Hay que admirar en Tezanos su capacidad de sacrificio por la causa. Al final de su carrera no le importa ser el hazmerreir de toda la profesión y de los medios de comunicación social con tal de prestar un servicio a su señorito. Lo cierto es que el director del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) se ha convertido en el prototipo y estandarte del régimen sanchista. Que la realidad no te estropee un buen reportaje o una buena encuesta, que para el caso es igual. El «parecer» es más importante que el «ser». El sanchismo es una permanente enmienda a la realidad. Así, con 85 diputados Sánchez llegó a ser presidente del gobierno.
Es verdad que la realidad termina imponiéndose a la representación, pero mientras esta permanece produce sus frutos. Incluso hay ocasiones en las que las apariencias logran modificar la realidad. En eso es en lo que confía Sánchez. Le está sirviendo en la política interior. Desde hace cinco años viene construyendo una farsa que sustituye a lo existente y en la que se mueve como pez en el agua. Pero es difícil que esa misma estrategia le sirva en el campo económico, y más dudoso aún que dé resultados en la política exterior con Europa. En economía la realidad es tronca y mostrenca y, por un medio o por otro, termina imponiéndose, y en Europa funciona otra representación teatral, cuyos hilos Sánchez, mal que le pese, no controla.
Desde el Gobierno, hace semanas, se lanzó el rumor de que íbamos a conquistar los organismos internacionales. Colocaríamos supuestamente a Calviño al frente del Eurogrupo, a González Laya en la Organización Mundial del Comercio (OMC) y a Pedro Duque en la Agencia Espacial Europea (ESA). Los medios se lo tomaron tan en serio que comenzaron a hablar de crisis de gobierno orientada a la sustitución de los candidatos. Es más, se apresuraron a sumar al cambio, el cargo de portavoz, ya que en esa función -según decían- la actual titular estaba muy desgastada.
De todo ello, lo único que parece tener visos de realidad es esto último. Porque si la pretensión de Pedro Sánchez era colocar de portavoz a alguien que a base de palabrería marease al personal, eludiendo cualquier pregunta, creo que lo ha conseguido, hasta el extremo de que en el momento actual nadie le haga ya caso. Sustituirla parece una necesidad. De esa manera, además, podrá asumir el papel de portavoz de las cuentas públicas, que es el que le corresponde. Se están perdiendo todas las buenas costumbres democráticas, entre ellas la de que el Ministerio de Hacienda comparezca mensualmente para dar cuentas del déficit, de los ingresos y de los gastos públicos.
Todos los demás cambios eran mera apariencia. González Laya se retiró enseguida de la carrera; Pedro Duque ni siquiera ha entrado en ella y ya hemos visto cómo ha terminado lo de Calviño. Mucha culpa la tienen los medios de comunicación que compran todas las representaciones del Gobierno, e incluso están dispuestos a hinchar y agrandar el montaje. En el caso de Calviño inflaron tanto el cargo como la cualificación de la candidata. El cargo es de representación más que de autoridad y eficacia. Es de relumbrón, de oropel, pero sin poder y sin apenas capacidad de influencia. De ahí que el puesto no exista de forma independiente, sino unido al de ministro de Economía o de Finanzas de algún país de la Eurozona. Su papel es el de mero coordinador de los restantes miembros del Eurogrupo. Su función, en todo caso, intentar que lleguen a acuerdos por unanimidad los representantes de diecinueve países muy distintos entre sí.
Es esa misma característica del cargo la que me hace dudar de si en las circunstanciales actuales el nombramiento hubiera sido conveniente para España. Su estatus, un poco de mediador y hombre bueno, dificulta la firmeza y rigidez a la hora de defender los intereses del país de pertenencia. De lo que no cabe duda es de que hubiera sido bueno para Sánchez, y por eso estaba vendiendo la pieza antes de cazarla, ya que hubiéramos tenido que escucharle lo importante que era este Gobierno, y él como presidente, al conseguir para un español un cargo tan significativo en Europa.
