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ARTICULOS DEL 10/1/2016 AL 29/3/2023 CONTRAPUNTO

LA FALLIDA REFORMA DE LAS PENSIONES

ECONOMÍA DEL BIENESTAR, GOBIERNO, HACIENDA PÚBLICA Posted on Vie, marzo 17, 2023 18:41:24

Escrivá, tras muchas idas y venidas, pasos adelante y pasos atrás, ha presentado su propuesta sobre la reforma de las pensiones. El ministro, que en la AIReF se vanagloriaba de ser independiente y hoy tiene que ser dependiente entre otros de Esquerra y de Bildu, afirma que ha pactado la reforma con la Comisión Europea -que levita y no se entera de nada-, con Podemos y con los sindicatos. No es posible decir que Escrivá haya tenido demasiada suerte en su gestión. Se propuso él mismo para ministro aseverando, primero, que era capaz de establecer un ingreso mínimo vital que uniformase el desmadre que, respecto a esta prestación, tenían las Autonomías -en todas ellas diferente-, y que habían denunciado los organismos internacionales. Y, segundo, que podía reformar la Seguridad Social, haciendo viable el sistema público de pensiones.

En cuanto al primer punto, lo cierto es que no se homogenizó nada y que las Comunidades Autónomas continúan con el mismo desorden. Se creó una prestación estatal, declarada compatible con las anteriores, con lo que ahora la pluralidad se hace incluso mayor. Se elaboro, además, con un diseño que la condenaba desde el principio al fracaso (ver mi artículo publicado en este mismo diario el 23- 4-2021 con el título “La chapuza fiscal de los ERTE y del ingreso mínimo vital”), amén de enfangar la Agencia Tributaria y bloquear la Seguridad Social. Se ha producido un hecho inusitado, desconocido incluso en los peores momentos de la Administración: no hay forma de conseguir una cita y hay que esperar tres o cuatro meses para comenzar a percibir la pensión. Es más, ha aflorado algo escandaloso, todo un mercado negro de citas. En cualquier situación normal se habría provocado el cese inmediato del ministro. Bien es verdad que con el Gobierno Frankenstein no hay nada normal.

Sin embargo, el ministro de seguridad Social y de otras singularidades continúa en su puesto y se le ha seguido encomendando la reforma del sistema público de pensiones. La reforma que ha presentado no reforma nada y, por desgracia, deja las cosas igual o peor que estaban. Mientras se sigan ligando en exclusiva las pensiones a las cotizaciones sociales, difícilmente el problema va a tener solución. Tras muchos dimes y diretes, la propuesta se fundamenta en la subida de las cotizaciones. Para ese viaje no hacían falta tales alforjas. Pero eso sí, se reparte el incremento bien temporalmente bien en distintos conceptos, de manera que su cuantía pase desapercibida, al menos a corto plazo. Los efectos negativos que se puedan producir a medio y a largo ya se verán; y esto es lo peor, “el ya se verá”, es decir, que deja el problema sin resolver.

Las pensiones han sido siempre una de las dianas preferidas del neoliberalismo económico, donde se han cruzado el sectarismo doctrinal de los enemigos de lo público con los intereses de las entidades financieras que pretenden promocionar sus fondos. Los ataques se han transmitido a los medios de comunicación social, y todos, en mayor o menor medida, desde hace treinta años ponen en duda la viabilidad del sistema y anuncian apocalípticamente su quiebra.

Para acometer la verdadera reforma es preciso, antes de nada, destruir los tópicos y bulos que rodean el tema y, desde luego, este ministro y este Gobierno son incapaces de ello. El primer mito es la aseveración de que la actualización por el IPC de las pensiones representa una subida. Desde las filas neoliberales se echan las manos a la cabeza proclamando que la regularización poco menos que es inasumible por el Tesoro o, en todo caso, que pondrá en un serio aprieto a las finanzas públicas.

El Gobierno tampoco colabora a deshacer el entuerto cuando se jacta de subir las prestaciones y en un acto de propaganda partidista lo presenta como algo extraordinario y graciable, y reprocha a la derecha haberlas bajado, lo cual no es cierto porque el único que las congeló (es decir, las minoró en términos reales) fue Zapatero. Actualizar las pensiones por el IPC es simplemente mantenerlas en el mismo valor en que estaban y no se necesita de ninguna financiación adicional porque si con la subida de los precios se incrementan los gastos del Estado, también en igual o mayor medida lo hacen los ingresos. Otra cosa es que este exceso de recaudación se quiera emplear en otros menesteres.

En múltiples ocasiones he mantenido la tesis de que en sentido estricto no se puede calificar a la inflación de impuesto de los pobres, por la sencilla razón de que en los momentos actuales no constituye un impuesto, dado que el dinero no es creado ni total ni principalmente por el Estado. Sin embargo, si consideramos únicamente a los pensionistas y no se actualizasen las prestaciones por el IPC, sí seria posible hablar de un gravamen a los jubilados, ya que las prestaciones en términos reales se reducirían al tiempo que debido a la inflación, los ingresos del Estado aumentarían y el Gobierno se serviría de ese incremento para otras finalidades. Y puestos a fijarnos en los pobres, no creo que haya muchos con mayor derecho para este título que la mayoría de los pensionistas.

Para defender que los jubilados son unos agraciados se argumenta a menudo que la pensión media está por encima del salario medio, lo que puede ser cierto, pero ello no es indicativo de nada, puesto que se están comparando cosas heterogéneas, los jubilados han llegado al final de su vida laboral y no tienen ninguna posibilidad de conseguir por sí mismos una mejora en su nivel profesional y económico, mientras que en el salario medio se engloban las retribuciones de todos aquellos que se están incorporando al mercado de trabajo y por ello se les abrirán múltiples oportunidades de prosperar laboral y profesionalmente. Mucho más significativo es constatar que la pensión media se incrementa año tras año, debido precisamente a que las cuantías de las prestaciones de los que entran en el sistema (se jubilan) son mayores que las de los que salen (defunciones), lo que indica que por término medio los salarios aumentan en mayor medida que las pensiones.

Se afirma que hay que acometer la reforma para hacer frente a un mayor número de pensionistas que se incorporarán de aquí al 2050, y para actualizar las pensiones por el IPC. La primera finalidad puede ser cierta, pero no la segunda, que en cualquier caso cuenta, tal como se ha dicho, con financiación propia, la que resulta del hecho de que, con la inflación, los ingresos crecen en igual o en mayor medida que los gastos.

La reforma puede ser necesaria, pero esta, como las anteriores, será fallida ya que continúa sosteniendo que las prestaciones de jubilación deben sufragarse exclusivamente mediante las cotizaciones. No hay ninguna razón para que las pensiones deban costearse de manera distinta que la sanidad, la educación, la dependencia, el derecho a la vivienda, la justicia, etc. De hecho, hace años la sanidad pública se encontraba dentro de la Seguridad Social y también se pretendía financiar con cotizaciones. No obstante, por mera convención política y práctica, y no por ninguna razón metafísica, se la apartó de ese sector de la Administración para trasladarla al Estado y más tarde a las Autonomías.

Hay un principio de la Hacienda Pública que parece no cumplirse en esta ocasión, es el de no afectación, es decir, que la totalidad de los ingresos deben sostener todos los gastos. El problema a plantear no consiste en ver cómo se van a financiar las pensiones, sino que la cuestión tiene que ser más amplia, sino en saber cómo se va a sufragar, sí, el gasto en pensiones, pero también la sanidad, la dependencia, etc.

Para argumentar que el sistema es inviable se pretende contraponer al número de trabajadores, el de pensionistas y, planteado así y dada la evolución que se prevé de la población, puede ser que estén en lo cierto, pero no hay ninguna razón para que la financiación del sistema recaiga únicamente sobre los trabajadores y que no colaboren las rentas de capital, mediante otros impuestos. No tiene sentido que el déficit que se produce en la Seguridad Social se compense con préstamos del Estado y no con aportaciones a fondo perdido, como se hacía antes de inventar ese mecanismo erróneo y aciago de la separación de fuentes. Sería sin duda una de las fórmulas por las que el resto de los tributos podría participar en el sostenimiento de las pensiones, si se quiere mantener la convención de dos realidades diferentes, Estado y Seguridad Social.

Por otra parte, en esta ecuación hay que introducir una nueva variable, la productividad. El mismo número de trabajadores, por ejemplo, pueden producir el doble, si la productividad también se ha duplicado. Lo importante no es cuantos son los que producen, sino cuanto se produce. Es el producto o la renta nacional (más bien la renta per cápita) la magnitud a tener en cuenta a la hora de plantearse la capacidad de imposición y, en cierta medida, si resulta sostenible, no solo el sistema público de pensiones, sino toda la economía del bienestar y en general todos los servicios y bienes públicos. Durante décadas la productividad ha crecido sustancialmente en España, pero en los últimos años esta variable se ha detenido y es ahí donde debería centrarse la preocupación acerca de la financiación del Estado social.

La reforma planteada por Escrivá mantiene a la Seguridad Social enclaustrada tras los barrotes de la división de fuentes, por lo que está condenada a malograrse. Se fundamenta, en principio, en la subida de los ingresos, lo que puede ser muy acertado, pero no así la elección del gravamen escogido, las cotizaciones sociales, porque, por una parte, es un impuesto al trabajo y tiene el riesgo de que se desincentive el empleo y, por otra, su progresividad es muy reducida al recaer tan solo sobre las rentas del trabajo.

