En aquellos años del felipismo, evocados con nostalgia por algunos, cuando muchos pensábamos que el PSOE había derivado hacia el neoliberalismo económico y surgían multitud de voces críticas acerca de la política económica que se estaba aplicando, dos conspicuos miembros de este partido, Ludolfo Paramio e Ignacio Sotelo, aunque amigos, con profundas divergencias ideológicas -oficialista el primero, crítico el segundo-, decidieron de común acuerdo escoger cada uno un grupo de economistas afines para mantener un debate de fin de semana.
Integrado en el equipo de Ignacio Sotelo, escuché entonces de boca de Miguel Ángel Fernández Ordoñez, encuadrado a su vez en el bando de Paramio, la definición del término socialismo más delirante, pero al mismo tiempo más inmovilista, que hasta entonces había escuchado: “Socialismo es lo que hacen los socialistas”. Es decir, no cabía crítica alguna frente a la política económica que se estaba aplicando; puesto que la realizaban los socialistas, era socialismo.
Por más sorprendente que resulte esta definición, lo cierto es que ha estado en vigor durante muchos años y ha orientado la actuación del PSOE en múltiples ocasiones. Es más, quizás con una formulación no tan clara, se ha aplicado también en muchos países a la doctrina socialdemócrata. Se piensa que socialdemocracia es lo que hacen y profesan los partidos socialdemócratas. Así, por desgracia, en el imaginario colectivo se ha condenado a esta ideología a seguir el destino de los partidos de igual nombre, de tal manera que el fracaso de estos en casi todos los países se ha interpretado como la muerte también del ideario correspondiente.
Al menos en España, ha surgido en esta última época otra definición de socialismo, tanto o más disparatada que la anterior: “Socialismo es lo que se opone a la derecha”. Pedro Sánchez, tal vez por intereses personales, la ha puesto en circulación con su “no es no”, pretendiendo con ello trazar un “cordón sanitario” alrededor del PP, pero en realidad condenando a su partido a la más pura inactividad. No es de extrañar que durante su etapa al frente del PSOE este haya ido perdiendo posiciones en el espacio electoral.
Metodología errónea es el intento de definir las cosas por lo que no son en lugar de por lo que son. Tan solo hay, según parece, una excepción. Los teólogos lo aplican a la idea de Dios, pero en este caso no se trata de una verdadera definición. Definir un partido por contraposición a otro le priva de autonomía e iniciativa, condenándole al papel de permanente oposición, estatus en el que únicamente tal estrategia puede realizarse.
De hecho, cuando el PSOE ha estado en el gobierno ha coincidido con la derecha en muchos más aspectos de los que le gustaría reconocer. No podía ser de otra manera, tanto más cuanto que aceptó la integración en la Unión Europea y especialmente en la Unión Monetaria. Sin duda, el Gobierno de Zapatero constituyó una buena muestra de ello, pero también el de Felipe Gonzalez desde el momento en el que dio su aquiescencia a Maastricht y a lo que llamaron condiciones de convergencia, fiel anticipación de lo que después serían las políticas de austeridad de la Eurozona. El mismo Pedro Sánchez, si hubiese conseguido ese sueño de llegar al gobierno, se hubiese visto impelido a este tipo de políticas, en especial si su investidura se hubiese realizado con la participación de Ciudadanos, del PNV y del Partido Demócrata Catalán (PDC), prolongación de Convergencia. El antagonismo de Pedro Sánchez no parece que se refiera sin más a la derecha, sino a una determinada derecha, la del PP, aunque otras formaciones como la de Ciudadanos o el PDC sean tanto o más conservadoras.
La ideología y el programa de un partido no pueden definirse por la mera oposición a otro, sino por un conjunto de ideas y medidas que prefiguran la acción de gobierno y las reformas que instrumentaría si alcanzase el poder. Bien es verdad que las medidas y las reformas deben acompasarse a las circunstancias y a las condiciones existentes. Antiguamente los partidos de izquierdas distinguían entre el programa sin más (se entendía que a corto plazo) y el programa máximo, es decir, aquel diseño de la sociedad que se consideraba inviable de conseguir en aquel momento, pero al que no se renunciaba y que servía de objetivo asintótico en la tarea de ir removiendo poco a poco los obstáculos que en ese momento lo convertían en inalcanzable. No sería mala cosa que se retornase a costumbre tan higiénica; a no ser que los partidos de izquierdas hayan renunciado ya a tener programa máximo.
Cuando los resultados electorales obtenidos por una formación política no le permiten gobernar, no se puede pretender que se aplique no ya su programa máximo, sino ni siquiera el del corto plazo (incluso aunque se hayan ganado las elecciones, si no ha sido con mayoría absoluta, tampoco se puede pretender aplicar la totalidad del programa); pero no por eso se tiene que renunciar a todo logro político y a encerrarse en una oposición total y estéril. De la pericia de sus dirigentes depende, a través de la negociación y del pacto, conseguir introducir en la acción de gobierno el mayor número posible de los elementos de su programa o evitar que se apliquen algunas de las medidas que desde su ideología se consideran perniciosas.
La gestora del PSOE parecía haber entendido esta estrategia consiguiendo por ejemplo la subida del salario mínimo en un 8%. Cuando los seguidores de Pedro Sánchez argumentan que Rajoy podría haber conseguido la investidura con otras minorías como por ejemplo la del PNV, parece que en realidad no les importa que gobierne el PP con tal de que el PSOE no incurra en lo que consideran que es mancharse las manos.
La celebración de primarias y la táctica de Pedro Sánchez de identificar socialismo con la oposición radical al PP han originado que el PSOE se haya inhibido de la negociación presupuestaria, renunciando así a la posibilidad de modificar el proyecto de presupuestos introduciendo algunas medidas de su propio programa, tal como la de la actualización de las pensiones con el IPC o al menos la aplicación de un incremento superior al previsto del 0,25%. Además, deja el campo libre para que otras formaciones políticas como Ciudadanos puedan incorporar a los presupuestos medidas tan reaccionarias como la del complemento salarial (subvención encubierta a los empresarios) o la prohibición de subir el IRPF. Incluso, la inhibición del PSOE deja una vez más a los nacionalistas y regionalistas (en este caso el PNV y los canarios) en el papel de árbitros de la situación, con lo que se romperá de nuevo la equidad territorial.
Resulta difícil mantener que la cerrazón total del “no es no” constituye una postura más de izquierdas que la de la negociación. Cuando el PSOE debe demostrar que es un partido de izquierda es cuando gobierna, por haber ganado las elecciones. Cuando ha perdido las elecciones y el partido es minoría no le conviene identificar socialismo con sectarismo.
republica.com 14-4-2017