La concisión que precisa un artículo me dispensa de remontarme en el tiempo más allá de la Unión Monetaria. Además, la creación del euro es el punto de partida de las mayores contradicciones y quizás la expresión más clara del despiste de los mandatarios europeos. Por otra parte, tras la moneda única la izquierda no tiene más remedio que cambiar sus planteamientos económicos, ya que los países miembros han perdido su soberanía monetaria.
Fue Mitterrand, y Francia con él, quien dio el patinazo de mayor envergadura. No era ningún secreto que Alemania desde hacía tiempo abrigaba el anhelo de la reunificación, en realidad de la absorción de la Alemania democrática por la Alemania Federal. Pero la operación tenía repercusiones muy serias sobre toda Europa. Kohl necesitaba lograr de algún modo la aquiescencia de los otros miembros y especialmente de Francia, que junto con Alemania formaba ya el núcleo duro de la Unión Europea.
La reunificación asustaba a Mitterrand por los desequilibrios que podía representar en Europa una Alemania fuerte. Así que impuso como condición la creación de la Unión Monetaria. De esta manera se privaba, según él, al país germánico de lo que se pensaba que era una de sus más sólidas columnas, el marco, y se ahuyentaban los fantasmas del pasado.
El despiste del mandatario francés fue monumental y con él el de otros muchos líderes europeos, como Felipe González, puesto que ha sido el euro tal como se aprobó en Maastricht y el modo en que se configuró la Eurozona lo que precisamente permite a Alemania mantener, sin armas ni ejércitos, la supremacía sobre toda Europa. Supremacía que aparentemente es económica, pero que deriva inevitablemente en política. Alemania es la gran beneficiada de la moneda única.
La Unión Monetaria se constituyó sin integración fiscal. Tan solo se impuso a los países miembros la obligación de mantener cierta disciplina presupuestaria, de manera que la política fiscal no fuese un obstáculo para la monetaria. Sin embargo, se desechaba integrar aquellos elementos de la política fiscal que podían implicar una dinámica redistributiva.
Esta configuración jugaba a favor de los países económicamente fuertes, y por tanto de Alemania. Situación que se ha ido haciendo más y más patente a medida que se iba consolidando la moneda única. Quizás la magnitud que puede medir mejor estos desequilibrios progresivos sea el stock de deuda pública y su evolución a lo largo del tiempo.
En el año 2000, momento de la introducción del euro, esta variable en Alemania, España, Francia y Portugal alcanzaba un porcentaje parecido del PIB: (59,1%, 57,8% 58,9% y 54,29%, respectivamente) Solo Italia (109,0%) y Grecia (104,9%) se salían de la tónica. En 2021 la situación ha cambiado por completo. En Alemania, en estos veinte años, el porcentaje ha crecido mínimamente (69,3%), mientras que en el resto de los países -España (118,4%; Francia (112,9%); Portugal (127,4%); Italia (150,8%); Grecia (193,3%)- el incremento ha sido sustancial, casi hasta doblar el porcentaje en la mayoría de los casos. La causa de esta diferencia no se encuentra (como pretenden algunos) en la mayor o menor frugalidad de las naciones, sino de la situación que estas ocupan en la economía de la Eurozona.
La preeminencia de Alemania tanto en el orden económico como político ha hecho que la estrategia aplicada en la Eurozona haya sido anárquica y aparentemente incoherente, puesto que puede adoptar las formas más contradictorias en función tan solo de las conveniencias del país germánico.
Este sesgo apareció muy pronto tras la creación del euro, ya en 2004, cuando Alemania, juntamente con Francia, incumplió las condiciones del pacto de estabilidad que este mismo país había impuesto. El comisario europeo en materia económica a la sazón, Joaquín Almunia, con la aquiescencia del resto de la Comisión, tuvo que hacer malabares para justificar por qué no se abría expediente por déficit excesivo.
Pero quizás la contradicción y la incoherencia más clara la constituye la diferente política que la Comisión y Europa en general están aplicando en la actualidad respecto a la que utilizaron en la anterior crisis. En ella se impuso una política rigurosa e intolerante, obligando a los países del Sur a toda una serie de recortes con efectos profundamente negativos para ellos y de la que, como en el caso de Grecia, aún no se han recuperado.
Esa política rígida se mantuvo bastante tiempo, incluso cuando el Banco Central Europeo estaba enfrascado en una política monetaria fuertemente expansiva, sin que por ello lograse situar la inflación en los límites del 2%. Draghi, con buen criterio, recordaba a los gobiernos de todos los países que, tal como afirmó en su tiempo Keynes, existía la trampa de liquidez. La política monetaria necesitaba de la fiscal para reactivar la economía. La llamada del presidente del BCE se dirigía a todos los gobiernos, pero principalmente a los que tenían margen presupuestario, los países del Norte, entre los que ocupaba un papel primordial Alemania.
