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ARTICULOS DEL 10/1/2016 AL 29/3/2023 CONTRAPUNTO

EL 18 DE BRUMARIO

PSOE Posted on Lun, junio 05, 2017 18:17:16

Me puedo vanagloriar de no haber sucumbido nunca al espejismo de las primarias. Desde el mismo momento en el que surgió la moda, hace casi veinte años, reiteradamente he dedicado múltiples artículos a criticar la medida y a manifestar que, lejos de constituir un avance en las estructuras democráticas de los partidos y de la sociedad, representan un paso atrás, una tendencia al caudillismo y a la concentración del poder en una sola persona, con el consiguiente debilitamiento de los órganos colectivos.

En los momentos actuales, la contraposición entre democracia directa y representativa constituye un sofisma ya que, dada la complejidad de la sociedad y de su gobernanza, es imposible que los asuntos públicos se decidan en el foro por todos los ciudadanos. En puridad la democracia directa solo ha sido posible en algunos periodos de Grecia y Roma, pero restringida a los pocos que tenían la condición de ciudadanos. La actividad política era entonces relativamente simple y, además, un elevado número de esclavos liberaba a los ciudadanos de todas las actividades laborales y serviles permitiendo que pudieran dedicar una parte importante de su tiempo a los asuntos personales y de la república. En los tiempos modernos el retorno de la democracia ha venido unido al sistema representativo, bien sea en su forma de sufragio universal, como en la época actual, o bien en su forma de sufragio censitario en los siglos XVIII y XIX. Todo experimento de democracia directa está condenado al fracaso, cuando no se convierte en una farsa tendente a pervertir el sistema democrático e instaurar uno u otro modo de 18 de Brumario.

En este nuestro mundo no hay sistemas perfectos y cuando alguien, en un exceso de idealismo, ha pretendido retorcer la realidad para instaurar el reino de Dios en la tierra casi siempre ha terminado construyendo un infierno. A estas alturas de la historia de la humanidad debería ser de común aceptación -pero no es así- lo manifestado por Churchill en la Casa de los comunes en noviembre de 1947: «De hecho, se ha dicho que la democracia es la peor forma de gobierno, excepto por todas las otras formas que han sido probadas de vez en cuando». Es decir la democracia es el menos malo de los sistemas políticos. No obstante, debido a los muchos defectos e imperfecciones que como construcciones humanas suelen acompañar a los sistemas democráticos concretos, muchas veces se ha sucumbido a la tentación del salvapatrias y al ensayo de regímenes políticos personalistas, y que otras tantas veces han terminado en aventuras desastrosas.

Con la democracia representativa y con los partidos políticos ocurre algo similar. La corrupción, las políticas económicas neoliberales, los discursos banales y sin convención, la escasa democracia interna de los partidos políticos, incrementan en la actualidad la opinión negativa que los ciudadanos tienen de la política y de sus representantes y siempre hay listillos que afirman haber descubierto el bálsamo de fierabrás capaz de solucionar y curar todas las dolencias. Ahí se insertan las primarias, con la pretensión de ser la medicina perfecta para democratizar las formaciones políticas. Nada como que hablen los militantes. Habla, pueblo, habla.

Lo primero que hay que afirmar es que propiamente las primarias no constituyen ningún sistema de democracia directa, cosa imposible en los momentos actuales. Se trata más bien de instaurar el plebiscito frente a un sistema electoral reglado y equilibrado. Anteponer y conceder supremacía a un órgano de dirección unipersonal frente a los pluripersonales, destruir los contrapesos en el ejercicio del poder para conceder toda la autoridad a una sola persona.

Tradicionalmente los partidos de izquierdas han organizado su régimen de gobierno en torno a distintos órganos establecidos en sus estatutos. En la cúspide se sitúan los congresos, formados por representantes de todos los militantes elegidos en las distintas agrupaciones. Se celebran cada x años de forma ordinaria, y de forma extraordinaria cuando surge alguna de las circunstancias previstas en las normas. Los congresos deben establecer el programa, marcar la estrategia y el discurso, así como elegir los órganos de decisión; en primer lugar el comité federal, tal como se ha dicho siempre supremo órgano entre congresos, una especie de comisión permanente del propio congreso. El congreso elige también a la comisión ejecutiva (que, como su propio nombre indica, ejecuta lo acordado previamente) y al secretario general, bien porque se designa con la propia comisión ejecutiva, de la que forma parte, bien porque es la propia ejecutiva la que lo elige entre sus miembros, pero en ambos casos como un simple primus inter pares. Antiguamente (y así se continua denominando en el PSC) recibía el nombre de primer secretario.

El sistema no ha sido perfecto, pero la primera y última palabra también la tenía, en contra de lo que ahora se dice, los militantes y, al establecerse distintos órganos pluripersonales, las decisiones debían ser consensuadas y se producía una cierta división de poderes y contrapeso entre ellos. Bien es verdad que con estas normas surgieron sistemas caudillistas como el del felipismo, pero ello no se debió a esta organización de gobierno, sino a pesar de ella, y uno se puede imaginar adónde se habría llegado y adónde se llegará en el futuro con un sistema que parte y se fundamenta en el caudillismo, como el que se está estableciendo actualmente en el PSOE con las primarias.

El partido socialista se ha dado un disparo en el pie con las primarias, y lo malo es que el disparo se puede dirigir también contra todos los españoles. El establecimiento de las primarias ha sido el germen de muchos de los problemas que le acaecen últimamente y de los muchos que le quedan por sufrir. Los hechos son evidentes. El comportamiento de Pedro Sánchez, primer secretario general designado en primarias, estaba cantado. Elegido por plebiscito entre todos los militantes, se sentía legitimado para gobernar autocráticamente sin control ni fiscalización de nadie ni de órgano alguno. Creyó que el secretario general era el supremo órgano entre congresos; disolvió ejecutivas regionales, mantuvo por tiempo indefinido gestoras nombradas por él a dedo, incorporó a la listas electorales a quien quiso, perteneciese o no al partido, y no se vio obligado a dimitir cuando, elección tras elección, fue cosechando malos resultados, a cada cual peor. Recordemos que incluso Felipe González, con dominio absoluto del partido, consideró que debía dimitir cuando en 1996 perdió las elecciones.