El incremento de la recaudación tiene que dirigirse por otros derroteros, abarcando un abanico más amplio de tributos, es decir, acometiendo una reforma fiscal en profundidad que este Gobierno en absoluto está dispuesto a emprender. Por otro lado, tampoco hay que descartar que la reducción de determinados gastos públicos colabore a financiar la consolidación del Estado de bienestar. No ciertamente la minoración de la cuantía de las pensiones, sino de otras muchas partidas de los presupuestos que sería conveniente cribar.

La reforma que ha aprobado este Gobierno es más bien una profecía porque se legisla para 2029, incluso para 2050. Es un brindis al sol. En realidad una osadía porque nadie sabe quién ocupará en ese momento el Ejecutivo. El Gobierno se jacta de haber blindado para el futuro el poder adquisitivo de los jubilados. Falso. No es posible garantizar nada. Una ley con otra ley se cambia. En realidad, Sánchez ha dado una patada hacia delante. Salir del paso. Pretende cumplir un requisito frente a Europa, que en la actualidad está en las nubes, y contentar al mismo tiempo, al personal de cara a las próximas elecciones. En el futuro ya veremos. Si hay otro gobierno, que se las componga, y si él gana tiene cuatro años por delante para enmascarar entuertos, sobre todo en los primeros años cuando se esté muy lejos de otros comicios. Lo que se ha aprobado no es una reforma, es un parche.

republica.com 16-3-2023



INDIGNIDAD E INCOMPETENCIA

CATALUÑA, GOBIERNO Posted on Lun, febrero 27, 2023 17:23:23

No es ningún secreto que la principal característica de este Gobierno es el maquiavelismo, la aceptación de que el fin justifica los medios. Su único objetivo, mantenerse en el poder. Para ello todo vale. Pero creo yo que hay otra característica, tal vez menos conocida y de la que no somos demasiado conscientes, la incompetencia. Las pifias que cometen suele ser fruto de ambas. Alguien poco respetuoso hablaría de maldad y tontería.

Serían infinitos los ejemplos. Por citar alguno, hablemos del embrollo que se ha formado en la Seguridad Social en la que no hay manera de conseguir cita para realizar cualquier gestión. Cerrado por inoperancia. Dicen que falta personal. Pero parece que eso no es óbice para que el ministro del ramo pueda mandar una carta a cada uno de los jubilados haciendo propaganda y jactándose de lo mucho que han subido las pensiones. No dudo que falte personal, pero algo tendrá que ver en el colapso el diseño de un ingreso mínimo vital que resulta ingestionable.

También podríamos poner el ejemplo de los fondos de recuperación europeos que nadie sabe dónde están. El Gobierno apostó por el oscurantismo para poder repartirlos a su gusto y a su conveniencia, sin dar cuenta alguna. Pero tanto ha sido su aislamiento en esta materia, tanta su incompetencia y tanto el desconocimiento de la Administración, que gran parte de ellos están sin ejecutar y otros se están empleando sin control, sin racionalidad, sin el menor análisis del impacto económico y en los fines más variados, decididos solo en virtud del clientelismo político.

La tardanza en su ejecución y las críticas que el Gobierno recibe de la misma Unión Europea han obligado a Sánchez a tirar por la calle de en medio y a buscar los gastos más fáciles de desembolsar, incluso resucitando el catastrófico plan E de Zapatero, repartiendo dinero entre los ayuntamientos un poco a tontas y a locas como una pedrea y para los destinos más variopintos.

Pero quizás donde aparezca de forma más clara la incompetencia sanchista sea en la elaboración de las leyes. Las chapuzas son continuas. Todos los días están en la prensa la ley del sí es sí y sus penosas consecuencias. Lo grave además es que el Gobierno, lejos de reconocer su ineptitud y su metedura de pata, atribuye la culpa a la interpretación de los jueces, lo que choca con el hecho de que los aludidos no sean ni uno ni dos, ni siquiera un grupo lo que podría entenderse por una equivocación, o incluso, pensando aviesamente, fruto de una postura ideológica machista, -como se dice-, porque lo cierto es que las sentencias provienen de toda España y de  jueces de los más diversos pelajes.

El quid de la cuestión estriba que los sanchistas piensan que los tribunales no tienen que aplicar la ley tal como está escrita, sino interpretarla de acuerdo con sus deseos y con lo que ellos quisieron decir cuando la elaboraron, aunque la impericia les haya llevado a plasmarlo de forma distinta. Tendríamos que habernos quedado pasmados, si no estuviéramos ya curados de espanto, al escuchar al portavoz parlamentario del PSOE afirmar tranquilamente que lo que se pretendía era orientar a los jueces sobre por dónde debía discurrir su interpretación.

Cuando falta aún mucho para que acabe la traca de la ley del sí es sí, han aparecido en escena los primeros efectos indeseados, como dice Sánchez, de esa otra ley bodrio en la que se juntan churras, múltiples trasposiciones de directivas europeas, con merinas, la reforma del Código Penal eliminando el delito de sedición y la modificación a la baja del de malversación.

El objetivo es claro, completar los indultos y plegarse a las exigencias de los secesionistas. Esquerra nunca lo ha ocultado, más bien se ha vanagloriado de ello y de haberle ganado el pulso al Estado. En realidad, tampoco el Gobierno lo negó, aunque lo disfrazó del latiguillo habitual de que todo se hacía para pacificar Cataluña.

A Esquerra no le valía rebajar las penas del delito de sedición, sino que perseguía su eliminación, una forma de amnistía. Se quería dejar claro que nunca había habido nada penalmente reprobable, sino actos plenamente democráticos. De nuevo, el Gobierno se plegó a las exigencias de los golpistas y escogió una fórmula con la que creía que salvaba la situación, añadió al delito de desórdenes públicos un nuevo supuesto al que se añadió el calificativo de agravado.

No se precisa tener grandes conocimientos jurídicos para que resulte extraño que se pretenda reducir lo que ocurrió en Cataluña en 2017 a un problema de orden público, por muy agravado que sea. De hecho, el traje de la sedición quedaba ya estrecho y somos muchos los que pensamos que el atavío que le iba a la medida era el de rebelión. Así opinaron durante todo el proceso las tres acusaciones, la Fiscalía, la acusación particular y la Abogacía del Estado, aunque esta última, presionada por el Gobierno, cambió de opinión en la calificación definitiva.

Así también lo creyó en su momento el juez instructor. Y cuando uno lee la sentencia llega a la conclusión de que también lo pensaba el ponente, al menos al redactar la primera parte, puesto que sigue milimétricamente la argumentación de la Fiscalía de que la violencia que exige el artículo 472 del Código Penal no tiene que ser física, sino que puede ser también compulsiva, equivalente a la intimidación grave.

Del mismo modo, y parece una obviedad, se señaló que para que se produzca el delito de rebelión se precisa que tal violencia esté ordenada a conseguir una de las finalidades que marca el susodicho artículo, pero es que los puntos uno y cinco (derogar, suspender o modificar la Constitución o declarar la independencia de una parte del territorio nacional) parecen hechos a la medida de lo que pasó en Cataluña. La conclusión parecía evidente. Sin embargo, la ponencia da una cabriola en el aire y, se supone que en aras de la unanimidad, el Tribunal se inclina por la sedición, aunque hay que hacer esfuerzos para que los hechos quepan en los supuestos de ese delito (ver mi artículo en estas mismas páginas del 17 de octubre de 2019 titulado “Sí, hubo golpe de Estado”).

La unanimidad en la sentencia explica que el auto de su revisión actual se haya suscrito también por todos los miembros del Tribunal. Ello priva de razón totalmente al berrinche de los independentistas, hablando de dictadura de los jueces y al querer ver una intromisión de estos en la función legislativa. Es curioso que los secesionistas hayan tildado la sentencia de venganza, la misma expresión que empleó Sánchez para justificar los indultos. Y es que los relatos de ambos se van haciendo muy similares. En esta ocasión no se ha atrevido él, ni ninguno de sus ministros socialistas, a criticar abiertamente al Tribunal Supremo, pero lo ha hecho mediante apoderado. Ya se ha encargado de realizarlo su portavoz, el periódico “independiente” de la mañana.

Esquerra fue muy ambiciosa. No le resultaban suficientes las rebajas de penas para unos delitos que estaban ya indultados, aspiraban a su desaparición. Bien es verdad que hay bastantes altos cargos que están aún pendientes de juicio y que se sentirían beneficiados con la eliminación total de ese delito. Existía además una clara intención política, mantener que sus actuaciones en contra de la Constitución y su declaración de independencia, lejos de constituir un delito, fueron un acto de soberanía democrática.

El Gobierno central sucumbió a la presión de Esquerra y creyó que el tema se arreglaba creando un supuesto agravado dentro del capítulo de desórdenes públicos. Pero las cosas son como son y no como se pretenden, sobre todo si se carece de los conocimientos precisos. El resultado, tal como afirma el Tribunal Supremo: dejar un enorme vacío legal que deja inerme al Estado frente a un posible nuevo golpe de Estado.

La avidez de Esquerra y su conciencia de que domina al Gobierno les llevó también a exigir la reducción de las penas para el delito de malversación. Los independentistas se encontraron, sin embargo, con una difícil encrucijada, cómo beneficiar a los condenados por el procés, pero solo a ellos, de manera que los favores no se extendiesen a otros delincuentes acusados de corrupción. Con tal fin, se inventaron la tesis de que no es lo mismo defraudar para llevarse el dinero a casa que cuando no hay enriquecimiento propio.

