El pasado 16 de diciembre los jefes de Estado y de Gobierno de la Unión Europea debatieron, entre otros temas, el proyecto presentado por la Comisión el día 5 para reformar la Eurozona. Ha quedado pendiente de una próxima reunión. En cualquier caso, las primeras medidas no se aprobarán hasta junio de 2018. En Europa todo va despacio. En 1992 un eurodiputado francés, Maurice Duverger, escribió un libro titulado “La liebre liberal y la tortuga europea”. Creo que el título es suficientemente expresivo de su contenido. Hoy más que nunca parece imposible que la tortuga alcance a la liebre. En Europa se han impuesto las ideas neoliberales. El establecimiento del libre cambio y de la libre circulación de capitales ha ido muy por delante de la construcción de las estructuras e instituciones necesarias para compensar y corregir los previsibles excesos que ello acarreara.
El desajuste se ha hecho más evidente con la creación del euro. Años de euforia y triunfalismo dejaron paso a un periodo de graves dificultades en el que se manifestaron todas las contradicciones, se tambaleó la propia Unión Monetaria. Recuperada una cierta, aunque provisional, tranquilidad, la Comisión y los mandatarios de determinados países parece que han terminado por convencerse de que la Eurozona necesita reformas. Desde Bruselas se afirma que el euro era y es una moneda sin patria, incompleta y vulnerable de cara a una nueva crisis. El ministro de Economía español escribe un artículo en el diario El País (8-12-2017) con el significativo título de “El euro inacabado”. El presidente francés también se ha referido en varias ocasiones a la necesidad de reformas en la Eurozona y parece que entre las condiciones que el líder del SPD pone a Merkel para formar una gran coalición se encuentra la de que Alemania acepte en Europa los planteamientos de Macron. Otra cosa es saber si unos y otros son conscientes de la gravedad del problema y de la importancia de las reformas que serían necesarias.
En la Unión Europea es ya habitual que las reformas que se plantean ni siquiera rocen la piel de los problemas y que, así y todo, según transitan por las distintas instancias vayan sufriendo modificaciones hasta descafeinarse y anular casi por completo el pequeño avance que se pretendía. En esta ocasión, el núcleo fuerte de la reforma propuesta por la Comisión radica en la creación del Fondo Monetario Europeo, que asumiría las funciones que actualmente mantiene el MEDE (Mecanismo Europeo de Estabilidad). Se encargaría, por tanto, de financiar a los países que se encontrasen en una situación grave de insolvencia. Eso sí, siempre con la condición de que se someta a los ajustes y reformas que el financiador considere necesario para que se vuelva a lo que se supone la normalidad. La dotación económica se mantiene sin ningún aumento en los 500.000 millones de euros actuales.
En la propuesta de la Comisión este organismo asumiría también la función actual del Fondo Único de Resolución de establecer un cortafuego en el caso de insolvencia de una entidad financiera. Así mismo, se incluye la aprobación de un mecanismo de protección de inversiones orientado a mantener la inversión pública en tiempo de crisis y un presupuesto anticrisis destinado a solucionar los problemas que se susciten en presencia de choques asimétricos.
No es necesario detenerse mucho en los detalles para descubrir que todo el plan se proyecta sin colocar por ahora un solo euro más sobre la mesa, quizás para no incomodar a Alemania, con lo que todo queda en una simple reorganización de las instituciones europeas, sin que vaya a tener impacto significativo ni en el funcionamiento, ni en la solución de los problemas. Sin dinero, la actuación de las instituciones está totalmente limitada.
Hay, sin embargo, un cambio que sí tiene importancia para la Comisión, pero quizás solo para la Comisión. Actualmente el MEDE se encuentra bajo el control del Consejo, es decir, son los gobiernos los que aprueban y deciden acerca de los créditos y las disponibilidades de los recursos. Por el contrario, el futuro Fondo Monetario Europeo se situaría en el ámbito de las instituciones europeas, en cierta forma bajo el paraguas de la Comisión. El director general del Fondo se perfila como un superministro de economía y finanzas que asumiría a la vez la presidencia del Eurogrupo. Desde la Comisión se aduce que la reforma mejoraría la calidad democrática de la Unión, puesto que el nuevo organismo no estaría al margen del Parlamento Europeo, tal como ocurre ahora con el MEDE. La verdad es que, dado el déficit democrático que caracteriza a todas las instituciones europeas, no resulta demasiado fácil contestar a la pregunta de si se ganaría o se perdería en democracia.
Desde medios europeos se compara el organismo propuesto con el Fondo Monetario Internacional y se mantiene que podría acometer en Europa funciones similares a las que el FMI realizó en el antiguo Sistema Monetario Internacional creado en Bretton Woods tras la Segunda Guerra Mundial. Para que esto fuese así, lo primero que se necesitaría sería dotar convenientemente de recursos al Fondo, y ya hemos visto que la propuesta mantiene acerca de ello un prudente silencio. Pero es que, además, existen importantes diferencias entre el antiguo Sistema Monetario Internacional y la Eurozona. La primera es que en la Unión Europea se ha adoptado la libre circulación de capitales, mientras que en Bretton Woods no se privó a los países de poder aplicar políticas de control de cambio. Ello permitía que los Estados pudiesen por sí mismos hacer frente en primera instancia a la presión de los mercados, y el recurso al Fondo solo era preciso si la tensión persistía.