En realidad, el caso es similar al nombramiento de Borrell como Alto Representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad (lo que coloquialmente se denomina Mister Pesc). El presidente del Gobierno se vanaglorió cumplidamente de ello, pero es dudoso que constituyese un gran triunfo para España. El cargo de Mister Pesc tiene más apariencia que realidad. La Unión Europea, y más concretamente la Comisión, carece casi por completo de competencias en política exterior y de defensa, con lo que el puesto, por más que se le quiera revestir de boato y esplendor, no goza de demasiado poder e influencia. El nombramiento de un español ha excluido la posibilidad de que nuestro país pudiese nombrar otro comisario en un puesto que poseyera más relevancia para los intereses españoles, tales como el de Economía o el de la Competencia.
Los medios de comunicación no solo inflaron la trascendencia del cargo de presidente del Eurogrupo, sino la cualificación e idoneidad de la candidata. Frente a la acusación vertida, para autojustificarse, por el nacionalismo periférico acerca del nacionalismo español, tengo por cierto que si de algún mal adolecen mayoritariamente los españoles no es el del nacionalismo sino el del complejo de inferioridad. Eso hace que consideremos excelente todo lo que proviene de allende los Pirineos y sobrevaloremos, por ejemplo, la burocracia de Bruselas y a todo el que haya ocupado un puesto en ella. La verdad es que en lo único que sobresalen es en el sueldo. La buena prensa de Calviño proviene además de la confluencia de dos tendencias: la de los sanchistas porque están abocados a defender a todos los que forman este Ejecutivo, y la de los detractores del Gobierno, que juzgan que Calviño constituye la única barricada frente a lo que consideran aberraciones de otros ministros.
El nombramiento en un cargo de este tipo, cien por cien político, no depende de la preparación personal del candidato, sino de la relevancia y el papel que juega el gobierno del que es ministro y de los distintos intereses enfrentados. La cualificación de Calviño no venía dada por haber sido directora general de Presupuesto en la Comisión (bien poca cosa por otra parte), sino por ser ministra de Economía de un gobierno español (aunque sea Frankenstein e hipotecado a los golpistas). Bien lo sabía ella que no tuvo ningún reparo en dar el salto de Bruselas a Madrid. Era consciente de que constituía una buena forma de medrar en su carrera profesional. Pero por eso mismo la no designación fue ante todo una bofetada a Pedro Sánchez y una manera de frenarle en seco. Le rompió su mundo de apariencias, y le hizo ver que existía otro espacio, quizás también de apariencias, pero que él no controlaba.
El bofetón le lanzó a un peregrinaje mendicante por las cancillerías europeas. A cada uno lo suyo. La responsabilidad de asumir este papel de pedigüeño no es desde luego, ni siquiera en la parte más importante, de Sánchez. Es de aquellos que firmaron el Tratado de Maastricht creando una unión monetaria, sin establecer al mismo tiempo un presupuesto comunitario con entidad suficiente para compensar los desequilibrios que el mercado único y la moneda única crean. La aceptación de esa anomalía es la causa de que los países del Sur tengan ahora que ir mendigando, pidiendo como dádivas, lo que les correspondería en justicia por el simple juego redistributivo de una política fiscal y presupuestaria común, como la que mantiene cualquier unión política, por liberal que sea.
Pedro Sánchez, en esa ronda de rogativas, tuvo que escuchar del primer ministro holandés, Mark Rutte, la impertinencia de que «vosotros tenéis que encontrar la solución dentro de España y no en la Unión Europea». Impertinencia, porque el reproche sería lógico si la Unión Europea no existiese, y Holanda no pudiese hacer dumping fiscal, ya que España y el resto de países tendrían la capacidad de adoptar medidas de control de capitales. La crítica tendría coherencia si no tuviésemos que mantener obligatoriamente el mismo tipo de cambio que Alemania u Holanda, lo que beneficia a esas naciones, y les permite aprovecharse de unos superávits respectivos en sus balanzas de pago por cuenta corriente del 7% y del 10%, respectivamente. Estos superávits crean empleo en estos Estados y lo destruyen en el resto de la Unión.