Aparte de lo injustificado que es considerar que el segundo supuesto es menos grave que el primero, no se solucionaba el problema, porque ¿cómo evitar que la reducción se aplicase también a todos los encausados por corrupción cuya finalidad hubiese sido tan solo, por ejemplo, la financiación de los partidos políticos? Rufián, con toda desfachatez, pregonaba que había que hacer una buena operación quirúrgica. Quería indicar con ello que debería hacerse una redacción ad hominem, lo que no es tan fácil si además se desconoce la técnica jurídica.

Una vez más, la reforma de la ley ha sido un engendro, se ignora aún cuáles van a ser las consecuencias, pero lo que sí se sabe es que no va a servir para reducir las penas de inhabilitación a los políticos catalanes del golpe de Estado, que era precisamente la finalidad de la reforma. A la malicia se le añade la ineptitud. El tiro les ha salido por la culata.

Resumiendo, la nueva redacción del delito de malversación se formaliza en tres supuestos, dos de ellos a simple vista no son aplicables a los secesionistas del uno de octubre. El primero se recoge en el artículo 432 bis de nueva creación. Para su aplicación se exige que los bienes apropiados sean devueltos en el plazo de diez días, lo cual evidentemente no se ha cumplido en este caso. El segundo aparece en la nueva redacción del art 433, y se refiere a las autoridades o a los funcionarios públicos que diesen al patrimonio público una aplicación pública distinta al que estaba destinado. Es, por tanto, un supuesto penal que afecta a aquellos que violan la especificidad presupuestaria cambiando, pero dentro del sector público, el destino fijado para los recursos.

Es palmario que este supuesto tampoco es aplicable a la malversación cometida en el procés. No se puede afirmar que dedicar recursos públicos a celebrar un referéndum ilegal para el que no se tiene competencias y financiar aquellas actuaciones necesarias para violar la Constitución y romper España sea una simple variación de la aplicación presupuestaria.

Tanto la versión de malversación descrita en el artículo 432 bis como la del artículo 433, que son las castigadas con menores penas, no son aplicables a las desviaciones de fondos públicos que ocurrieron en 2017 en Cataluña a efectos de llevar a cabo unas actuaciones ilegales y delictivas. Hay que concluir, en consecuencia, que necesariamente se debe imputar la tipificada en el artículo 432, aunque en su nueva redacción.

Los autores de la reforma cometieron, creo yo, dos errores. El primero es haber identificado enriquecimiento propio con ánimo de lucro. El segundo término es mucho más amplio que el simple llevarse el dinero a casa. Se comete la apropiación de los fondos en cuanto se decide darles una finalidad distinta de la utilidad pública en beneficio propio o de un tercero, y no digamos si este destino es ilegal o delictivo como en el caso que nos ocupa.

El segundo error que pienso que cometieron los independentistas -y este es mucho más grave- es que en su demencia dedujeron que dedicar fondos al procés era destinarlos a al interés publico. Su conciencia real o fingida es que no cometieron nada ilegal, sino un acto patriótico. Eso y el victimismo es lo que les lleva a lanzar improperios contra los jueces y a hablar de venganza. La verdad es que se equivocaron y redactaron unas enmiendas al Derecho Penal que no dice lo que ellos, según parece, querían decir. Aparte de malicia, ineptitud.

No obstante, para la ministra de Hacienda no hay ninguna equivocación. Ella tiene descaro y verborrea suficientes para dar la vuelta a la tortilla. Y hay que tenerlo para que, una vez conocida la sentencia, su reacción fuese afirmar que se demostraba así que el PP mentía al decir que la reforma se había hecho para beneficiar a los independentistas catalanes. Es una buena forma de aprovechar y justificar la ignorancia.

republica.com 23-2-2023



NADIA EN EL PAÍS DE LAS MARAVILLAS

ECONOMÍA, GOBIERNO Posted on Sáb, febrero 18, 2023 11:08:55

La ministra de Economía lleva tiempo presentando un panorama idílico acerca de la evolución de la economía española. Pero ha sido en las últimas semanas, con el cierre del ejercicio 2022, cuando se ha desmelenado. Ha llegado a declarar que España inicia 2023 con un motor económico sin precedentes, nuestra economía es robusta. ¡Ahí es nada! Y al mismo tiempo se atreve a tildar de agoreros a los que tienen opiniones en contra.

Esta postura desenfadada y autocomplaciente no es exclusiva de Calviño. De ella participan y han participado como corifeos todos los miembros del Gobierno, incluyendo al propio presidente, que no deja de contraponer lo que, según él, indican los datos a lo que denomina “panorama apocalíptico” que pregonan algunos. Existe sin embargo una diferencia entre Calviño y los demás ministros. Se supone que ella sabe de economía, mientras que el resto, incluyendo a Sánchez, carecen de conocimientos económicos.

No es que yo participe de esa postura bobalicona que tiene a la ministra como gran experta por el hecho de que fuese en su día directora general en la Comisión. Es de sobra conocida la mediocridad existente en buena parte de la burocracia europea. Pero Calviño es además técnica comercial del Estado y algo de política económica debe de saber, por lo menos para interpretar correctamente los datos. Hay que suponer por tanto que su discurso triunfalista solo obedece a la voluntad de engañar y presentar una realidad que ella misma entiende que no es tal. Esto no significa que la simulación no se encuentre también en las motivaciones del resto del Gobierno, sepan o no sepan economía.

El discurso triunfalista del Ejecutivo choca ciertamente con la realidad de la calle y con la sensación que los ciudadanos tienen de que la economía va mal. Así lo manifiesta el ochenta por ciento en algunas encuestas. El relato del Gobierno se basa, por una parte, en la manipulación de las cifras cambiando de nombre a la misma realidad. Ello es demasiado evidente en el caso del paro y del empleo. Tanto Escrivá como Yolanda Díaz se han dedicado a enfangar los datos y a confundir lo que realmente ocurre en el mercado de trabajo. A su vez, Calviño no ha tenido ningún reparo en forzar la dimisión del anterior director general del INE para sustituirlo por alguien más manejable. El problema es que las sospechas y dudas sobre la coherencia de las cifras, tanto más cuanto que se cambian los criterios de elaboración, originan una manifiesta incertidumbre sobre la situación económica. Existe el riesgo de que con las estadísticas se produzca el mismo descrédito que con las encuestas del CIS de Tezanos.

Por otra parte, el Gobierno fundamenta también su discurso en un solo dato o en un momento concreto de la coyuntura. Prescinde de los demás y olvida que la realidad económica es un todo continuo y que todo análisis, para ser coherente, precisa considerar un periodo adecuado y la correlación entre una pluralidad de variables. El Gobierno ha lanzado las campanas al vuelo ante el hecho de que el incremento del PIB en 2022 haya sido del 5,5%, por encima de las previsiones realizadas y superior al de la mayoría de los otros países de la UE. Pero esto en sí mismo no dice nada sin considerar de dónde venimos y hasta qué punto se hundió nuestra economía en el 2020, en un porcentaje mayor al del resto de las europeas.

El dato realmente relevante es que somos el único país de la Unión Europea que aún no ha recobrado el nivel del PIB previo a la pandemia. En concreto, el PIB en 2022 tan solo ha sido el 98,73% del de 2019, y lo que es aún más grave, según las previsiones, ni siquiera lograremos alcanzar el 100% en este año. Como se puede apreciar, la situación no es precisamente para tirar cohetes, ya que representa cuatro años perdidos.

Esta evolución del PIB cuestiona abiertamente todos los planteamientos gloriosos que acerca del empleo se nos han venido haciendo a lo largo de todos estos años. Por más que se manipulen las cuentas, las cifras no cuadran (ver mi artículo de 22 de diciembre de 2022 en estas mismas páginas titulado “Crecimiento económico y cifras de desempleo”). En realidad, después de tantos equívocos, cambios y tergiversaciones, el único dato que se puede acercar a la realidad es el de horas semanales trabajadas. La evolución de esta variable sí es acorde con la del crecimiento de la economía. Según el INE, en el cuarto trimestre de 2022 se trabajó por término medio 630 millones de horas semanales, mientras que en el mismo periodo de 2019 se alcanzaron los 640 millones. Estamos, por tanto -sean más o menos los empleados- a un 98% de conseguir el volumen de trabajo pre pandemia.

El Gobierno últimamente también se ha vanagloriado de la tasa de inflación de los últimos meses, considerando que es la más baja de los países europeos. Una vez más, el análisis tiene que ser más fino. Primero, la consideración del incremento de los precios, ya que es acumulativa, no puede circunscribirse a un mes ni a un año. Se precisa contemplar al menos el espacio transcurrido desde el comienzo de la crisis. En segundo lugar, hay que considerar que la UE después de la ampliación es muy heterogénea, y en lo referente a esta inflación (que en una medida importante tiene su origen en la crisis de la energía, en la invasión de Ucrania y en la reacción un tanto espasmódica que frente a ella ha tenido la propia UE) resulta bastante evidente que el impacto no puede ser el mismo en todos los países. La cercanía y la dependencia rusas lógicamente tienen que ser factores determinantes. La comparación debe hacerse con aquellos países de nuestras mismas características.

En España, desde 2019 hasta finales de 2022, el índice de precios al consumo armonizado por la UE se ha incrementado un 13%, igual que en Portugal, menos que en Alemania (18%) y que en Italia (17%), pero más que en Francia (12%) y en Grecia (11%). En cualquier caso, las cifras más relevantes de cara al futuro se hallan en la inflación subyacente, que lejos de reducirse aumenta, y más concretamente en la relación precios-salarios, que es lo que más importa a la mayoría de los ciudadanos. Y aquí volvemos a situarnos en una mala posición. Según la OCDE, nuestro país está a la cabeza de la pérdida de poder adquisitivo. Incluso en Italia y en Alemania, con tasas de inflación más elevadas, los salarios reales se han reducido menos que en España.

