capacidad, van a ser los propios órganos de la agencia los encargados de la selección y además se insinúa la participación de órganos especializados en la selección de personal, lo que parece hacer referencia a empresas ajenas a la Administración, con procedimientos y métodos propios del sector privado, más propensos a la discrecionalidad cuando no a la arbitrariedad.

Algo parecido cabe decir de los cargos de dirección, que serán nombrados por el consejo rector con la única condición de ser titulados superiores. Aunque cuando se añade que serán “preferentemente funcionarios” se deja abierta la puerta a la excepción y ya se sabe que a menudo la excepción se transforma en pauta. Incluso se prevé que se puedan cubrir puestos directivos de máxima responsabilidad en régimen laboral con contratos de alta dirección, figura claramente importada del sector privado y que tiene un sistema retributivo de tipo contractual y, por lo tanto, sin sujeción a ninguna norma.

Podríamos decir que su presupuesto está constituido por un solo crédito y ampliable, porque únicamente la cantidad global y las partidas de gastos de personal y subvenciones nominativas tienen un carácter limitativo, y su modificación se reserva al ministro de Hacienda. El director de la agencia tiene potestad para variar todas las otras partidas presupuestarias, incluso incrementar la cuantía total cuando se financie con recursos adicionales y extraordinarios de la propia agencia. Se prevé así mismo que las agencias puedan crear o participar en sociedades mercantiles o en fundaciones, generándose por tanto una pirámide en la descentralización y el desgobierno.

El control de la Intervención General de la Administración del Estado se reduce al financiero y a la auditoría pública, pero se elimina la función interventora o fiscalización previa, bestia negra de todos los que reclaman autonomía y una gestión libre, aunque está demostrado hasta la saciedad que ese control previo resulta imprescindible para evitar la corrupción y la arbitrariedad en el manejo de los recursos públicos.

Quizás para ser conscientes de la importancia que van a tener todas estas modificaciones legislativas y la recuperación de las agencias estatales convenga traer a colación los ERE de Andalucía, no con el ánimo de utilizarlos como piedra arrojadiza, sino de constatar a dónde puede llevar la mutación de partes de la Administración a entes a los que se libra de normas y procedimientos, y se les priva de controles.

republica 26-3-2021



REALIDAD Y REPRESENTACIÓN EN LA ECONOMÍA ESPAÑOLA

Uncategorised Posted on Dom, marzo 28, 2021 22:01:40

Desde los tiempos de Platón han sido mucho los pensadores que han mantenido una visión dualista del ente. De una u otra manera, han distinguido entre un mundo ideal, de la representación, y otro de lo contingente, de los hechos, de la realidad; aunque una gran parte de ellos, comenzando por el propio Platón, han considerado que el verdaderamente real es el de la representación.

Casi todos los políticos, especialmente cuando están en el gobierno, caen en ese dualismo. Frente al mundo real, construyen otro ficticio, ilusorio, basado en la publicidad y en la propaganda. Pero pocos como Pedro Sánchez han empleado con tanta intensidad esta táctica. Su objetivo número uno es crear un relato imaginario, fabulado, con el que ocultar la realidad que él mismo va construyendo, pero que apesta en el aspecto político, y que en el económico presenta todo tipo de agujeros, lacras y paredes tambaleantes. Necesita, por lo tanto, pintar un escenario diferente, una meta realidad que pueda hacer pasar por la verdadera.

Pedro Sánchez huye de las malas noticias. Solo aparece para dar buenas nuevas o lo que él considera tales o que puede hacer creer a la gente que lo son. Cuenta a su favor con la sociedad de los tuits y de los titulares en la que nada se profundiza y todo puede distorsionarse. No esperemos, por tanto, que él y sus ministros hablen claro del estado de la economía, más bien intentarán ocultar la realidad y pintar un escenario rosa, halagüeño, casi idílico, muy distinto de los hechos y de los datos. Por ello, para conocer la verdadera situación es preciso transcender la representación, desprenderse del escenario y centrarse exclusivamente en las cifras. Estas son mostrencas y difíciles de ocultar, por mucho empeño que se ponga en distorsionarlas.

