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ARTICULOS DEL 10/1/2016 AL 29/3/2023 CONTRAPUNTO

EQUIDISTANCIA, SEDICIÓN Y SOLUCIÓN POLITICA

CATALUÑA Posted on Lun, octubre 02, 2017 23:49:34

El Gobierno está dispuesto a conceder mayor financiación y más autogobierno para Cataluña. Eso ha afirmado Luis de Guindos. Parece que se trata de premiar la sedición y el golpe de Estado. Visto así, supongo que no tardarán en dar otro. Es un extraño juego este del nacionalismo. Si ganan, porque ganan, y si pierden, porque también ganan. Ya hubiesen querido Tejero, Milán del Bosch y Armada haber contado con un tratamiento similar. Claro que en España ha habido una larga tradición en que los gobiernos no sepan reaccionar a tiempo en los simulacros de golpismo. Antes del 23 de febrero de 1981 hubo amagos a los que no se dio importancia hasta que estalló la bomba en el Congreso. Y remontándonos más en la Historia, la República tampoco estuvo muy lista a la hora de reprimir las tentativas previas al 18 de julio del 36.

Resulta una buena idea conceder mayores competencias a la Generalitat, así se les dota de más medios para que el próximo asalto contra la Constitución y la proclamación de la independencia tenga éxito. Conviene recordar que en los atentados del pasado 17 de agosto la mayor preocupación de la Generalitat y de los independentistas era mostrar que ellos contaban ya con todos los medios necesarios para ser un Estado. Y en buena medida era verdad, porque la Generalitat tiene ya casi todas las competencias posibles. Si actúan como un Estado, por qué no constituirse ya en un Estado independiente (véase mi artículo del 31 de agosto pasado).

La concesión de mayores cotas de autonomía nunca contenta a los nacionalistas; por el contrario, les anima a nuevas reivindicaciones, al dotarles de mayores medios para presionar. De cesión en cesión hasta la sedición final. Sin duda, uno de los mayores obstáculos que están encontrando tanto el Gobierno como los jueces a la hora de controlar el golpe ha sido el comportamiento pasivo de los mozos de escuadra. Y la mayor dificultad del govern para poder culminar la asonada es no tener transferida la justicia y no contar con una Hacienda pública al estilo del País Vasco. Por cierto, es erróneo pensar que el único gobierno autónomo en Cataluña es el de la Generalitat. Tan autónomo (significado contrapuesto a heterónomo) es el gobierno municipal como el de la Generalitat o el del Estado, siempre que sean democráticos. Democracia es sinónimo de autogobierno.

La dinámica establecida alrededor del procés no deja de ser paradójica, pues se anatematiza al Gobierno central y se califica su actuación de antidemocrática, precisamente por aquellos que pretenden dar un golpe de Estado y romper unilateralmente con la Constitución. Pero no son solo lo golpistas los que tergiversan los términos. Más triste es el papel que está asumiendo determinada izquierda, cuyo desvarío ha traspasado los límites de Cataluña. Hasta ahora era la izquierda de esta Comunidad Autónoma la que, presa del furor nacionalista, se apartaba de la lucha social para encerrarse en el conflicto territorial, defendiendo precisamente los privilegios de una de las regiones más ricas de España. En los momentos actuales, el contagio incomprensiblemente se ha trasladado fuera de Cataluña.

Partidos como Podemos o la IU del “niño Garzón” se han adentrado en una vía demencial que ya no es coqueteo (ver mi artículo del 14 de septiembre), sino que se han enfangado en un abrazo del oso con el nacionalismo. Aquellos que se proclamaron herederos del 15-M hoy se manifiestan no a favor de las pensiones o en contra de la reforma laboral, o en contra el Banco Central Europeo, o contra las políticas mal llamadas de austeridad de Bruselas, sino para defender los privilegios de la burguesía catalana. Únicamente una gran confusión ideológica puede conducir a que desde Marinaleda o en general desde Andalucía -por no decir desde Galicia- se defienda el derecho de autodeterminación de las regiones ricas, detrás del cual, aunque disfrazado, se encuentra fundamentalmente el rechazo a la redistribución de la renta.

Si algo se le puede achacar al actual Gobierno en el tema catalán ha sido el hecho de extremar la prudencia hasta el punto de que en Cataluña se ha terminado generando el caos y la anarquía. Desde el propio Estado se ha atacado al Estado, a la Constitución y a la democracia. Solo un cierto cacao mental, el desconocimiento de la Historia o la mayor de las demagogias pueden estar en el origen de la afirmación de que en Cataluña hay presos políticos. De forma sibilina ya lo insinuaba Enric Juliana (ese periodista de la Vanguardia que siempre de forma torticera y con acento tartufo defiende los intereses de los independentistas). En un artículo escribía: “La Europa actual no tolera presos políticos”, queriendo afirmar con ello que las posibles detenciones o sentencias que se pudieran generar en Cataluña a propósito del procés serían presos políticos.

En Cataluña, al igual que en el resto de España, no existen presos políticos, tan solo políticos presos, y de esos muchos y de todos los partidos, lo que prueba hasta qué punto la judicatura actúa por su cuenta y en ejercicio de sus propias competencias. De producirse detenciones o condenas de prisión a propósito del procés no obedecerían a motivos políticos. Los hechos demuestran que la libertad de expresión y los derechos de los independentistas han estado y están plenamente garantizados; incluso con el argumento de que no conviene tensar la situación se les han consentido continuas violaciones de la legalidad que a ningún otro grupo social o partido se había permitido.

No me parece más grave distraer caudales públicos con la finalidad de financiar a una formación política que hacerlo para romper la Constitución y lograr la independencia de una de las regiones más ricas de España. No creo que exista un solo país que no castigue con penas de prisión la sedición y el golpe de Estado. Nadie se atrevería a decir que el general Armada era un preso político. Los que hoy hablan de fascismo no han conocido de verdad lo que son presos políticos y muchos menos han pasado por esa experiencia, ni siquiera la de tener miedo de llegar a serlo. Lo más parecido hoy al franquismo es el discurso y las actuaciones de los movimientos independentistas. Y son el Gobierno de la Generalitat y sus adláteres los que pueden recibir hoy el calificativo de fascistas.

El PNV, no se sabe si por obligación o por devoción, ha corrido a alinearse con los independentistas del procés. Tal vez con ello intentan disimular que ellos son parte del problema, porque uno de los hechos que más irrita a los catalanes -y en puridad debería soliviantar a todas las otras Autonomías- es la situación de privilegio fiscal con el que la Constitución dotó al País Vasco y a Navarra, y que las permite situarse en renta per cápita a la cabeza de toda España. Estatus que ahora envidian y pretenden conseguir los nacionalistas de Cataluña, y que si se extrapolase a todas las Comunidades incrementaría brutalmente las desigualdades y los desequilibrios territoriales.

Después están los de la equidistancia, los que se sienten en la obligación de acompañar toda condena del golpe con la crítica al Gobierno central reprochándole, parece ser, su falta de diálogo. Diálogo es la palabra mágica que emplean a todas horas, pero que en el fondo está totalmente vacía de contenido. ¿Dialogar con los que solo quieren dialogar sobre la forma de robar la soberanía a la totalidad de los españoles? Habría resultado pintoresco que después del golpe de Estado del 23 de febrero se hubiera reclamado diálogo con los golpistas. Pedro Sánchez, por su parte, está interpretando un triste papel, hasta el extremo de poner en peligro la unidad de su formación política. El otro día en el Congreso impuso, en contra de lo que había aprobado su grupo parlamentario, el voto negativo a la resolución presentada por Ciudadanos en apoyo al Gobierno y a las instituciones democráticas. Al margen de que la iniciativa de Rivera constituyese un error garrafal, ya que había peligro, como así ocurrió, de que apareciesen grietas en el bloque constitucionalista, no deja de ser patético que los socialistas representantes de Andalucía, Extremadura, Galicia, Castilla-La Mancha, etc., se negasen a respaldar al Estado en la represión del golpismo. Como afirmó Rajoy con sentido común, no se trata de defender al Gobierno sino al Estado de derecho.

Las declaraciones espasmódicas de los mandatarios del PSOE y del PSC están resultando penosas. La portavoz del grupo parlamentario, que parece más bien la portavoz del PSC, arremetía contra el Gobierno porque, según ella, se escondía tras los jueces y la oposición, y le exigía que tomase decisiones, pero al mismo tiempo le hurtaba los medios posibles, poniendo vetos a priori a instrumentos perfectamente legales como la aplicación del artículo 155 de la Constitución. Iceta, a su vez, compra el discurso de los independentistas de la violación de derechos. El señor Montilla reprocha a Rajoy haber estado cinco años de vacaciones en el tema de Cataluña. La verdad es que habría sido mucho mejor que él hubiera estado de vacaciones en toda su etapa de presidente de la Generalitat. Seguramente hoy no habría tantos problemas.

Pedro Sánchez es el que parece estar ausente de cara al referéndum del 1 de octubre. Se esconde con la finalidad de comprometerse lo menos posible. Aunque en realidad es preferible que no comparezca ante los medios, porque cada vez que lo hace es para meter la pata. Todo se le vuelve en criticar al Gobierno y propugnar diálogo. Ha llegado a proclamar que él obligará a Rajoy a buscar una solución pactada. Y es que con anterioridad ha manifestado que él ya posee tal solución. Para echarse a temblar, si el remedio tiene que venir de la mano de Pedro Sánchez. Lo cierto es que todo queda en crear una comisión en el Congreso, la defensa de un impreciso federalismo y una pretendida modificación constitucional que nadie sabe en qué consiste. Nada concreto. Absolutamente etéreo. Una solución imaginativa a la que irónicamente se refería el otro día Savater en un artículo en El País.

Los que sí han explicitado una solución política concreta han sido los empresarios catalanes. Saben perfectamente lo que quieren. Joaquim Gay de Montellá, presidente de Fomento del Trabajo -la principal patronal empresarial de Cataluña-, ha abogado por celebrar en 2019 un referéndum legal para aprobar un nuevo estatuto que debería recoger nada más ni nada menos que el reconocimiento de la identidad nacional, más inversiones del Estado, el pacto fiscal y la representación de Cataluña en organismos internacionales y competiciones deportivas.

