Con ocasión de la publicación de la sentencia del Tribunal Supremo, el independentismo catalán ha dejado poco espacio para la duda. Ha mostrado su verdadera faz. Se le ha caído la careta. Las atrocidades cometidas en las calles han descubierto ese discurso hipócrita, de Tartufo, acerca de la revolución de las sonrisas y la falsedad de su profesión de pacifismo y democracia. No obstante, una vez que ha subido el telón y se ha divisado lo que hay entre bambalinas, se pretende, como último recurso, engañar al personal con un nuevo relato, la existencia en Cataluña de dos independentismos, uno violento y minoritario; otro, masivo y pacífico. El mismo presidente del Gobierno y su ministro del Interior han colaborado en mantener el simulacro al distinguir entre los que cometen los actos vandálicos y los manifestantes mayoritarios, por ejemplo, los de las tres marchas llamadas por la libertad y la consiguiente concentración, como si fuesen dos cosas diferentes, sin conexión alguna, círculos sin intersección.
Es cierto que nadie puede pensar que todos los que se confiesan independentistas tengan capacidad ni estén dispuestos a hacer barricadas, incendiar la calle, tirar piedras o artefactos explosivos a la policía, etc. Es lógico que la extrema violencia sea propia de una minoría, pero eso no quiere decir que minoría y mayoría pertenezcan a espacios distintos. Esas marchas por la libertad tan “pacíficas” que han recorrido Cataluña durante tres días han cortado carreteras causando graves perjuicios a muchos transportistas y viajeros. Y los asistentes a esa manifestación tan “sosegada y democrática” no tuvieron ningún reparo en bombardear con todo tipo de proyectiles a la tribuna de la prensa, hasta que hicieron bajar a los periodistas de la plataforma. Y habrá que preguntarse a cuál de los dos grupos pertenecen los varios miles de manifestantes que pretendieron apoderarse del aeropuerto e interceptaron las vías de ferrocarril, ocasionando que se suspendiese un buen número de aviones y de trenes.
El ojo no es el oído ni la pierna es el brazo, las funciones son diversas, pero todos esos órganos pertenecen al mismo cuerpo, por ellos corre la misma sangre, e igual sucede con el independentismo catalán. Todos integran el mismo proyecto, aunque las intervenciones y los desempeños sean diferentes. El nacionalismo -como todo totalitarismo- es monolítico, no admite bifurcaciones. Las divisiones solo pueden ser funcionales, deberse a la asignación de distintos papeles y, en todo caso, a distintas estrategias.
La prueba de que todos pertenecen al mismo espacio es la lentitud y la ambigüedad que han mantenido la mayoría de los líderes del independentismo en condenar (algunos no lo han hecho aún) las barbaridades que tras la sentencia se han visto en Cataluña, situándose en una postura intermedia entre manifestantes y policía, cuando no manifiestamente en contra de los policías. Parecen decir: son unos salvajes, pero son nuestros salvajes. Quizás haya sido Carles Riera, de la CUP, el más sincero al increpar a los líderes de otros partidos haciéndoles notar que son sus hijos. Torra y algún otro podrían afirmarlo en sentido estricto y no solo en sentido figurado. Por si cabía alguna duda la presidenta de la ANC lo ha dejado meridianamente claro, al considerar la violencia como un factor positivo para la propaganda internacional del Procés
Se atribuye a Xavier Arzalluz la frase de “mientras ellos agitan el árbol, nosotros recogemos las nueces”, en referencia a la actuación de ETA. Da la sensación de que algo así quieren los dirigentes del secesionismo porque, cuando se adueña de Cataluña una cascada de sabotajes y de actuaciones violentas, el presidente de la Generalitat insiste una y otra vez en entrevistarse con el presidente del Gobierno para establecer un diálogo sin líneas rojas, es decir, para negociar la independencia y la amnistía. En realidad, plantea un chantaje: “Yo puedo hacer que la violencia cese en Cataluña, siempre que accedas a mis propuestas”.