La segunda diferencia es aun más fundamental. El Sistema Monetario Internacional nacido en Bretton Woods era un sistema de tipos de cambio fijos, aunque ajustable. Esto es, cada país mantenía su propia moneda y aun cuando existía el compromiso de mantener las cotizaciones estables, en caso de enfrentarse a choques asimétricos y por lo tanto a desajustes permanentes, se permitía a los países devaluar. La Eurozona, por el contrario, es una unión monetaria en la que existe una sola divisa y la devaluación no es posible.
Las ayudas del FMI tenían, por tanto, un carácter temporal y complementario tendente a hacer frente a la especulación contra una divisa cuando carecía de fundamento o a auxiliar a un país que sufriese choques asimétricos en tanto devaluaba su moneda. En la actualidad, aunque se produzcan choques asimétricos, los países miembros de la Unión Monetaria no pueden acudir al recurso de la devaluación para superar el desequilibrio producido, por lo que la ayuda financiera (crédito) que el nuevo Fondo pudiera concederles resulta insuficiente para solucionar el problema. El ajuste, de producirse, se realiza por el aumento del paro y por la deflación competitiva a través de la reducción de salarios y precios y de los recortes presupuestarios. En un sistema monetario de tipos de cambio fijos pero ajustables, a un país en dificultades le puede resultar suficiente la ayuda transitoria en forma de créditos o préstamos; en una Unión Monetaria, no. Se precisan transferencias de recursos a fondo perdido, es decir, que se cuente con una verdadera unión fiscal.
El ministro de Economía de España en el artículo citado se preguntaba si el euro era parte del problema o la solución. La respuesta parece bastante fácil, es parte del problema porque, como el propio Guindos afirma, esta crisis ha sido de deuda. Pero ha sido precisamente la moneda única la que ha escindido de forma radical la Eurozona entre países deudores y acreedores. En una crisis de deuda la solución no puede venir simplemente por la concesión de créditos. Lo único que se consigue de esta manera es variar la forma y la nominación de la deuda.
Muchos de los mandatarios internacionales dan por terminada la recesión, por la única razón de que se están recuperando las tasas de crecimiento, pero lo cierto es que la salida dada a la crisis ha dejado tales secuelas que estamos muy lejos de poder afirmar que el problema se ha solucionado. El ministro de Economía sostiene también que el euro ha sobrevivido. Tiene razón, pero a tal coste que ante una posible crisis futura sería imposible aplicar la misma medicina. Paul Krugman, tras mantener el firme convencimiento de que la moneda única no podía perdurar y que saltaría por los aires, una vez superada la fase crítica, reconoció en un artículo que se había equivocado, que había infravalorado la capacidad de tolerancia y resignación de los trabajadores de los países deudores. Pero, por eso mismo, podría haber añadido que el peligro estaba lejos de disiparse, puesto que los errores originales del proyecto no se habían corregido ni existía voluntad de rectificar.
Ante una nueva crisis sería imposible que los países del Sur pudiesen soportar ajustes del mismo calibre. Grecia no resistiría un tratamiento parecido al de estos años, y algo similar se podría decir, por ejemplo, de Portugal y de España; incluso, no parece que Italia y Francia estén dispuestas a someterse a estas recetas ni siquiera por primera vez. Pero los desequilibrios entre deudores y acreedores permanecen y los países del Norte se oponen radicalmente a todo lo que signifique transferencias permanentes de recursos entre los Estados, única solución que puede compensar las perturbaciones que produce una unión monetaria.
En la rueda de prensa celebrada tras la Cumbre Rajoy manifestó: «Es imposible una unión económica y monetaria que no vaya acompañada de una unión fiscal”. Resulta gratificante comenzar a escuchar a los mandatarios europeos frases como esta. No obstante, tengo mis dudas de que sean conscientes de lo que significan y de la cantidad de recursos que tendrían que traspasarse de unos países a otros, si al final se constituyera tal unión. Lo cierto es que no se da ni un solo paso en esa dirección. Alemania, Holanda, Finlandia y Austria vetan todo lo que pueda significar mutualización de riesgos, de modo que difícilmente van a aceptar un verdadero presupuesto comunitario y una hacienda pública que aplique una función redistributiva tal como la que realiza cualquier Estado entre sus regiones.
La reunión de jefes de Estado y de Gobierno terminó dejando sobre la mesa para nueva discusión la reforma propuesta por la Comisión, reforma en extremo timorata y en la que no se cuantificaba ningún desembolso adicional de fondos. Así y todo, la oposición de los países del Norte ha sido patente y todo ha quedado para una próxima reunión en marzo. La tortuga europea no alcanzará nunca a la liebre neoliberal. Y se equivoca el que piense que el peligro sobre la Eurozona ha desaparecido y que en la Unión Monetaria no cabe la marcha atrás.
republica.com 22-12-2017