En varios artículos he combatido ese tópico que define la inflación como el impuesto de los pobres. Obedece a una tesis trasnochada, propia de los tiempos en los que era el Estado el que emitía la moneda. La inflación lo que siempre conlleva es una redistribución de la renta entre los ciudadanos y entre los distintos agentes económicos, ya que los precios (incluyendo entre ellos los salarios y los tipos de interés) tienen una evolución muy desigual. Unos salen beneficiados y otros perjudicados, dependiendo del lugar que se ocupa en el escenario social y económico y de la fuerza que cada uno tenga para imponerse.

Los trabajadores suelen ser perdedores porque los salarios suben menos que los otros precios. Resulta curioso que la ministra de Economía afirme, como si la cosa no fuese con ella, que las retribuciones de los trabajadores tienen que incrementarse, al tiempo que todas sus propuestas y medidas se reduzcan a que se suba el salario mínimo interprofesional y a que se realice un pacto de rentas. Por otra parte, la preocupación de Calviño debería haber comenzado por los salarios de los empleados públicos que, en contra de lo que vienen afirmando algunos periodistas, solo se elevarán este año el 2,5%.

He criticado con frecuencia lo que se denomina pacto de rentas, porque con él los únicos ingresos que de verdad se controlan son los salariales. En un sistema de libre mercado los beneficios empresariales resultan muy difíciles -más bien imposibles- de limitar y no digamos los tipos de interés, que precisamente son los que pretenden elevar los bancos centrales para controlar la subida de los precios. En esa lucha que la inflación desata entre los distintos tipos de rentas, el pacto que se propone constituye tan solo el estrado para decretar la derrota de los trabajadores.

La situación en España no deja de ser paradójica, puesto que son los sindicatos y el Ejecutivo los que reclaman el pacto de rentas, mientras que los empresarios lo rehúyen. La explicación se encuentra en que no lo necesitan, habida cuenta de que la entrega de las organizaciones sindicales a la política gubernamental y su debilidad es de tal calibre que la patronal sabe que convenio por convenio va a imponer sus deseos. La fuerza de los sindicatos radica tan solo en decisiones como el salario mínimo interprofesional, que dependen exclusivamente del Gobierno.

Esto explica que el decremento de los salarios reales sea uno de los mayores de Europa. Carece de sentido responsabilizar de ello a los empresarios y repetir, tal como hace la ministra, ese latiguillo de que tienen que arrimar el hombro, latiguillo que es el que los sanchistas emplean para echar las culpas a los demás. Es absurdo pretender que las empresas se comporten como sociedades benéficas. En un Estado social y democrático de derecho cada uno tiene su papel: los sindicatos, los empresarios, el Gobierno etc., y resulta imposible intercambiar sus funciones.

No creo que los empresarios españoles sean peores que los del resto de países. Si los salarios reales se han reducido más que en otras latitudes habrá que buscar el origen en la estructura de la economía, en las características y tipología de los puestos de trabajo, en la productividad, en la política económica del gobierno y en la debilidad de los sindicatos. CC.OO. propone ahora que el incremento salarial esté en consonancia con los beneficios empresariales. La teoría parece correcta, pero para llevarla a la práctica hay que pelear convenio por convenio y empresa por empresa y no vale con encargar a la Agencia Tributaria unos supuestos índices que estarían faltos de consistencia y con los que lo único que se conseguiría sería enfangar una vez más a este organismo en tareas que no son suyas.

La economía española está muy lejos de ser ese país de las maravillas que de vez en cuando nos presenta Calviño. Los españoles son los únicos ciudadanos europeos que aún no han recobrado el nivel de vida pre pandemia. La renta per cápita actual es inferior a la de 2019, incluso a la de 2018. Es decir, que en los cuatro años de gobierno de Sánchez los ingresos de los habitantes de nuestra querida España, por término medio, se han reducido. Es más, el empobrecimiento de la población es aún mayor que el que se deduce de esta variable. Hay que considerar que su patrimonio se ve minorado por el aumento de la deuda pública en un 17% del PIB, incremento muy superior al experimentado por la casi totalidad de los países europeos: el de Grecia 5% del PIB; Portugal el 3%; Holanda el 3%; Alemania 7%; Austria 9%; Bélgica 10%, y Francia e Italia, que son los que más se acercan, ambos con el 14%. La media de la Eurozona se ha situado en el 9%.

Como se ve, todo este escenario sitúa nuestra economía a la cola de Europa en casi todos los parámetros, y muy lejos del discurso triunfalista del Gobierno. El hecho es tanto o más llamativo, si tenemos en cuenta los fondos de recuperación y el relato de Sánchez y sus mariachis acerca de que con ellos se iba a cambiar radicalmente la realidad económica de España situándonos a la cabeza de todos los Estados europeos. ¿Fondos de recuperación? ¡Oh paradoja!, pues resulta que la única economía que aún no se ha recuperado es la española.

republica 16-2-2023



PECHO BUENO, PECHO MALO

CATALUÑA, GOBIERNO Posted on Sáb, febrero 04, 2023 12:48:47

La psicoanalista Melanie Klein explicó gran parte de la evolución psicológica de la primera infancia por la bipolarización que, según ella, aparece en los niños a la hora de interpretar la realidad. Proyectan todo lo bueno en un objeto, pecho bueno; y todo lo malo en otro, pecho malo. Tal vez por reminiscencia de la niñez, esta tendencia bifronte se ha trasladado a la edad adulta. Es ya un tópico el juego de policía bueno, policía malo a la hora de los interrogatorios. Sale en todas las películas.

En nuestra realidad más inmediata se tiende a clasificar a los independentistas en buenos y malos. Unos serían los dialogantes, los propensos al pacto y a la negociación, y otros, al enfrentamiento y a la subversión. El esquema es demasiado simple para ser cierto. Esas teóricas posiciones no han estado siempre del mismo lado. Durante muchos años los llamados moderados se situaban en el ámbito de CiU. Permanentemente estaban dispuestos a pactar; eso sí, cobrando un precio. De hecho, tanto el PSOE como el PP se apoyaron en Pujol cuando no tenían mayoría absoluta, y contaron con él en toda circunstancia para aprobar determinadas leyes. De hecho, los convergentes nunca se proclamaron independentistas, sino nacionalistas.

Al mismo tiempo, Esquerra adoptaba la postura más radical, al menos en lo referente al Estado español. En ningún momento negaron su condición de independentistas. Han sido fieles a su historia. El 4 de abril de 1931, nada más instaurarse la República, Francesc Maciá anunciaba desde el palacio de la Generalitat la creación del Estado Catalán, violando así el Pacto de San Sebastián y traicionando el acuerdo al que habían llegado con el resto de los republicanos españoles, que tuvieron que viajar rápidamente a Cataluña para conseguir que las aguas retornasen a su cauce.

El 6 de octubre de 1934, aprovechando la Revolución de Asturias, Lluís Companys se rebela contra la Constitución republicana y proclama de nuevo el Estado Catalán. Fueron los cañones enviados por Lerroux los que abortaron la intentona. Los dirigentes y militantes de Esquerra continúan en la época actual homenajeando a un sedicioso, porque el hecho de que Companys fuese víctima de un régimen tiránico y fascista no altera su condición anterior de golpista.

En ese marco de fidelidad a su historia de traición al Estado español, parece que Carod Rovira se entrevistó el 4 de enero de 2004 en Perpiñán con la cúpula de ETA, ofreciéndoles el apoyo político de Esquerra a cambio de no cometer atentados en Cataluña, sin importarle que continuasen matando en cualquier otra parte de España. Ello explicaría el hecho de que el 18 de febrero de ese mismo año ETA anunciara una tregua solo en Cataluña, manteniendo la ofensiva en el resto.

En 2017, el 17 de octubre, después de haberse celebrado el referéndum, Puigdemont, ante la amenaza de la aplicación del artículo 155 de la Constitución y de la intervención de la Generalitat por el Gobierno español, se inclinaba por no declarar la independencia, sino por convocar elecciones a la Generalitat. Se encontró enfrente a toda Esquerra presionándole y tachándole de traidor. Es conocido el mensaje de Rufián acerca de las 155 monedas de plata en referencia al citado artículo y a la traición de Judas. En realidad, la decisión de Puigdemont de declarar la independencia fue en cierta medida forzada, pues es sabido que el mayor temor de un independentista es que se le tilde de botifler.

Tras la intentona de golpe de Estado, la aplicación del 155 y la actuación de los tribunales, son los líderes de Esquerra los que se han convertido en moderados y dialogantes, mientras que los sucesores de Pujol, con Puigdemont a la cabeza, los que se han echado al monte. En realidad, no hay tal, ni en un caso ni en el otro. Todos han estado siempre del mismo lado. Se trata tan solo de una cuestión de táctica, de las conveniencias de cada uno en cada momento.

Tan pronto como Artur Mas se vio obligado a entrar en helicóptero en el Parlament debido a que el edificio estaba rodeado por los indignados del 15 M y teniendo en cuenta la fuerte ola de contestación social que se desató (al igual que en otras partes de España) en Cataluña se terminaron la moderación y los acuerdos. CiU se subió al carro de los independentistas, lo que le sirvió de hábil instrumento para desviar la protesta contra el gobierno central.

