FRANCIA SE ACERCA AL SUR

La semana pasada, Francia sufrió una huelga general que en buena medida dejó paralizado todo el país. Una huelga de las que ya no se estilan en España, donde los sindicatos han perdido toda credibilidad, y más que van a perder si su principal reivindicación es el derecho de autodeterminación de Cataluña. El motivo de la huelga, la pretensión de Hollande de acometer una reforma laboral totalmente lesiva para los trabajadores: abaratamiento del despido, simplificación de los requisitos para aprobar expedientes de regulación de empleo por motivos económicos, preeminencia de los convenios de empresa sobre los sectoriales, etc.

Esta reforma laboral nos resulta muy familiar a los españoles, puesto que es similar a la que debió afrontar el Gobierno de Rajoy (ya que al Gobierno de Zapatero no le dio tiempo a llevarla a cabo) y que estaba entre las condiciones chantajistas que el BCE, en carta firmada por su presidente y por el gobernador del Banco de España, dirigió al propio Zapatero como condición para intervenir en el mercado y cortar la presión a la que se estaba sometiendo a las deudas italiana y española.

Philippe Martínez, secretario general de CGT, primer sindicato de Francia, ha manifestado que abaratando el despido no se crea empleo y que la afirmación contraria es una estupidez. No le falta razón, porque la finalidad última de las reformas laborales es otra, la de rebajar los salarios, y esa sí la consiguen. Buen ejemplo lo tenemos en España. Se trata de lograr lo que se ha dado en llamar la devaluación interior, sustitutiva de la devaluación monetaria. Con una moneda única los desequilibrios en las balanzas de pagos no se pueden corregir con ajustes en el tipo de cambio, sino por una deflación de los precios interiores que, como de costumbre, recae sobre los salarios.

Entre las razones por las que algunos desde un pensamiento de izquierdas nos manifestamos contrarios en su día a la Unión Monetaria se encontraba, ocupando un lugar de primer orden, la creencia de que en cualquier shock económico ante la imposibilidad de retornar al equilibrio mediante el ajuste monetario del tipo de cambio, la presión se trasladaría al orden de la economía real, con desempleo, bajos salarios y consolidación fiscal, dañando de manera notable el nivel de vida de los trabajadores y el Estado del bienestar. Es más, existe una alta probabilidad de que parte del ajuste no se traslade cien por cien a los precios, sino que vaya a agrandar los beneficios de los empresarios. La enorme diferencia entre la devaluación monetaria y la devaluación interior es que la primera representa un empobrecimiento generalizado frente al exterior, pero sin que la distribución interior de la renta sufra modificaciones. En la devaluación interior, por el contrario, los costes siguen una distribución muy desigual, recayendo principalmente sobre las clases bajas.

Se ha instalado una postura cínica en la política internacional. No hay reunión de mandatarios mundiales (G-8, G-20, etc,) en la que no renieguen de las devaluaciones competitivas. La postura es perfectamente lógica. El intento de crecer mediante el procedimiento de robar un trozo de tarta al vecino solo sirve para desequilibrar la economía internacional, puesto que es lógico pensar que cada país que se ve perjudicado por las devaluaciones de otras monedas reacciona devaluando la suya, y así se produce una carrera sin fin. Todo el mundo tiene en cuenta lo nocivas que fueron las devaluaciones competitivas adoptadas por todos los países en los años treinta del pasado siglo, mediante las cuales las distintas naciones pretendían salir de la crisis económica sustrayendo mercado a las demás. Sin embargo, lo que no se entiende es por qué la condena no se orienta, por idénticos motivos, también a las deflaciones competitivas.

Lejos de ello, el pensamiento único que rige la ciencia económica aconseja y ensalza todas aquellas medidas tendentes a obtener competitividad mediante la deflación competitiva, es decir, a conseguir un descenso de los precios interiores, reduciendo los costes laborales. En la Eurozona, tanto la Comisión como el BCE exigen a los Estados reformas laborales y medidas fiscales encaminadas a incrementar la competitividad frente a los otros Estados, pero ello contradice la más elemental lógica, porque al aplicarlas a todos los países los efectos se compensan y se neutralizan.

Coincidiendo con la huelga francesa, Eurostat ha publicado su último informe comparado acerca de los sueldos y los costes laborales en Europa. Las diferencias son sin duda abismales entre los países ricos, del Norte, y los de menor renta, del Sur y del Este europeos. Así, por ejemplo, en 2015 la retribución media por hora de un danés es de 35,6 euros, diez veces superior a la de un búlgaro (3,4 euros) y nueve veces a la de un rumano (3,9 euros). Con independencia de ello, la retribución media en España en 2015 (15,8 euros, inferior a la de la media de la Eurozona, que asciende a 21,8 euros), se incrementó en tan solo 0,10 euros con respecto a 2014. Nuestro país continuó así por la andadura que había iniciado años atrás de devaluación competitiva, aumentando la diferencia salarial que le separaba de la media de la Eurozona. No obstante, el mayor ajuste en 2015 lo sufrieron Italia y Chipre con descensos respecto a 2014 de 0,5 y 1% respectivamente, tomando así el relevo a España.

Es de suponer que si la reforma laboral que plantea Hollande llega a implantarse, será Francia la que el próximo año se adentre por esta senda, y así sucesivamente van pasando todos los países por ella: Grecia, Portugal, Irlanda, España, Italia, Chipre, Francia… De manera que todas las actuaciones se terminarán compensando y se harán inútiles los esfuerzos. El único resultado conseguido será la bajada del nivel de vida de los trabajadores y extender la deflación a toda la Eurozona de la que el BCE se muestra incapaz de sacar a la economía europea.

El Banco de España acaba de corregir a la baja las previsiones de las tasas de crecimiento para este ejercicio y el próximo. Para explicar esta desaceleración no hay que acudir a la incertidumbre política, como se pretende interesadamente a menudo. Basta con ser consciente de que, mientras permanezcamos en la Unión Monetaria y la política a aplicar sea la deflación competitiva, toda recuperación de la economía es inestable y provisional y se encuentra amenazada por infinidad de peligros. Pero de esto parece no darse cuenta ninguno de los partidos políticos españoles, que siguen construyendo castillos en el aire o escribiendo cartas a los Reyes Magos.