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ARTICULOS DEL 10/1/2016 AL 29/3/2023 CONTRAPUNTO

DISCRIMINAR POR EL IMPORTE DE LA RENTA

ECONOMÍA DEL BIENESTAR, HACIENDA PÚBLICA Posted on Dom, marzo 26, 2023 23:57:12

Dicen que la primera víctima de una guerra es la verdad. El juego político debe de ser una encarnizada contienda porque también en él la verdad desaparece. Se sustituye por la demagogia y la dialéctica amigo-enemigo. El amigo siempre tiene razón, el enemigo nunca. Contra él vale todo. Es esa parcialidad la que da al discurso una apariencia tan falsa. Es ese sectarismo el que hace que los ciudadanos desprecien cada vez más a los políticos. Es esa obcecación la que origina que la política pase de ser la actividad humana más noble, tal como afirmaba Platón, a la más repudiada.

El otro día en la Asamblea de la Comunidad de Madrid se produjo un acontecimiento que provoca la hilaridad, una especie de ópera bufa. Toda la oposición, con Mónica García a la cabeza, se lanzaron en tromba contra el vicepresidente del Gobierno de la Comunidad por haber percibido 195 euros como bono social térmico, cuyos destinatarios, según la ley, son las familias numerosas, y parece que la de Osorio lo es.

Hasta aquí quizás nada raro. Es a lo que nos tienen acostumbrados, y lo que les debe de ordenar Sánchez que hagan. Lo cierto es que no aprenden. Son incapaces de hacer una verdadera oposición, y miren ustedes que hay cosas que criticar. Sin embargo, se agarran a nimiedades y se les ve demasiado el plumero y la demagogia. Ellos, proclives a comparecer a todas las manifestaciones y participar en todas las protestas contra el gobierno regional, parece que no tienen nada que decir ante el caos de cercanías o la huelga de los letrados judiciales que, a pesar de que afecte -y mucho- a los ciudadanos madrileños, depende de Sánchez.

No obstante, en esta ocasión el ridículo ha llegado al summum, porque se ha descubierto que la líder de Más Madrid, después de vociferar y dedicar toda clase de epítetos a Osorio, también percibe el importe del bono por tener familia numerosa. A mi entender, no habría nada que recriminarle, si no fuese por el papel inquisitorial previamente adoptado, rasgándose las vestiduras ante la conducta, igualmente legal, del vicepresidente de la Comunidad de Madrid.

Pero la pantomima se acentúa por las explicaciones que ha facilitado. Afirma que no era consciente de ello, que quien cobraba la ayuda era su marido. Muy feminista ella. Un poco a lo Tartufo, manifiesta que se arrepiente y que reconoce su error. Revistiéndose de puritanismo, intenta convencernos de que su comportamiento era muy diferente al de Osorio.

No suelo ocuparme de la política regional de Madrid. No conozco demasiado sus intríngulis, y no me gusta hablar ni escribir de lo que no sé, pero si en esta ocasión me he adentrado algo en ella ha sido porque el circo se ha trasladado más tarde a la política nacional. Distintos miembros del Gobierno, incluso la Ministra de Hacienda, han mostrado su sorpresa porque familias no vulnerables pueden ser beneficiarias de la ayuda, ayuda que por cierto no se financia con impuestos, sino con el recibo de la luz a costa del consumidor. En el fondo sí es un gravamen, solo que bastante regresivo.

Todos los ministros se apresuraron también a escandalizarse de que alguien sin ser pobre hubiese cobrado esa subvención. Es más, invocaron la honestidad y la decencia y no sé cuántas otras zarandajas de carácter pío, de esas que deben quedar circunscritas al campo privado y, como mucho, al ámbito religioso. En política las obligaciones las determinan la ley y el Código Penal. La ministra de Hacienda manifestó, no sé si con descaro o inocencia, que en la finalidad de la norma nunca había estado presente beneficiar a las familias numerosas con suficientes ingresos. La conclusión es evidente: o bien la licenciada en medicina no se había enterado de lo que había aprobado el Consejo de Ministros, (lo que es grave siendo la responsable de los caudales públicos), o bien una vez más el Gobierno se había equivocado al elaborar la norma y había dicho lo que no quería decir.