A su vez, el presidente del Círculo de Empresarios, Javier Vega de Seoane, ha requerido una reforma de la financiación autonómica que acabe con las «transferencias indefinidas y sin condiciones» de las Comunidades Autónomas con mayor renta per cápita a las más pobres. «Llevamos 40 años de transferencias y la brecha sigue siendo igual», afirmó. Lo cual no es cierto. No hay transferencias entre Comunidades, sino una política fiscal del Estado que redistribuye la renta tanto en el plano personal como en el territorial. Lo que sí es verdad es que esta redistribución no ha tenido la suficiente fuerza como para reducir la brecha; por el contrario, la desigualdad se ha incrementado. ¿Pero alguien puede imaginar cómo habría evolucionado el reparto de la renta y hasta dónde habrían llegado las diferencias interterritoriales sin esta política redistributiva del Estado?, ¿y qué nivel alcanzaría la divergencia entre regiones si se aplicase a Cataluña y a Madrid, tal como reclama Vega de Seoane, un régimen similar al del País Vasco? Es un error mantener, tal como ha afirmado Guindos, que se pueda dotar de mayores recursos a unas Comunidades sin detrimento de las otras. Se quiera o no, en esta materia nos movemos en un juego de suma cero.

Lo más sorprendente es que el presidente del Círculo de Empresarios pone como ejemplo a Europa y sus políticas de solidaridad entre los Estados (más bien sus “no políticas”) y sostiene, negando los hechos, que esas políticas han reducido las diferencias entre los Países. La realidad es la contraria: en la Eurozona se ha incrementado fuertemente la divergencia entre los miembros y la causa se encuentra precisamente en que se ha construido una Unión Monetaria sin crear al mismo tiempo una Hacienda Pública común suficientemente potente y progresiva que corrija los desequilibrios que aquella genera. Querer importar este modelo a nivel regional es introducir en España los mismos o mayores problemas que está sufriendo Europa.

Hay que reconocer que los empresarios son los únicos que hablan claro. Retoman el chantaje que Mas lanzó al Gobierno central y que dio lugar al inició del procés, con la exigencia de que se dotase a la Generalitat de la misma situación fiscal que disfruta el País Vasco. Son los únicos que presentan una solución política concreta, congruente por otra parte con su ideología, la ruptura de la política redistributiva del Estado. Pero lo que es lógico y coherente en las organizaciones empresariales resulta totalmente descabellado para ser defendido por un partido socialista y no digamos por formaciones políticas como Podemos e IU. Entonces ¿Dónde se encuentra la solución política imaginativa?

republica.com 29-9-2017



EL DERECHO A DECIDIR Y EL NEOLIBERALISMO ECONÓMICO

CATALUÑA Posted on Mar, septiembre 26, 2017 11:07:04

En Cataluña, según las encuestas, los partidarios de la independencia no llegan al 50% y seguro que serían muchos menos si pensasen que la secesión va en serio y que su opinión o voto iba a tener una incidencia decisiva en el resultado. Por el contrario, el porcentaje que ofrecen los sondeos respecto a la defensa del derecho a decidir es mucho mayor, casi el 80%, y es que si a uno le preguntan si quiere decidir, es difícil que conteste que no.

El discurso de los independentistas está lleno de trampas y falacias y no es la menor de ellas haber disfrazado el derecho de autodeterminación -inexistente por otra parte en los Estados democráticos occidentales- por un abstracto y quimérico derecho a decidir que se reviste de las apariencias de democracia y libertad. ¿Cómo situarse en contra de la democracia?, ¿cómo cuestionar la libertad?, ¿cómo negar el derecho a decidir? El sofisma es parecido al que utiliza el neoliberalismo económico cuando en nombre de la libertad defiende la autonomía absoluta de los mercados y la ausencia total de regulación en la actuación de las fuerzas económicas. ¿Quién va atacar la libertad?

Ambos planteamientos ocultan una realidad puesta ya de manifiesto por los pensadores más antiguos, lo que se ha venido a llamar “la paradoja de la libertad”, que se concreta en que la libertad definida como ausencia de todo control restrictivo termina destruyéndose a sí misma y transformándose en la máxima coacción, ya que deja a los poderosos vía libre para esclavizar a los débiles. Se atribuye a Platón haber esbozado por primera vez esta aparente antinomia cuando mantiene, por ejemplo, en “La República” la siguiente tesis: “De este modo es probable que la mucha libertad no se convierta sino en mucha esclavitud tanto en el individuo como en el Estado”.

Fue Kant el que al describir lo que para él era una constitución justa pretende resolver la paradoja al afirmar que “la mayor libertad posible que se puede dar a cada individuo es la de que la libertad de cada uno pueda coexistir con la de los demás”, idea que vuelve a repetir en “La teoría del Derecho”: “La justicia es la suma total de las condiciones necesarias para que la libre elección de cada uno coexista con los demás de acuerdo con una ley general de libertad”.

Sin Estado, sin ley, no hay libertad. Precisamente lo que cada individuo pide al Estado es que proteja su libertad, pero en contrapartida tiene que renunciar a una parte de esa libertad, aquella que se opone a la libertad de los demás. Mi derecho a mover mis puños en la dirección que desee queda constreñido por la posición de la nariz del vecino. Es de la limitación de la libertad de donde emerge la propia libertad. La carencia de leyes limitativas de la libertad hunde a la sociedad en el caos, imponiéndose la ley de la selva, la ley del más fuerte.

El neoliberalismo ha pretendido aplicar a la economía la libertad sin restricciones, olvidando que utilizando con coherencia su doctrina se destruye la propia economía de mercado, que tanto defienden, y cuyo fundamento es la propiedad privada. Todo el mundo sería muy libre de apropiarse de lo que le apeteciese y pudiera. El principio de la propiedad privada implica ya una limitación de la libertad y un reconocimiento del Estado como árbitro social, condiciones necesarias para garantizar la misma libertad que difícilmente se consigue sin respeto a la propiedad. Pero de igual modo y por la misma razón hay que rechazar la demanda neoliberal de emancipar los mercados de forma absoluta, eliminando toda normativa, y de suprimir cualquier restricción al capital. Se trata de una libertad aparente, porque de esta forma se termina concediendo la libertad únicamente a un grupo reducido de ciudadanos, mientras se destruye para la gran mayoría.

Esta falacia tan común en el ámbito económico es mucho menos frecuente en el campo político y civil. Todo el mundo acepta que sin normas y leyes no existe la libertad y que lo que se generaría sería la anarquía y el caos. Sin embargo, en ocasiones, como la actual, hay quien explota la libertad para arrimar el ascua a su sardina, y presentar como democrático lo que linda con lo arbitrario y despótico. Esto es lo que está sucediendo con el independentismo en Cataluña y con la utilización que hacen del derecho a decidir.

Todos tenemos derecho a decidir. Es más, a lo largo de nuestra vida estamos compelidos, tal como afirman los existencialistas, a un sinfín de elecciones, sin que podamos evadirnos de ellas, pero también hay otras que nos están vedadas. Yo soy yo y mis circunstancias, que diría Ortega. La naturaleza nos constriñe y nos lo impide desde el primer momento. Nadie puede elegir su raza, ni dónde y cuándo va a nacer, ni en qué familia, ni las cualidades físicas e intelectuales de las que estará dotado. El vivir en sociedad es otra fuente de limitación. Mi derecho a decidir está limitado por las leyes, leyes que al mismo tiempo son las que me lo garantizan en otros muchos ámbitos. El derecho a decidir, como la libertad, no existe en abstracto, sino enmarcado en una realidad política y en un ordenamiento jurídico.

El derecho a decidir de los catalanes, al igual que el de los andaluces, extremeños, murcianos, etc. no es un derecho incondicional, sino encuadrado en una normativa jurídica que si bien lo limita en el cauce de determinadas normas, que establecen las reglas del juego, también lo defiende y protege frente al ataque de otros ciudadanos. La Constitución, el Estatuto y en general todo el ordenamiento jurídico, es el conjunto que hace posible el derecho a decidir (de no existir, sería el caos y la anarquía) pero al mismo tiempo lo condiciona y restringe para garantizar el derecho a decidir de los demás.

La independencia de Cataluña no solo afectaría a esta región sino a toda España. El derecho de un grupo de catalanes aunque fuese mayoritario (ahora no lo son) chocaría con el derecho de otros catalanes e incluso con el derecho del resto de españoles. ¿Puede la mitad de Cataluña cambiar sustancialmente las condiciones de vida de la otra mitad, obligándola a separarse de España, a la que se encuentran unidos desde hace muchos siglos? El derecho reclamado para los catalanes es al mismo tiempo el expolio de la soberanía de la totalidad de los españoles. Por otra parte, ¿quiénes son los catalanes?, ¿los que ahora residen en la Comunidad Autónoma aunque hayan llegado ayer o todos los nacidos en Cataluña vivan donde vivan? ¿Por qué van a poder votar los catalanes residentes en Costa Rica y no los residentes en Madrid?

¿Quién es el sujeto de ese derecho a decidir que se invoca? ¿Dónde radica la soberanía, la capacidad para cambiar las reglas de juego? Según la Constitución de 1978 -la que fue votada por una inmensa mayoría de catalanes-, el pueblo español en su conjunto. Pero es que, además, cualquier otra respuesta nos introduce en un laberinto de difícil salida. ¿La Comunidad Autónoma de Cataluña, definida curiosamente de acuerdo con la Constitución del 78, formada por cuatro provincias, con los límites que estableció el ordenamiento jurídico en 1833? ¿Y por qué no todos los países catalanes o el antiguo Reino de Aragón, con lo que seguramente el resultado sería muy distinto? ¿O cada provincia tomada individualmente? ¿Qué ocurriría si la mayoría en Barcelona y Tarragona se pronunciase en contra de la escisión aunque la mayoría de la Comunidad se mostrase a favor?, ¿se independizarían tan solo Lérida y Gerona? ¿Y qué sería de los municipios que se pronunciasen en contra de lo decidido por sus correspondientes provincias?