Ha sido una impertinencia, pero le mostró a Sánchez el montaje de la Unión Europea y le debería haberle devuelto a la realidad y sacado del mundo de apariencias, en el que hasta ahora se ha movido, soñando con un espejismo, la creencia de que en esta ocasión la Unión Europea se comportaría de manera distinta, solo por el hecho de que él era el gran Pedro Sánchez. Su entrada triunfal en el Consejo afirmando que nos encontramos en un momento histórico indica bien a las claras hasta qué punto continuaba en la representación, y en la que iba a mantenerse después del acuerdo. Para Sánchez todo lo que le rodea son momentos históricos. Debe ser, no obstante, un tic que se le ha pegado a todo el mundo en España y fuera de España. Es un clamor generalizado, se califica el acuerdo de momento histórico. Pero el “hoy” tiene poco de momento histórico, como no sea que nos muestra una vez más que la historia se repite. Desde hace treinta años la Unión permanece en los mismos errores.
La Unión Europea también crea su propia representación y farsa, igualmente vive de las apariencias. Nos quiere hacer creer que constituye una unión política cuando en realidad no es más que un haz de Estados heterogéneos, lleno de desequilibrios y contradicciones, y unido tan solo por intereses financieros y mercantiles. No deja de ser la Europa del capital y de los mercaderes. Anuncian como un gran triunfo e importante novedad que se van a conceder transferencias a fondo perdido, pero no hay ninguna originalidad en el invento. Los recursos traspasados por el FEDER y los fondos de cohesión también lo son. El problema radica, hoy como ayer, en su escasa cuantía, en comparación con las transferencias que se llevarían a cabo de unos países a otros como resultado de una Hacienda Publica Común, lógica compensación de las transferencias que se producen a la inversa, de una forma velada pero no menos real, mediante el mercado único y el mantenimiento de una misma moneda y como consecuencia indefectible de un mismo tipo de cambio.
El problema consiste también en que tanto hoy como ayer los recursos se transfieren como dádivas de los países ricos y no como el justo resarcimiento de los beneficios que estos obtienen de la Unión, y como el resultado de la acción fiscal de cualquier Estado, complemento de su unión mercantil y monetaria. Conviene señalar además que los fondos ni caen del cielo ni provienen solo de un grupo de países (los ricos), sino que todos los miembros contribuyen, y normalmente en función del PIB. En el caso de países grandes como España la contribución es considerable. No tiene sentido ni ahora ni entonces hablar de cantidades brutas. Las netas son mucho menos llamativas.
Pero, por encima de todo, el problema reside en que en la Unión Europea existe un profundo déficit democrático y en que, como siempre sucede, la regla de la unanimidad se convierte en la tiranía de las minorías y cualquier país por pequeño que sea y por muchos defectos que se den en sus estructuras económicas y democráticas se cree en el derecho de erigirse en guardián de la ortodoxia y en el de establecer una especie de protectorado sobre otra serie de países, dictándoles la política que deben seguir. Lo más grave es que hay españoles (políticos, periodistas, empresarios, etc.) que aplauden. Su repulsa del Gobierno y la prevención hacia sus actuaciones les conducen a desear que vengan de fuera a gobernarnos. El afrancesamiento parece que permanece en nuestro imaginario patrio. Es comprensible que un gobierno Frankenstein no despierte mucho entusiasmo y confianza, pero la democracia es la democracia; las reglas de juego son las reglas de juego. Y, además, la Unión Europea y países como Holanda generan aún más prevención y desasosiego.
republica.com 24-7-2020