Los acólitos de Pedro Sánchez pretenden argumentar que la principal pérdida de votos del partido socialista se produjo mucho antes, lo cual es cierto, pero en aquel entonces tenía una explicación, el castigo al Gobierno de Zapatero por plegarse a las exigencias de Bruselas; pero lo que tiene difícil justificación es que cuatro años después los resultados empeorasen cuando la acción de gobierno y por tanto el coste de aplicar la política de austeridad durante este periodo habían correspondido al PP. Tampoco vale argüir que en estas últimas elecciones había dos partidos nuevos, puesto que hay que preguntarse qué ha sido antes, el huevo o la gallina. La existencia y los resultados de estas organizaciones obedecen precisamente a que el PSOE y su secretario general no han sabido rentabilizar el desgaste sufrido por la derecha.

Es difícilmente creíble que un secretario general que suscita la enemistad manifiesta de la mitad del partido y conjura en su contra a casi todos los que han representado y representan algo en el PSOE se resistiese a dimitir. Solo el hecho de las primarias y la interpretación de que el elegido se coloca más allá del bien y del mal explican tal desafuero. En ese convencimiento de ser un predestinado por los dioses, Pedro Sánchez pretendió ningunear al comité federal dando un golpe de estado y escudarse detrás de los militantes convocando unas primarias con 15 días de antelación, consciente de que nadie más que él podría presentarse y, por lo tanto, ganarlas. Con ese respaldo nadie tendría autoridad ya para oponerse al pacto con los nacionalistas que venía acariciando. Eso es lo que pretendió abortar el comité federal el pasado uno de octubre. Los idus de octubre impidieron al menos provisionalmente el 18 de Brumario (9 de noviembre). Al menos provisionalmente, porque el 18 de Brumario se ha producido siete meses después. La celebración de primarias sazonadas con mucha demagogia, victimismo y sectarismo han vuelto a dar el triunfo a Pedro Sánchez. Una campaña hábilmente proyectada con eslóganes sencillos lo ha presentado como el paladín de los militantes, representante del ala izquierda del partido y azote de la derecha y de la corrupción. Nada de ello es cierto y difícilmente puede vanagloriarse de izquierdista e incorruptible, quien entró en el partido en 1993, cuando la corrupción en el PSOE estaba en todo su apogeo y cuando el felipismo en sus últimos años se había convertido ya plenamente al neoliberalismo. En esa etapa, otros muchos, decepcionados, abandonaban el PSOE.

No soy de los que piensan que la mayoría no puede confundirse. De hecho, se confunde muchas veces; que se lo digan si no a los alemanes cuando eligieron a Hitler. La mayoría, en ocasiones, se equivoca y es tanto más fácil que se equivoque cuando las decisiones se toman asambleariamente o por plebiscito, llamando al sentimentalismo, a la emotividad o a las alternativas fáciles.

La elección por primarias de Pedro Sánchez, y con anterioridad a la celebración del Congreso, va a tener efectos devastadores en el funcionamiento del PSOE. El nuevo secretario general ha dejado ya claro que ahora el PSOE es suyo y que no está supeditado a nada ni a nadie excepto a la voluntad de la militancia, que siempre es fácilmente manipulable. Solo le podrán cesar los militantes que le han elegido, es decir, que a partir de ahora haga lo que haga será intocable. El congreso no va a designar al secretario general sino al contrario, el secretario general ya elegido por los militantes conformará las decisiones del congreso sin que nadie pueda discutirlas. El comité federal y la ejecutiva se constituirán a su conveniencia. Y no es ya que el papel del secretario general se configure, desplazando al comité federal, como el supremo órgano entre congresos, sino que incluso será el supremo órgano incluyendo los congresos. La democracia interna del partido ha muerto o ha quedado malherida. Viva el imperio, viva el caudillo. Pero eso sí, los militantes han hablado.

republica.com 2-6-2017



Las manos limpias

PSOE Posted on Lun, octubre 10, 2016 09:38:04

POLÍTICA O ÉPICA

Distingue Ortega en su obra «Mirabeau o el político» entre la filosofía y la política. Una cosa, dice, es hacer filosofía y otra, hacer política. No estaría de más distinguir también entre la épica y la política. La épica se asienta en las frases grandilocuentes, en los principios inamovibles, en las ocasiones excepcionales, en las posturas heroicas. La política es más para andar por casa; como tantas veces se ha dicho, es el arte de lo posible. Confundir ambas realidades suele traer malas consecuencias.

La grave situación por la que atraviesa en los últimos meses el partido socialista tiene su origen en que ha tenido un secretario general que, seguramente por sus propios intereses, ha querido transformar la política en épica. Con unos resultados electorales más bien mediocres, por no decir malos, no ha querido aceptar que las circunstancias le dejaban un estrecho margen de actuación y que era dentro de esos límites donde tenía por fuerza que realizar sus planteamientos y obtener las mayores contrapartidas posibles, sin que hubiera lugar para la épica.

Que los resultados electorales cosechados por el PSOE durante el periodo en que Pedro Sánchez ha estado al frente de la organización han sido más bien malos resulta difícil de negar, por más que alguno entre los seguidores de Iceta, bajo el pretexto de ser un hombre de ciencia, haya hecho juegos malabares con los datos para intentar demostrar la sinrazón de aquellos que los han considerados funestos, argumentando que la verdadera pérdida de votos se produjo antes, en tiempos de Rubalcaba. Lo cual en parte es cierto, pero los datos tomados aisladamente no son nada si no se interpretan y las interpretaciones no tienen por qué tenerse como simple retórica, también pueden ser autentico conocimiento de la realidad. Rubalcaba cosechó tan solo lo que Zapatero desde el gobierno había sembrado, enfrentado con la crisis que le estalló entre las manos y las dificultades que le presentaba la pertenencia a la Unión Monetaria. Pedro Sánchez no ha padecido el desgaste de gobernar en unas circunstancias económicas parecidas; más bien al contrario, no ha sabido aprovecharse del deterioro sufrido por el PP en su acción de gobierno. Si siempre el mal de muchos es consuelo de tontos, con más motivo cuando la situación es diferente. A Pedro Sánchez se le exigía remontar aunque fuese mínimamente el bajo nivel en el que había quedado el suelo electoral del partido socialista en la etapa de Rubalcaba, y no perforarlo hacia abajo. En todo caso, de hacerlo -como así ha ocurrido- lo lógico sería que hubiera dimitido tal como hizo Rubalcaba.