Todos tenderíamos a rechazar que un grupo social, el constituido por los ciudadanos de mayores rentas, tuviese el derecho, si lo decidiese por mayoría (la mayoría sería aplastante) de excluirse del sistema público de pensiones, de la sanidad y de la educación pública, por ejemplo, con la correspondiente rebaja proporcional en sus impuestos. El supuesto no es tan forzado como pudiera parecer si tenemos en cuenta que las regiones que proponen la autodeterminación son de las más ricas de España. La Moraleja (una de las urbanizaciones de más alto standing de Madrid) pretendió en su día independizarse del municipio de Alcobendas (de clase media), creando su propio ayuntamiento. ¿Tenía derecho a decidirlo? ¿Estaríamos a favor, por ejemplo, de que se convocase un referéndum sobre la pena de muerte?

Entre las múltiples falacias que utilizan los independentistas se encuentra la de repetir sin cesar que votar es un acto de democracia y que un referéndum no puede ser ilegal. Ciertamente, pero siempre que se convoque por quien tiene competencia para hacerlo y sobre una materia que pertenezca al ámbito de decisión de los consultados. Cuando estas condiciones no se cumplen no solamente puede ser ilegal, sino también delictivo. Delictivo es usurpar funciones a las que no se tiene derecho; delictivo es utilizar medios públicos para un fin partidista como el de promover un referéndum ilegal y que va en contra de la Constitución, y delictivos son en todos los países los actos insurreccionales y en contra de las respectivas Constituciones, especialmente cuando se producen desde el poder, porque entonces se denomina golpe de Estado, y golpe de Estado es lo que pretenden los independentista en el momento actual.

La malversación de fondos propios en la que se incurrió en el referéndum del 9-N y en la que se va a reincidir en el actual no es una corrupción de muy distinta naturaleza de la que se ha cometido con el 3%. En este último caso se trataba de financiar a un partido, Convergencia, con recursos públicos. Y en los casos del referéndum se trata de utilizar fondos públicos para un objetivo partidista y además ilegal, apartándolos del fin general.

Los secesionistas intentan justificar la sedición afirmando que el pacto constitucional se rompió cuando después de ser aprobado en referéndum por la sociedad catalana el último Estatuto de autonomía, el Tribunal Constitucional anuló determinados artículos del mismo. Ciertamente todo lo referente a este Estatuto fue más bien desafortunado; comenzando por la irresponsable promesa de Zapatero de aprobar en Madrid lo que el Parlamento catalán sancionase en Cataluña. Promesa que ciertamente no pudo cumplir dado que el documento que llegó desde Barcelona era claramente inconstitucional. Ahí radicó la verdadera ruptura del pacto, en intentar modificar la Constitución por la puerta de atrás. El Estatuto aprobado por el Parlament era palmariamente contrario a la Carta Magna y continuó siéndolo aun después de ser modificado por las Cortes, pues los cambios se hicieron con un PSOE condicionado por el PSC y por CiU. Curiosamente, Esquerra Republicana que ahora agita el Estatuto, colocándolo como causa de la rebelión, votó entonces en contra.

Los independentistas consideran un enorme agravio a la sociedad catalana el hecho de que el Tribunal Constitucional modificase el Estatuto después de ser aprobado en referéndum, pero, de existir, el agravio se encontraría en presentar a los ciudadanos para su aprobación un documento que era manifiestamente inconstitucional. Por otra parte, conviene recordar que el Estatuto fue aprobado por el 70,39% de votos afirmativos con una abstención del 50,59%, es decir, el porcentaje de los catalanes con derecho a voto que dio su aquiescencia no llegó ni siquiera al 35%, Estos datos contrastan con los resultados mediante los que se aprobó la Constitución en Cataluña: con una abstención de tan solo el 32,09% y un voto positivo del 90,46%. Es la misma Constitución que el independentismo no tiene el mínimo reparo en denigrar e incumplir. No parece que se respete mucho la voluntad del pueblo de Cataluña. Conviene tener también presente que en la I República las Cortes modificaron el Estatuto que la sociedad catalana había aprobado ya en referéndum, sin que nadie se escandalizase; todo lo contrario, los nacionalistas quedaron al parecer muy satisfechos.

Existe un mantra que por desgracia se ha extendido a lo largo de toda España, el de resaltar que, al margen de lo que hagan los independentistas, hay un problema político en Cataluña, que solo se puede solucionar con diálogo. Problema político existe, y muy grave, pero no está tanto, como se quiere indicar, en que haya un grupo, aunque sea numeroso, de catalanes que se encuentran a disgusto con el trato recibido por el Gobierno central y consideran que son discriminados, ya que ese hecho puede estar generalizado en la mayoría de las Autonomías. La opinión pública de todas ellas casi seguro que esta también descontenta con la situación actual y considera que otras Comunidades gozan de una atención mayor. Se me ocurre que los habitantes de Extremadura, Andalucía, Castilla-La mancha, Canarias o Murcia tienen muchos más motivos para su insatisfacción y desagrado que los de Cataluña.

El verdadero problema político en Cataluña radica más bien en unas instituciones y autoridades autonómicas que se han sublevado contra todas las leyes vigentes, leyes a las que precisamente deben su existencia como instituciones y autoridades, y pretenden sustituirlas por un nuevo ordenamiento jurídico sin legitimidad y surgido del vacío, y desde esa atalaya practican el victimismo y potencian y alientan el descontento popular. ¿Diálogo? Sí, pero no antes de haber restablecido la legalidad y haber sofocado el golpe de Estado y, desde luego, no a costa de premiar a los golpistas y concederles un trato de favor; de lo contrario, nos podemos encontrar con un problema político mucho mayor: que la sublevación se reproduzca en toda España.

republica.com 22-9-2017



LOS ATENTADOS DE BARCELONA Y EL PROCÉS

CATALUÑA Posted on Lun, septiembre 04, 2017 10:18:30

Debemos preguntarnos si acaso nuestras sociedades no están enfermas de anhelo de seguridad. Ambicionan una meta imposible, el riesgo cero. Procuran alejar la muerte, la enfermedad y cualquier otra desgracia del espacio diario de atención. Por eso reaccionan de manera tan espasmódica e impresionable cuando un acontecimiento viene a perturbar lo que se tiene por normal y produce víctimas, aunque sea en número muy inferior a las que otros sucesos o causas que consideramos habituales generan. Hacemos distinciones entre víctimas y víctimas y procuramos clasificarlas según un catálogo más o menos discutible.

En ese devenir en que se mueven, nuestras sociedades reclaman de los gobernantes y del resto de instituciones públicas que les blinden de cualquier peligro y están dispuestas a sacrificar progresivamente cotas de libertad y de autonomía con tal de eliminar todo riesgo. No quieren fallos ni posibles errores y juzgan con mucho rigor el trabajo de los cuerpos policiales cuando se produce un atentado. La perfección no existe, ni este ámbito ni en ninguno otro, y parece lógico que tras una masacre siempre surjan dudas acerca de la eficacia de la actuación policial. A posteriori es fácil preguntarse sobre si se hubiesen podido evitar o, al menos, minimizar el daño de haberse procedido de otra manera.

Tras los atentados de Barcelona, son muchas las preguntas que quedan por contestar y las dudas sobre los errores que se hayan podido cometer tanto en la previsión como en la actuación posterior. Tener en cuenta todo ello es importante a la hora de evitar en el futuro los mismos yerros, pero hay que huir de toda crítica o descalificación desmedida. Así lo manifesté en el 11-M, y lo mismo pienso en los momentos actuales. Hay que creer que los distintos cuerpos de policía han pretendido actuar de la mejor forma posible. Los probables fallos entran en el guion, por ello son perfectamente disculpables siempre que obedezcan a la lógica imperfección de toda organización y actuación humana, por muy doloroso que tal hecho sea para los familiares de las víctimas.

Pero la cosa cambia cuando los errores, fallos o equivocaciones surgen de la autosuficiencia o de un fanatismo político que está dispuesto a correr cualquier riesgo y utilizar cualquier instrumento con tal de facilitar al exterior la imagen de que Cataluña en la práctica es independiente, que se basta a sí misma, que no necesita al Estado español y que sus “hechos diferenciales” son de mejor calidad que los de los otros territorios. Lo cierto es que hay demasiados indicios de que desde la Generalitat y las instituciones independentistas han actuado de este modo y que en gran medida los posibles fallos y omisiones obedecen a estos planteamientos.

Como siempre, los más audaces y lenguaraces son los que se atreven a dejar desde el principio las cosas claras sin tapujos. Tenía que ser Carod Rovira el histórico presidente de Esquerra Republicana –aquel que se reunió en Perpiñán con la cúpula de ETA para pedirles que si querían atentasen contra España, pero no contra Cataluña– el que abriese la boca en primer lugar y descubriese la estrategia del independentismo, que otros mantenían oculta. Afirmó sin rodeos que, después del atentado de Las Ramblas, el Estado español había desaparecido y que su espacio lo había ocupado la Generalitat de Cataluña: “Cataluña ha visto y comprobado que, a la hora de la verdad, frente a la emergencia de hacer frente a una adversidad criminal, había un Gobierno, una policía y una ciudadanía que estaban donde tenían que estar y a la altura de las circunstancias, que eran el Gobierno, la policía y la ciudadanía de Cataluña, no eran los de España”.

En un artículo publicado en el periódico Nació Digital y titulado «Se va un Estado, llega otro» interpreta el atentado como un ensayo general para la independencia y califica a la actuación de la Generalitat como propia de “una Cataluña independiente, viable, útil y mejor”. Da la impresión de que le importan muy poco los terroristas o las víctimas, tan es así que parece que está contento y exuberante por lo que considera un éxito en 37 años de autonomía. La argumentación del ex presidente de Esquerra Republicana incurre en una grave contradicción porque, si es cierto lo que afirma, resulta evidente que Cataluña no es esa colonia maltratada que quieren presentar los secesionistas, sino que goza de una autonomía y competencias que le convierten casi en un Estado.

