A lo largo de los diez últimos días han sido muchos los comentarios vertidos en los medios de comunicación acerca de las elecciones andaluzas y sus resultados. Cada uno de ellos ha arrimado el ascua a su sardina. Son bastantes, todos los entusiastas del sanchismo, los que han intentado aislar Andalucía del resto de España y a Juanma Bonilla del Partido Popular. Hay quienes han llegado a manifestar que el candidato había escondido las siglas. Con todo ello pretenden establecer un cortafuego alrededor de Sánchez. Curiosamente, ocurrió lo mismo con Madrid, se esforzaron en afirmar que los resultados no eran extrapolables al resto de España.
Tras atacar de forma inmisericorde a Juanma Bonilla a lo largo de la campaña, ahora se deshacen en loas, ensalzan sus cualidades, su buena gestión y sobre todo su ponderación y centralidad. Se empeñan en contraponerlo a Ayuso y, cosa curiosa, lo único que destacan de las elecciones de Andalucía, es saber cuál de las dos versiones es la que va a triunfar dentro del Partido Popular. No sé si son dos visiones distintas. Lo que es indudable es que las dos han tenido éxito y que van a lograr gobernar en solitario en sus respectivas Comunidades, que es a lo que ambos candidatos aspiraban. No deja de ser llamativo que después de lo que ha ocurrido en Andalucía, la cuestión que preocupe al sanchismo sea una imaginaria división del Partido Popular. Como si en el PSOE no hubiese divergencias, ¿versiones distintas?, casi partidos diferentes.
Algo de común tienen las elecciones en Galicia, Madrid, Castilla y León o Andalucía, es que ha perdido la izquierda en su conjunto y, en algunos casos, estrepitosamente. He afirmado con frecuencia que hace tiempo que en España no se vota a favor sino en contra, y eso creo que ha pasado en todos estos comicios. No diré yo que todos los candidatos, cada uno en su medida, no haya tenido que ver en la victoria, pero por mucho que los altavoces sanchistas se empeñen, aislar a Andalucía y mantener los resultados al margen de la problemática nacional resulta incomprensible y absurdo.
Son muchos los elementos, unos esenciales otros más secundarios, que indican lo contrario. Por ejemplo, es difícil entender la debacle de Ciudadanos sin hacer referencia a la trayectoria nacional de esta formación política. El castigo electoral no iba desde luego orientado a Marín ni al resto de los consejeros que contaban con los mismos méritos que los del PP, sino a la caótica política de los responsables nacionales.
El Gobierno ha estado presente en la campaña desde el primer momento. No se puede olvidar que el candidato, al igual que en Madrid, ha sido el que impuso Sánchez; violentando todos los mecanismos democráticos y retorciendo la voluntad del PSOE andaluz, desplazó a Susana y colocó en su lugar a Espadas. Cómo evitar que los votantes viesen detrás de este candidato la sombra de Sánchez y cómo no suponer que entre los militantes existen muchos damnificados y en cierto modo resentidos. Los ministros y otros principales del partido, no andaluces, se han prodigado en todos los mítines y basaron en buenas medidas sus intervenciones en cantar las excelencias de las políticas del gobierno central y lo mucho que ha hecho por Andalucía. Enfocar así la campaña electoral era suicida. Sánchez, lejos de ser un activo, se ha convertido en un lastre, excepto, por supuesto, para Cataluña y el País Vasco.
Ciertamente, el resultado electoral de Andalucía puede calificarse de asombroso. Que la derecha haya obtenido 72 escaños frente a la izquierda que consiguió 37, y que además haya sido en Andalucía, cortijo durante mucho tiempo del PSOE, es ciertamente sorprendente. Pero, si el hecho se analiza con cierto rigor, lo verdaderamente asombroso sería que andaluces, castellanos, extremeños o aragoneses etc. voten a quien día a día está comprando su estancia en la Moncloa, a base de pagar a independentistas vascos y catalanes.
Todos los andaluces, o la mayoría de ellos, no se han hecho de derechas de la noche a la mañana, ni ningún candidato puede tener tanto carisma como para garantizar tales resultados. Los andaluces han reaccionado, al igual que en su momento los madrileños, frente a un gobierno y a unos políticos que están dispuestos a todo con tal de permanecer en el poder. Cada cesión que realizan a golpistas, filoetarras, independentistas y demás ralea, el resto de los españoles tienen que sentirlo como bofetadas.
Sánchez, aparte de establecer este mercadeo nacional en temas políticos y jurídicos, lo ha instalado también en materia económica. Actúa como si los recursos públicos fuesen suyos y, así, los reparte a su conveniencia. En la distribución de los fondos de recuperación se ha negado a fijar cualquier criterio como no sea el de la discrecionalidad, lo que le permite actuar de forma arbitraria según sus provecho. Y por ello tampoco ha tenido interés después de cuatro años de gobierno de reformar el sistema de financiación autonómica. Ello le permite tener las manos libres para retribuir y gratificar como desee a las Comunidades.