Paradójicamente, a pesar de los desastrosos resultados obtenidos, las elecciones generales habían dejado al PSOE en un lugar estratégico y privilegiado. La exigua victoria del PP situaba a este, con la posibilidad de gobernar, sí, pero con una exagerada debilidad y en fuerte dependencia de los partidos de la oposición, que tendrían un gran poder para impedir todas las medidas que no deseasen y para imponer al PP algunas de las reformas que considerasen necesario implementar. Todo ello sin el desgaste de gobernar y sin estar sometidos a las presiones de las autoridades europeas.

La política indicaba que la mejor alternativa para el partido socialista, y me atrevo a decir que para toda la izquierda, sería facilitar el gobierno del PP, imponiendo las condiciones que creyesen convenientes y realizando una oposición eficaz. Pedro Sánchez, sin embargo, por motivos claramente personales, (los de mantenerse en la secretaría del partido a pesar de la derrota y de creer incluso, en su megalomanía, que podía llegar a presidente de gobierno) abandonó la política y optó por la épica. Levantó el estandarte del “no es no” e hizo cuestión de principio el que Rajoy no ascendiese al poder con la abstención del PSOE, aun cuando la alternativa fuese más perjudicial para esta formación que para el PP. En realidad, el objetivo, tanto para él como para sus seguidores, no era impedir que gobernase Rajoy, puesto que propiciaban y jaleaban que pactase con los nacionalistas e independentistas. Lo único que realmente les importaba es que el PSOE no se manchase las manos. Antes morir que pecar. Convirtieron el problema político no solo en una postura épica sino también estética.

Si esta postura podía tener alguna justificación tras el 20 de diciembre, se convertía en demencial tras el 26 de junio, en que las otras alternativas se habían cerrado por completo. Contra la racionalidad, como todo discurso, se continúo agitando con suma virulencia el “no es no”, discurso que después de tantos meses de alzarlo como único estandarte fue calando en la mayoría de la militancia hasta el punto de convertir el sí en una especie de traición a las esencias del partido y de hacer imposible en consecuencia que cualquier dirigente defendiese abiertamente la abstención si no quería pagar un alto coste político y ser tildado de renegado y derechista. Se ha hablado al sentimiento, a la emotividad, a las pulsiones de los militantes y no a su razón, a la lógica y a la sensatez.

Últimamente, alguno ha tildado de cobardes a los llamados barones por no expresar claramente su posición. Lo cierto es que el ambiente creado, yo diría que con premeditación, hacía imposible para todos aquellos que ambicionaban seguir en política de forma activa manifestarse en este sentido. Solo los que no esperaban ya nada de la actividad política, muchos de ellos confortablemente instalados en consejos de administración, podían posicionarse a favor de la abstención.

En los enfrentamientos con los barones y con otros dirigentes del partido, Pedro Sánchez, consciente del clima que el mismo había creado en la militancia, ha querido recurrir a las bases (véase mi artículo de la semana anterior) y conseguir que unas primarias exprés (a las que resultaba difícil que se presentase cualquier otro candidato) le volviesen a elegir agitando una alternativa mendaz: él o Rajoy. Ante este órdago, los llamados críticos no han tenido más remedio que actuar, convencidos de que Sánchez iba a llevar el partido al desastre.

Pedro Sánchez, fiel al papel que se ha asignado en el poema, ha querido que el affaire terminase como una tragicomedia y para ello se ha agarrado de forma bastante impúdica al sillón, creando situaciones realmente impresentables. La razón es que quizás piense volver y para eso nada mejor que haber terminado como un mártir de la verdad y del credo socialista, es decir, hacer que siga primando la épica.

Lo cierto es que la situación a la que Sánchez ha conducido al PSOE es más crítica que nunca. La única alternativa políticamente coherente es la abstención, pero ¿cómo plantearla en pocos días a una militancia enfervorizada que ha sustituido la política por la épica y que considera el “no” una gesta histórica al estilo de Numancia? Tiene razón Sánchez Vara cuando desde la política afirma que para desalojar al PP del gobierno lo que hay que hacer es ganarle las elecciones.



Primarias

PSOE Posted on Lun, octubre 03, 2016 14:25:15

SÁNCHEZ, DE LAS PRIMARIAS A LA AUTOCRACIA

Se ha puesto de moda el eslogan “la nueva política”, sin que nadie sepa muy bien en qué consiste. Tengo la impresión de que en buena medida es una consigna con la que se buscan réditos políticos y electorales. Dentro de la fe historicista y progresista predominante desde hace siglos en Occidente, todo lo que lleve el calificativo de “nuevo” tiene en nuestras sociedades un plus. Cualquier tiempo futuro será mejor. Para la mayoría de la gente lo de hoy vale más que lo de ayer, pero en ningún sitio está escrito que lo nuevo tenga que ser preferible a lo tradicional. Lo cierto es que el término de nueva política está bastante vacío de contenido, ya que los elementos que de él se predican son muy secundarios y en ocasiones, lejos de significar un avance, constituyen un retroceso. No todo cambio tiene que contribuir necesariamente a la regeneración de la democracia; puede ocurrir que, por el contrario, colabore a su degeneración. Eso es lo que ocurre con las tan cacareadas primarias.

Últimamente, el hecho de que se celebren primarias para elegir a los candidatos y a los líderes de los partidos se ha convertido para muchos políticos y comentaristas en condición indispensable para conceder certificado de democracia a las organizaciones políticas. La moda, además, no ha quedado recluida en los partidos nuevos, también la han asumido alguno de los antiguos o al menos parte de ellos, como en el caso del PSOE. En el culmen de la locura algunos políticos se han atrevido a proponer que la celebración de primarias se imponga por ley a todas las formaciones políticas.

Desde su aparición, hace ya más de quince años, en múltiples ocasiones he mostrado mi escepticismo con respecto a las primarias, ya sea para elegir a los candidatos o a los líderes de los respectivos partidos políticos. En cuanto a los candidatos, porque las primarias se han acuñado en sistemas electorales presidencialistas, muy distintos del de nuestro país, de corte parlamentario. Se da la inconsistencia de que hablamos de elecciones primarias cuando en nuestro sistema no existen las secundarias. No tenemos presidente de la República (nuestro sistema es monárquico) y al presidente del Gobierno, a los de las Autonomías y a los alcaldes, aun cuando a la opinión pública se le presente de diferente manera, no los eligen los ciudadanos, sino los respectivos parlamentos o consistorios. Puestos a celebrar primarias, habría que hacerlo para todos los candidatos de la lista.