El jefe de prensa de Puigdemont, Pere Martí ha seguido la misma línea de argumentación del ex vicepresidente de la Generalitat. Ha escrito en Twitter respecto del “affaire” de Raúl Romeva con los ministros de asuntos exteriores de Francia y Alemania: “Recordáis que decían que no tendríamos relaciones internacionales, que no nos recibiría nadie. Cierto, el conseller Raúl Romeva los recibe en su despacho”. La realidad fue muy distinta, fue Raúl Romeva el que al parecer se coló en la sala de autoridades del aeropuerto de Barcelona, donde el subdelegado de Gobierno recibía a los ministros de asuntos exteriores de Francia y Alemania para llevarles a entrevistarse con la vicepresidenta de Gobierno.

También el eurodiputado del PDeCAT Ramón Tremosa ha mantenido en Twitter en varias ocasiones una actitud parecida. En la mañana del día 20 destacaba de un artículo publicado en el diario ARA, titulado ‘Dos países, dos realidades’, la siguiente frase: “Cataluña sola se ha enfrentado a sus enemigos y los ha derrotado con eficacia. En la práctica, los catalanes han visto que ya tienen un Estado”. Y días más tarde en varias ocasiones lanzaba mensajes de contenido similar: «La resposta de Catalunya al terror demostra que ja està preparada per la independència». «Els @mossos demostren que la futura república catalana està preparada per a funcionar sola».

Resulta indicativo de la naturaleza del secesionismo el hecho de que para ellos lo único importante del atentado haya sido la utilidad que les puede proporcionar de cara a favorecer la imagen exterior de Cataluña y de su independencia. Bien es verdad con un cierto estilo cateto que raya en el ridículo. De ahí la autosuficiencia y el empleo del botafumeiro que se ha hecho presente en todas los actos y comparecencias presentadas en Cataluña. Ellos son los mejores y no necesitan a nadie.

Encerrados en su castillo, más bien en su pueblo –Ortega afirmaba que provinciano es el que se cree que su provincia es el mundo y su pueblo una galaxia–, solo están dispuestos a considerar lo que creen que es suyo. Así, en el atentado, no quisieron ver que en los tiempos de la globalización las víctimas no eran suyas, que pertenecían a 36 países distintos; que los terroristas no eran suyos, el ISIS extiende su amenaza a todo la cultura occidental; la policía no es suya, según el art. 104 de la Constitución las fuerzas y cuerpos de seguridad pertenecen al Estado y su dirección al gobierno, aun cuando se puedan ceder algunas competencias a las Comunidades Autónomas; Las Ramblas no son suyas, por la cantidad de gente de toda procedencia que por ellas circulan, y basta para mostrar este carácter universal las palabras estos días tantas veces citadas de García Lorca; y las posibles consecuencias económicas negativas (de haberlas) porque se resienta el turismo no las va a sufrir solo Barcelona o Cataluña, sino toda España.

Según van pasando los días, son muchos los fallos, los errores y lagunas de información que rodean los atentados de Barcelona, desde la indolente actitud ante la información trasmitida por la policía belga a la insuficiente investigación en la casa de Alcanar, cuando eran múltiples los factores insólitos que deberían haber hecho sospechar de la posibilidad de un atentado, tal como la misma jueza de guardia insinuó. Desde la resistencia a poner bolardos (Madrid nos va a decir a nosotros lo que tenemos que hacer) hasta la negativa a que actuasen la Policía Nacional y la Guardia Civil. Desde el hecho de que no había policía en Las Ramblas en el momento del atentado a la ausencia de información acerca de lo que en realidad ocurrió en Cambrils. Desde la carencia de explicación de cómo se pudo escapar Younes tras el atropello de Las Ramblas hasta saber cómo pudo estar cuatro días huido sin conocimiento de la policía, y que solo dieran con él tras el aviso de una ciudadana. Desde saber por qué no se interrogó en el primer momento al único herido en la casa de Alcanar, a la razón de por qué tan solo dos terroristas han podido ser detenidos, resultando abatidos (como se dice) todos los demás, y que, al margen de circunstancias legales y éticas, impide la posibilidad de contar con mucha más información de la célula terrorista y de los atentados.

Todo estos fallos y lagunas tienen un denominador común (al margen de las gotas de corporativismo que le es predicable a los Mossos como a cualquier otro colectivo): la arrogancia, la fachenda y la soberbia de los responsables políticos de la Generalitat que desde el primer momento han querido instrumentalizar los atentados para ponerlos al servicio del procés y manifestar al mundo (se creen su ombligo) que son autosuficientes y mejores que lo que llaman el Estado español.

El autobombo ha sido constante presentando como perfectas todas las actuaciones de la Generalitat y sus instituciones, y deshaciéndose en loas y panegíricos sobre el buen funcionamiento de los Mossos. Simplemente los necesitan para la tragicomedia, y están dispuestos a elevarlos a los altares y a coronarlos como héroes. Sin que sea una crítica a la policía autonómica, lo mismo cabría decir de la nacional y de la Guardia Civil, el éxito no está nunca de manera plena en cazar a los terroristas una vez cometido el golpe, tanto más si se hace sin dejar supervivientes, sino en evitar el atentado. La actuación de la Policía Nacional, de la Guardia Civil y de los mismos Mossos seguramente habrá sido más digna de encomio en las múltiples veces que de forma preventiva han detenido terroristas o han desarticulado alguna célula que en los momentos presentes después de que se hayan originado tantas víctimas.

En los primeros días, Puigdemont salió a la prensa indignado tildando de miserable a quien relacionase los atentados con el procés. Lo cierto es que en aquel momento los únicos que lo vinculaban eran, como hemos visto arriba, sus correligionarios. A estas alturas, sin embargo, no tiene ya ningún pudor en hacerlo él mismo abiertamente y con toda clases de mentiras, como en la entrevista que en la pasada semana concedió al Financial Times o propiciando con otras fuerzas independentistas que la manifestación convocada de apoyo a las víctimas y repulsa al terrorismo se convirtiese en un instrumento más a favor de la secesión.

Puigdemont se queja de que no se da entrada a los Mossos en Europol ¿Qué tiene de extraño si sus inmediatos jefes actuales, expresamente nombrados, después de remover a los anteriores, para controlarlos y orientarlos a favor del procés, no dejan de decir que el 1 de octubre la policía autonómica estará al lado de los golpistas y en contra de la ley?

El verdadero reto para los Mossos d’Esquadra residirá en el día del referéndum, porque tendrán que decidir si, como toda policía, están para aplicar la ley y hacer respetar la Constitución o para ponerse al servicio del golpe de Estado. Conviene tener presente que desde el mismo momento en que los Mossos se pongan a favor de la sedición, bien apoyándola o bien no cumpliendo las instrucciones judiciales, desaparecen todas las dudas que ahora algunos juristas plantean acerca de si existe o no delito de sedición. En todo caso, si se llega a ese extremo, seremos muchos los que pediremos, si es preciso, un cambio en la Constitución. Ciertamente no para lo que plantea Pedro Sánchez de buscar acomodo a los independentistas catalanes sino para disolver el cuerpo de Mossos y prohibir la existencia de policías autonómicas.

El hecho de que Puigdemont y sus correligionarios se hayan puesto a relacionar los atentados con el procés, nos da pie a que, dejando muy claro que los únicos culpables son los terroristas, nos preguntemos si la política seguida por el independentismo de propiciar la inmigración musulmana en detrimento de la latina (hispanoparlante) hasta el extremo de haber agrupado en su territorio la mitad de la que existe en toda España procedente del Magreb no ha tenido nada que ver con el hecho de que los atentados hayan sido en Barcelona. Y ¿por qué no? Preguntémonos también si el hecho de que Cataluña cuente con un gobern y unas instituciones autonómicas que se jactan de no someterse a la ley y a la Constitución da la mejor imagen de firmeza a la hora de combatir el anarquismo y el terrorismo. Todo fanatismo, aunque sea no violento, es buena tierra para que germinen otros fanatismos violentos.

republica.com 1 de septiembre 2017



PEDRO SÁNCHEZ Y LOS HECHOS DIFERENCIALES

CATALUÑA Posted on Lun, agosto 07, 2017 21:55:42

Soy más bien reacio a las miles de bobadas que circulan a diario por la red o se reciben por WhatsApp. No obstante, el otro día llegó a mi teléfono móvil por este último medio un video que no tiene desperdicio. No puedo por menos que citarlo; lo encontré no solo enormemente gracioso, sino además muy acertado en su trasfondo. Consistía en un monologo protagonizado por Albert Boadella acerca de los hechos diferenciales. Después he descubierto que está colgado en Youtube a disposición de todo el que quiera verlo. Muchas serían las facetas a resaltar de su contenido, todas ellas interesantes, pero me centraré tan solo en dos.

La primera es que Boadella, tras aceptar irónicamente que, por su condición de catalán, tiene hechos diferenciales, supone que los demás, los que no son catalanes, también los tienen. Verdad de Perogrullo. «Principio individuaciones». Cada sujeto se diferencia de los demás. Hasta aquí nada nuevo. Pero Boadella enseguida va más allá y, parodiando el discurso nacionalista, afirma que, como es lógico, sus hechos diferenciales son superiores a los demás, porque de lo contrario, se pregunta con toda la razón, de qué serviría tener hechos diferenciales. No se tienen estos para ser iguales o inferiores a los otros. Y es que aquí en gran medida se encuentra el núcleo del discurso nacionalista. Cuando se afirma que son diferentes, lo que se quiere proclamar es que son de linaje superior y que por lo tanto son acreedores a un trato privilegiado. Es decir, se postulan no hechos, sino derechos diferenciales.