Me temo que este artículo va a ser aburrido, tedioso, lleno de porcentajes y de números, pero es la única manera de perforar la cubierta de ilusión con la que quieren recubrir los hechos. Con toda seguridad este año tendremos que escuchar reiteradamente que España es el país miembro de la Eurozona que más está creciendo y que al final de 2021 presentará un incremento del PIB de los más altos de Europa.  Es muy posible que vaya a ser así, pero para no engañarse hay que añadir inmediatamente que todo incremento está referido a un punto de partida. Si España va a crecer en 2021 más que el resto de los países, es porque en 2020 la economía española ha sido la que más se ha desplomado de toda la Eurozona (un 11%), más incluso que la de Grecia (10%) y la de Portugal (7,6%).

Y no solo de la Eurozona, sino que nuestro país está a la cabeza de los 37 estados miembros de la OCDE en el triste record, según las proyecciones macroeconómicas que ha publicado hace unos días esta institución, de haber padecido en el 2020 la tasa más negativa del PIB. Pocos datos tan adversos como este, por ello hay que ocultar la realidad con la representación. De ahí que el Gobierno y los medios de comunicación sanchistas, seguidos con cierta ingenuidad por casi todo el resto, en lugar de resaltar lo que era la verdadera noticia, se hayan fijado exclusivamente en que la OCDE elevaba para 2021 la previsión de crecimiento de la economía de nuestro país en unas cuantas décimas.

Es bien sabido que esta crisis es atípica. No obedece en principio ni a una caída autónoma de la oferta ni de la demanda. Es una crisis forzada por decisiones administrativas, tomadas en función de la evolución de una epidemia, y sometida en cierta forma a los vaivenes de esta. La actividad económica se suspende o se limita administrativamente según la marcha de los contagios y la gravedad de la situación. Ello puede producir oscilaciones en las tasas trimestrales de crecimiento que no obedecen a ninguna razón económica, sino a las distintas olas que se están produciendo en la pandemia y en las decisiones políticas que se adoptan para combatirlas.

Sí parece -y esperemos que sea así- que, considerando periodicidades anuales, el hundimiento profundo de la economía se ha producido en todos los países en 2020. Ciertamente en unos más y en otros menos, pero en casi todos se han dado tasas de decremento del PIB como no se habían conocido desde hacía muchísimos años. El PIB de la Eurozona en su conjunto se redujo un 6,8%. Hay que confiar por tanto en que en los próximos años todas las economías crezcan, y tanto más cuanto mayor haya sido el hundimiento de 2020.

Lo verdaderamente importante es saber cuándo retornará cada país al mismo nivel de renta que disfrutaba a finales de 2019. Según las estimaciones de la Comisión, solo Irlanda, Polonia y Luxemburgo alcanzarán a finales de 2021 un PIB similar o superior al que tenían en 2019. España, por supuesto, seguirá muy lejos de alcanzar ese objetivo, por mucho que su tasa de crecimiento vaya a ser este año de las más altas. De hecho, según la Comisión, el PIB no llegará ni al 94% del valor que tenía en 2019, uno de los porcentajes más bajos de la Eurozona. Es en este dato donde se encuentra la realidad; la representación, en considerar tan solo la tasa de crecimiento de 2021.

Será ya en 2022 cuando en la mayoría de los Estados se pueda hablar de recuperación. Solo el PIB de tres países, Italia, Grecia y España, se situará aún por debajo de la cuantía de 2019. A nuestro país le cabrá, en consecuencia, el dudoso honor de ser la economía que más ha caído en 2020, y uno de los que más tarde van a retornar a los niveles de renta que tenían en el 2019.  Ciertamente no es para lanzar cohetes y pintar un panorama azul pastel. Hablar de recuperación es desde luego mucho decir porque, en el mejor de los casos, se habrán perdido más de tres años.

Pero es que, aunque se trate de un dato importante, no todo se reduce al PIB. Hay que considerar otras variables que van a quedar tremendamente dañadas incluso después de que la renta se recupere aparentemente, y que a su vez se convertirán en un enorme lastre para la economía. En concreto, el endeudamiento público. Según el BCE, España va a ser el país de la Eurozona cuya deuda pública experimentará un mayor incremento entre 2019 y 2022, un 28,4%; pasando de un 95% a un 124% del PIB. Cifras que a todas luces pueden ser mayores según cuál sea la evolución de la pandemia y cómo se comporten otras variables, como las garantías públicas concedidas a las empresas (14% del PIB), muchas de ellas pueden resultar fallidas, o las propias morosidades que pudieran generarse en los bancos.