Para mayor desconcierto, todos los ministros que han hablado se han reiterado también en modificar la ley e incluir un nivel de renta como una limitación para ser beneficiario de ayudas públicas. Estamos ya curados de espanto y hartos de que se legisle a borbotones, deprisa y corriendo, ad hominem, en función de los acontecimientos y las ocurrencias. En esta ocasión, además, para ser coherentes deberían modificar no sé cuántas leyes y reglamentos, tanto de ámbito estatal como autonómico, puesto que son muchas las ventajas y beneficios de que gozan las familias numerosas, sin referencia alguna a sus ingresos.

Sin pretensión de ser exhaustivos, podríamos citar la deducción de 1.200 a 2.400 euros en el IRPF, exención de tasas en el DNI y en el pasaporte, bonificación en la Seguridad Social al contratar cuidadores, descuentos en los vuelos, Renfe, barcos, museos y centros culturales, bonificación del 50% o 100% en tasas educativas, permiso laboral retribuido por nacimiento de hijo, derecho de preferencia en los procesos públicos de educación regulados por baremos, etc. Si no recuerdo mal, en ninguno de estos casos se tiene en cuenta la renta. Y habría que añadir las múltiples ayudas o bonificaciones autonómicas y municipales. ¿Se van a modificar todas estas normas o es que los señores ministros no se habían enterado de su existencia?

Parece ser que el cabeza de lista del PSOE a la Comunidad de Madrid, va de micrófono en micrófono, mostrando su indignación por que dos políticos han percibido el bono térmico y el eléctrico. Digo yo que su enfado en todo caso se debería dirigir contra su señorito y demás ministros, que son los responsables de la ley.

Por otra parte, quiero pensar que él y aquellos periodistas que también se han rasgado las vestiduras por este suceso no aplicarán ninguna deducción en su declaración del IRPF, ni por planes de pensiones, ni por vivienda, ni las familiares, incluyendo la de guardería, ni las donaciones a las entidades sin fines de lucro, ONG o fundaciones, ni a los sindicatos y partidos políticos, ni los gastos por obras de eficiencia energética, etcétera, etcétera; a las que habría que añadir otras muchas autonómicas, nada, de nada, porque la gran mayoría no hacen ninguna referencia a la renta, y habiendo tantos necesitados…  

Supongo también que cuando este tiempo de atrás se acercasen a repostar a las gasolineras solicitarían que no se les descontasen los 20 céntimos, ya que son ricos; y por el mismo motivo demandarán en la frutería, en la panadería, en la factura de la luz y en la del gas, etc., que no se les descuente el IVA, ya que pertenecen a la clase acomodada. Llevado el argumento al extremo, hay que imaginar que solo utilizarán la educación y la sanidad privada, porque no está bien que siendo adinerados tenga que ser el erario público el que les costee esos gastos.

No todas las actuaciones del Estado se orientan a la distribución de la renta o a la protección social, muchas de ellas tienen como única finalidad incentivar distintos sectores de la realidad económica o impulsar determinadas conductas sociales, y la mayoría de las veces por simplicidad y claridad, incluso por una finalidad práctica, no hay  por qué mezclarlas con la función redistributiva del Estado, que tiene sus cauces y mecanismos propios, tales como el IRPF o los gravámenes sobre el patrimonio y la herencia, y que se pueden usar con toda la intensidad que se desee. Cierto que esto último resulta más incomodo para un gobierno.