El segundo elemento a resaltar es su aseveración de que han sido muchas las personalidades del resto de España que han colaborado a incrementar la conciencia de los catalanes hacia los hechos diferenciales, personalidades tales como Ansón, Herrero de Miñón, Felipe González, García Margallo, Zapatero, Pedro Sánchez. Estos son los nombres que cita Boadella, pero a los que ciertamente se podrían añadir muchos más. Tal aseveración viene a confirmar mi tesis (ver mi artículo del 24-3-2016 en estas páginas) de que el problema del nacionalismo catalán no está en Cataluña sino en el resto de España, donde muchos de su prohombres se han empeñado en lograr lo que llaman el “acomodo” de Cataluña en España. La mayoría de los catalanes están perfectamente acomodados, al menos en la misma medida o incluso más que cualquier otro español. Nada es perfecto y todos tendríamos motivos para estar descontentos, no precisamente por ser catalanes. En cuanto a los nacionalistas, por su propia definición, nunca estarán satisfechos salvo con la independencia.

Desde la Transición y quizás por antagonismo al régimen franquista (de donde se deduce que nunca se pueden elegir opciones por el único argumento de diferenciarse de otro), nos hemos ido equivocando en el tema territorial, cediendo posiciones con el único objetivo de atraer al nacionalismo, lo que constituye una utopía. Hoy es tabú, pero puede que llegue el día en el que se reconocerá el error cometido con el establecimiento del Estado de las Autonomías. Yo, como muchos de mi generación que nos sentíamos de izquierdas, gritamos aquello de «libertad, amnistía, estatuto de autonomía». Ahora me pregunto cómo pudimos meter en el mismo saco la autonomía política en el ámbito territorial, de conveniencia muy discutible, con la libertad y la amnistía, exigencias imprescindibles para acceder a un Estado democrático. Y, sobre todo, cómo podíamos olvidarnos de la igualdad. Tal vez estábamos demasiado obsesionados con la falta de las libertades formales y no caíamos en que sí, estas son necesarias, no son suficientes. Deben ser completadas con las libertades reales, todas aquellas que hacen posible la igualdad. No pusimos el debido acento en ella, permitiendo incluso que las veleidades nacionalistas con sus requerimientos prevaleciesen sobre las exigencias de la equidad.

La Constitución se confeccionó con la mirada puesta en los nacionalismos, y con el objetivo de integrarlos para que no quedasen al margen del proceso de la Transición. Se realizaron concesiones importantes tanto en la Carta Magna como en la Ley electoral. Buen ejemplo de ello lo constituye el concierto vasco y navarro, régimen fiscal inconcebible en un Estado moderno y que rompe la igualdad en el plano territorial.

Aparentemente, la estructura política creada en aquel momento parecía contentar al nacionalismo. Eso explica cómo Cataluña fue de las Comunidades en las que la participación de la población en el referéndum para aprobar la Constitución fue mayor, y mayor también el porcentaje de votos positivos. Sin embargo, el equilibrio conseguido fue solo provisional, porque para el independentismo toda conquista constituye únicamente una plataforma en la que apoyarse para plasmar una nueva reivindicación. Paso a paso y año tras año se han ido creando las mayores cotas de autogobierno conocidas en España, y quizas en Europa, hasta el extremo de que el Estado ha ido progresivamente quedando reducido a su mínima expresión.

Pero hay algo más y quizás más grave, y es que el independentismo en todas su variantes ha empleado las estructuras del Estado para propagar su ideario en contra del propio Estado y a favor de la independencia. Se ha valido de toda clase de instrumentos: educación, recursos económicos, medios de comunicación, etc. Ha fabricado una historia nueva e inexistente. Ha construido también una realidad social, política y económica falsa, en la que Cataluña -¡oh, paradoja-, aparece como una Comunidad oprimida y explotada por regiones mucho más pobres. España nos roba. Esta labor de adoctrinamiento practicada año tras año ha tenido sus frutos y ha incrementado sustancialmente el sentimiento soberanista. Frente a los que afirman que el independentismo ha aumentado por la intransigencia del Gobierno central negándose a hacer concesiones, parece claro que la causa se encuentra más bien en las hechas por unos y por otros a lo largo de todo este tiempo, y que han dotado a los soberanistas de nuevos instrumentos para practicar el proselitismo.

Quienes defienden que el diálogo y las cesiones pueden servir para solucionar el problema o son unos inocentes o tienen intereses propios y puede que bastardos. Sin duda, Azaña pertenecía al primer grupo al defender el estatus de autonomía de Cataluña en la I República; ya que la razón estaba del lado de Ortega cuando mantenía que el problema del nacionalismo catalán no tenía solución y solo cabía la “conllevancia”. El propio Azaña más tarde reconocía su error y se quejaba amargamente en su obra “La velada en Benicarló” de la deslealtad del nacionalismo catalán; primero cuando Companys, aprovechando la Revolución de Asturias, proclamó unilateralmente el Estado catalán y, más tarde, por el comportamiento de la Generalitat en plena Guerra civil.

En todos estos años de democracia, las prebendas concedidas al independentismo se han debido, al menos en parte, a las conveniencias de los dos grandes partidos nacionales. A pesar de practicar cuando gobernaban políticas bastante similares, se negaban sin embargo a entenderse entre ellos y, si se carecía de mayoría absoluta, preferían pactar con los nacionalistas y someterse a su chantaje. Este hecho se ha reforzado en el PSOE en los últimos años por la influencia y presión del PSC.

Fuel el PSC el que dio la victoria a Zapatero frente a Bono, hecho que marcó la actuación del primero en el tema de Cataluña, tanto como secretario general del PSOE, como en su calidad de presidente del gobierno. La tan recordada frase «Pascual, apoyaré la reforma del Estatuto que apruebe el parlamento catalán» fue un precedente nefasto y en buena medida origen de la ofensiva secesionista. Los causantes del llamado desencuentro no han sido, tal como se nos quiere hacer creer ahora, los que recurrieron al Tribunal Constitucional, sino los que aprobaron un estatuto claramente anticonstitucional y quisieron modificar por la puerta de atrás la Carta Magna. Pero, eso sí, Zapatero, gracias al voto catalán, se aseguró una segunda legislatura.

La situación se ha hecho especialmente grave desde que comenzó la deriva separatista, verdadero golpe de Estado, en palabras de la propia patronal catalana. La actuación de las autoridades de la Generalitat es de clara sedición y rebeldía. Aun cuando la Fiscalía hasta ahora, por un problema de prudencia, no haya querido acusar más que de los delitos de desobediencia y prevaricación, que no conllevan asociadas penas de cárcel (se ha huido incluso de la figura de malversación de fondos públicos) no implica que los otros delitos no existan y no estén tipificados en el Código Penal.

Ante tal estado de cosas, es sorprendente la actitud de Pedro Sánchez desmarcándose de las medidas del Gobierno y queriendo jugar a la equidistancia. La postura del actual secretario general del PSOE solo se explica -que no se justifica- por el odio que al parecer tiene a Rajoy, por la pretensión de posicionarse en todos los temas en contra del PP y sobre todo por la ambición nunca abandonada de llegar a presidente del gobierno para lo que -de tener alguna posibilidad- necesita contar con los votos de los secesionistas. Su comportamiento raya en el esperpento cuando, ante los desafueros de toda clase planteados por el independentismo, su reacción se reduce, cual fraile franciscano, a predicar el entendimiento y el diálogo.

Junts pel sí y la CUP están a punto de declarar unilateralmente la independencia de Cataluña. No se ha hecho demasiado hincapié en ello, pero la verdad es que esta declaración se produciría automáticamente con la aprobación de la Ley del referéndum, ya que se proclama a sí misma ley suprema por encima de cualquier otra ley, del Estatuto y de la propia Constitución, con lo que se está presuponiendo la soberanía total del parlamento autonómico. Sabíamos que a los sediciosos les importaban poco la ley y la democracia, pero ahora sabemos que tampoco la lógica, ya que se da una petición de principio. Se hace una ley para habilitar un referéndum con el que preguntar a la ciudadanía acerca de la independencia, independencia que se supone ya realizada desde el momento en el que se ha declarado al Parlamento de Cataluña soberano.

Ante un momento tan crítico como el actual, lo único que se le ocurre a Pedro Sánchez es acusar al presidente del Gobierno de no dialogar y anunciar pomposamente que él sí va a proponer la verdadera solución, unida a una reforma constitucional, que todavía no ha explicado en qué va a consistir, pero que hay que temer que se oriente a nuevas concesiones a los nacionalistas para premiar la sedición y la rebeldía, concesiones que solo servirán para que en el futuro cuenten con más instrumentos para plantear con fuerza renovada la ofensiva separatista.

Pedro Sánchez mantiene una posición totalmente ambigua. Por una parte afirma que respalda al Gobierno en su oposición al referéndum independentista y en la defensa de la Constitución, pero al mismo tiempo pone reparos y se distancia de todas las medidas que el Ejecutivo se ve en la obligación de instrumentar; incluso, él y sus acólitos han llegado a desacreditar el artículo 155 de la Constitución, descartando a priori su aplicación y amenazando nada menos que, como cualquier sedicioso, con acudir a la opinión internacional en caso de que fuera necesario ponerlo en práctica.

El comportamiento adoptado por Pedro Sánchez contradice lo que ha venido siendo la postura tradicional del PSOE en esta materia, que siempre la ha considerado cuestión de Estado y en la que se debía estar al lado del Gobierno. Su condescendencia con el secesionismo catalán tiene que estar dejando descolocados a buena parte de sus compañeros de partido, incluso a aquellos que le hayan votado en las primarias, que seguro que no le dieron su voto para defender esa ambigua teoría de nación de naciones, que tan bien les puede venir a los nacionalistas. Andaluces, extremeños, castellanos, murcianos, etc., es imposible que vean con buenos ojos el hecho de que, a pesar de que la renta per cápita de sus Comunidades es muy inferior a la catalana, se les considere explotadores y a Cataluña colonia subyugada; y que para dejar contentos a los nacionalistas catalanes haya que reformar la Constitución y dejar muy claro que sus hechos diferenciales son superiores a los del resto de los españoles.

republica.com 4-8-2017

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LA INSURRECIÓN NO PUEDE TENER PREMIO

CATALUÑA Posted on Vie, abril 21, 2017 11:28:59

Ante la ofensiva etarra, prevaleció siempre, aun en los tiempos más duros, un principio de consenso: “La violencia no puede tener premio”. Si en los distintos procesos de negociación, en algún momento, uno u otro gobierno, hubieran tenido la tentación de hacer concesiones políticas, nunca se habrían atrevido a reconocerlo públicamente. La razón es evidente, recompensar la violencia es un incentivo para que esta se multiplique.