Desde luego el ruego no fue atendido. Es más, desde Alemania se elevaron muchas voces encabezadas por el Bundesbank que criticaban las actuaciones del banco emisor, en su opinión muy expansiva. Se ha alegado siempre como disculpa el miedo del país germánico a repetir las desastrosas experiencias sufridas en el pasado con el incremento galopante de precios.
Pero lo cierto es que el miedo era totalmente infundado porque durante bastantes años no hubo ningún peligro de inflación. Más bien al contrario, la tasa estaba muy por debajo de ese 2% en la que se ha convenido que deben moverse los precios para que la economía funcione adecuadamente. La verdadera razón de mantener una política tan rígidamente restrictiva y los recortes en el gasto público es que le convenía a Alemania para garantizar así el cobro de las deudas de las que eran titulares sus bancos.
La ortodoxia y la rigidez presupuestaria de aquellos años contrastan con la situación actual. Nada más declararse la epidemia se dejaron en suspenso las reglas fiscales, pero incluso con anterioridad y de forma unilateral Alemania había decidido ya salir en auxilio de sus empresas con dificultades; violaba así uno de los sacrosantos preceptos de la UE, la prohibición de las ayudas de Estado, que se piensa que constituyen un peligro para la competencia y el mercado único.
En aquellos momentos la cuestión no era especialmente peligrosa, dado que la tasa de inflación se mantenía en cotas muy bajas e incluso cuando comenzó a elevarse el BCE creyó que la subida de precios era pasajera, ocasionada por las dificultades en los suministros, generadas en la pandemia, así que continuó manteniendo la misma política y comprando títulos en el mercado.
Durante las etapas duras del Covid quizás podía estar justificado que se relajasen las reglas presupuestarias, aunque da la impresión de que muchos países, incluyendo la misma Alemania, adoptaron la ley del péndulo pasando de un extremo a otro, con lo que en la mayoría de los casos se ha incrementado de manera alarmante el endeudamiento público. Todo el mundo se ha sentido libre para gastar o bajar impuestos como si el dinero público no tuviese fin y como si no existiese el coste de oportunidad.
La situación ha adquirido mayor gravedad después de la invasión de Ucrania por Rusia. La inflación se ha disparado hasta cotas desconocidas desde muchos años atrás. El BCE se ha visto obligado a cambiar de política elevando los tipos de interés y se supone que invirtiendo su actuación en los mercados, vendiendo títulos en lugar de comprarlos. No obstante, la UE ha prolongado la suspensión de las reglas fiscales, con lo que se da a los gobiernos nacionales barra libre en materia presupuestaria. Es decir, la política fiscal se orienta en sentido contraria a la monetaria.
En esta línea el primer país en pronunciarse ha sido Alemania anunciando que va a emplear 200.000 millones de euros (5% del PIB) en auxiliar a sus empresas y ciudadanos. Esta noticia ha levantado voces críticas en varios países miembros e incluso, aunque con sordina, en la Comisión. Consideran que puede romper el mercado único y falsear la competencia entre países, ya que muchos de ellos no pueden aplicar la misma política, puesto que no gozan de una situación fiscal tan desahogada.
En esta ocasión es Alemania la que se encuentra en peor situación pues es a su economía y a sus empresas a las que puede afectar en mayor medida la crisis energética. Una vez más serán los intereses alemanes los que terminarán imponiéndose. En el fondo no es que la política de la UE se haya hecho errática y contradictoria, ni siquiera que haya cambiado. Lo único que se ha modificado es la situación de Alemania y sus conveniencias.
Pero ello nos conduce a un problema mayor, a un enfrentamiento entre la política fiscal y la monetaria, que caminan en direcciones contrarias. Tiran de la cuerda en sentidos opuestos, y es curioso que ahora a Alemania no le importe. Mientras la política monetaria se afana por reducir la demanda a efectos de controlar la inflación, con riesgo no obstante de dañar el crecimiento, la prodigalidad de los ejecutivos de los países miembros incrementa la demanda con la finalidad de reactivar la economía, pero colaboran probablemente a la subida de los precios o al menos anulan la actuación del BCE y obligan a este a aumentar su rigor monetario.
Lo que una intenta arreglar la otra lo desbarata, y que nadie piense que una política monetaria restrictiva es menos dolorosa para los ciudadanos que la disciplina fiscal y presupuestaria. Solo que está más disfrazada y los gobiernos no se sienten implicados en ella. La donación del bono cultural, la gratuidad en el transporte público o la reducción alegre de los impuestos, puede conducir a una mayor subida de los tipos de interés con efecto inmediato en las hipotecas y en las empresas, e incluso, lo que puede ser más peligroso para países con un fuerte endeudamiento público, como Italia o España, la venta masiva por el BCE de títulos en los mercados, y la reacción de estos especulando sobre la deuda de estos Estados.
Bien es verdad que estas actuaciones de política monetaria tienen poco reflejo en las elecciones, mientras que la disciplina fiscal sí.
republica.com 3-11-2022