Soy más bien reacio a los incentivos fiscales. La mayoría de las veces no estimulan realmente nada y solo sirven para distorsionar la progresividad de los tributos, y lo mismo cabe considerar en cuanto al gasto público. Estimo que una de las medidas más rentables y eficaces consistiría en expurgar y cercenar las distintas partidas presupuestarias y depurar de deducciones los impuestos. Sin embargo, dado el problema demográfico existente en nuestro país, no parece demasiado descabellado promocionar la natalidad y, por tanto, las familias numerosas. Otra cosa sin embargo es que estos teóricos estímulos sean eficaces y cumplan el objetivo de mover a la procreación.

Nunca he compartido la idea de los que quieren introducir el nivel de renta y de riqueza como factor discriminatorio en los bienes y servicios públicos o en todas las subvenciones y transferencias. Soy partidario de que, en materia de gasto público, en la mayoría de los casos el disfrute sea general. Para diferenciar por ingresos ya están los impuestos directos. No tengo ningún reparo en que las rentas altas se beneficien de la sanidad y de la educación pública a condición del que el sistema fiscal sea suficientemente progresivo. Es más, creo que es conveniente puesto que la única forma de que no se deterioren sus prestaciones es que sean también usadas por clases altas. De lo contrario, antes o después se convierten en pura beneficencia.

Algo parecido hay que decir de las ayudas y prestaciones sociales, aunque aquí lo que más prima es una finalidad práctica, ya que distinguir por la cuantía de renta complica sustancialmente la gestión. Utilizar en todos los casos esta separación conduce a que muchas medidas sean inaplicables o a que su aplicación deje mucho que desear y no se cumplan los objetivos previstos. Cuando se trata de pequeñas ayudas puede ocurrir incluso que, paradójicamente, el coste de la gestión llegue a superar el de universalizar la prestación.

Es una constante de este Gobierno tomar las medidas, muchas veces ocurrencias, sin analizar previamente los obstáculos y conflictos que van a suceder en su implantación. La consecuencia es que en la mayoría de los casos se produce la frustración de los resultados y la imposibilidad de ejercer el control. Salen beneficiados no los verdaderamente necesitados a los que iba dirigida la ayuda, sino los más listillos y avispados, sean o no acreedores a ella. El Gobierno piensa que el problema se soluciona encargando de la gestión a la Agencia Tributaria, pero, en ocasiones, esta entidad tampoco cuenta con la información precisa ya que la que posee se ha diseñado para otros cometidos, el cumplimiento de las obligaciones fiscales. Además, a este organismo se le aparta de su verdadera función, la gestión de los impuestos y el control del fraude.

Cuando la aplicación de las medidas fracasa hay quien echa la culpa a deficiencias de la Administración y a la burocracia, la responsabilidad, sin embargo, no se encuentra ahí, sino en un diseño imperfecto a la hora de elaborar la norma y  en el desconocimiento de aquellos que legislan.

republica.com 23-3-2023



LA FALLIDA REFORMA DE LAS PENSIONES

ECONOMÍA DEL BIENESTAR, GOBIERNO, HACIENDA PÚBLICA Posted on Vie, marzo 17, 2023 18:41:24

Escrivá, tras muchas idas y venidas, pasos adelante y pasos atrás, ha presentado su propuesta sobre la reforma de las pensiones. El ministro, que en la AIReF se vanagloriaba de ser independiente y hoy tiene que ser dependiente entre otros de Esquerra y de Bildu, afirma que ha pactado la reforma con la Comisión Europea -que levita y no se entera de nada-, con Podemos y con los sindicatos. No es posible decir que Escrivá haya tenido demasiada suerte en su gestión. Se propuso él mismo para ministro aseverando, primero, que era capaz de establecer un ingreso mínimo vital que uniformase el desmadre que, respecto a esta prestación, tenían las Autonomías -en todas ellas diferente-, y que habían denunciado los organismos internacionales. Y, segundo, que podía reformar la Seguridad Social, haciendo viable el sistema público de pensiones.