La situación de la hacienda pública de nuestro país es realmente crítica y solo se mantiene gracias al respaldo que le concede el BCE, que adquirió en 2020 deuda española por importe del 38% del PIB. La pregunta es hasta cuándo estará dispuesto el BCE a mantener esta política, o incluso hasta cuándo podrá mantenerla. Existe un mantra generalizado acerca de que las circunstancias han cambiado con respecto a la crisis de 2008. Ciertamente existen muchos elementos distintos. El más importante, sin duda, la actuación del BCE, que no comenzó a intervenir hasta 2012. Pero en lo que quizás no haya tanta diferencia, al contrario de lo que se dice, es en el comportamiento fiscal de la Unión Europea.

Se afirma que en la presente crisis se ha impuesto barra libre en las ayudas a las empresas y se ha permitido e incluso aconsejado a los gobiernos que no escatimen en el gasto, por contraposición a la anterior en la que se fijó una política de austeridad generalizada. Las cosas sin embargo no son tan claras. En la anterior crisis la política de austeridad no comenzó hasta el 2010, mientras que en los dos años anteriores lo que primó fueron las políticas expansivas del gasto, incluso aconsejadas por los propios organismos internacionales. Después vino el llanto y el crujir de dientes. No estoy nada seguro de que la actual crisis no tenga una segunda parte y que, después de tanta generosidad respecto a las empresas, Bruselas -más bien Frankfurt- no imponga restricciones y una política de austeridad que sin duda incidirá sobre los de siempre.

Desde el bando neoliberal y conservador de la política o de los medios, se vocea de forma reiterada que España es uno de los países que menos ayudas han concedido a las empresas y hacen, a continuación, la comparación con Alemania; pero la situación de este país es muy diferente y su endeudamiento, también. Cuando desde Europa se pretenda aplicar de nuevo la normativa sobre la estabilidad presupuestaria la situación de España puede ser muy crítica. Para llegar a medio plazo a un nivel de deuda del 60%, se precisaría mantener durante bastantes años unos superávits primarios (antes de pagar intereses) de alrededor del 7%; lo que resulta totalmente imposible, a menos que se implanten ajustes y recortes durísimos, que irán en la misma línea que adopta siempre Bruselas, incremento de impuestos indirectos y recortes sociales. Por eso resulta tan extraño que Podemos continúe insistiendo en aumentar las ayudas directas a las empresas.

En este escenario existe una incógnita de cara al futuro. Una mayor inflación tendría un efecto beneficioso sobre el stock de la deuda, siempre que poseyésemos una moneda propia, pero el euro es una divisa que no controlamos. Estamos en manos del BCE. Y es de suponer que esta institución no permitirá tasas elevadas de inflación, que originarían una depreciación del euro, aun cuando, sin duda, sería muy beneficiosa para los países del sur. Es más, parece bastante probable que en cuanto los precios se acerquen a los niveles que los países del norte consideren excesivos, el BCE se verá obligado a cambiar de política. Solo hay un factor que en este tema de la deuda puede ser positivo para España. Que no está sola, sino que la acompañan Grecia, Portugal, Italia e incluso Francia. El problema, se quiera o no, afectará a toda la Eurozona y es difícil pronosticar cuál será su solución final.

Nuestro país tiene una dificultad añadida que complica y agrava la situación económica, la enorme tasa de paro, el 16%, solo comparable con la de Grecia, y el doble que la media de la Eurozona; y a ello hay que añadir los 900.000 trabajadores que están actualmente en ERTE y los 500.000 autónomos que se encuentran en cese de actividad, y que no están comprendidos en la cifra anterior, pero que, al menos parte de ellos, se pueden convertir en parados. Ambos mecanismos, que deberían haber tenido una dimensión temporal, corren el peligro de transformarse en crónicos o permanentes.