Si se quiere ir a un sistema presidencialista, modifíquese la Constitución y nuestro ordenamiento jurídico. Pero lo que no parece tener mucho sentido es importar elementos concebidos para otros sistemas, que están a años luz del nuestro, sin haber cambiado este previamente. Por otra parte, no hay certeza alguna de que los sistemas presidencialistas sean mejores y tengan menos defectos que los parlamentarios. Los sistemas presidencialistas propician el bipartidismo (tan denigrado en estos momentos), puesto que los electores pensarán que solo es útil el voto concedido a aquellas formaciones políticas que tienen alguna oportunidad de que su cabeza de lista se convierta en presidente del Gobierno. Lo mismo ocurrirá en las elecciones autonómicas y municipales.

Tampoco hay ninguna razón para pensar que la elección directa del secretario general de una formación política por todos sus militantes sea preferible o más democrática que la elección a través de los representantes en un congreso previamente elegidos por las bases. Todo depende de dónde se quiera situar la relevancia y la autoridad, si en los órganos colegiados o en los unipersonales. En los partidos de la izquierda era tradición que primasen los órganos colegiados y, por eso, el orden de elección seguía fases sucesivas: militantes, Congreso, Comité federal, Ejecutiva, secretario general. En realidad, este último era tan solo un primus inter pares en la Ejecutiva; incluso su denominación de “primer secretario” -que hoy solo subsiste en el PSC- lo indicaba de forma clara. Por el contrario, la elección directa por los militantes otorga tal autoridad al secretario general, que será muy difícil seguir defendiendo que el Comité federal es el supremo órgano entre congresos. Es verdad que el personalismo y el caudillismo son males que están muy presentes actualmente en las formaciones políticas, pero la elección directa no puede hacer más que agudizar esos defectos. Es buen ejemplo de ello lo que está ocurriendo con Pedro Sánchez.

Pedro Sánchez es el único secretario general del partido socialista que ha sido elegido mediante primarias, y la experiencia no es precisamente muy buena. Desde el principio acaparó toda la autoridad. Fue él, quien eligió a la Comisión ejecutiva, en lugar de que la Ejecutiva le nominase a él, y lógicamente lo hizo a su conveniencia y con gente de su entera confianza, aun cuando más tarde le haya salido alguno respondón. Muy pronto dejó ver que él no responde ante ningún órgano colectivo, sino tan solo frente a las bases, es decir, frente al pueblo, sueño de cualquier dictador.

Pedro Sánchez no ha tenido ningún reparo en intervenir en las federaciones, sin respetar a los correspondientes órganos regionales. En Madrid -cosa insólita- destituyó sin motivo explícito y sin ningún tipo de expediente al secretario general y a toda la Ejecutiva, llegando en el colmo de las malas formas a cerrar de la noche a la mañana los despachos para que no pudiesen entrar los anteriores responsables. Últimamente, ha entrado en Galicia como elefante en cacharrería, modificando con total descaro y sin consideración alguna las listas aprobadas por los propios gallegos.

Como había sido elegido por los militantes no se ha creído obligado a dimitir por haber sacado los dos peores resultados de la historia del PSOE desde la Transición, contraviniendo así el ejemplo de Almunia y Rubalcaba que lo hicieron a pesar de sacar resultados más favorables. Desde el 20 de diciembre del año pasado ha iniciado un baile que nadie entiende y cuya finalidad parece ser exclusivamente su propio beneficio. Ha ignorado todas las voces contrarias, procediesen de donde procediesen, y ha procurado actuar al margen del comité federal, amenazando con la consulta a las bases, actitud típica de todos los autócratas cuya arma favorita son los referéndums, fáciles de manipular.

La situación se ha ido deteriorando, y es cada vez más evidente el enfrentamiento con los barones con mando en plaza y con muchas de las figuras más representativas del partido. Pero, tal como afirman sus partidarios, Sánchez cuenta con un arma muy importante: la consulta a los militantes. Como en todo buen régimen totalitario, el líder se comunica directamente y sin intermediarios con el pueblo y a este solo da cuentas, lo que no resulta demasiado difícil. El PSOE ha cometido el error de trocar un sistema representativo por un sistema caudillista o plebiscitario. Ha establecido que el secretario general sea elegido por primarias, antes de la celebración del congreso, con lo que llegara a él con la autoridad que le otorgará haber sido elegido por todos los militantes. Con toda probabilidad, las líneas políticas a seguir no las fijara el congreso sino el secretario general. No creo yo que precisamente hayan ganado en democracia. Además, la neutralidad y la objetividad no suelen estar demasiado presentes en las primarias, como lo demuestra el intento de Pedro Sánchez de convocarlas en octubre para no dar tiempo a que nadie le dispute el puesto. Cosas de la nueva política.



Independentismo

PSOE Posted on Lun, agosto 29, 2016 10:34:57

LOS ALIADOS POTENCIALES

Pedro Sánchez, en ese afán de compatibilizar planteamientos contradictorios (afirmar que va a votar «no» a la investidura de Mariano Rajoy y rechazar, al mismo tiempo, la celebración de las terceras elecciones), no deja de postular que el Partido Popular tiene que pactar con sus aliados potenciales. Le ha dado por dividir el arco parlamentario en una vieja clasificación, izquierdas y derechas, pero basándose exclusivamente en las siglas y no en las obras. Resulta difícil a estas alturas mantener que el partido socialista es un partido de izquierdas. El catálogo de dudas al respecto sería interminable, pero baste citar que Pedro Sánchez estaba sentado en el Parlamento y votó afirmativamente la modificación de la Constitución que planteó Rodríguez Zapatero. El secretario general del PSOE está dispuesto a tomar posición en función de las etiquetas, sin atender a los contenidos. Por eso afirma que rechazará, sin conocerlos, los presupuestos que presente el Partido Popular, si este llega al gobierno, aun cuando ahora no estén ni siquiera elaborados. Pero le da igual, digan lo que digan, él se opone.

Desde el 20 de diciembre, Pedro Sánchez se ha negado a reconocer su derrota, y se ha opuesto no a llegar a un acuerdo, sino ni tan siquiera a sentarse a negociar con el partido que para bien o para mal había ganado las elecciones, con lo que hasta ahora ha impedido la formación de un gobierno y durante muchos meses ha condenado, y sigue condenando, a la sociedad española a la parálisis. No quiere aceptar el nuevo mapa político en el que el bipartidismo ha muerto. Ya nadie es la alternativa de nadie, porque todos son la alternativa de todos, y la única manera de que el país se gobierne es mediante la negociación y el pacto. El nuevo escenario podría ser muy ventajoso, al superar las mayorías absolutas y el chantaje nacionalista, pero a condición de que ningún partido se encastille y se niegue al diálogo.