En cuanto al primer punto, lo cierto es que no se homogenizó nada y que las Comunidades Autónomas continúan con el mismo desorden. Se creó una prestación estatal, declarada compatible con las anteriores, con lo que ahora la pluralidad se hace incluso mayor. Se elaboro, además, con un diseño que la condenaba desde el principio al fracaso (ver mi artículo publicado en este mismo diario el 23- 4-2021 con el título “La chapuza fiscal de los ERTE y del ingreso mínimo vital”), amén de enfangar la Agencia Tributaria y bloquear la Seguridad Social. Se ha producido un hecho inusitado, desconocido incluso en los peores momentos de la Administración: no hay forma de conseguir una cita y hay que esperar tres o cuatro meses para comenzar a percibir la pensión. Es más, ha aflorado algo escandaloso, todo un mercado negro de citas. En cualquier situación normal se habría provocado el cese inmediato del ministro. Bien es verdad que con el Gobierno Frankenstein no hay nada normal.

Sin embargo, el ministro de seguridad Social y de otras singularidades continúa en su puesto y se le ha seguido encomendando la reforma del sistema público de pensiones. La reforma que ha presentado no reforma nada y, por desgracia, deja las cosas igual o peor que estaban. Mientras se sigan ligando en exclusiva las pensiones a las cotizaciones sociales, difícilmente el problema va a tener solución. Tras muchos dimes y diretes, la propuesta se fundamenta en la subida de las cotizaciones. Para ese viaje no hacían falta tales alforjas. Pero eso sí, se reparte el incremento bien temporalmente bien en distintos conceptos, de manera que su cuantía pase desapercibida, al menos a corto plazo. Los efectos negativos que se puedan producir a medio y a largo ya se verán; y esto es lo peor, “el ya se verá”, es decir, que deja el problema sin resolver.

Las pensiones han sido siempre una de las dianas preferidas del neoliberalismo económico, donde se han cruzado el sectarismo doctrinal de los enemigos de lo público con los intereses de las entidades financieras que pretenden promocionar sus fondos. Los ataques se han transmitido a los medios de comunicación social, y todos, en mayor o menor medida, desde hace treinta años ponen en duda la viabilidad del sistema y anuncian apocalípticamente su quiebra.

Para acometer la verdadera reforma es preciso, antes de nada, destruir los tópicos y bulos que rodean el tema y, desde luego, este ministro y este Gobierno son incapaces de ello. El primer mito es la aseveración de que la actualización por el IPC de las pensiones representa una subida. Desde las filas neoliberales se echan las manos a la cabeza proclamando que la regularización poco menos que es inasumible por el Tesoro o, en todo caso, que pondrá en un serio aprieto a las finanzas públicas.

El Gobierno tampoco colabora a deshacer el entuerto cuando se jacta de subir las prestaciones y en un acto de propaganda partidista lo presenta como algo extraordinario y graciable, y reprocha a la derecha haberlas bajado, lo cual no es cierto porque el único que las congeló (es decir, las minoró en términos reales) fue Zapatero. Actualizar las pensiones por el IPC es simplemente mantenerlas en el mismo valor en que estaban y no se necesita de ninguna financiación adicional porque si con la subida de los precios se incrementan los gastos del Estado, también en igual o mayor medida lo hacen los ingresos. Otra cosa es que este exceso de recaudación se quiera emplear en otros menesteres.

En múltiples ocasiones he mantenido la tesis de que en sentido estricto no se puede calificar a la inflación de impuesto de los pobres, por la sencilla razón de que en los momentos actuales no constituye un impuesto, dado que el dinero no es creado ni total ni principalmente por el Estado. Sin embargo, si consideramos únicamente a los pensionistas y no se actualizasen las prestaciones por el IPC, sí seria posible hablar de un gravamen a los jubilados, ya que las prestaciones en términos reales se reducirían al tiempo que debido a la inflación, los ingresos del Estado aumentarían y el Gobierno se serviría de ese incremento para otras finalidades. Y puestos a fijarnos en los pobres, no creo que haya muchos con mayor derecho para este título que la mayoría de los pensionistas.