Todo lo anterior no quiere decir que en ocasiones no existan distintas estrategias en los secesionistas y que, en función de ellas, pueda parecer que se dan tipos distintos, unos mejores que otros. Pero los papeles pueden invertirse en cualquier momento. Es posible que Esquerra aparezca hoy como más flexible y dialogante que los ex convergentes. Eso al menos piensa Pedro Sánchez, o quiere pensarlo, ya que considera que tras las elecciones la única posibilidad de mantenerse en el gobierno es pactar de nuevo con Esquerra. Es esta suposición la que ha condicionado y condiciona la forma de actuar del Ejecutivo en los graves disturbios que están ocurriendo en Cataluña. Es esa creencia la que hace que Pedro Sánchez, aparte de afirmar que tiene todo controlado, no haga nada ante la violencia que se está generando. En cualquier caso, conviene no olvidar que fueron los representantes de Esquerra los que presionaron a Puigdemont para que no convocase elecciones y declarase unilateralmente la independencia. Recordemos a Rufián y las 155 monedas de plata.
En esa estrategia de utilizar todos los medios posibles en la difícil tarea de convencer a la opinión pública nacional e internacional de la ausencia de violencia en el procés, se pretende a veces borrar toda conexión de las fuerzas independentistas con los brutales tumultos desatados estos días en Cataluña, por lo que, de forma solapada, atribuyen los disturbios a colectivos un tanto equívocos y de contornos confusos, como el de los antisistema o el de los anarquistas. Puede ser que tengan razón, pero ello no implica que no sean además secesionistas.
Pocos movimientos más anárquicos y antisistema que el procés. El Gobern, el Parlament y todo el entramado independentista saltaron por encima de la Constitución, del Estatuto y de todo el marco legislativo, pretendiendo justificar tal voladura del preexistente orden jurídico en una pseudovoluntad del pueblo de Cataluña. Transgredieron una multitud de leyes, desobedecieron a los tribunales y obstaculizaron sus mandatos, manejaron cuantiosos fondos públicos al margen del presupuesto y de todo procedimiento administrativo. El Parlament se declaró soberano, soberanía de la que se pretende privar a todo el pueblo español y a las Cortes generales. ¿Puede haber comportamiento más anárquico y antisistema que el planteado por los líderes independentistas? ¿Puede extrañarnos entonces que una parte del movimiento queme contenedores y coches, corte las carreteras, pretenda adueñarse del aeropuerto, sabotee las líneas férreas, agreda a la policía con todo tipo de artefactos, incluso empleando los más violentos? El que puede lo más, puede lo menos. El que justifica lo más, justifica lo menos. Ante un golpe de Estado por muy incruento que sea, todas esas cosas carecen de importancia.
Han sido muchos años de adoctrinamiento. Para los cachorros independentistas, toda su vida. Desde su más tierna infancia han escuchado un discurso monolítico, centrado en la gran epopeya que ha protagonizado a lo largo de la historia el pueblo catalán; se les ha inoculado la idea de que las virtudes de la sociedad catalana son muy superiores a las del resto de España, se les ha repetido una y otra vez que los españoles les roban, que el origen de todos los problemas se encuentra en el Estado español, conglomerado de todos los males; que todo sería distinto si algún día alcanzasen la independencia; que este debería ser el objetivo número uno de todo buen catalán; los otros son malos catalanes, botiflers.
En los últimos años los cachorros secesionistas han visto a sus mayores aceptar plenamente el concepto maquiavélico de que el fin justifica los medios. Les han dicho que las leyes o los mandatos de los tribunales podían no cumplirse, siempre que fuese por una buena causa, y no hay causa más excelsa que colaborar a que el pueblo catalán recobre la libertad que no se sabe muy bien quién le había arrebatado. Han visto a sus políticos y a sus líderes situarse al margen de todo el ordenamiento jurídico con el argumento de que la independencia estaba al alcance de la mano. ¿Puede extrañarnos ahora que se comporten anárquicamente, bárbaramente, saltándose cualquier precepto o norma, cuando comienzan a ser conscientes de que la república prometida no se consigue y sus políticos les convocan a manifestarse?
Sí, los que han puesto patas arriba estos días a Cataluña son ácratas, antisistemas, pero no más que los que han dado y mantienen un golpe de Estado. Cataluña se ha convertido en una región sin ley. El independentismo catalán ha sacado de la jaula al tigre y es posible que no sepa ahora cómo encerrarlo.
republica.com 1-11-2019