No cabe, ciertamente, comparación alguna entre la insurrección que está ocurriendo ahora en Cataluña y la ofensiva etarra que se produjo en el pasado. Hay un salto cualitativo, la violencia. No obstante, la consigna anterior debería aplicarse también a aquellos que desobedecen las leyes y se sublevan contra la Constitución. En ningún caso estas actitudes pueden hacerse acreedoras a un premio. Ello cuestiona en buena medida ese discurso tan generalizado de que son precisos el diálogo y la negociación entre el Gobierno central y los insurrectos, añadiendo en ocasiones el estribillo de que no se puede judicializar la política, como si el Estado de derecho, es decir, el sometimiento igualitario a la ley, no fuese la primera premisa de la actividad política.

Ese discurso está tanto menos justificado en cuanto que los secesionistas sobre lo único que están dispuestos a negociar es acerca de la manera en que se viola la Constitución y de cómo se priva a la totalidad del pueblo español de la soberanía que solo a él pertenece. Por otra parte, la negociación y el diálogo se entienden siempre como fuente de concesiones, concesiones que son unilaterales, porque cualquier acuerdo con el nacionalismo se plantea en todas las ocasiones de más a más y nunca de más a menos.

Es la cultura cristiana que subyace en el inconsciente del pueblo español la que quizás lleve a utilizar la parábola del hijo pródigo en muchas facetas de la vida en las que no resulta aplicable. La parábola puede tener pleno sentido en los discursos teológicos del catolicismo y aun con más razón en los del jansenismo, en los que impera la gratuidad de la gracia y el hombre no tiene ningún derecho frente a Dios, todo es graciable, de manera que la divinidad puede actuar, al igual que el padre de la parábola, con total libertad a la hora de gratificar a sus hijos. Tales patrones, sin embargo, no son aplicables en el ámbito secular, por ejemplo en las relaciones del Gobierno central con los Gobiernos autonómicos, que están sometidas al principio de la equidad y en las que las concesiones injustificadas que se hacen a una Comunidad Autónoma van en detrimento de las otras.

Bajo la presión de ese discurso que pide diálogo y concesiones, Rajoy ha ido a Barcelona a prometer 4.200 millones de euros de inversión pública en Cataluña para acometer a lo largo de esta legislatura, lo que significa algo más de 1.000 millones de euros anuales, promesa que sin duda va en perjuicio de las otras Comunidades, que van a recibir una cantidad claramente inferior. El victimismo de la Generalitat no tiene ningún fundamento. Casi no merece la pena emplear tiempo en refutarlo. A simple vista nadie puede creerse que Cataluña esté discriminada negativamente con respecto a otras Autonomías. Solo hay que recorrer Extremadura, Galicia, Castilla o Andalucía para desmentirlo. Pero es que incluso las Comunidades que podrían considerarse más privilegiadas han sido peor tratadas que Cataluña. Recientemente se ha publicado un informe en el que se muestra que en el periodo 2006- 2015 Cataluña ha recibido 8.500 millones de euros, el 18% de toda la inversión del Ministerio de Fomento, una cantidad superior a la que reciben Madrid, Valencia y el País Vasco conjuntamente, y tres veces la que recibe la Comunidad de Madrid.

Se dice que la negociación y el diálogo son imprescindibles para solucionar el problema de Cataluña. El problema, de haberlo, no es de Cataluña sino del nacionalismo catalán, como ya apuntó Ortega y Gasset en su memorable intervención en las Cortes españolas a propósito de la aprobación del primer Estatuto, allá por la Segunda República. Pero es que, además, nadie ha dicho que el problema sea soluble. Tal como demuestra la Historia y defendió el filósofo español en aquella ocasión, el problema no puede resolverse sino que tan solo “se pueden conllevar”: “…y al decir esto, conste que significo con ello, no solo que los demás españoles tenemos que conllevarnos con los catalanes, sino que los catalanes también tienen que conllevarse con los demás españoles”. Y tal vez habría que añadir que unos catalanes se conlleven con los otros catalanes.

Pretender solucionar el problema del nacionalismo catalán a base de concesiones es de una gran ingenuidad. Bien lo experimentó el propio Azaña quien, después de ser un defensor acérrimo del Estatuto catalán, se quejaba amargamente en su obra “La velada en Benicarló” de su deslealtad; primero cuando Companys, aprovechando la revolución de Asturias, proclamó unilateralmente el Estado catalán, y más tarde por el comportamiento de la Generalitat en plena guerra civil.

El nacionalismo no tiene solución porque por su propia esencia es insaciable. Cada nueva concesión para lo único que sirve es para fortalecerlo y darle nuevas posibilidades de reclamar nuevas concesiones. En la Transición se elaboró la Constitución pensando en parte en el nacionalismo, creyendo ingenuamente que así se solucionaba el problema. Se estableció un régimen mucho más generoso que en la II República. Lo cierto es que no solo no se resolvió el problema sino que se crearon otros catorce o quince, uno por cada Comunidad. A lo largo de estos cuarenta años se ha visto que el proceso no tiene fin y que por mucha autonomía que se conceda las reclamaciones continúan. En la actualidad, el nacionalismo y el independentismo han adquirido una nueva dimensión en Cataluña: la insurrección, insurrección planteada desde las más altas instancias de la Generalitat, lo que la convierte en un golpe de Estado encubierto.

Es un espejismo creer que los golpistas van a ceder en sus intenciones a base de diálogo y negociación. Tampoco puede argüirse que las concesiones van encaminadas a convencer al resto de la población de Cataluña y no a los secesionistas, porque -quiérase o no- siempre se interpretará que si se concede a Cataluña un trato de favor es precisamente por la postura subversiva que adopta el Gobierno de la Generalitat. Es difícil no pensar que se está premiando la insurrección.

Republica.com 6-4-2017



ALEMANIA TAMBIÉN JUDICIALIZA LA POLÍTICA

CATALUÑA Posted on Lun, enero 16, 2017 10:24:18

A lo largo de estos días se ha difundido el dictamen del Tribunal Constitucional alemán por el que se desestima el recurso presentado por el partido independentista de Baviera sobre la posibilidad de someter a referéndum la independencia de este land. Los argumentos en los que se fundamenta el dictamen son de sobra conocidos en nuestro país, ya que se identifican milimétricamente con los utilizados por el Tribunal Constitucional español respecto a la posibilidad de realizar una consulta para la independencia de Cataluña. Según la carta magna germánica –afirma el tribunal- la soberanía recae en la totalidad del pueblo alemán y ningún land es autónomo y competente para decidir su independencia. En la Constitución alemana no hay espacio para el secesionismo.

Para que el parecido con España sea completo, Florian Weber, líder del partido independentista, manifestó vía Facebook algo similar a lo que nos tienen acostumbrados los separatistas catalanes: “La independencia de Baviera no la decidirá un tribunal, sino el pueblo de Baviera”.

El dictamen del Tribunal Constitucional alemán representa un duro golpe a las aspiraciones secesionistas de los independentistas catalanes. A partir de ahora les va a resultar difícil convencer a los incautos de que “el proceso” va a contar con apoyo internacional en su hipotética declaración unilateral de independencia y de que, si esta al fin se llevase a cabo, sería compatible con mantenerse dentro de la Unión Europea. El golpe es tanto mayor cuanto que los distintos mandatarios europeos ya vieron con enorme recelo el referéndum de la independencia de Escocia, considerando la decisión de Cameron un enorme error. Ello a pesar de que el caso de Gran Bretaña es sustancialmente diferente del de otros países europeos, ya que no goza de una constitución escrita y, que Escocia fue Estado independiente hasta que en 1707 se firmó el Acta de Unión por la que se creaba el reino de Gran Bretaña. Tanto Francia como Italia han optado recientemente por ponerse la venda antes que la herida y cortar de raíz toda posible veleidad secesionista realizando sendas reformas administrativas que imposibilitan cualquier conato separatista. Ahora es el Tribunal Constitucional alemán el que deja meridianamente claro que en las constituciones europeas no hay espacio para la autodeterminación de ninguna región.

No es de extrañar que tras el dictamen del Tribunal Constitucional alemán, el nacionalismo catalán y alguno de sus fervientes, aunque disimulados, seguidores de la Vanguardia como Enric Juliana se hayan apresurado a intentar convencernos de que el caso de Baviera no es asimilable al de Cataluña, ya que en los momentos actuales, según las encuestas realizadas, los partidarios de la independencia en el land alemán alcanzan el 23%, mientras que en Cataluña se acercan al 50%. Pero, puestos a buscar diferencias, habría que fijarse más bien en otras. Baviera fue independiente hasta 1879, fecha en la que se incorporó a Alemania (momento de la unificación de este país) e incluso entonces fueron muchas las voces que optaron por la integración en la católica Austria más en consonancia con la religión que se practica mayoritariamente en el ahora land alemán; y de hecho no dejó de ser reino para incorporarse plenamente a Alemania hasta 1918. Cataluña, por mucho que los secesionistas quieran engañarse y engañarnos, no ha sido independiente nunca.