Qué duda cabe que la postura actual de Esquerra obedece también a una cuestión de estrategia, sin que se haya producido el menor cambio en la finalidad última. Tras el fracaso del golpe y la reacción del Estado, los líderes de la formación fueron plenamente conscientes de que la independencia de Cataluña no estaba madura y que a corto plazo les convenía jugar al acuerdo y a la negociación, obteniendo del Estado todas las cesiones posibles, tanto más cuanto que existe un gobierno débil y dispuesto a aceptar cualquier cosa con tal de mantenerse en el poder. No obstante, a medio y a largo plazo continúan sin renunciar al objetivo de la independencia, ni a la vía unilateral si fuese preciso. Dicen claramente que lo volverán hacer. Piensan, además, que cuantas más concesiones consigan a corto plazo antes se darán las condiciones necesarias para declarar de nuevo la independencia.

La situación de los ex convergentes es diferente. Está marcada por la tocata y fuga de Puigdemont, con lo que la estrategia adoptada es también distinta. El exilio hace que el ex presidente de la Generalitat no pueda esperar. Por mucho que se esfuerce por estar en la pomada, con el destierro corre el peligro de ser poco a poco marginado. Es por ello por lo que su actitud es claramente de enfrentamiento. Precisa explosionar la situación y oponerse a la táctica adoptada por ERC. Son los seguidores de Puigdemont los que ahora llaman botifler a Oriol Junqueras, lo que no deja de resultar curioso cuando el líder de Esquerra se ha pasado tres años en la cárcel y el ex convergente se fugó al exterior dejando a su gobierno en la estacada. Pero en el fondo no hay diferencias. Todos están dispuestos a intentarlo de nuevo. No hay buenos ni malos.

Es frecuente que esta tendencia a la polarización se produzca también a la hora de enjuiciar a los miembros del Gobierno. Periodistas, tertulianos y demás plumillas, según sus preferencias, se empeñan en realizar distinciones entre ministros buenos y malos, sin considerar que todos deben su cargo sin excepción al voto de los golpistas y de los filo etarras, y que se mantienen en el poder gracias a las múltiples concesiones y privilegios de todo tipo que se les confieren a unos y a otros.

Es frecuente que los mismos ministros, dependiendo de sus inclinaciones e ideas, renieguen de algunas de las medidas del Gobierno o de los planteamientos de otros ministros. En muchos casos se lavan las manos como si el problema no fuese con ellos. Pretenden transmitir la idea de que las pifias no les afectan; pero, quieran o no, todas las medidas son aprobadas por la totalidad del Gobierno e implican por tanto a todos y cada uno de los ministros. E incluso, cuando se trata de leyes, los responsables son también todos los diputados que las aprueban.

Es todo el Gobierno en su conjunto el que ha aprobado la ley del sí es sí, y la ley trans, y el que ha dado vía libre a los indultos o ha eliminado el delito de sedición o reducido las penas a los delitos de corrupción. Pero son también todos los ministros, pertenezcan al partido que pertenezcan, los que han incrementado el gasto en defensa, los que envían armas a Ucrania, los que cambiaron la postura de más de cuarenta años sobre la situación política del Sahara o los que permitieron la matanza en la valla de Melilla. No hay ministros técnicos o chapuceros, las chapuzas han salido del Consejo de Ministros y salpican a todos sus miembros.

Los intentos de ciertos ministros para desentenderse de los acuerdos del Consejo de Ministros o de los planteamientos de otros miembros del Ejecutivo suenan a falsos y oportunistas. Si fuesen sinceros, esa postura les debería conducir a la dimisión, que siempre está en su mano. Todo tiene un coste y cuando se está dispuesto a pagarlo con tan de mantenerse en el cargo es porque en el fondo no hay tanto desacuerdo como se pretende, ni tanto tecnicismo como se supone.

Lo mismo se puede afirmar del presidente del Gobierno. Hay que dar por hecho que es responsable no solo de todos los acuerdos del Consejo de Ministros, sino incluso de las actuaciones, posturas y manifestaciones de todos sus miembros. Tiene siempre la posibilidad de cesarlos. Es más, hay que suponer también que, quiera o no, se le pueden atribuir todos los desmanes que cometen sus socios de legislatura, puesto que los acepta y consiente con tal de que le mantengan en el poder.

republica.com 2-2-2023



RETALES, CHAPUZA Y PASTICHE

ECONOMÍA, GOBIERNO Posted on Lun, enero 23, 2023 19:14:05

Dediqué el artículo de la pasada semana a señalar la contradicción existente, en mi opinión, entre la política monetaria del Banco Central Europeo y la política fiscal de la Comisión y de la mayoría de los gobiernos nacionales. Terminaba haciendo  referencia de pasada a las medidas adoptadas últimamente por el Gobierno español y prometía tratar algunas de ellas en el artículo de esta semana. Con carácter general, el primer reproche a realizar es que la ayuda se ha dividido en un número elevado de medidas de pequeña cuantía y escasa eficacia que complican enormemente la gestión. Retales, chapuza y pastiche, remiendos, tapujos y parches, que diría Luis Eduardo Aute.

Un sistema fiscal vale lo que vale la administración encargada de aplicarlo. Aseveración que es casi un tópico, pero no por eso deja de ser menos verdad. Los tributos, para ser justos, deben ser complejos, pero no tanto que hagan imposible su gestión y control, porque entonces terminan siendo radicalmente inconsistentes y arbitrarios al beneficiar tan solo a los que estén dispuestos a mentir o a defraudar.

A menudo, el Ministerio de Hacienda se ha equivocado, y continúa equivocándose, al establecer deducciones fiscales con tal cúmulo de requisitos y condiciones que hacen inviable su comprobación. Sin embargo, creo que ha acertado cuando ha renunciado a un control exhaustivo de toda la población y ha exonerado de declarar a aquellos contribuyentes con rentas bajas y que apenas tienen margen para defraudar. El coste administrativo podría ser mayor que el beneficio que se obtendría al intentar un control total.

Curiosamente, quizás por ignorancia, o por pensar que así obtenía más publicidad, el Gobierno, lejos de plantear las ayudas de forma unitaria y global mediante un solo instrumento, las ha dividido en múltiples medidas de escasa cuantía no conexionadas entre sí e imposibles de gestionar adecuadamente, como no sea consumiendo una gran cantidad de recursos administrativos que son necesarios para otros menesteres. Con un planteamiento un tanto simple han creído solucionar el problema encargando de la gestión a la Agencia Tributaria, a la que se enfanga con una pluralidad de asuntos menores que no puede analizar ni controlar adecuadamente, pero que la apartan de su misión, que es perseguir el fraude.

El inicio de este camino hay que asignárselo al ministro que se cree independiente, pero que es especialista en operaciones fallidas y en lanzar los muertos a los otros departamentos o entidades. Su ignorancia administrativa le llevó a crear un ingreso mínimo vital (IMV) alambicado y complejo que ha sido un fracaso, imposible de gestionar y más aún de controlar, y que ha inundado de papeleo a la Seguridad Social y a la Agencia Tributaria. Se da la incongruencia de que se obliga a presentar la declaración del IRPF a aquellas personas, quizás a las de menores rentas, que estaban exentas y que desde luego no saben de qué manera hacerlo. La Agencia, por tanto, carece de una adecuada información respecto a ellas. Con lo que el control y las comprobaciones carecerán de rigor, pero alejarán a la administración tributaria de su objetivo.

La última ocurrencia en este sendero, por ahora, es la entrega por una sola vez de un cheque de 200 euros para aquellos ciudadanos con una renta anual inferior a los 27.000 euros y un patrimonio no superior a 75.000. El problema, entre otros, radica en que, al igual que en el IMV, en muchos casos la Agencia Tributaria carecerá de los datos necesarios para comprobar el cumplimiento de las condiciones, especialmente la cuantía del patrimonio.

La situación se hace más compleja cuanto que para determinar estos límites se considera el estado civil del beneficiario, siendo la familia, si existe, la unidad a considerar. Son los ingresos sumados del marido y de la mujer los que se computan a efectos de calcular si se tiene o no derecho a la subvención. Aparte de complicar enormemente la gestión, se genera una situación injusta, porque en una mayoría de casos el nivel de renta y patrimonio que permitiría cobrar la ayuda en el caso de ser soltero la excluye cuando los beneficiarios están casados o son pareja de hecho.

Se produce así no solo una arbitrariedad, sino que se plantea un grave problema jurídico. El Tribunal Constitucional a principio de 1989 declaró contrario a la Constitución la obligación que existía entonces de que los matrimonios realizasen una declaración conjunta en el IRPF. Sentaba así la doctrina de que el estado de casado o casada no podía implicar un trato desfavorable en materia fiscal. Parece lógico que este planteamiento se pueda extender al ámbito de las ayudas o subvenciones.

Esta complejidad en la gestión contrasta con la levedad de la ayuda, escasa cuantía y ceñida a un reducido colectivo. El hecho de que se excluya a los que cobran una pensión o el IMV, unido a que el cómputo sea por familias conduce a que el número de beneficiarios vaya a ser muy reducido. Eso no es óbice para que el Gobierno, como siempre, haga trampas e infle la cifra de subvencionados y la cantidad a emplear. Por otra parte, como ya es costumbre en las medidas aprobadas por este Gobierno, se cae en un error de salto. Es un desliz que solo es propio de aprendices. Se pierde el derecho a la subvención por tener un céntimo más de renta o de patrimonio.

Dentro de las medidas aprobadas se encuentra también la prórroga de la gratuidad del transporte de cercanías y a media distancia. Decisión sin duda muy discutible que únicamente tiene importancia, y solo relativa, para un número muy reducido de personas, aquellas que viven en ciudades y usan transporte público. Por otra parte, la experiencia de los últimos meses ha mostrado -lo que por otra parte ya se sabía- que el precio, entre otras finalidades, limita el consumo a niveles racionales y evita el despilfarro. En este caso, la gratuidad en el servicio originó que a muchas personas que necesitaban viajar no les fuera posible hacerlo, a pesar de que los trenes iban casi vacíos como consecuencia de que al no tener coste se reservaban muchos más billetes de los que después se utilizaban.

