EL GOBIERNO DEL CAMBIO
El discurso político ha llegado a unos niveles tales de farsa que no se tiene el menor pudor en presentar la realidad totalmente distorsionada. Se niega lo evidente y se afirma lo contradictorio. En ese carnaval de mentiras y despropósitos, en el ir y venir de los pactos, ocupan un lugar destacado tanto el PSOE como Ciudadanos. Pero en pocas ocasiones se han acumulado tantas falacias, sofismas y mentiras como en el artículo que el ínclito Jordi Sevilla, el de las agencias y el tipo único, publicó en el diario El País el pasado día 14 de este mes de abril.
Todo el articulo se dirige a convencer a los electores de la maldad del PP y de Podemos, que van a bloquear cualquier acuerdo forzando unas segundas elecciones, y de la bondad del PSOE y de Ciudadanos que, atendiendo exclusivamente a las necesidades de los españoles, han trabajado todo este tiempo en medidas de gran calado para constituir el gobierno del cambio. Bien es verdad que los electores, listos y clarividentes, sabrán recompensarles en las urnas.
La realidad es muy otra. El único responsable de la convocatoria de unos nuevos comicios es el PSOE, ya que, como bien afirma el mismo Sevilla, todas las soluciones pasan por esta formación política. Pedro Sanchez no ha querido negociar en serio ni con el PP ni con Podemos, únicas formaciones con las que podía formar gobierno, mientras que se ha entretenido en marear la perdiz en una pacto fantasma, etéreo y que no conduce a ninguna parte.
¿Cómo se puede acusar desde el PSOE al PP de no querer dialogar y de bloquear la situación, cuando a partir del primer día Pedro Sánchez se opuso reiteradamente a hablar con Rajoy, y cuando el propio Comité Federal del PSOE ha prohibido de forma expresa todo acuerdo con el PP? Por otra parte, si, según repiten a menudo, la primera finalidad del pacto es expulsar al PP de la Moncloa y cambiar radicalmente sus políticas, la adhesión de Rajoy sería un acto de masoquismo. El cinismo tiene un límite. Pedro Sánchez está en su pleno derecho a no querer pactar con Rajoy, pero entonces no se puede afirmar, tal como hace Jordi Sevilla, que es excepcional que el líder de la primera fuerza parlamentaria renunciase, por dos veces, a intentar formar gobierno. ¿Con quién quería que lo formase, con los independentistas y con Podemos?
Tampoco parece lógico que Jordi Sevilla eche en cara a Podemos que quisiese entrar en el Ejecutivo, ¿o es que acaso el pacto era para ejercer la oposición? Quizás Pedro Sánchez en el debate de investidura no se presentaba a presidente de gobierno sino a deán de la catedral de Cádiz. En todas las negociaciones que el PSOE ha emprendido se da el sobrentendido de que el sillón, el de presidente de gobierno, es para su secretario general, derecho que por otra parte Podemos nunca le ha discutido; pero eso es una cosa y otra quedarse con todas las sillas que es lo que Pedro Sánchez pretende, aun cuando se ampare en cierta moralina, al pregonar que no se trata de discutir sillas sino medidas. Y eso cuando únicamente se dispone de unos trescientos mil votos más que la otra fuerza. ¿Quién le ha dicho a Sevilla que la formación de un gobierno es un asunto partidista y no afecta a los ciudadanos?
En realidad, el acuerdo de las 250 medidas es puro flatus vocis, palabras que se lleva el viento, papel mojado. Promesas que no se piensan cumplir. Si no, ¿por qué plantear una reforma de la Constitución que se sabe a ciencia cierta que no se puede llevar a cabo sin el concurso del PP? ¿Y es que puede ser la misma la reforma que pretende Sánchez que la que defiende Rivera? La prueba más palpable de la vacuidad del texto es que tanto el PSOE como Ciudadanos, cada uno por su lado, intentan convencer a Podemos y al PP de que lo suscriban. Parece ser que vale lo mismo para uno que para el otro. Según lo cual, ¿por qué no realizar el pacto entre Rajoy e Iglesias?
La estrategia de Pedro Sánchez pasa por seguir los pasos de Extremadura. Fernández Vara llegó a la presidencia de esa Comunidad Autónoma gracias a los votos de la formación morada, pero luego si te he visto no me acuerdo, y para aprobar los presupuestos se desentiende de Podemos y se apoya en la abstención del PP y de Ciudadanos. Pedro Sánchez planea hacer lo mismo. Necesita los votos de Podemos para llegar a la Moncloa; pero más tarde puede olvidarse de las promesas, puesto que para los recortes y las medidas regresivas contará con el PP y con Ciudadanos. ¿Es tan disparatado que Podemos quiera evitarlo entrando a formar parte del Gobierno?