Pero todas esas diferencias, tanto las señaladas por unos como por otros, son irrelevantes a la hora de enjuiciar el contenido del dictamen del Tribunal Constitucional alemán. Ninguna de esas razones son las que motivan el fallo. El alto tribunal alemán, al igual que el español, no se fija en si son muchos o pocos los partidarios de la independencia, número por otra parte bastante cambiante, y dependiente de un sinfín de circunstancias, entre otras las ligerezas y debilidades de los distintos gobiernos en conceder prebendas y beneficios a los nacionalistas y que estos aprovechan rápidamente para incrementar su proselitismo. El razonamiento del Tribunal parte de un presupuesto anterior, definir el sujeto de la soberanía. Según la carta magna del país germánico, los competentes para decidir sobre cualquier modificación territorial son todos los alemanes. Por lo visto, las altas instancias alemanas también “judicializan” la política.

Entre Baviera y Cataluña existe sí una semejanza esencial. Las dos regiones son las más ricas de sus respectivos países. El descontento de bávaros y catalanes, traducido o no al independentismo, se fundamenta en las fuertes transferencias de recursos que estas regiones, como consecuencia de una Hacienda Pública común, están obligadas a realizar a favor de otras de menor renta. Lo que subyace en ambos casos es la creencia de que España o Alemania “nos roban”. En Baviera, especialmente a partir de la reunificación alemana e integración de los länder del Este; en Cataluña, no se puede olvidar que la conversión de la antigua Convergencia a la independencia se produce cuando el Gobierno español se opone a la pretensión de Artur Mas de obtener la misma situación de privilegio que otorga nuestra Constitución al País Vasco, lo que llaman el pacto fiscal. Contra lo que ambas regiones se rebelan es, en definitiva, contra la política redistributiva del Estado.

Por ello cuesta tanto entender la postura adoptada por una gran parte de la izquierda, no solo de la catalana, reclamando el derecho a decidir. Es cierto que en muchos casos detrás de esta pretensión no se esconde un convencimiento ideológico, sino tan solo un oportunismo electoral tendente a conseguir buenos resultados en aquellas Autonomías proclives al nacionalismo. Pero estos planteamientos puramente electoralistas se terminan pagando.

Especial tristeza produce -por lo menos en aquellos que en otros tiempos defendimos a los sindicatos y tanto colaboramos con ellos- escuchar al actual secretario general de UGT abogar por el derecho a decidir de las regiones ricas para librarse de la política redistributiva. ¿Defenderíamos el derecho a decidir de los banqueros o de las empresas del IBEX acerca del montante de impuestos con los que deben contribuir a la Hacienda Pública? En honor de la verdad hay que decir que lo que José María Álvarez tiene es un buen cacao mental. Lo demostró el otro día en la entrevista que le hizo Alfredo Menéndez en “Las mañanas de Radio Nacional”. Al tiempo que se reafirmaba en su postura a favor del derecho a decidir, negaba que propugnase el derecho de autodeterminación. Y cuando uno de los tertulianos, Paulino Guerra, le señalaba la contradicción que tal postura implicaba, salía por peteneras poniendo como ejemplo que se había negado el derecho a decidir a los catalanes cuando, tras haber aprobado en referéndum el Estatuto, algunos de sus artículos fueron anulados por el Tribunal Constitucional.

El derecho a decidir es tan solo un eufemismo empleado por los nacionalistas para evitar referirse directamente al derecho de autodeterminación -en realidad, derecho a la secesión- al ser conscientes de que la ONU restringe tal derecho a los territorios coloniales o a aquellos que formando parte de un Estado no democrático son explotados política y económicamente. Es difícil tener como no democráticos a Alemania o a España (al menos con los cánones que hoy rigen en Occidente y con los principios sancionados por la ONU), pero mucho más considerar que Baviera o Cataluña son regiones oprimidas.

En sentido estricto, todos tenemos derecho a decidir en muchos asuntos pero nos está vedado, de manera individual o colectiva, en otros si la persona o el colectivo no tienen competencia para hacerlo. Y ello de ninguna manera significa falta de democracia o de libertad. Por ejemplo, individualmente no puedo decidir aquellas cuestiones que pertenecen a mi comunidad de vecinos o incluso las que se refieren en exclusiva a mi piso pero pueden perjudicar al resto del vecindario. Los residentes de la Gran Vía de Madrid no les es dado prohibir o permitir el tráfico en esta calle, al igual que a los empadronados en la ciudad de Zaragoza disponer acerca de si se debe o no consentir el paso del AVE por su término municipal, ni a los ciudadanos de Tarragona si quieren separarse de la Comunidad de Cataluña.

En un Estado democrático cada individuo y cada colectivo tienen derecho a decidir de acuerdo con el ámbito de sus competencias definidas por el marco legal, pero no tienen derecho a establecer aquellas cosas que corresponden al derecho a decidir de un ámbito superior. La sentencia del Tribunal Constitucional anulando algunos artículos del Estatuto catalán (y que tanto preocupaba al secretario general de la UGT) en absoluto violó el derecho a decidir de los catalanes. El Tribunal definió tan solo en el ejercicio de sus funciones aquello que podía acordar unilateralmente Cataluña y aquello que, por pertenecer al ámbito de decisión de todos los españoles (incluyendo a los catalanes), no podía establecer en solitario. En especial, las que implican un cambio constitucional.

De existir una postura antidemocrática no está en la sentencia del Tribunal Constitucional ni en el de aquellos que interpusieron el recurso, sino en el de los políticos que condujeron a la sociedad catalana a votar un texto inconstitucional y sobre el que, por tanto, no podía decidir, puesto que la decisión corresponde a todos los españoles, y no de cualquier manera, sino siguiendo los cauces que la propia Constitución determina. El Tribunal Constitucional alemán mantiene ahora -como no podía ser de otro modo- la misma doctrina aplicada a Baviera. Por lo visto, Alemania también judicializa la política.

Republica.com 13-1-2017



Unión Fiscal

CATALUÑA Posted on Jue, noviembre 17, 2016 00:47:48

CATALUÑA, ENTRE ESPAÑA Y EUROPA

Es curioso que el nacionalismo catalán reniegue de la pertenencia a España, pero no de la integración en la Unión Europea. Es más, que intente por todos los medios convencerse, y convencernos, de que la independencia de Cataluña del Estado español no tendría que conllevar la salida de la Eurozona. Digo que resulta curioso porque si algo amenaza hoy la soberanía de los ciudadanos es el proyecto europeo. Es la Unión Monetaria la que coarta el derecho a decidir.

Hoy, los ciudadanos catalanes son tan soberanos como los extremeños, los murcianos o los castellanos. Su capacidad de decidir, su autogobierno, no queda reducido al ámbito de la Generalitat. El habitante de Barcelona decide en su ayuntamiento con otros barceloneses, en su comunidad con otros catalanes y en el Estado español con otros españoles. Es soberano en cada una de las administraciones según las respectivas competencias, ya que se puede afirmar que, dentro de las imperfecciones connaturales a todas las instituciones, en las tres se dan estructuras democráticas.

La situación cambia radicalmente cuando se trata de la Unión Europea y en particular de la moneda única. La pertenencia a ella destruye en buena medida la soberanía de los pueblos, ya que se transfieren múltiples competencias de las unidades políticas de inferior rango (Estado, Autonomía, Municipio) que, mejor o peor, cuentan con sistemas representativos, a las instituciones europeas configuradas con enormes déficits democráticos. No parece que sea necesario insistir mucho en ello. Baste citar los casos de Monti en Italia; Papandreu defenestrado de primer ministro de Grecia por la simple insinuación de convocar una consulta popular; el revolcón de Tsipras y la rectificación del referéndum en el país heleno; la imposición por la Troika de las medidas más duras -en contra, en la mayoría de las ocasiones, de la voluntad de las sociedades y de los gobiernos- a Grecia, Irlanda, Portugal, Chipre, España e incluso a Italia y a Francia. O el estatuto del BCE.

Los recortes y ajustes que la Generalitat predica del Estado español y le censura, no están dictados tanto por el Gobierno central como impuestos por la Comisión y el BCE. No se entiende, por tanto, que el nacionalismo catalán sienta la unidad de España como una atadura y la integración europea como una liberación, y menos se entiende aún que la izquierda nacionalista sea tan crítica con el Estado, único instrumento capaz de compensar la injusta distribución del mercado, y se sienta a gusto con un modelo neoliberal como el de la Unión Europea. La óptica se modifica cuando se trata de la derecha; parece lógico que se encuentre confortable en un ambiente de libertad económica como el de la Unión Monetaria y le incomode el Estado español, no tanto por español como por Estado y por la función redistributiva que ejerce.

Tradicionalmente, el Estado social y de derecho se ha basado, con mayor o menor intensidad, sobre una cuádruple unidad: comercial, monetaria, fiscal y política. Es sabido que las dos primeras generan desequilibrios regionales, tanto en tasas de crecimiento como en paro, desequilibrios que son paliados al menos parcialmente mediante las otras dos uniones, la fiscal y la política. La unión política implica que todos los ciudadanos tienen los mismos derechos y obligaciones independientemente de su lugar de residencia, y que por lo tanto pueden moverse con libertad por el territorio nacional y buscar un puesto de trabajo allí donde haya oferta. La unión fiscal, como consecuencia de la unión política y de la actuación redistributiva del Estado a nivel personal (el que más tiene más paga y menos recibe), realiza también una función redistributiva a nivel regional, que compensa en parte los desequilibrios creados por el mercado.

La Unión Monetaria Europea ha roto este equilibrio creando una unidad comercial y monetaria pero sin que se produzca, ni se busque, la unidad fiscal y política, lo que genera una situación económica anómala que beneficia a los países ricos y perjudica gravemente a los más débiles, ya que la unidad de mercados y la igualdad de tipos de cambios traslada recursos de los segundos a los primeros sin que esta transferencia sea compensada por otra en sentido contrario, mediante un presupuesto comunitario de cuantía significativa.