En este mundo globalizado las crisis suelen ser también globales. La actual, cuyo origen es además una pandemia, no podía por menos que extenderse por todos los países; todos han sufrido las consecuencias, pero no todos en la misma medida. Las circunstancias de cada país y la gestión de los gobiernos tanto en el ámbito sanitario como en el económico han sido factores fundamentales a la hora de determinar el grado y la intensidad de los efectos negativos de la crisis. El mundo de la representación y el relato sanchista pretenden hacernos creer que todo depende de la pandemia y de la consiguiente crisis económica, intentan convencernos de que las consecuencias han sido iguales en todos los países, y de que los gobiernos carecen de toda responsabilidad.

Un triángulo encierra la economía española en una encrucijada que va a ser de difícil salida: desplome del PIB, y de la renta, estallido de la tasa de desempleo, y ascenso estratosférico del stock de endeudamiento público. Conjugando esas tres variables la crisis va a afectar a España en mayor medida que a la mayoría de los países de la Unión Europea y se encontrará en una situación bastante peor. En economía, los resultados nunca son inmediatos, pero antes o después el Gobierno se dará de bruces con la realidad.

republica.com 19-3-2021



AZNAR, 25 AÑOS DESPUÉS

HACIENDA PÚBLICA, PARTIDOS POLÍTICOS Posted on Mié, marzo 17, 2021 00:45:17

El 3 de marzo pasado se cumplieron 25 años del primer triunfo electoral del PP con José María Aznar a la cabeza. Con tan fausto motivo, se han disparado los botafumeiros y las alabanzas. No solo han sido los medios de comunicación que podríamos llamar de derechas No sé si alguno merece el calificativo de izquierdas, sobre todo en lo referente a la política económica; sanchistas, sí, pero ese es otro tema. El caso es que casi todo el mundo se ha volcado en loas sobre el buen hacer de Aznar en materia económica. Pienso de manera muy distinta y considero que gran parte de los graves problemas que aquejan actualmente a la economía española tienen su origen en la época de Aznar.

Es más, el 13 de abril de 2004 publiqué un artículo en el diario El Mundo titulado “La encrucijada económica del nuevo Gobierno”, en el que pretendía, de forma figurada, avisar al Ejecutivo de Zapatero recién constituido de la herencia perniciosa que en materia económica le transmitía el gobierno saliente. Entonces como ahora había una impresión equivocada acerca de la política económica aplicada por el PP. Existía un cierto consenso alrededor de esa frase acuñada por Aznar de “España va bien”. Ciertamente el triunfo de Zapatero no se debió a la economía, sino al fatídico atentado cometido en Madrid tres días antes de las elecciones. Incluso Pedro Solbes aceptaba que la situación económica era buena.

En el artículo citado pretendía yo desmontar esa falsa creencia y -tal vez con cierta arrogancia- advertir al Gobierno recién nacido de los desequilibrios que se ocultaban detrás de esa falsa fachada construida a base de propaganda; ponerle sobre aviso acerca de las amenazas que entonces ya se cernían sobre la economía española y que, de no corregir la trayectoria, iban a ser ellos los que terminarían pagando los platos rotos. Ni que decir tiene que no hicieron ni caso, y la política económica aplicada por Pedro Solbes siguió por los mismos derroteros que la del gobierno anterior, con lo que los desequilibrios y los peligros continuaron incrementándose hasta que en 2008, tras el detonante de las hipotecas subprime, estalló la burbuja que se había creado y parte del edificio se derrumbó.

Entre los panegíricos escuchados estos días sobresale el de que gracias a Aznar estamos en la Unión Monetaria (UM). Triste mérito, porque la UM está siendo para los países del Sur una losa que ahoga sus economías y una trampa de la que resulta imposible salir. No cabe argüir que no podíamos quedarnos fuera, porque, aunque parezca paradójico, la realización o no de la moneda única en 1999 dependió, en mucha mayor medida de lo que se piensa, de la decisión española. Una moneda única formada exclusivamente por los países del área del marco carecía de todo sentido. Se necesitaba al menos la presencia de Francia, pero era claro que Francia no estaba dispuesta a dar este paso en solitario, quedándose prácticamente al albur de la política dictada por Alemania y como furgón de cola del núcleo duro. Hay abrazos que matan. Francia precisaba a Gran Bretaña, Italia y España, o al menos a alguno de estos tres países, para arrastrarlos a la aventura de la UM. Es claro que Gran Bretaña no estaba por la labor; e Italia se mostraba muy reticente y solo la decisión firme de España la dispuso afirmativamente.