Para defender que los jubilados son unos agraciados se argumenta a menudo que la pensión media está por encima del salario medio, lo que puede ser cierto, pero ello no es indicativo de nada, puesto que se están comparando cosas heterogéneas, los jubilados han llegado al final de su vida laboral y no tienen ninguna posibilidad de conseguir por sí mismos una mejora en su nivel profesional y económico, mientras que en el salario medio se engloban las retribuciones de todos aquellos que se están incorporando al mercado de trabajo y por ello se les abrirán múltiples oportunidades de prosperar laboral y profesionalmente. Mucho más significativo es constatar que la pensión media se incrementa año tras año, debido precisamente a que las cuantías de las prestaciones de los que entran en el sistema (se jubilan) son mayores que las de los que salen (defunciones), lo que indica que por término medio los salarios aumentan en mayor medida que las pensiones.

Se afirma que hay que acometer la reforma para hacer frente a un mayor número de pensionistas que se incorporarán de aquí al 2050, y para actualizar las pensiones por el IPC. La primera finalidad puede ser cierta, pero no la segunda, que en cualquier caso cuenta, tal como se ha dicho, con financiación propia, la que resulta del hecho de que, con la inflación, los ingresos crecen en igual o en mayor medida que los gastos.

La reforma puede ser necesaria, pero esta, como las anteriores, será fallida ya que continúa sosteniendo que las prestaciones de jubilación deben sufragarse exclusivamente mediante las cotizaciones. No hay ninguna razón para que las pensiones deban costearse de manera distinta que la sanidad, la educación, la dependencia, el derecho a la vivienda, la justicia, etc. De hecho, hace años la sanidad pública se encontraba dentro de la Seguridad Social y también se pretendía financiar con cotizaciones. No obstante, por mera convención política y práctica, y no por ninguna razón metafísica, se la apartó de ese sector de la Administración para trasladarla al Estado y más tarde a las Autonomías.

Hay un principio de la Hacienda Pública que parece no cumplirse en esta ocasión, es el de no afectación, es decir, que la totalidad de los ingresos deben sostener todos los gastos. El problema a plantear no consiste en ver cómo se van a financiar las pensiones, sino que la cuestión tiene que ser más amplia, sino en saber cómo se va a sufragar, sí, el gasto en pensiones, pero también la sanidad, la dependencia, etc.

Para argumentar que el sistema es inviable se pretende contraponer al número de trabajadores, el de pensionistas y, planteado así y dada la evolución que se prevé de la población, puede ser que estén en lo cierto, pero no hay ninguna razón para que la financiación del sistema recaiga únicamente sobre los trabajadores y que no colaboren las rentas de capital, mediante otros impuestos. No tiene sentido que el déficit que se produce en la Seguridad Social se compense con préstamos del Estado y no con aportaciones a fondo perdido, como se hacía antes de inventar ese mecanismo erróneo y aciago de la separación de fuentes. Sería sin duda una de las fórmulas por las que el resto de los tributos podría participar en el sostenimiento de las pensiones, si se quiere mantener la convención de dos realidades diferentes, Estado y Seguridad Social.

Por otra parte, en esta ecuación hay que introducir una nueva variable, la productividad. El mismo número de trabajadores, por ejemplo, pueden producir el doble, si la productividad también se ha duplicado. Lo importante no es cuantos son los que producen, sino cuanto se produce. Es el producto o la renta nacional (más bien la renta per cápita) la magnitud a tener en cuenta a la hora de plantearse la capacidad de imposición y, en cierta medida, si resulta sostenible, no solo el sistema público de pensiones, sino toda la economía del bienestar y en general todos los servicios y bienes públicos. Durante décadas la productividad ha crecido sustancialmente en España, pero en los últimos años esta variable se ha detenido y es ahí donde debería centrarse la preocupación acerca de la financiación del Estado social.

La reforma planteada por Escrivá mantiene a la Seguridad Social enclaustrada tras los barrotes de la división de fuentes, por lo que está condenada a malograrse. Se fundamenta, en principio, en la subida de los ingresos, lo que puede ser muy acertado, pero no así la elección del gravamen escogido, las cotizaciones sociales, porque, por una parte, es un impuesto al trabajo y tiene el riesgo de que se desincentive el empleo y, por otra, su progresividad es muy reducida al recaer tan solo sobre las rentas del trabajo.