Esta situación anómala que crea la Unión Monetaria es la que ansían los soberanistas surgidos en las regiones ricas. No se puede negar que tras el nacionalismo se encuentran pulsiones irracionales, sentimientos, emociones, afectos, recuerdos que en principio pueden ser totalmente lícitos. Pero, en la actualidad, cuando se trata de países occidentales y de territorios prósperos, el principal motivo, al menos de las elites que se encuentran al frente del independentismo, es el rechazo a la política presupuestaria y fiscal del Estado, que transfiere recursos entre los ciudadanos, pero también entre las regiones. Recordemos que la deriva secesionista de la antigua Convergencia se inicia con el órdago acerca del pacto fiscal que Artur Mas dirige al Presidente del Gobierno y de la negativa de este a romper la unidad fiscal y presupuestaria de España.

Resulta ya evidente que, paradójicamente, la Unión Monetaria Europea, lejos de constituirse en un instrumento de integración y convergencia, se ha convertido en un mecanismo de desunión y enfrentamiento, incrementando la desigualdad entre los países. Pero es que, además, comienza a vislumbrarse que propicia también las fuerzas centrífugas dentro de los Estados entre las regiones ricas y las pobres. Cataluña o la Italia del Norte pueden preguntarse por qué tienen que financiar a Andalucía o a la Italia del Sur, si Alemania u Holanda no lo hacen, obteniendo beneficios similares o mayores de la unión mercantil, monetaria y financiera.

Lo más contradictorio entre los nacionalistas de izquierdas, o de los que desde la izquierda coquetean con el nacionalismo, es su defensa en el ámbito nacional de lo que critican a la Unión Europea: la carencia de una unión fiscal y política. La izquierda consciente que se opuso al Tratado de Maastricht fundamentaba su rechazo en los desastres que se derivarían de una moneda única sin integración fiscal y política. La izquierda inconsciente o acomodaticia basó su “sí crítico” en la esperanza un tanto ingenua de que con el tiempo tal convergencia se produciría. Pero en ambos casos censuraban la ausencia en Europa de un presupuesto comunitario de cuantía similar al que mantenían los Estados, capaz de corregir los desequilibrios que el euro y el mercado único iban a producir entre los países. Por eso se entiende con dificultad que aquello que se exige a Europa se pretenda destruir en España o en Italia.



DISCIPLINA DE VOTO

CATALUÑA Posted on Vie, noviembre 11, 2016 09:52:40

DE TRUMP AL PARTIDO SOCIALISTA DE CATALUÑA

Ha sido motivo de hilaridad, cuando no de preocupación, la respuesta dada por Donald Trump acerca de si iba a aceptar los resultados electorales. En su contestación hizo honor a su fama y a su trayectoria: “Aceptaré los resultados electorales si gano”. La opinión pública internacional ha quedado pasmada de una respuesta “tan democrática”. Pero he aquí que la postura adoptada por el Partido Socialista de Cataluña (PSC) en la investidura de Rajoy tampoco ha sido muy diferente; de hecho, es una actitud que abraza con demasiada frecuencia. Participa en los órganos de decisión del PSOE, pero solo asume los acuerdos si le conviene y coinciden con su opinión. Lo ha hecho ahora y en otras múltiples ocasiones, por ejemplo en esa defensa del derecho de autodeterminación de Cataluña.

Hay que reconocer que en Cataluña la postura de romper la baraja si no se gana no es propiedad exclusiva del PSC. Los secesionistas han adoptado una actitud similar. Usan las instituciones españolas al tiempo que las repudian; recurren a los tribunales pero solo aceptan sus sentencias si les favorecen y los deslegitiman si les son adversas; mantienen que las leyes españolas no rigen para Cataluña, pero ellos concurren en la elaboración de esas mismas leyes. Los catalanes han participado en los gobiernos, y en las Cortes en mayor -o al menos igual- medida que cualquier otra región de España. Al tiempo que se declaran independientes del Estado español, se sientan en el Congreso y intervienen en la elección del presidente del Gobierno.

Las relaciones entre el PSOE y el PSC son totalmente asimétricas, mientras los miembros de este último partido son celosos de su independencia y no permiten que los militantes del PSOE se inmiscuyan en la elección de sus órganos directivos, ellos sí participan en los del PSOE. Podemos recordar cómo los votos del PSC fueron decisivos en la elección de Zapatero, cuyas consecuencias hemos pagado todos.

Iceta, con tono melifluo, tras mostrarse inquebrantable en el voto negativo de los diputados del PSC en la investidura, se ha dirigido a sus compañeros del PSOE pidiéndoles comprensión y que sean conscientes de las especiales circunstancias de Cataluña. Es un mantra del nacionalismo, o de aquellos que lo imitan, recurrir a la especificidad de Cataluña y reclamar compresión a todos los demás. Comprender, comprender, se comprende todo, pero no son las Comunidades ricas (Madrid, Cataluña y el País Vasco) las que necesitan mayor comprensión, sino las Comunidades de menor renta per cápita (Extremadura, Andalucía, Castilla-La Mancha, etc.). Es verdad que el PSC se encuentra en una situación crítica, pero de eso nadie más que ellos tienen la culpa por coquetear con el nacionalismo, y si continúan por ese camino en el futuro no les va a ir mucho mejor. El otro día en las Cortes tuvieron ocasión de constatar lo que pueden esperar de partidos como Esquerra y de energúmenos como Rufián. Es cierto también que el sentimiento secesionista ha aumentado en los últimos años en Cataluña, pero la responsabilidad en buena medida recae también sobre ellos al propiciar y aprobar un estatuto anticonstitucional.

Por otra parte, contrastan los remilgos que ha manifestado el PSC a la hora de abstenerse en la investidura de Rajoy con la total carencia de escrúpulos que mostró en 2010 para abstenerse en la investidura de Artur Mas. Si de corrupción se trata, ningún partido creo que esté a la altura de Convergencia y hay pocas dudas también acerca de que esta formación política se sitúa a la cabeza en cuanto a ideología conservadora se refiere. CiU ha sido el adalid en el Congreso de los Diputados de todos los lobbies económicos. Basta con mirar las actas de sesiones para comprobarlo. Pero el nacionalismo lo tapa todo. Solo eso explica que partidos que se llaman de izquierdas, como Esquerra Republicana y la CUP, no solo estén dispuestos a la abstención sino al voto positivo e incluso a gobernar en coalición con Convergencia o con su actual sucesor, el PNEC. Lo grave es que después se atreven a llamar fascistas y azules al resto.

La votación en la investidura de Rajoy ha dejado al descubierto también otra de las mojigangas arraigadas en nuestro espacio político, la de los independientes. (Ver mi artículo de 5 de mayo) Normalmente son reclutados al margen de todo procedimiento democrático por el líder supremo, que los impone al resto de la organización. Pero con frecuencia se consideran situados en un estrato superior, sin sentirse obligados a ninguna de las servidumbres que pesan sobre los demás diputados o militantes. En esta ocasión ha surgido de manera evidente en la reacción tanto de Margarita Robles como de Zaida Cantera. Ambas fueron impuestas a la organización de Madrid por Pedro Sánchez. Las dos decidieron contravenir el acuerdo del Comité Federal del PSOE (supremo órgano entre congresos) basándose en su responsabilidad y en su compromiso con los ciudadanos que las han elegido. Lo cierto es que los ciudadanos no eligen candidatos sino listas cerradas, pero es que, además, a la ex jueza y a la ex comandante tampoco las designaron los militantes. Solo el dedo de Pedro Sánchez. Una vez dimitido este, lo único digno que les cabía hacer era abandonar el acta de diputado. No deja de ser curioso que hayan argumentado que la decisión tomada por el Comité Federal debería haber sido consultada a las bases.

Los socialistas rebeldes han recurrido a la libertad de conciencia. No parece que la decisión de haberse inclinado o no por la abstención haya tenido mucho que ver con la conciencia; se trata más bien de una medida meramente estratégica, la de permitir gobernar a Rajoy ahora o ir a terceras elecciones, con lo que parece posible que el presidente del PP gobernase finalmente pero con 150 diputados. Manejan un concepto erróneo, el de que la abstención constituye un incumplimiento de las promesas que habían hecho a sus votantes. La imposibilidad de cumplir el programa electoral surge tan solo de haber perdido las elecciones. Solo quien obtiene la mayoría absoluta está en condiciones de poder llevar a cabo la totalidad de sus promesas, e incluso en este caso a menudo dependerá de que las circunstancias lo permitan. En política, cuando no se transforma en épica (ver mi artículo del pasado día 7 de octubre), lo único que está en cuestión es optar por la mejor alternativa de las viables. El PSOE con 85 diputados no puede aspirar a imponer el cien por cien de su programa electoral, solo a influir lo más posible en las medidas que se tomen. Y no es demasiado descabellado pensar que las condiciones para presionar son mejores ahora que lo serían después de unas terceras elecciones. En cualquier caso, acertada o no, la decisión no parece ni de lejos un problema de conciencia, sino exclusivamente un juicio acerca de lo mejor o, quizás, de lo menos malo.

Hay quien en un exceso de celo ha llegado a declarar que ninguna ocasión como esta plantea un problema de conciencia. Se me ocurre un sinfín de decisiones tomadas por los diputados socialistas que podrían haber dado lugar con mayor motivo a una objeción de conciencia, sin que en ningún caso se planteara. Por ejemplo en 1985, con la primera reforma de las pensiones, tan solo Nicolás Redondo y Antón Saracíbar votaron en contra; o con la Ley de Presupuestos de 1989, que provocó la huelga general de 1988, y que causó la dimisión de los sindicalistas anteriores, o cuando se aprobó el Tratado de Maastricht, que se encuentra en el origen de las duras medidas acometidas por Rajoy y Zapatero, o en época más reciente, en 2011, cuando se modificó el artículo 135 de la Constitución, en virtud del cual el Estado social de nuestra Carta Magna se transformaba en el Estado liberal del santo temor al déficit. En ninguno de estos casos los diputados socialistas (excepto los anteriormente citados y Antonio Gutiérrez en la modificación de la Constitucion) objetaron nada en conciencia. La historia es muy antigua como para que ahora se puedan exhibir ciertos remilgos que solo suenan a hipocresía o a sectarismo, tanto más si quien los plantea fue secretaria de Estado en la legislatura 1993-1996, la más oscura de Felipe González.



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