A Pedro Sánchez lo único que le interesa es enfrentarse al PP. ¿Sobre qué? importa poco, por eso anuncia con anticipación que no solo vetará la investidura de Rajoy, sino también los presupuestos que presente en el caso de salir elegido, propongan lo que propongan. Renuncia así a influir en el gobierno, en la economía y en las cuentas públicas. Lo suyo es la parálisis y el bloqueo. A fuerza de repetir que no quiere mancharse las manos, es muy posible que se quede sin manos.

Pero hay algo peor y es que, para librarse de la responsabilidad que tiene en el estancamiento en que se encuentra la política española, incita una y otra vez al PP a que pacte con lo que llama sus aliados potenciales, con sus afines ideológicos. Y cuando uno mira alrededor se da cuenta de que solo se puede referir a los partidos nacionalistas e independentistas. Le empuja a hacer concesiones, sin reparar en que las concesiones no las hacen ni el PP ni el PSOE ni el Gobierno, sino la totalidad de los españoles. Alguno de esos potenciales aliados, que en otras épocas lo fueron tanto del PSOE como del PP, se encuentra en estos momentos en una situación de clara insurrección frente al Estado de derecho. Resulta irónico que se tilde al Partido Demócrata Catalán (PDC) -antigua Convergencia- de aliado potencial del PP cuando se encuentra hermanado en Cataluña con Esquerra Republicana y con la CUP, y cuando sus portavoces han dicho sin ambages que prefieren un gobierno del PSOE.

Esa preferencia se ha hecho evidente, al menos desde que Zapatero pactó con Artur Mas un estatuto anticonstitucional, origen de los muchos problemas desatados en Cataluña. El PSOE se ha situado en la ambigüedad, al estar al rebufo del PSC, que nunca ha abandonado del todo la idea de un referéndum. El mismo Pedro Sánchez siempre se ha colocado en una equidistancia muy peligrosa entre los independentistas y el Gobierno de España, reprochando a Rajoy que no dialogaba, cuando en realidad resulta imposible dialogar con quien no quiere hacerlo, como sabe muy bien el propio Sánchez. El secretario general del PSOE ha proclamado reiteradamente con cierta solemnidad que defiende la unidad de España. Sin embargo, cuesta creerle totalmente cuando repite el falaz argumento utilizado de forma habitual por el independentismo de que no se puede responder a un problema político con la ley y los tribunales, como si el Derecho no fuese el primer fundamento del Estado y de la actividad política.

La insistencia de Pedro Sánchez en que el PP pacte con sus afines ideológicos, incluyendo en ellos a los independentistas, puede obedecer a otra estrategia, la de que pretenda allanarse el camino para hacerlo él junto con Podemos, una vez que Rajoy haya fracasado en la investidura. Es un proyecto que acarició en la pasada legislatura y que no se atrevió a llevar a cabo por la prohibición del Comité federal de su partido. Precisamente para eludir ese veto sea quizás por lo que ahora presenta una y otra vez la posibilidad de un pacto con los independentistas como algo normal y lógico.

Pedro Sánchez no ha dejado de acariciar ese proyecto, como lo demuestra el hecho de que haya lanzado a los varones de su confianza a reclamarlo: Iceta, la presidenta de Baleares y el secretario general de Castilla y León. Él no lo ha confirmado pero tampoco ha querido desmentirlo, por más que los periodistas le hayan insistido sobre el tema. Pablo Iglesias, recientemente, ha sorprendido a la prensa al descubrir la celebración de contactos encaminados a este fin, y Pedro Sánchez tampoco ha sido claro en la respuesta.

En cualquier caso, lo que nos tenemos que preguntar es si puede el Gobierno, bien sea del PP o del PSOE, asentarse sobre aquellas formaciones políticas que quieren romper el Estado y que claramente se sitúan al margen de la Constitución, de la ley y de los tribunales.



UNA NEGOCIACIÓN FRACASADA

PSOE Posted on Dom, febrero 28, 2016 23:23:05

PEDRO, NO SABES DÓNDE ESTÁS

Hace dos semanas, después de que Podemos presentase a los medios su documento orientado a los pactos, el portavoz del PSOE en el Congreso, Antonio Hernando, también en rueda de prensa, apesadumbrado, desanimado y sorprendido, lo único que se le ocurrió afirmar es “Pablo, no sabes dónde estás”, que era más bien expresión de su propio desconcierto y de la confusión que embargaba en aquel momento a todo el PSOE. Y es que Pedro Sánchez fija toda su argumentación en lo que considera un hecho cardinal y que él y los suyos no paran de repetir como un eslogan. Él es el elegido. Desvirtúa así el papel que la Constitución otorga al rey, meras funciones de representación, sin capacidad de decisión efectiva.

El nombramiento de candidato a la investidura es el simple reconocimiento por el monarca de una situación preexistente, la derivada del resultado electoral y de la capacidad que cada líder tiene de llegar a pactos, manifestada en las rondas de contactos con los representantes de los grupos parlamentarios. El rey lo único que hace es designar a aquel que considera con posibilidades de obtener los votos necesarios para la investidura. Es por eso por lo que carecía de sentido que Rajoy se presentase a ella desde el mismo momento en el que el PSOE se había negado a cualquier diálogo con el PP y, además, resultaba evidente que esta última formación no podía pactar ni con Podemos ni con los partidos independentistas.

Pedro Sánchez, sin embargo, ha trastocado totalmente el sentido de la designación real para la investidura. Ha ocultado el carácter meramente funcional (designar a aquel que puede conseguirlo) para interpretarlo como un verdadero nombramiento institucional que sitúa al elegido por encima del resto de los representantes políticos. De ahí lo de que es su tiempo y no el de Rajoy ni el de Pablo Iglesias. De ahí también lo de “Pablo, no sabes dónde estás” o esa otra frase de Antonio Hernando, tan deficientemente construida por cierto: “Pablo, ¿en qué momento nos hemos perdido que el jefe del Estado te haya encargado la investidura?». Solo al elegido le está permitido hacer las propuestas y los planteamientos.

