Es un artículo que siento mucho escribir y, sin embargo, sabía que era previsible que tuviera que hacerlo. Por lo menos, hubiera querido retrasarlo lo más posible. Ha fallecido Nicolás Redondo Urbieta. Es posible que a muchos de los que hoy se mueven en la política o en la prensa este nombre no les diga demasiado. A diferencia de otros, Nicolás nunca ha pretendido ser un jarrón chino y hace tiempo que se mantenía en un discreto aislamiento. No obstante, los que contamos ya con bastantes años de edad somos conscientes del papel que ocupó en la historia reciente de España. Fue un protagonista indiscutible del mundo laboral, político y social español.
En las primeras campañas electorales, el PSOE usó como eslogan “cuarenta años de honradez”, al que el PC de forma hiriente agregó “y cuarenta de vacaciones”. El añadido no carecía de razón, pues el partido socialista, con la dirección en el exilio, estuvo bastante al margen de la lucha antifranquista. Fueron tan solo un número exiguo de socialistas los que la protagonizaron, pero en esa minoría desde luego se encontraban el PSOE y la UGT de Euskadi y, en un papel predominante, Nicolás. Siendo muy joven presenció la persecución y tortura de su padre, también militante del partido y del sindicato, y posteriormente sufrió la propia, ingresando varias veces en la cárcel.
Curiosamente no solía alardear de nada de ello. Todo lo contrario, lo mantenía en un pudoroso ocultamiento. Solo en algunas conversaciones de mucha confianza cuando salían a relucir aquellos tiempos infaustos descorría parcamente el velo y dejaba traslucir la amargura y la tristeza que le producían dichos acontecimientos. Siempre fue consciente del necesario esfuerzo de olvido que representó la Transición. Esto resulta tanto más significativo cuanto que hoy se invoca continuamente eso que llaman la memoria histórica y algunos que apenas conocieron el franquismo se manifiestan como si hubiesen sido guerrilleros y mártires toda la vida.
En Nicolás contrastaba la aparente dureza de sus posiciones con la humildad de sus planteamientos personales. Siempre fue consciente de su papel, de lo que podía y no podía hacer, de cuáles eran sus limitaciones. Se sabía un trabajador de la metalurgia, un luchador obrero, y fue por eso por lo que en el congreso de Suresnes, cuando los distintos grupos regionales del interior dieron un viraje al partido derrotando a la dirección del exterior, Nicolás, que aparecía como el candidato indiscutible a la secretaría general, se quitó de en medio y propuso en su lugar a Felipe González, cosa que este ha intentado siempre que no se airease demasiado.
Nicolás era consciente de que quizás se precisaba para ese puesto y para convertir al PSOE en uno de los partidos más importantes de España, un hombre más joven que él y con capacidad para aggiornarse a los nuevos tiempos políticos. Él prefirió quedarse al frente de la UGT y conseguir, como así lo hizo, la gran transformación sindical que se produjo durante los dieciocho años que estuvo al frente de la Organización.
No es de extrañar, por tanto, que en octubre de 1982 cuando el PSOE llega al gobierno, el poder y la influencia de Nicolás fuese grande, hasta el punto de que un secretario general de Presupuestos y Gasto público anduviese gimoteando por el Ministerio de Hacienda porque Nicolás Redondo le había echado de una reunión ya que se había puesto demasiado impertinente. Eran tiempos de unidad entre el PSOE y la UGT, de manera que mutuamente se hablaba del partido hermano y del sindicato hermano. Casi todos los miembros de ambas organizaciones tenían la doble militancia. y fueron muchos los cuadros de la organización sindical que pasaron a ocupar un puesto en el gobierno.
Esta luna de miel no duró demasiado tiempo. Pronto lo que se llamó el felipismo, de acuerdo con los aires que venían de Europa, fue girando hacia posiciones socialiberales, que casaban mal con los planteamientos de los sindicatos e incluso con lo que había sido hasta ese momento el programa del PSOE. El primer encontronazo se produjo en 1985 con la ley de reforma de las pensiones, que tanto Nicolás Redondo como Antón Saracíbar, ambos cargos sindicales y diputados del PSOE, votaron en contra en el Congreso, rompiendo la disciplina de voto. Tal vez deberían tomar nota los actuales diputados del PSOE que en privado se muestran tan contrarios a medidas tales como la desaparición del delito de sedición o la reducción de las penas de corrupción política y sin embargo votan afirmativamente en el Parlamento.
Nicolás se negó a aceptar que el sindicato fuese simplemente la correa de transmisión del partido y del gobierno, y arrastró a Comisiones Obreras a la unidad de acción sindical. Las circunstancias propiciaron que los enfrentamientos con el gobierno se convirtiesen en algo más que una lucha sindical. El resultado del PSOE en las elecciones de octubre de 1982 fue de 202 diputados, una victoria sin parangón que dejaba al ejecutivo prácticamente sin oposición política. En ausencia de esta, las organizaciones sindicales, y a su cabeza Nicolás Redondo, ocuparon su lugar.
La demostración más palpable de lo anterior es la huelga general del 14 de diciembre de 1988, motivada por las medidas que se pensaba aprobar en materia de precardad en el empleo y de impuestos. El gobierno estuvo a punto de caer, pero no forzado por ninguna oposición política, sino por los sindicatos. El país entero se paralizó y Felipe González aquel día pensó dimitir y dejar en su lugar a Narcís Serra. Pero una vez más se demostró que quien aguanta termina ganando, o al menos no termina perdiendo. Viendo hoy la actuación de los sindicatos cuesta creer que sean los mismos que hicieron temblar entonces al presidente del gobierno.
Hoy se habla del régimen autocrático de Pedro Sánchez y ciertamente lo es, pero el felipismo quizás no lo fuera menos. Hay que recordar a Nicolás diciéndole en televisión a Solchaga aquello de “tu problema Carlos son los trabajadores”. Es más, los autócratas de hoy se crearon, aprendieron y crecieron en esa tierra de cultivo. Todos los felipistas emplearon los medios más rastreros para perjudicar al sindicato y lograr que Nicolás Redondo dejase la secretaría general, como así sucedió en 1994, en que no se presentó a la reelección. Dos años más tarde, Felipe González perdería el gobierno.
De la sustitución de Nicolás en la secretaría general han transcurrido casi dos décadas. Estos dieciocho años ha permanecido en un discreto lugar. Se impuso un respetuoso silencio, lo cual no quiere decir que permaneciese ajeno a los acontecimientos políticos. Tampoco significa ni mucho menos que estuviese de acuerdo con todo. Algunos conocemos muy bien su postura crítica, su desasosiego e incluso su tristeza por la orientación seguida por su partido y su sindicato. Leía cualquier cosa que cayese en sus manos. A sus noventa y cinco años mantenía una cabeza totalmente lúcida, y no perdía ocasión de enterarse de todo y de analizar todo. Yo confieso que, entre otras muchas cosas, echaré de menos sus frecuentes llamadas telefónicas enjuiciando mi último artículo. Descansa en paz, luchador, compañero del alma, compañero.
republica 5-1-2023