Se contrasta de nuevo la conveniencia de canalizar las ayudas mediante un solo instrumento y orientado a incrementar la renta o el ingreso personal, y no a través de múltiples subvenciones a productos específicos que complican la gestión y distorsionan el mercado. La aseveración es aun más cierta cuando se subvenciona la totalidad del precio, convirtiendo en gratuito el consumo de un producto. Se incentiva el derroche y muy posiblemente se genera escasez.

El Gobierno ha prorrogado también la congelación de los precios de los alquileres. Es una medida que no cuesta nada al erario público, ya que la fiesta corre a cargo de los propietarios. Quizás ayude momentáneamente a los actuales arrendatarios, pero perjudica a los arrendadores y a los futuros inquilinos, ya sean nuevos o que tengan que renovar su contrato. Se estrecha la oferta lo que aumenta el precio y las dificultades de los arrendatarios más precarios (ver mi artículo del 20-9-2018 en este mismo medio).

El Ejecutivo, después de resistirse y criticar a los que lo propusieron, ha decidido la bajada del IVA a los alimentos de primera necesidad. Lo llamativo es que una vez más ha querido cuadrar el círculo y comprometerse a lo imposible. Aunque ciertamente le da igual, puesto que no tiene ningún problema en incumplir las promesas. Ha asegurado que impedirá y no permitirá que los empresarios se apoderen de la bajada del IVA y que no lo repercutan sobre los consumidores. Misión quimérica. Sucede igual con el impuesto sobre los ingresos bancarios, que será totalmente imposible saber si se produce o no la traslación ¿cómo determinar en qué medida la reducción del IVA está incorporada en la variación de los precios o el nuevo impuesto en las modificaciones de los costes de los servicios bancarios? Solo la competencia puede impedir que los empresarios se apoderen de la bajada del IVA y los bancos trasladen los impuestos.

Refirámonos por ultimo a una medida ocurrente, como salida de la factoría del ministro independiente. Ante la falta de médicos, se ofrece a los de familia y a los pediatras la posibilidad de seguir trabajando después de la edad de jubilación haciendo compatible el sueldo con el 75% de la pensión. No deja de resultar curioso que en el país con más paro de toda la Eurozona se incentive el retraso en la edad de jubilación.

Es posible que exista carencia de médicos, pero esto es únicamente por las condiciones económicas que obligan a emigrar a muchos de ellos. El Estado español realiza un mal negocio. Corre con los gastos de educación de los aspirantes para que después terminen produciendo en otros países. Habrá que cuestionarse si no sería más lógico dedicar a la Sanidad más recursos, de manera que no se produzca semejante diáspora.

Podríamos preguntarnos también si no habría que considerar la sanidad pública como uno de los mejores destinos para los llamados fondos de recuperación, en lugar de dedicarlos a esas otras finalidades etéreas que están muy lejos de incentivar la economía -no hemos alcanzado aún los niveles de 2019-, pero que sí van a enriquecer arbitrariamente a determinadas empresas, de acuerdo con las conveniencias del Gobierno y de los objetivos electorales de Sánchez. Todo funciona a pegotes. Qué carnaval, qué pitote. Vaya chapuza que hay.

republica 19-1-2023



SIN DERECHO, NI SOCIAL NI DEMOCRATICO

GOBIERNO Posted on Lun, enero 02, 2023 23:12:11

Hace ya algunos días que se oyeron en el discurso político los mayores y más graves disparates. Todo comenzó por que el PP presentó ante el Tribunal Constitucional un recurso de amparo y la petición de medidas cautelarísimas contra la chapuza legislativa que una vez más adoptaba el Gobierno Frankenstein y que violaba todas las normas y reglas procedimentales (ver mi artículo del 15 de diciembre del 2022 publicado en este mismo diario con el título “Legislar a la carta”). La oposición entendió que esta forma de legislar conculcaba sus derechos como diputados, por ello reclamaban el amparo del alto tribunal.

El simple hecho de que el Constitucional se reuniese con carácter de urgencia, y a pesar de que ni siquiera hubiese decidido si admitía o no el recurso, fue suficiente para que el bloque Frankenstein perdiese los nervios y saliese en tromba vomitando todo tipo de exabruptos y despropósitos y tildando de golpistas a la oposición, a los jueces, a los medios y a todo el que se cruzase en el camino de Sánchez. Lo irónico del planteamiento es que los únicos que en realidad han dado un golpe de Estado han sido en 2017 los secesionistas catalanes, que son precisamente los aliados y el apoyo del Gobierno.

Es larga la serie de falacias e improperios vertidos desde las filas del Frankenstein con la aquiescencia del presidente del Gobierno e imposible de recoger en un artículo, pero lo que sí hay que resaltar, y resulta lo más grave, es el supuesto que subyace en todo ese discurso, el mismo que manejaron los golpistas en 2017. Según el cual, el triunfo en unas elecciones concede al ganador un poder absoluto sin sometimiento a las leyes ni a ningún otro poder que haga de contrapeso.

Sin embargo la creación del Estado moderno se ha basado en tres pilares que se han ido asentando progresivamente. Primero se le exigió constituirse como Estado de derecho, con el que se superaba el absolutismo y la arbitrariedad. Se trataba de trascender el sistema basado en un déspota benevolente que aplicaba la justicia según su leal saber y entender, sin someterse a ninguna norma que no fuese la de su juicio y voluntad, y llegar a otro en el que leyes objetivas obliguen por igual a todos los ciudadanos. En esto consiste el gran avance del Estado de derecho, en el sometimiento de todos por igual a la ley, desapareciendo cualquier criterio arbitrario y discrecional.

Tres son principalmente los requisitos que resumen su contenido: a) Reconocimiento y tutela de derechos civiles y libertades públicas; un ámbito de intimidad privada y autonomía para las personas; b) División de los distintos poderes de manera que, contrapesándose, se impida cualquier tipo de absolutismo y c) Sometimiento de todos, y en especial de las autoridades, al imperio de la ley y del derecho.

Posteriormente, el Estado añadió a su condición “de derecho”, la de “democrático”, el gobierno de uno solo o de una camarilla es sustituido por el de todos. El calificativo de democrático predicado del Estado implica la participación de la totalidad de los ciudadanos en los asuntos públicos. Es un paso más en la evolución del Estado moderno, con respecto al simple Estado de derecho; añade al status libertatis el status activae civitatis. Representa, en realidad, una superación del esquema original burgués ligado al sufragio censitario en el que los derechos políticos estaban reservados a ciertos niveles de propiedad y de instrucción, y basado en el funcionamiento de los partidos de cuadros, meras asociaciones de notables. El Estado democrático se fue imponiendo progresivamente en toda Europa desde mediados del siglo XIX hasta los inicios del XX, a través del sufragio universal y los partidos de masas: 1848 para Francia y Suiza, 1864 para Grecia, 1870 para el imperio alemán, 1893 para Bélgica, 1918 para Inglaterra etc.

El Estado social constituye el último paso, al menos por ahora, en ese proceso de configuración del Estado moderno. Parte de la consideración de que los aspectos económicos condicionan el ejercicio de los derechos civiles y políticos y de que el hombre, para poder realizarse como hombre, necesita disponer de un mínimo nivel económico; en definitiva, de que no se puede hablar de auténtica libertad si no están cubiertas las necesidades vitales más elementales. Estima que quizás la mayor esclavitud surge de los lazos económicos. Si el Estado de derecho pretende proporcionar seguridad jurídica, el Estado social intenta garantizar la seguridad económica y social.

El Estado social también se basa en el supuesto de que la estructura económica no solo puede ser un impedimento para el Estado de derecho, sino también para el Estado democrático. Asumen el principio de Marx de que la desigualdad en el dinero origina también la desigualdad en el poder, y que los que concentran las riquezas tienen tales medios e instrumentos que pueden interferir en el juego democrático, desnaturalizándolo y convirtiéndolo en una envoltura puramente formal, sin ningún contenido. Si el Estado quiere ser verdaderamente un Estado de derecho y democrático, no tiene más remedio que ser también social, renegar del laissez faire e intervenir en el ámbito económico.

La pretensión de que el Estado asumiese este carácter de social pasó a integrarse en una gran parte de los programas de la izquierda, más concretamente en el de aquellos partidos llamados socialistas o socialdemócratas. Así, en agosto de 1869 en el congreso fundacional del Partido Socialista Obrero alemán; en la creación del partido socialdemócrata danés en 1878; en 1879 en el Partido Socialista Obrero Español, en 1892 en el partido italiano etc.

Pero es necesario añadir en seguida que esta evolución temporal puede seguirse conceptualmente también en sentido inverso respecto a la posible condicionalidad entre los tres criterios. No puede darse el Estado social si no es democrático y de derecho (en todo caso quedaría reducido a la mera beneficencia) y sin la condición “de derecho” el Estado no puede ser ni democrático ni social. Entre los tres atributos hay una relación determinista y, en un orden lógico y consecuente, cada uno de ellos exige e implica los otros dos. Quedarse en una de las fases sin dar un salto a la siguiente significa no solo no avanzar, sino retroceder; constituye una involución al despotismo, porque ninguna de esas facetas es estable sin el complemento de las restantes.