Pedro Sánchez se ofreció a presentarse a la investidura haciendo creer a todos, empezando por el rey, que tenía los apoyos necesarios pero, una vez designado, no se ha dedicado precisamente a esa tarea, sino a otra muy distinta, a desenvolverse como si estuviese investido de una dignidad especial, exhibiéndose como hombre de Estado, y recibiendo con magnificencia y solemnidad a todas las fuerzas políticas, agentes sociales (no se entiende qué pintan en la investidura), e incluso organizaciones sociales. A la hora de negociar se ha centrado especialmente en el partido de Ciudadanos con el que firma un acuerdo aun cuando no tiene ninguna posibilidad de formar gobierno. Es más, se va a Bruselas coincidiendo con la Cumbre en la que se decide la salida o no de Gran Bretaña con la finalidad de hacer ver que su papel es al menos tan relevante como el del presidente del Gobierno en funciones. Parece que su objetivo es más hacer campaña electoral de cara a los próximos comicios que lograr la investidura.

A Pedro Sánchez, después de haberse negado a dialogar y a negociar con el PP, el único camino que le queda de cara a la investidura es el de Podemos. Pero curiosamente es la vía que ha postergado. Piensa que las peticiones de la formación naranja son desproporcionadas. De ahí lo de “Pablo, no sabes dónde estás”. No obstante, quizás el que no sabe dónde está es Pedro Sánchez, porque no es consciente de que tan solo tiene noventa diputados, por lo que a la hora de pactar para formar gobierno necesita otros tantos escaños, y no puede pretender conseguirlos haciendo tan solo unas cuantas concesiones. Es posible que Ciudadanos se conforme con ello, puesto que sabe que sus votos no bastan y pretende tan solo vender su imagen de dialogante, pero no Podemos, que quiere poder real, que no se fía del PSOE y sabe que las transformaciones solo se hacen desde el Gobierno. Es posible que la forma no haya sido la más correcta, pero la petición de participar en el Ejecutivo en proporción a los diputados que aporta parece totalmente lógica. ¿O es que acaso Pedro Sánchez pensaba que le iba a salir gratis ser presidente del Gobierno? Podemos no quiere un pacto de investidura, sino de gobierno y eso es a lo que el líder socialista no está dispuesto a ceder en ningún caso.

Si exceptuamos lo de la plurinacionalidad y la pretensión de sembrar de referéndums toda la geografía peninsular, y a pesar de la campaña en contra de las fuerzas económicas y de los medios de comunicación, no hay nada en el documento de Podemos que sea disparatado o abusivo. Ciertamente hay aspectos discutibles, incluso puede haber errores. Se nota que no conocen la Administración, pero eso también fue una característica del comportamiento tanto del PSOE como del PP la primera vez que llegaron al poder. Desde luego, no es un documento imbuido de doctrina leninista ni bolivariana. Por no llegar, no llega ni a socialdemócrata. Se han distorsionado muchas de sus demandas, queriendo ver planteamientos totalitarios en el nombramiento de ciertos altos cargos cuando el documento proyecta precisamente modificar los procedimientos actuales para hacerlos más democráticos, pero, eso sí, reclama al mismo tiempo, que mientras tanto, en tanto que continúe como hasta ahora nombrándolos el Gobierno, sea por consenso entre las fuerzas que van a componer el Ejecutivo. Se trata de un problema de la distribución de poder dentro de la coalición.

Tampoco en el tema económico cabe rasgarse las vestiduras. Su único punto débil es que puede chocar con la política y las pretensiones de la UE, pero eso es una limitación que se descubre en la práctica tal como le ocurrió a Tsipras. En cualquier caso, el incremento de las prestaciones y servicios sociales estará limitado por la capacidad que se tenga de aumentar la recaudación fiscal, lo que sin duda puede tener mucho recorrido si tenemos en cuenta que la presión fiscal de España presenta una diferencia con la media de la Eurozona de casi ocho puntos del PIB. La única manera de mantener el Estado de bienestar a niveles acordes con los que subsisten en los países de nuestro entorno es incrementar progresivamente en el futuro la presión fiscal.

Las reformas fiscales que plantea Podemos no son en absoluto exorbitantes. En buena medida, intentan solo retornar a lo que era el sistema tributario a principios de los ochenta. Corregir los enormes agujeros que en los diez últimos años se han venido haciendo en el impuesto de sociedades; reconstruir el impuesto de sucesiones y patrimonio; en el IRPF aplicar a las rentas de capital la misma tarifa que a las rentas de trabajo; incrementar los tramos y tipo marginal en este impuesto a partir de 60.000 euros de ingresos desde el 45% actual hasta el 55%, que se aplicaría a partir de los 300.000 euros de rentas anuales. Son medidas sumamente moderadas si recordamos, por ejemplo, que un gobierno de centro como UCD creó el IRPF con un marginal máximo del 65% y para tramos de renta muy inferiores a los de 300.000 euros. Escuchar a los tertulianos afirmar que una renta de 60.000 euros pertenece a la clase media resulta extremadamente risible, si no fuese indignante.

El problema de Pedro Sánchez es que no sabe muy bien qué quiere, si pactar con la derecha o con la izquierda. Bueno, sí, quizás lo que desea es gobernar como si tuviese 180 diputados. Él, según dice, no quiere hablar de sillones sino del “qué”. En realidad, lo que no le importa es el “qué”, por eso le da igual mirar a la derecha que a la izquierda. Lo que le importa son los sillones, es decir, mantenerlos todos sin ceder ninguno. No quiere coaliciones, solo que le respalden en la investidura, pero se olvida de que solo tiene 90 diputados, por eso hay que decirle: Pedro, no sabes dónde estás, no sabes el número de diputados que tienes.



PEDRO SANCHEZ

PSOE Posted on Lun, febrero 15, 2016 10:31:29

PEDRO SÁNCHEZ, DE LAS PRIMARIAS AL OLIMPO

Entre los múltiples tópicos que se han instalado en la vida política en España se encuentra en un lugar destacado la creencia de que el establecimiento de lo que llaman primarias (elecciones directas por las bases) en los partidos políticos constituye un avance en el grado de la democracia y un paso esencial para la regeneración política. La opinión está tan extendida que hasta se piensa -y algún partido lo reclama- en incorporarlas a la normativa jurídica como obligación para todas las formaciones políticas.

En diversos artículos (por ejemplo, el de 5 de septiembre de 2014), he mostrado mi escepticismo y prevención acerca de la bondad de tal procedimiento. La creencia de que la democracia directa es siempre preferible a la representativa no tiene fundamento, tanto más cuanto que la complejidad de la sociedad actual hace casi siempre imprescindible la especialización, ya que no resulta posible que todos entendamos de todo y tengamos criterio sobre cualquier cuestión. El apoderamiento se hace, así, habitual en nuestras vidas.

