Ha sido Davos, donde se reúne anualmente lo más florido del capitalismo internacional, el lugar escogido por la canciller Merkel -seguramente a punto de abandonar el gobierno- para confesarse y lanzar un discurso de autodefensa: “Dicen que soy muy mala, porque establezco condiciones muy duras, pero Portugal, Irlanda, Grecia… están ahora en condiciones más competitivas” declaró.
Dijo bien la canciller, estos países, y también el nuestro, se han hecho más competitivos, que no más productivos. Estos países salieron de la crisis aumentando su competitividad, pero no su productividad, que incluso puede haberse reducido. La recuperación económica se consiguió no a través de agrandar la tarta global, sino robando un trozo de pastel al vecino, trozo de pastel que es posible que se les hubiera robado a ellos antes. Sin incrementar la productividad, la mayor competitividad solo se gana haciendo que los de al lado sean menos competitivos. El único camino es modificando la relación real de intercambio, bien cambiando la cotización de las divisas, bien los precios relativos entre los países.
Merkel, confesándose en Davos, me recuerda esa coplilla del siglo XVIII de Juan de Iriarte: “El señor Don Juan de Robres, con caridad sin igual, hizo este santo hospital y primero hizo los pobres”.
Alemania y el resto de países ricos del Norte son los Juan de Robres de Europa. Desde la creación del euro en el año 2000, gracias a la imposibilidad de que sus monedas se revaluasen, fueron ganando competitividad hasta que acumularon un superávit exterior desmedido. En 2007 la balanza por cuenta corriente de Alemania presentaba un saldo positivo del 6,8% de su PIB. La de Luxemburgo, el 10%; Holanda el 7,4% y Austria el 4,2%. Pero estos superávits tuvieron su reflejo inverso en la pérdida de competitividad y, por lo tanto, en las cuentas exteriores de los países del Sur, que no podían devaluar la moneda. En 2007 el déficit por cuenta corriente de Grecia fue del 15,6%, el de España, 9,65 y el de Portugal, 6,5%.
Tales desequilibrios solo fueron posibles, en primer lugar, porque todos los Estados miembros poseían la misma moneda. De lo contrario, la variación en las cotizaciones de las diversas divisas habría corregido la relación real de intercambio, y por lo tanto la desviación en la competitividad de los diferentes países. En segundo lugar, por el considerable montante de capital que de las naciones excedentarias se trasladó a las deficitarias para financiarlas. Las primeras se convirtieron en grandes acreedores y las segundas se vieron forzadas a adquirir ingentes deudas.
De estos polvos vinieron los lodos de la recesión, cuyo coste hicieron recaer los países del Norte, con la finalidad de salvar a sus bancos, exclusivamente sobre los deudores. Fueron Alemania y sus países satélites los que crearon a los pobres porque forzaron a los Estados del Sur a incrementar su competitividad y a cerrar la brecha del sector exterior, lo que era totalmente necesario, pero no l hacerlo mediante una devaluación interna que condenó a enormes sacrificios a sus poblaciones.
Ciertamente podría haber habido otras opciones. La primera y más evidente, la devaluación de las monedas. Bien es verdad que eso solo hubiese sido posible de no haberse creado la Unión Monetaria. Claro que, si el euro no se hubiera implantado tampoco hubieran sido necesarias las correcciones, porque los desequilibrios jamás se hubieran producido, al menos no con la misma intensidad. La segunda es que aun cuando se hubiese constituido la Eurozona, esta se hubiese asentado en una unión política con integración también en materia presupuestaria y fiscal, de manera que existiesen mecanismos redistributivos que corrigiesen automáticamente los desequilibrios. La tercera consistía en que los ajustes se hubiesen aplicado también -y quizás con mayor intensidad- en los países superavitarios, practicando en ellos una política fiscal expansiva que hubiese hecho mucho menos necesarios, al menos no con esa dureza, los ajustes aplicados a los deudores.
Habrá quien piense que las dos primeras opciones mencionadas son quiméricas porque la UM, nos guste o no, se había constituido y, además, de acuerdo con un determinado diseño y modelo por imperfecto que fuera, y resultaba ilusoria la vuelta atrás o la modificación del proyecto, al menos a corto plazo. Es cierto que de nada vale llorar ahora por la leche derramada. Es verdad que las dos primeras opciones eran ya imposibles de aplicar. Si las he citado es porque conviene tenerlas en cuenta de cara a conocer dónde se situaba y se sitúa el origen del problema y qué países son los beneficiarios. Las dos opciones primeras -que no se podían emplear- conceden toda su fuerza a la tercera, porque con cumplida razón deberían haber sido sobre los países acreedores -que eran los verdaderamente favorecidos- sobre los que debería haber recaído en mayor medida el ajuste.
Nada de eso ocurrió. A los países del Sur se les obligó a corregir sus déficits exteriores. Los del Norte, sin embargo, lejos de aminorar sus superávits, los incrementaron. El de Alemania en los últimos años rondó el 8%, y el de Holanda el 10%. El coste recayó exclusivamente sobre los primeros, que aún continúan pagando las consecuencias. Han incrementado el endeudamiento público de forma considerable, mantienen altas tasas de desempleo y sus poblaciones han sufrido recortes sustanciales de sus derechos laborales y sociales. Alemania, por el contrario, ha visto descender el stock de deuda pública y sus tasas de paro se han situado en mínimos. Aun cuando todos los países miembros tienen la misma moneda, la prima de riesgo indica que a Alemania le resulta más barato financiarse que a los otros países.
El diseño sobre el que se ha construido la UM y consecuentemente la política seguida han beneficiado de forma considerable al país germánico y al resto de los países del Norte, a costa de los sacrificios que han tenido que sufrir los países del Sur. No tiene sentido que Merkel señale “a la disposición de ayudar de Alemania y de los países más ricos del euro” como causa de la recuperación de los países del Sur. Lo cierto es que a quienes se ha ayudado de verdad con los rescates ha sido a los bancos del Norte. Evitar la quiebra de estos era la finalidad última de los préstamos (que no subvenciones) concedidos por las instituciones europeas a los países deudores. Préstamos que, por otra parte, eran financiados por todos los países miembros (no solo los ricos) en la misma proporción a sus respectivos PIB.
Merkel se refirió a los conflictos comerciales como si estos no tuviesen nada que ver con ella, cuando es su superávit exterior la causa mayor de los desajustes del comercio internacional. La corrección del déficit de los países del Sur, sin que al mismo tiempo eliminasen los del Norte su superávit, ha conducido a que la Eurozona en su conjunto mantenga un saldo positivo en su balanza por cuenta corriente del 4%, cantidad suficientemente elevada para crear graves problemas en el orden internacional y provocar en buena medida las guerras comerciales de las que se queja Merkel.
La política proteccionista no se canaliza exclusivamente mediante los aranceles y los contingentes; el tipo de cambio tiene un papel protagonista. Alemania y Holanda, por ejemplo, gracias a la UM, mantienen una cotización de sus monedas muy alejada de lo que sería su relación real de intercambio fuera de la moneda única. De ahí sus enormes superávits, origen en una proporción importante de los enfrentamientos comerciales que difícilmente cesarán sin que aquellos se corrijan.
republica.com 7-2-2020