Hay una tendencia relativamente reciente en fijarse exclusivamente en el criterio de democrático y olvidarse de la sujeción al derecho. Se piensa que los votos permiten todo y que quien gana unas elecciones tiene patente de corso para actuar y gobernar sin ninguna cortapisa. Se recurre a la soberanía popular, pero hay que considerar que esta se encuentra en los tres poderes e informando todas las instituciones del Estado. Los gobiernos, por muy democráticamente que hayan sido elegidos, tienen que funcionar de acuerdo con las leyes y la Constitución. De lo contrario, retornaríamos al absolutismo y a un sistema despótico, aun cuando en este caso no se concrete en un jefe, en un rey o en un caudillo, sino en una mayoría electoral. Dictaduras, ni la del proletariado, decíamos antiguamente en la izquierda. Los votos se emiten de acuerdo con unas reglas de juego y unas leyes que marcan no solo la forma y finalidad de las elecciones, sino también cuáles son las competencias y limitaciones de los elegidos. Las mismas mayorías y minorías se forman de acuerdo con una norma determinada y tal vez serían otras si la ley fuese distinta.

Fue en Francia a partir de Napoleón III cuando surgió la expresión “golpe de Estado”, designando con ello la insurrección frente al orden jurídico, transgrediendo la ley y el statu quo desde el poder. En el golpe de Estado, a diferencia de la revolución, es el poder el que pretende cambiar el marco de juego gracias al cual precisamente se han celebrado los comicios, en la creencia de que las competencias de los elegidos son absolutas y en que no tienen que supeditar sus dictados ante nadie ni ante nada. Se estima que la ley no es igual para todos y que se puede utilizar de forma discrecional y arbitraria según a quien se le aplique.

Recientemente esta mentalidad y forma de actuar, al unísono con el desarrollo del populismo, se ha extendido en bastantes regiones de América Latina. Algunos gobiernos, aunque elegidos democráticamente, se olvidan del Estado de derecho y se deslizan hacia sistemas autoritarios y absolutos, en algunos casos dictatoriales, modificando los regímenes sin respetar las reglas establecidas para ello. Curiosamente con frecuencia acusan de golpistas y subversivos a aquellos que se les oponen.

En España el ejemplo más claro lo constituyó el golpe de Estado de los independentistas catalanes en 2017. Basándose en que el Parlament de Cataluña era soberano y que ellos tenían en él mayoría se creyeron con la potestad de modificar, unilateralmente y sin someterse a las normas y procedimientos establecidos, la Constitución y de cambiar la estructura territorial de España. Negaban la competencia del Tribunal Constitucional para determinar lo que podía aprobar y no aprobar el Parlamento catalán.

Al margen de que la soberanía no reside en la sociedad catalana, sino en la totalidad de la española, es que el hecho de haber ganado unas elecciones no da derecho a actuar en contra de la Constitución ni a negar la autoridad que posee el Tribunal Constitucional para señalar lo que el Parlamento catalán no puede establecer de acuerdo con la Carta Magna. En realidad, solo confirmaban el principio escondido tras el relato que venían repitiendo acerca de lo escandaloso que resultaba que el Tribunal Constitucional hubiese anulado algunos artículos de un estatuto que había aprobado en referéndum la sociedad catalana.

A partir de que Sánchez ganase con apoyo de los golpistas catalanes la moción de censura, esta falsa concepción del orden político mantenido por los secesionistas se ha ido introyectando poco a poco por el Estado y más concretamente por el Gobierno, así como por los partidos que lo apoyan. Incluso han asumido su mismo lenguaje. Términos como conflicto político o desjudicialización de la política indican de forma bastante clara cómo lo que en realidad se pretende es crear para la política un ámbito de impunidad, en el que el derecho y la ley no rigen. De ahí los ataques a los jueces cuando estos pretenden simplemente aplicar el orden penal y constitucional. El presidente del Gobierno para justificar los indultos calificó de venganza la sentencia del Tribunal Supremo.

Los acontecimientos ocurridos estos últimos días y la enorme cantidad de aberraciones y dislates vertidos confirman la concepción absolutista que Sánchez tiene del poder. Ningunea al Jefe del Estado. No admite ningún otro contrapoder, ni leyes ni tribunales. Desprecia el Estado de derecho, cuyos principales supuestos rechaza. No cree que la ley tenga que ser igual para todos y por eso legisla a la carta para que sus aliados soberanistas salgan favorecidos y, como se ve, tampoco cree en la división de poderes, ni en los derechos de las minorías.

Hace años se precisaba escribir artículos como este, con la finalidad de defender el Estado social argumentando que sin él resulta imposible que el Estado sea “de derecho” y “democrático”. Hoy, sin embargo, sorprendentemente lo más urgente y necesario es defender que sin derecho al final se falsean la democracia y el Estado social. O témpora, o mores.

republica.com 29-12-2022



LAS HIPOTECAS  Y LA LIMITACIÓN DE LA RIQUEZA

ECONOMÍA, GOBIERNO Posted on Mar, diciembre 27, 2022 23:12:00

No es ninguna novedad. Este Gobierno ama la representación, que le permite aparentar lo que no es, y figurar como progresista y social sin serlo. Esta distorsión ha hecho su presencia una vez más, ahora en la negociación con la banca respecto a las hipotecas. Cuesta entender lo que se aprobó en el Consejo de Ministros, y se convalido en el Parlamento, puesto que su eficacia queda reducida a una simple recomendación a las entidades financieras, que pueden aplicar esas medidas u otras parecidas o ninguna.

Durante semanas pregonaron que el Gobierno y la Asociación Española de Banca (AEB) estaban negociando un acuerdo acerca del tratamiento que debería darse a las hipotecas de los más vulnerables. Al final dijeron que habían llegado a un acuerdo, acuerdo que se aprobaría en el Consejo de Ministros. ¿Pero de qué negociación se trata, a qué pacto se referían, qué consistencia tiene el acuerdo del Consejo de Ministros cuando las entidades financieras no adquirían ningún compromiso? Todo puro aire, flatus vocis, mera propaganda, trasmitir la idea de que el Gobierno actuaba y ayudaba a los tenedores de hipotecas, que se ven fuertemente damnificados por la subida de los tipos de interés.

Es verdad que la mayoría de los bancos se han adherido, pero eso es tan solo porque con negociación o sin ella, con acuerdo o sin acuerdo, cada entidad financiera habría aplicado medidas similares. Después de la anterior crisis no creo que a los bancos les apetezca abarrotarse de impagados que, según las directivas del Banco de España, se verían obligados a provisionar, con la consiguiente disminución de los beneficios contables. Y mucho menos, serán proclives a ejecutar esos créditos y llenar sus balances de casas y edificios sin saber muy bien qué hacer después con ellos.

Sin duda les tiene mucha más cuenta flexibilizar los criterios de pago y permitir que los créditos se abonen en un periodo más largo, siempre, eso sí, que no se les obligue a provisionarlos. Esto último es lo primero que pidieron las entidades financieras y hay que suponer que lo consiguieron porque, de lo contrario, ninguna estaría dispuesta a aplicar las medidas. Hay un grave inconveniente que la no provisión de estos créditos, muchos de ellos difíciles de cobrar, y que seguramente terminaran siendo incobrables, puede crear una falsa imagen de la solvencia de la banca.

Lo que no está tan claro es el beneficio que van a conseguir los clientes, porque si de momento se les alivian los pagos que tienen que realizar, es a condición de alargar sustancialmente la vida del préstamo y, por lo tanto, de incrementar el monto total de los intereses a pagar. La pequeña rebaja del tipo de interés que en algunos casos se consigue es casi despreciable. No tendría nada de extraño que muchos deudores negociando individualmente consiguieran mejores condiciones dada la repulsa que la entidad financiera tendrá a ejecutar el crédito.

Las cosas son muy distintas de cómo se nos quieren presentar. Es lo propio del populismo, dar respuestas simples a problemas complejos y nada más simple que las recetas de Zapatero. Hace unos días en la reunión de la Internacional Socialista ha dicho que una de las tareas principales a emprender hoy es la de plafonar la riqueza. Por lo visto está dispuesto a descubrir el Mediterráneo, porque la solución a lo que plantea está hallada ya hace mucho tiempo, solo que se llamaba dificultar la acumulación del capital.

Hace casi un siglo que la socialdemocracia había logrado que la mayoría de los Estados contasen con los instrumentos adecuados para conseguir este objetivo. Primero, un impuesto sobre la renta fuertemente progresivo, cuyo tipo máximo marginal en algunos países como Estados Unidos o Reino Unido se situó en algunos momentos por encima del ochenta por ciento. En nuestro país mismo alcanzó a finales de los setenta y primeros de los ochenta el sesenta y cinco por ciento. Segundo, los impuestos de patrimonio y sucesiones que tienen como objetivo, amén de complementar el impuesto sobre la renta, impedir precisamente la acumulación de capital, evitando que los activos se embalsen, por ejemplo, en sociedades, sin realizarlos y por lo tanto sin que tributen en el IRPF.

Sorprende que Zapatero se plantee desconocidos e ilusorios caminos para limitar la riqueza cuando durante su gobierno se eliminó el impuesto de patrimonio, se defendió un tipo único para el impuesto sobre la renta, y tanto con Pedro Solbes como con Elena Salgado en el Ministerio de Hacienda se tomaron medidas fiscales enormemente regresivas.