Pero es que, además, cuando la elección se realiza mediante primarias el cargo se suele ejercer de una forma menos democrática. Aquel que ha sido investido por las bases se siente con legitimidad y autoridad suficientes para no someterse a ningún otro órgano o instancia. Se cae en una especie de caudillismo en el que toda la autoridad, de forma más bien despótica, se concentra en el líder. El sistema tradicional (al menos en los partidos de izquierdas) se orienta por el contrario a órganos pluripersonales. Los militantes en las agrupaciones votan a los delegados al congreso y este elige al comité federal (o central) que es el supremo órgano entre congresos y a la comisión ejecutiva. En este esquema el secretario general es tan solo el miembro principal de la ejecutiva, una especie de primus inter pares. Este carácter lo expresaba mejor el nombre que dicho cargo adoptaba antiguamente: “primer secretario” (en el PSC continúa llamándose así).

La experiencia está demostrando que los líderes elegidos por primarias terminan creando sistemas más autoritarios y despóticos. Buen ejemplo de ello lo constituye el liderazgo de Pedro Sánchez en el PSOE. Desde el principio estableció una ejecutiva monocolor, formada atendiendo no a la competencia y preparación, sino a la fidelidad personal, sin que apenas tuviesen sitio personas de la candidatura perdedora. No tuvo ningún problema y se sintió legitimado a disolver la ejecutiva de una de las federaciones más importantes y colocar a dedo como candidato a la presidencia de esa Comunidad a alguien que ni siquiera era afiliado. En las elecciones generales, violentando todos los procedimientos, situó en los primeros puestos de la lista por Madrid, en detrimento de afiliados con muchos más méritos, a dos personas ajenas a la organización o de reciente ingreso. Eso explica que el PSOE hay asido la cuarta fuerza en esta circunscripción.

Pero quizás donde se ha manifestado de forma más obvia el presidencialismo ha sido en el pulso que está echando Sánchez al Comité Federal de su partido con motivo de los pactos poselectorales. Para librarse de su control, no ha dudado en recurrir a lo que él considera última instancia, por encima de los estatutos y de cualquier normativa: la voluntad de los militantes, que es más manejable; y como en todo régimen caudillista que se precie, programa un referéndum, que es una buena forma de cubrir con una capa democrática el cesarismo.

El carácter autocrático con el que está acostumbrado a actuar en el PSOE se trasluce también en el exterior y se está manifestando en el comportamiento adoptado tras las elecciones. Se ha negado con un tono algo chulesco a cualquier diálogo (no digo acuerdo) con el partido que ha ganado las elecciones y, como el mejor tartufo, le acusa de haber bloqueado el proceso de formación de gobierno.

La prepotencia del líder socialista se ha manifestado también en la forma de asumir la designación del Rey para ser candidato, con el mismo empaque y solemnidad que si ya fuera presidente del Gobierno, sin reparar en que el Rey estaba obligado a elegir a cualquiera que le asegurase que dispone de los votos necesarios para conseguir la investidura. Pero ahí comienzan las contradicciones, porque, a no ser que todo sea un teatro, de contar con los apoyos necesarios, nada de nada, y ha pedido un mes para conseguirlos; pero además de una manera un tanto torticera, ya que, creyéndose la reina madre, afirma que quiere hablar con todos los partidos, sin decidir claramente en qué dirección quiere pactar.

Tiene toda la razón Pablo Iglesias cuando le apremia a que no maree más la perdiz y diga claramente con quién desea negociar, si a su derecha o a su izquierda, ya que tanto Podemos como Ciudadanos se han declarado mutuamente incompatibles entre sí para un acuerdo de gobierno, lo que por otra parte parece bastante evidente, desde el derecho a decidir hasta la política económica y social. En realidad, todo se reduce a dos opciones. La primera es pactar con Ciudadanos, pero para que salgan los números necesitan al PP, tal como ha señalado el propio Albert Rivera. Es un camino bloqueado porque desde el principio Pedro Sánchez se ha negado a dialogar con Rajoy y es de suponer que no esperará que ahora le apoye.

La segunda opción es pactar con Podemos, las confluencias, IU, PNV y conseguir la abstención de Convergencia y Esquerra. Opción que aparentemente está también cerrada ya que chocaría con las condiciones impuestas por el Comité Federal. Aunque en este caso bien podría eludirlo, tal como ya ha previsto recurriendo como buen caudillo al voto directo de las bases.

El resultado que Pedro Sánchez ha obtenido en las urnas desde luego ha hecho historia, pero por ser el peor alcanzado en todas las elecciones celebradas hasta la fecha. Y no se puede consolar aduciendo que el PP también ha perdido muchos escaños y votos, porque eso es cierto pero Rajoy ha tenido que sufrir el desgaste de cuatro años de crisis y de recortes, lo que lógicamente debería haber rentabilizado Pedro Sánchez desde la oposición. Y, además, el PP partía de la mayoría absoluta, mientras que el PSOE lo hacía desde un nivel ínfimo, el peor resultado hasta entonces obtenido; parecería que no se podía bajar más y, sin embargo, el resultado de diciembre pasado aún ha sido peor. Cualquier líder con un mínimo de vergüenza debería haber dimitido el mismo día de las elecciones, pero él ha reaccionado en sentido contrario, investido de no se sabe qué providencial destino está dispuesto a proponerse como presidente del Gobierno o, al menos, a volvernos a todos locos.

Aun cuando el resultado de las elecciones haya sido tan malo para el PSOE, lo que sí es cierto, sin embargo, es que, dada su situación en el espectro político, todo posible acuerdo de gobierno pasa por él, pero por eso mismo también es el único responsable de que se esté perdiendo el tiempo y estemos todos mareados (véase mi artículo de 31 de enero de 2016). No se sabe muy bien a qué conducen las negociaciones con Ciudadanos, si no tienen ninguna posibilidad de formar gobierno. Por eso, tampoco se entiende a qué juega Albert Rivera.

Pedro Sánchez, desde ese trono de papel que se ha fabricado, solo afirma que antes de con “quién” hay que ponerse de acuerdo en el “qué”. Me parece una solemne tontería. No se puede perder de vista el objetivo, que no es otro más que obtener la investidura, por lo que habrá que ponerse de acuerdo en el “qué” únicamente con “quien” se pueda formar gobierno y con quien sumen los números. Es lo malo de las matemáticas, que son inflexibles y no admiten retóricas ni bambalinas. Pero, eso sí, mientras se pierde el tiempo, Pedro Sánchez está feliz con su papel de gran hombre de Estado.