Es mentira que el ingreso de España en la UM se debiese a los esfuerzos del Gobierno Aznar para que se cumpliesen los criterios de convergencia. Esfuerzos hizo; bueno, más bien los hizo la sociedad española, pero lograrlo, poco. Ni falta que hacía porque la decisión de crear el euro se tomó, como hemos señalado, antes, por motivos políticos, flexibilizando todo lo necesario los criterios para que todo el que quisiese pudiera incorporarse. En 1996 ni un solo país, excepto Luxemburgo, los cumplía, pero es que en 1999 la convergencia no había avanzado mucho más. Por citar un ejemplo, las bandas del SME se ampliaron al +/-10%. Todo para hacer creer que la condición se mantenía, aunque en realidad las monedas quedaban en libre flotación.

Resulta imposible, aunque sea de forma sumaria, describir en este limitado artículo los defectos y carencias sobre los que se ha constituido la UM, los desequilibrios y desigualdades que genera entre los países miembros, así como las contradicciones a las que tiene que enfrentarse día a día y que convierten su funcionamiento en anárquico y asimétrico. Los he descrito en otros muchos artículos, y más extensamente en mis libros “Contra el Euro” y “La trastienda de la crisis” de la editorial Planeta.

En los primeros años tras la creación del euro se produjo cierta euforia. La existencia de una moneda única y el hecho de que no hubiese pasado suficiente tiempo para que apareciesen las contradicciones crearon una apariencia de prosperidad. Las cuatro devaluaciones de la peseta (tres con Solchaga y una con Solbes) habían devuelto la competitividad a la economía española y, en consecuencia, el equilibrio en la balanza de pagos. Pero esta situación duró muy poco. A pesar de la moderación de los salarios, el diferencial de inflación hizo pronto su aparición y con él la pérdida de competitividad y el déficit por cuenta corriente en la balanza de pagos. Esta última variable llegó a alcanzar al final del gobierno de Aznar el 6% del PIB. Para comprender la desmesura que representaba este porcentaje conviene recordar que durante la etapa del gobierno anterior, cuando se esforzaban en mantener fijo el tipo de cambio preservando la peseta en el SME, los mercados les obligaron a realizar cuatro devaluaciones tan pronto como el déficit por cuenta corriente se elevó al 3% del PIB.

A pesar de los desequilibrios exteriores, la pertenencia al euro y, por ello, la imposibilidad de devaluar, permitió que la economía continuase creciendo, pero a crédito. Se trató de un crecimiento hasta cierto modo ficticio basado en una profunda inestabilidad, en el endeudamiento exterior y sometido al riesgo de la retirada de capitales, como de hecho ocurrió en 2008. Su plasmación más patente fue la burbuja inmobiliaria que antes o después tenía que estallar. El modelo de crecimiento seguido por los gobiernos de Aznar se basó en una mano de obra barata –favorecida en cierto modo por el fenómeno de la emigración–, en el consumo de las familias con su consiguiente endeudamiento y en el boom de la construcción.

Los gobiernos de Aznar se vanagloriaban de mantener las cuentas públicas en una situación de equilibrio. Pero detrás de este hecho se encuentra todo el proceso de privatizaciones de empresas públicas. La situación de cualquier unidad económica se mide no solo por lo que debe, sino también por lo que tiene. Se disminuyó el endeudamiento del sector público, pero por el procedimiento de reducir fuertemente los activos financieros. Se desprendieron de la participación que el Estado tenía en empresas muy rentables y estratégicas. Vendieron las joyas de la corona. El hecho de que ahora estén en manos privadas hace al Estado bastante más vulnerable y desarma a los diferentes gobiernos a la hora de instrumentar su política económica. Por otra parte, el menor endeudamiento público se compensó con creces con un mayor endeudamiento de las familias con el correspondiente impacto ya indicado en el déficit exterior, variable que es la verdaderamente estratégica. A Aznar le debió de pasar como a Zapatero, que nadie le habló del endeudamiento privado y especialmente del exterior, que constituía y constituye una espada de Damocles especialmente cuando está nominado en una moneda que el gobierno no controla como es el caso del euro.