Esa es la razón de que haya resultado tan estridente la intervención de Lastra al señalar que el triunfo de Juanma Moreno obedece al dinero transferido por el gobierno central a Andalucía. En primer lugar, los recursos no son de Sánchez, aunque lo plantea como si saliesen de su bolsillo y, en segundo lugar, no existe razón alguna para pensar que Andalucía ha salido beneficiada en el reparto. Más bien al contrario, todos los indicios señalan que son Cataluña y País Vasco las agraciadas. Se precisa comprar los votos de los independentistas. Ahí quizás se encuentra la razón del castigo a Sánchez y del triunfo del PP en las andaluzas.
La izquierda a la izquierda del PSOE no puede sentirse más satisfecha en los comicios andaluces. Los diecisiete escaños con los que contaban han quedado reducidos a siete. Tiene su lógica, ya que su coyunda con el independentismo es incluso más intensa que la del partido sanchista y constituye además el nexo de unión entre unos y otros. El 14 de septiembre del 2017, cuando aún no se había constituido el Gobierno Frankenstein, escribí un artículo en este diario titulado “El coqueteo nacionalista de Podemos”. Manifestaba en él que resultaba inexplicable que la izquierda defendiese planteamientos tales como el derecho de autodeterminación o se situara a favor de aquellos que tratan de conseguir la desintegración del Estado.
La concepción marxista de que el Estado es el consejo de administración de la clase dominante queda muy lejos y lejos queda también la monarquía y el turnismo de finales del siglo XIX y principios del XX, y distante también el régimen franquista. El Estado actual, social democrático y de derecho, con todos sus defectos, es el único contrapeso a las fuerzas económicas y el mejor instrumento para reducir las desigualdades sociales. Por lo que se entienden mal las posturas anti estatales de la izquierda.
Quizás la única explicación del acercamiento de Podemos y de otras formaciones homólogas al independentismo es la prisa que han mostrado desde el principio para alcanzar el poder, incluso en alguna ocasión llegaron a calificar de fracasada a la izquierda que les precedió por no entrar nunca en el gobierno y ocupar en el tablero político un puesto secundario. Esa prisa por llegar al poder se plasma en dos hechos. El primero es su reiterado esfuerzo por pactar con el PSOE. Olvidando el discurso de las dos orillas, y el de programa, programa, programa, y sobre todo que el 15-M, movimiento del que ellos se sienten continuadores, surgió estando Zapatero en el gobierno.
El segundo ha sido el acercamiento a toda clase de partidos independentistas o regionalistas, y en muchos casos creando con ellos alianzas que terminaban por configurar un mapa de lo más heterogéneo, no solo en las siglas con las que se presentan a las elecciones, sino también en su discurso, pensando que así se podían obtener resultados mejores. Han pensado que tal vez en Comunidades como en Cataluña, País Vasco, Galicia o incluso Valencia y Baleares, esta postura podría resultarles rentable. Lo cierto es que en estas Comunidades, discursos nacionalistas suele haber muchos y a la hora de la verdad se prefiere el original a la copia. Por otra parte, cuando se defiende la soberanía de las regiones existe la tentación de que cada agrupación asuma vida propia y que se declaren cuasi independientes. Lo que está ocurriendo en Cataluña con Colau y sus seguidores es buena prueba de ello.
La contrapartida se encuentra en que sus potenciales votantes de otras regiones, de Andalucía, de Madrid, de Extremadura, de Castilla, de Aragón, etc. no verán con buenos ojos que aquellos partidos a los que votan por definirse como de izquierdas se coloquen a favor de las regiones ricas y se sitúen en el bando de los que están en contra de la solidaridad interterritorial. Los desastrosos resultados en las últimas elecciones andaluzas pueden explicarse en parte por ello.
Tampoco hay que descartar que la permanencia en el gobierno durante los dos últimos años haya colaborado a la derrota. Mientras estemos en la Unión Monetaria, resulta muy problemático, por no decir imposible, aplicar un programa de izquierdas coherente. Lo ocurrido en España con Rodríguez Zapatero y con Syriza en Grecia les debería haber hecho reflexionar, haber aplacado sus urgencias por llegar al poder.
No parece que el futuro pueda ser mucho mejor. El mirlo blanco que algunos ven en Yolanda Díaz plantea muchos interrogantes. Su proyecto en cuanto al tema territorial no varía un ápice del de Podemos. El mismo slogan escogido, “sumar”, está indicando que lo único que se pretende es agrupar lo que ya existe, e incluso añadir si es posible algún corpúsculo más. De hecho, su presentación con Oltra, Colau, la comisionada de Errejón, etc. no concita muchas esperanzas.
No, los andaluces no se han vuelto de repente de derechas. Simplemente es que desde esta perspectiva no encuentran muchas diferencias entre los partidos políticos. Más bien la única distinción que perciben es entre los que mantienen la igualdad de todos los españoles y los que defienden, o al menos contemporizan, con el supremacismo. Votan en consecuencia.
republica.com 30-6-2022