PACTOS

PSOE Posted on Dom, enero 31, 2016 23:38:10

SIEMPRE HA SIDO EL TURNO DEL PSOE

La quiebra del bipartidismo en las pasadas elecciones ha dejado al descubierto en el Congreso y en la investidura del presidente del Gobierno un protocolo que permanecía oculto, al haber sido hasta la fecha claro, en todos los comicios, de forma inmediata, quién tenía que ser investido. Ahora nos damos cuenta de que la liturgia que rige todo este proceso está obsoleta y de que es propia más bien de una sociedad decimonónica, pero muy poco operativa para el siglo XXI. Es curioso el tiempo que se pierde en toda una serie de pasos, recovecos, trámites y requisitos para llegar a resultados que se conocen de antemano y que hacen inútiles todas estas formalidades. En esa especie de rigodón que se está bailando hay espacio para todo y, además, se esgrimen las teorías más peregrinas como si aún estuviésemos en campaña electoral.

El PP lleva tiempo intentando convencernos de que es la lista más votada a la que le corresponde gobernar; lo que ciertamente no tiene ningún fundamento. En un sistema parlamentario como el nuestro, debe ser designado presidente aquel que concite un mayor apoyo en el Congreso. Cosa distinta sería si se tratase de un régimen presidencialista, pero en ese caso lo normal es que hubiera una segunda vuelta entre los dos candidatos más votados, con lo que tampoco se podría afirmar que gobernaría el que mejor resultado hubiera obtenido en la primera vuelta. No hay ninguna razón para denigrar lo que el PP ha dado en llamar “alianza de perdedores”; no solo son lícitas, sino en ocasiones también convenientes, eso sí, siempre que tengan coherencia y una cierta homogeneidad, porque de lo contrario es posible que la investidura fuese viable, pero no el gobierno de todos los días.

Pero, por el mismo motivo, carece de lógica tambien ese estribillo que como consigna y desde el mismo día de las elecciones, llevan repitiendo machaconamente los mandatarios del PSOE, acerca de que hay que respetar los plazos y las formas: ahora –dicen—es el tiempo del PP, cuando Rajoy fracase, intentaremos nosotros formar un gobierno de progreso. En esa cantinela hemos estados enfangados durante más de un mes. Si el día de las elecciones podíamos pensar que tal afirmación obedecía a una postura elegante y respetuosa con los procedimientos, puesto que el PP había ganado las elecciones, se convierte en una farsa tan pronto como Pedro Sánchez afirma de manera rotunda que de ninguna manera, ni siquiera mediante la abstención, está dispuesto a apoyar al PP. Con lo que Rajoy está descartado de la investidura, a no ser que el PSOE cambie de opinión. ¿Qué turno de Rajoy? El turno de los populares terminó a los pocos días de celebrarse las elecciones, cuando el PSOE cortó de raíz toda posibilidad de diálogo con ellos, hasta el punto de que el acuerdo para constituir la Mesa del Congreso solo fue posible con la intermediación de Ciudadanos. Es más, posteriormente el PSOE continuó negando que el acuerdo fuese a tres.

A pesar de haber ganado las elecciones, los resultados han dejado muy poco margen al PP. No seré yo el que asuma el papel de defensor de Rajoy, pero creo sinceramente que ha hecho lo poco que le era permitido hacer, convocar en los días inmediatamente posteriores a las elecciones a los otros líderes políticos y confirmarles que estaba dispuesto a sentarse a negociar. Pero todo posible pacto quedaba abortado por la negativa de los socialistas. Las críticas vertidas sobre Rajoy acerca de que no realizaba ofertas concretas son poco razonables. En cualquier negociación las ofertas se hacen en la mesa y nadie enseña sus cartas antes de sentarse.

El discurso adoptado durante este mes por los socialistas acerca de los tiempos y los turnos ha sido solo una forma de marear la perdiz y de escudarse para no mostrar sus intenciones, o para dar tiempo a que internamente se aclaren las diversas posiciones. Pedro Sánchez está en su derecho de no querer dialogar con el PP, así mismo tiene todo el derecho de pactar o no pactar con Podemos, pero a lo que no tiene derecho es a tomar el pelo a todos los españoles queriéndonos convencer de que la pelota está en el campo del PP, cuando para bien o para mal los resultados de los comicios han colocado la pelota desde el primer momento en el campo del PSOE.

La decisión de Rajoy de no presentarse a la investidura al carecer de los apoyos necesarios entra dentro de la lógica. Lo contrario es una farsa y una pérdida de tiempo. En ninguna parte está escrito que sea el líder del partido más votado el que tenga que presentarse a la investidura; puede ser, si se quiere, un derecho o más bien una cortesía, pero no una obligación. De lo contrario, sobraría la ronda de representantes de los partidos con el Rey que tienen por finalidad saber los apoyos con que cuenta cada uno. El procedimiento sería automático. Por eso se entiende mal el enorme enfado que mostraron tanto Pedro Sánchez como César Luena al conocer la decisión de Rajoy tildándole de trilero, irresponsable y no sé cuántas cosas más. Así como no se entiende que hayan continuado afirmando que la pelota estaba en el campo del PP. La única explicación posible es que Pedro Sánchez quiera ganar tiempo y presentarse al Comité Federal del día 30 sin haber dado ningún paso que sirva de argumento a los críticos.

La única alternativa que el veto del PSOE deja al PP es un pacto con Ciudadanos y con los partidos nacionalistas, lo que constituye en las circunstancias actuales un ente de razón, una contradictio in términis, algo impensable tanto por parte de Rivera como de Rajoy. En realidad, el pacto con los independentistas debería ser tabú también para el PSOE, pero parece ser que Pedro Sánchez, aunque no se atreva a confesarlo, no piensa del todo así, y por eso hace guiños de complicidad a unos y a otros. De ahí que haya dado un puesto en la Mesa del Senado al PNV, prestado cuatro senadores a Convergencia y a Esquerra o haya hecho esa llamada al presidente de la Generalitat -el mismo que ha declarado solemnemente que no acata la Constitución- y que le haya ofrecido una reforma constitucional que sabe que no puede afrontar sin el concurso del PP, con el que ha roto toda vía de diálogo.

La renuncia de Rajoy ha cogido a la dirección del PSOE con el pie cambiado y no van a poder esconderse ya tras el eslogan de que es el turno de Rajoy. Pedro Sánchez va a tener que definirse y decir claramente con quién y bajo qué condiciones va a pactar.



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