Para enaltecer la política de Aznar se ha señalado el considerable número de puestos de trabajo que se crearon, pero esto se logró a costa de una baja productividad (las tasas de esta variable se encontraban entre las más reducidas de los últimos cincuenta años) y de precarizar todo el mercado laboral. El dato más llamativo es que, habiendo aumentado -en unidades equivalentes de empleo a tiempo completo– en tres millones el número de asalariados (un 26%), la participación de la remuneración de los trabajadores en la renta nacional no se incrementó, sino que por el contrario se redujo en algunas décimas. Difícilmente se pude atribuir, por consiguiente, a los salarios los diferenciales de inflación surgidos frente a otros países de la Eurozona.

Desde una óptica de izquierdas, uno de los aspectos más criticables de la época de Aznar es la política fiscal y presupuestaria aplicada. El sistema tributario se hizo mucho más regresivo, al primar los impuestos indirectos sobre los directos y más concretamente sobre el IRPF, cuya recaudación pasó de ser el 38% de todos los ingresos en 1995 al 31% en 2002. Las distintas reformas de este gravamen beneficiaron a las rentas altas y sobre todo a las de capital, a través del trato privilegiado concedido a las plusvalías. Incluso existe la sospecha de que las rebajas fiscales que incidieron sobre las clases bajas y medias terminaron trasladándose a los empresarios mediante un rebaja en los salarios nominales, dado el espejismo que habitualmente se produce en los trabajadores de considerar las retribuciones netas. Una desmesurada obsesión por el déficit cero, unida a las continuas rebajas en la imposición directa, redujeron la suficiencia del sistema con la paralela traducción en las partidas de gastos, en especial en las prestaciones y servicios sociales. Bien es verdad que, en esto, como en casi todo, los gobiernos de Zapatero siguieron el mismo camino.

Dejando atrás la política económica, Aznar es, en gran parte, responsable de los problemas actuales en Cataluña. Cuando del “Pujol, enano, habla castellano” pasó al “hablar catalán en la intimidad”, y concedió todo lo que le pidieron los convergentes en el Majestic, abonó el terreno para lo que ha venido después. Se configuró un nuevo sistema de financiación autonómica, otorgando capacidad normativa sobre impuestos cedidos y compartidos. Se acordó transferir a las Autonomías el 33% del IRPF, el 35% del IVA y el 40% de los impuestos especiales. Se traspasó a la Generalitat la competencia sobre puertos y también las del entonces INEM. Se convirtió a los mossos d´esquadra en un auténtico cuerpo de policía y se incrementaron fuertemente las inversiones en Cataluña, en especial en el AVE.

Aznar completó las transferencias de sanidad a las Autonomías, y renunció a recurrir la política de inversión lingüística adoptada por la Generalitat. En el Majestic se acordó la supresión del servicio militar porque se consideraba una humillación que los niños de papá catalanes tuviesen que jurar la bandera española, se convino eliminar la figura del gobernador civil porque molestaba a los nacionalistas al diluir la Comunidad a favor de las provincias y se aceptó cambiar la organización y política del PP en Cataluña, sustituyendo a su presidente, Alejo Vidal-Cuadras, por Piqué quien mantenía una postura mucho más flexible frente al nacionalismo.

Después de todo lo anterior no puede por menos que resultar extraño que Aznar pretenda dar lecciones sobre Cataluña. Tampoco parece muy lógico que lo haga sobre la unidad del centro derecha y acerca de la necesidad de construir un discurso político coherente, ya que el único discurso que él manejó en la oposición fue la promesa de bajar los impuestos, siguiendo la senda que le trazaba el diario El Mundo, además del eslogan de “Váyase, señor González”. Lo que finalmente le hizo ganar las elecciones, y por un margen muy pequeño, fueron los múltiples casos de corrupción que surgieron en la última etapa de González.

En cuanto a sus consejos acerca de la unificación del centro derecha no dejan de ser grotescos pues nadie ha hecho más para dividirlo que él criticando la actitud moderada de Rajoy. Rajoy no solo tuvo que enfrentarse a las dificultades económicas derivadas en buena medida de las políticas de los gobiernos de Aznar y de Zapatero, sino también a las críticas y batallas internas de su partido en las que también tuvo Aznar una parte importante, y que  colaboraron al nacimiento de Vox. Aznar no puede ahora esconder la mano después de haber tirado la piedra.

republica 12-3-2021



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