INDEPENDIENTES

Al mismo ritmo que el neoliberalismo se ha ido apoderando del pensamiento económico, ha ido adquiriendo notoriedad la predilección por todo lo que lleve el calificativo de independiente. Parece que connota un plus sobre lo político. Desde la aceptación del sufragio universal, el poder económico siempre ha mirado con recelo a la política y a los procedimientos democráticos, y ha pretendido sustituirlos en gran medida por la tecnocracia, lo que hasta cierto punto es lógico, si tenemos en cuenta que los desprotegidos suelen suponer un número mucho más elevado que el de los privilegiados.

La política monetaria ha sido la parte de la economía a la que en primer lugar se ha pretendido, y casi se ha conseguido, independizar de la política. Se piensa que el dinero es un asunto demasiado importante para dejarlo en manos de los políticos. De ahí el esfuerzo por dotar a todos los bancos centrales de un estatuto de autonomía que los mantenga al margen del dictamen de los gobiernos y de las presiones populares. Los bancos centrales desde su independencia, comenzando por el BCE, se han convertido al mismo tiempo en los principales emisores del pensamiento económico neoliberal y conservador.

La unión monetaria en Europa constituye un buen ejemplo de la importancia de la moneda y del poder que adquieren quienes la controlan. Los años ya transcurridos de vigencia del euro han mostrado de forma clara la capacidad del BCE para doblegar a los gobiernos y a las sociedades. Cómo no recordar el papel coercitivo asumido por el BCE frente a los Gobiernos italiano y español cuando los mercados habían colocado a las economías de estos países contra las cuerdas, al carecer de moneda propia. Y cómo no recordar también el trabajo sucio del BCE cortando el grifo de crédito a los bancos griegos para doblegar al Gobierno de Syriza.

Los aires que provienen de Europa no se han conformado con independizar a la política monetaria de la democracia, sino que pretenden que sea absolutamente toda la economía la que permanezca al margen de las opciones ideológicas, que es lo mismo que decir al margen de las presiones de los ciudadanos. De ahí el afán de constitucionalizar la política de austeridad fiscal y de ahí también la pretensión de multiplicar los organismos teóricamente independientes a semejanza de los bancos centrales.

La Comisión Europea ha forzado, por ejemplo, a España a crear un organismo nuevo (AIREF), dotándole teóricamente de independencia, destinado a vigilar al Gobierno en materia fiscal, o más bien en materia de déficit público (para la Unión Europea toda la materia fiscal comienza y termina en el déficit). Los gobiernos no son de fiar, deben controlarlos los tecnócratas.

Visto lo visto, habrá que preguntarse si las elecciones sirven para algo. ¿Por qué no dejar que gobiernen abiertamente los tecnócratas, ya que en la actualidad lo hacen escondidos entre bambalinas? A esto debía referirse Albert Rivera cuando propuso esa idea tan ingeniosa de elegir un presidente de gobierno independiente. Creíamos que las ocurrencias eran propiedad exclusiva de Zapatero, pero por lo visto todos lo intentan. En esa carrera el jefe de los naranjas ha ocupado un puesto importante últimamente, emulando la Transición y creyéndose Suarez.

Hablo de ocurrencias porque no parece muy viable que los distintos partidos, que en cuatro meses no se han puesto de acuerdo para formar un ejecutivo fuesen a hacerlo de la noche a la mañana confluyendo en el nombre de un elefante blanco. Bien mirado es posible que la idea no fuese de Rivera, sino de los poderes económicos que tanto le miman.

Como era de esperar, la propuesta no fue muy bien acogida por el resto de partidos políticos, que se resisten a perder la escasa cuota de poder que les queda, la condición de hombres de paja. Una cosa es que les manejen desde detrás de las cortinas y otra que les digan que están totalmente de más. El mismo Pedro Sánchez, socio de Rivera hasta que las elecciones les separen, reaccionó negativamente con una frase que sería para esculpir si se la creyese: “Lo que hace falta es más democracia y menos tecnocracia”. Difícil de creer cuando, imitando los pasos de Zapatero, ninguneó a sus compañeros de partido para dar prevalencia en las listas a algunos denominados independientes, como si el hecho de no militar en ningún partido representase un mérito añadido.

A mayor abundamiento, Pedro Sánchez se contradecía a los pocos días, proponiendo a la desesperada su última ocurrencia, un gobierno de independientes bajo su presidencia. Independientes que, según afirmó, pertenecerían a todas las ideologías, aunque bien mirado no serían tan independientes, puesto que dependerían de él como presidente de gobierno. Últimamente, el secretario general del PSOE repite sin cesar que Pablo Iglesias nunca ha querido un presidente de gobierno socialista. Yo diría más bien que Pedro Sánchez nunca ha querido un vicepresidente o un ministro de Podemos.

Cómo valorar a la política y a los políticos cuando son ellos mismos los que consideran un timbre de gloria ser independiente. Conozco alguno que después de ser secretario de Estado, ministro de Agricultura, ministro de Hacienda, diputado, comisario europeo y vicepresidente económico, continuaba diciendo que él no era político sino independiente. Parece ser que los únicos que valoran a los políticos son los presidentes del IBEX, que los reclutan con mucha frecuencia para sus consejos de administración. Bien es verdad que entonces dejan de ser políticos y pasan a ser consejeros y, además, independientes.

Y es que en las grandes empresas todos son independientes, independientes de la presión ciudadana, pero muy dependientes del poder económico. Los prohombres del IBEX están muy intranquilos e indignados. No les han gustado nada los resultados electorales del 20 de diciembre, rompen las aguas tranquilas del bipartidismo. Reclaman por ello una reforma electoral, pero en las antípodas de la que, por lo menos hasta ahora, exigían los partidos emergentes. No quieren incrementar la proporcionalidad, sino todo lo contrario, convertir el sistema en mayoritario y asegurar así la alternancia, donde todo queda atado y bien atado. Así se demuestra una vez más la vacuidad del pacto de las doscientas medidas. Proponer una reforma electoral es no decir nada, ya que es muy posible que los firmantes estén pensando en reformas electorales muy diferentes, casi antitéticas.

Don Javier Vega de Seoane, presidente del Círculo de empresarios, asociación formada por doscientas grandes empresas, entre ellas casi todas las del IBEX, al tiempo que se pronunciaba a favor de una reforma electoral que facilitase siempre mayorías absolutas, se mostraba indignado por el fracaso de las negociaciones para formar gobierno y proclamaba tajantemente que a unos líderes políticos como estos se les cesaría inmediatamente en la empresa privada. Supongo que también prefiere líderes independientes, pero no parece que sea precisamente en las grandes sociedades donde los puestos de presidentes o consejeros delegados se encuentren, por más desafueros que realicen, en gran peligro de defenestración; suelen estar perfectamente blindados gracias a los consejeros a los que se han tildado de independientes, pero que son muy dependientes de ellos, puesto que son ellos mismos los que los han nombrado.

¿Hay alguien que sea de verdad independiente? Todo el mundo tiene su ideología y, lo que es más relevante, sus condicionantes e intereses. Casi todo el mundo sirve a alguien. Lo que sí hay son responsables e irresponsables. En una democracia, por defectuosa que sea, algunos tienen que rendir cuentas cada cierto tiempo en las urnas, y otros no responden ante nadie ni ante nada o, de responder, responden ante otras fuerzas y poderes que nada tienen que ver con la democracia. A estos es a los que se les llama independientes.