Y es que, desde hace décadas, con la globalización y la Unión Monetaria, la socialdemocracia ha desaparecido, por mucho que una vez más Sánchez haya montado una representación con partidos de tercera o cuarta división y se haya nombrado presidente de un chiringuito al que llaman Internacional Socialista. Fue en esa magna asamblea en la que el presidente del gobierno anunció su entronización en la Historia y Zapatero proclamó esa idea tan original de que había que plafonar la riqueza. Claro que para idea original la de Yolanda Díaz cuando para justificar su pretensión de que se considere al propietario de cinco pisos gran tenedor afirmó sin despeinarse que con cinco pisos se puede manipular el mercado del alquiler. Es lógico que ella y Zapatero hayan ido a homenajear a la peronista Cristina Kirchner.

republica.com 22-12-2022



LEGISLAR A LA CARTA

CATALUÑA, CORRUPCIÓN, GOBIERNO, JUSTICIA Posted on Lun, diciembre 19, 2022 17:00:45

Siempre se ha dicho que no conviene legislar en caliente. Elaborar y aprobar leyes es una operación sumamente delicada que exige reflexión y sosiego. Es por eso por lo que se establecen para ello procedimientos cuidadosamente fijados y premiosos con distintas etapas, de manera que sea posible la mesura y la deliberación. No obstante, siempre ha habido excepciones. La primera es la ley de presupuestos, que cuenta con un procedimiento de tramitación especial y más rápido. De ahí que normalmente se haya visto con recelo introducir en ella prescripciones que nada tienen que ver con los presupuestos.

Pero precisamente por esa razón también todos los gobiernos han sentido la tentación de aprovechar su tramitación para dar salida a otros preceptos y normas que juzgaban urgentes. Tan es así que, con la intención de disimular y hacer el tema más presentable, se creó una nueva ley llamada de acompañamiento que siguiera los pasos de la de presupuestos, en la que introducir todos estos elementos espurios. Existen otras excepciones (pero tendrían que ser eso, excepciones) tales como el decreto ley cuya utilización está prevista solo en caso de extraordinaria y urgente necesidad o la tramitación por el procedimiento de urgencia de las leyes.

El problema surge cuando lo que debe ser una excepción, algo extraordinario, se convierte en la norma, que es lo que ha ocurrido con el Gobierno Frankenstein. Para dar salida a su diarrea legislativa ha llevado hasta el límite toda clase de procedimientos atípicos. Ha hecho habitual lo extraordinario. Sin comparación posible, ha usado mucho más que cualquier otro gobierno los decretos leyes. Y en las leyes que ha tramitado ha recurrido más de lo que sería deseable al procedimiento de urgencia.

Utiliza también “la proposición de ley”, tramitada por sus grupos parlamentarios, que acorta los trámites y los simplifica y que se suponía que son los apropiados para los grupos de la oposición, ya que no tiene demasiado sentido que los grupos que apoyan al Gobierno las presenten, como no sea para pisar el acelerador, evitar los debates y, sobre todo, los informes molestos de otros órganos institucionales, puesto que cuentan con que el Ejecutivo puede aprobar proyectos de leyes. El extremo de la corruptela se alcanza cuando, como ahora, se pretende modificar leyes básicas tales como el Código Penal, o las orgánicas del funcionamiento del Consejo General del Poder Judicial o del Tribunal Constitucional, mediante una simple enmienda a una ley exprés que ya de por sí tenía los defectos anteriores y que se resolverá en pocos días.

A Lope de Vega se le atribuye aquello de que “muchas obras en horas veinticuatro pasaron de las musas al teatro”. Pedro Sánchez podría afirmar que muchas leyes en pocos días han pasado del Diario del Congreso al Boletín Oficial del Estado. El Gobierno Frankenstein no es que legisle en caliente es que se quema y abrasa la democracia.

Recientemente ha dado un paso más deslizándose de legislar en caliente a legislar a la carta, es decir, según los intereses y conveniencias de algunos políticos. Es lo que ha llamado el ingenioso Rufián “operación quirúrgica” (aislar lo que interesa), en otras palabras, leyes elaboradas únicamente con la finalidad de beneficiar a determinados delincuentes. Se las podría denominar “leyes de autor”, hechas a la medida. Por si no bastara con la eliminación del delito de sedición, ahora se rebajan las penas de la malversación para reducir la inhabilitación que pesa sobre los golpistas catalanes y de este modo puedan presentarse próximamente a las elecciones.

Para esta operación quirúrgica se sacan de la manga una distinción que no tiene sentido: los que roban para sí con “ánimo de apropiárselo”, como dice la enmienda de Rufián, o aquellos que roban para la causa, por otros motivos, para otras finalidades. Diferencian entre que haya enriquecimiento personal y que no lo haya, calificando de mayor gravedad la primera forma de malversación que la segunda. Creo que más bien debería ser al contrario, porque en el caso del enriquecimiento propio el daño queda solo reducido al desfalco que se produce a la Hacienda Pública; en el segundo caso, al menoscabo en el erario público se añade otro perjuicio, el que normalmente se deriva de la finalidad a la que va dirigida la cantidad hurtada al Fisco.

En la financiación ilegal de un partido político o en la creación de una red clientelar se rompen las reglas del juego democrático dando ventajas a una formación política sobre las demás. Y no digamos el perjuicio que se produce cuando se trata de financiar un golpe de Estado o las operaciones orientadas a fracturar una nación, o robar a todos los ciudadanos la soberanía que les corresponde sobre una porción de España.

Por otra parte, ¿qué entendemos por beneficio propio? En toda malversación, de un modo o de otro, lo hay. El dinero que se roba para el partido o para la causa termina repercutiendo en provecho de uno mismo, al menos en cargos o prebendas. Además, ¿dónde se encuentra el límite?, ¿se incluyen los hijos la pareja, otros familiares, los amigos….?

Como de costumbre, el Gobierno juega con las palabras. En los días previos todos los ministros han salido a repetir la consigna. Ni este Gobierno ni este partido tomarán nunca una medida que favorezca la corrupción. El equívoco perseguido es que nos dirán después que si no hay enriquecimiento propio no se puede hablar de corrupción, cuando esta sobrepasa con mucho no solo todo el espectro de la malversación, sino que alcanza a otras muchas actuaciones como conseguir un cargo o un puesto de trabajo para el hijo o para la pareja.

El Gobierno, al mismo tiempo, lanza una cortina de humo para tapar la desvergüenza que va a cometer al reducir las penas de los malversadores: ha registrado una enmienda a la ley creando un nuevo delito que ha denominado de “enriquecimiento ilícito” con el que se, según afirma, intenta intensificar la lucha contra la corrupción. Se castigará con penas de seis meses a tres años a los cargos públicos cuyo patrimonio se haya incrementado en 250.000 euros y no puedan justificarlo.

La enmienda es claramente una operación de distracción, y a la vez una demostración de ignorancia, puesto que el delito que se propone ya existe. Y no solo para los cargos públicos sino para todos los contribuyentes, y con condiciones más duras. El delito fiscal castiga de 1 a 6 años de prisión a aquellos contribuyentes que defrauden más de 120.000 euros y hay que tener en cuenta que los incrementos no justificados de patrimonio se consideran defraudación.

También por una simple enmienda a esta ley exprés el Gobierno quiere cambiar las reglas del juego o, lo que es lo mismo, las mayorías con las que se tiene que elegir a los miembros de los órganos constitucionales. Pretende justificarse con una idea que repite hasta la saciedad y que espera que como lluvia fina penetre en los ciudadanos: “la oposición tiene bloqueada la renovación del Consejo General del Poder Judicial y del Tribunal Constitucional”. La realidad es precisamente la contraria, es el sanchismo el que las bloquea, ya que su planteamiento es de este tenor: “si no aceptáis los nombres que yo propongo, no hay acuerdo, rompo la baraja y además os acuso de bloquear la negociación”.

Precisamente la fijación de una mayoría cualificada tiene como objetivo que ninguna formación política o tendencia pueda designar por sí misma y en solitario a un consejero. Se supone que al establecer la exigencia de los tres quintos de los votos, los elegidos tendrán que ser de consenso y no representar la prolongación de ningún partido. Serán de todos porque no serán de ninguno.

Ciertamente se puede dar una corruptela que es la que ha imperado en el pasado en casi todas las etapas, y que el PSOE quiere mantener, el reparto de cromos entre los dos partidos mayoritarios. Tú nombras a unos y yo nombro a otros. Tú apoyas a los míos y yo a los tuyos. El resultado es que los elegidos para estos órganos, lejos de ser personas de consenso y, en cierto modo, independientes, se convierten en correas de transmisión de los partidos que les han nombrado. Y de este modo son los políticos los que controlan los órganos constitucionales (ver mi artículo titulado “Cumplir la Constitución” del 10-11-22 y publicado en este mismo diario).

Sánchez va a por todas. Ya lo dijo cuando las encuestas comenzaron a darle la espalda. Quiere controlar el Consejo General de Poder Judicial y el Tribunal Constitucional del mismo modo que ya controla, gracias a la impericia de Pablo Casado, el Tribunal de Cuentas. Está dispuesto a todo para que los nombres que propone sean aceptados, y en ese todo se incluye cambios legislativos de la forma más bochornosa, empleando todo tipo de abusos y corruptelas.

Son muchos los que mantienen que todas estas actuaciones y cesiones están ocasionadas por la necesidad de aprobar los presupuestos. Disiento. La aprobación de los presupuestos no era imprescindible para terminar la legislatura. Se puede gobernar perfectamente con unos prorrogados. Sánchez va mucho más lejos. Se trata de asegurar la coalición contra natura (Gobierno Frankenstein) de cara una nueva legislatura, pues sabe que es la única forma de mantenerse en la Moncloa. Ha comenzado hace tiempo el desarme del Estado, pero este cambio por la puerta de atrás de la Constitución y el derribo de los fundamentos del Estado pretende culminarlos en los próximos cuatro años.

republica.com 15-12-2022



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