Los comentaristas de la derecha se preguntan indignados cómo es que el PSOE acepta sentarse a negociar con Podemos y no con el PP. La respuesta es simple y no tiene nada que ver con las ideologías, la corrupción o los programas. Un pacto con Podemos daría a Pedro Sánchez la presidencia. Con el PP tendría que renunciar a ella, ya que lo lógico es que fuese Rajoy el presidente, por la sencilla razón de que tiene más diputados. Estoy convencido de que el PSOE tiene mucha más similitud con el PP que con Podemos, pero lo que de verdad le importa a Pedro Sánchez son las sillas, bueno, más bien el sillón.
Jordi Sevilla nos intenta convencer en su artículo de que esta legislatura es excepcional, y en parte tiene razón. Es cierto que es excepcional por el extenso y profundo malestar social que la ha precedido, de manera que ha hecho surgir con fuerza dos partidos nuevos con 109 diputados. Pero este mismo hecho expulsa al PSOE de todo gobierno del cambio. ¿Es que acaso el descontento social no se ha dirigido al partido socialista al menos en la misma medida que al PP? En sentido contrario, no habrían surgido esas dos nuevas fuerzas políticas, y el partido socialista hubiese sabido rentabilizar la contestación social. No ha sido así y prueba evidente es que, a pesar de estar en la oposición, sus resultados electorales han sido peores incluso que los del PP. Muchos electores les culpan a ellos con la misma intensidad que al Partido Popular.
La mayor paradoja -y, por qué no decirlo, hipocresía- es que Pedro Sánchez pretenda liderar un gobierno del cambio como si el PSOE no fuese también responsable de ese dolor y sufrimiento del que él mismo habla, y que se ha infligido a muchos españoles. ¿Ya no nos acordamos de los gobiernos de Rodríguez Zapatero (de los que Jordi Sevilla fue ministro) y de las medidas que adoptaron? ¿Acaso la política tributaria implantada por Solbes y Elena Salgado no fueron más regresivas que las de Montoro? Por otra parte, en política y en economía el origen de los problemas se encuentra siempre muy lejos. Los lodos de estos últimos años, legislatura de Rajoy y última de Zapatero, provienen de los polvos de las dos legislaturas de Aznar y primera de Zapatero, incluso cabría remontarse a los Gobiernos de Felipe González con la firma de Maastricht y la política de convergencia. Después de 18 años de gobierno, solo un gran cinismo puede empujar al PSOE a presentarse a liderar un gobierno del cambio.
Quizás, hoy por hoy, no sea posible en España un gobierno que pueda realizar una política progresista. No cuadran los números, no están maduros quienes tendrían que acometerla, ni lo permitiría, desde luego, nuestra pertenencia a la Unión Monetaria. Los acontecimientos en Grecia enseñan que, por ahora, es preferible que Podemos madure en la oposición y no se queme en el gobierno.
Todo el mundo, incluyendo a Jordi Sevilla, se empeña en dilucidar lo que han dicho en las urnas los españoles, pero no existe un voto colectivo. Cada uno ha votado a su opción y a su candidato. Es evidente que el PP no ha sacado una mayoría suficiente para gobernar en solitario, pero el PSOE la ha obtenido aún menor. Solo, creo yo, dejaron algo claro los electores: que eran precisas las coaliciones. En contra de lo que el PSOE y Ciudadanos se empeñan en repetir, en mi opinión, tanto el PP como Podemos lo entendieron. El primero convocando el día después de los comicios a todos los partidos con la finalidad de formar una coalición, iniciativa que chocó frontalmente con la negativa del PSOE, cuya concurrencia era totalmente necesaria para cualquier acuerdo real. Podemos, a su vez, hizo una propuesta de gobierno de coalición, que podía ser maximalista como toda propuesta inicial, pero que constituía un punto de partida para la negociación.
Ha sido Pedro Sánchez el que ha cegado los dos únicos caminos viables. Con Podemos, por motivos ideológicos y programáticos, tanto más al ser necesaria la abstención de los nacionalistas. Con el PP, no tanto por razones ideológicas (la política aplicada en el pasado por ambas formaciones políticas lo indican de forma clara) como porque esa alianza le impedía ser presidente de gobierno. Si, tal como afirma Jordi Sevilla, en estos meses han emergido los viejos demonios de la intransigencia y el sectarismo ha sido el PSOE el que los ha despertado, aunque pienso que el motivo es más pragmático, la simple supervivencia política de Pedro Sánchez.
Jordi Sevilla termina el artículo afirmando que si se va de nuevo a las urnas, los ciudadanos sabrán juzgar quiénes han sido los dos partidos buenos y los dos malos durante estos meses de negociación (yo diría más bien de teatro). Todo es posible. La capacidad de intoxicación a la opinión pública es muy grande. Pero, en cualquier caso, si Podemos pierde votos en los próximos comicios, no se deberá, creo yo, por no querer pactar con Ciudadanos o por no dar un cheque blanco al PSOE, sino por defender el derecho de autodeterminación o por pretender regar el territorio nacional con referéndums.