El incremento de la recaudación tiene que dirigirse por otros derroteros, abarcando un abanico más amplio de tributos, es decir, acometiendo una reforma fiscal en profundidad que este Gobierno en absoluto está dispuesto a emprender. Por otro lado, tampoco hay que descartar que la reducción de determinados gastos públicos colabore a financiar la consolidación del Estado de bienestar. No ciertamente la minoración de la cuantía de las pensiones, sino de otras muchas partidas de los presupuestos que sería conveniente cribar.

La reforma que ha aprobado este Gobierno es más bien una profecía porque se legisla para 2029, incluso para 2050. Es un brindis al sol. En realidad una osadía porque nadie sabe quién ocupará en ese momento el Ejecutivo. El Gobierno se jacta de haber blindado para el futuro el poder adquisitivo de los jubilados. Falso. No es posible garantizar nada. Una ley con otra ley se cambia. En realidad, Sánchez ha dado una patada hacia delante. Salir del paso. Pretende cumplir un requisito frente a Europa, que en la actualidad está en las nubes, y contentar al mismo tiempo, al personal de cara a las próximas elecciones. En el futuro ya veremos. Si hay otro gobierno, que se las componga, y si él gana tiene cuatro años por delante para enmascarar entuertos, sobre todo en los primeros años cuando se esté muy lejos de otros comicios. Lo que se ha aprobado no es una reforma, es un parche.

republica.com 16-3-2023



TOCATA Y FUGA DE FERROVIAL

ECONOMÍA Posted on Lun, marzo 13, 2023 17:21:18

El Gobierno Frankenstein cree firmemente que la continua repetición de un mensaje lo convierte inmediatamente en cierto, o al menos en creíble. Por eso, en cada asunto salen todos los ministros en tromba recitando miméticamente la misma consigna. La verdad es que resulta un tanto ridículo, pero da una idea de hasta qué punto Sánchez ha instalado en el PSOE, y por supuesto en el Gobierno, la disciplina más rigurosa.

Esta táctica no podía faltar en el caso de Ferrovial. Quizás lo llamativo es, por una parte, la virulencia con la que ha reaccionado el Gobierno y cada uno de sus ministros, y, por otra, la sensación que transmiten de encontrarse en la estratosfera y no en el mundo real. Parecen desconocer la sociedad y el sistema en el que nos movemos. En algunos casos puede ser mera ingenuidad, inmadurez o simpleza, pero no cabe duda de que, en otros, entre los que se encuentra Sánchez, se trata de pura hipocresía y de la utilización de un instrumento que confía en que le va a servir para continuar en el poder.

Oyendo a unos y a otros se tiene la sensación de que no pertenecen a un gobierno que se mueve en un sistema económico capitalista y dentro de la Unión Europea (UE). Nos parece estar en una reunión de Boy Scouts, en la que nos exhortan a ser desprendidos y generosos y a realizar la buena obra del día. Se dirigen a las empresas para inducirlas al altruismo y a que voluntariamente devuelvan a la sociedad lo mucho que supuestamente la sociedad les ha dado. Este discurso merengue y propio de tartufos se parece más a una plática eclesial que a un proyecto político. No deja de ser curioso que aquellos que rechazaban la “caridad” de Amancio Ortega exijan ahora la de Ferrovial.

Las empresas no son sociedades benéficas ni deben serlo. Es más, cuando se comportan como tales hay que desconfiar. Siempre he sido bastante crítico con las fundaciones empresariales que, aun cuando se presentan como filantrópicas, suelen estar motivadas por el propósito de lograr desgravaciones fiscales y de obtener, para sus altos ejecutivos, poder e influencia en la sociedad, en la cultura e incluso en la política.

En un sistema capitalista -y el nuestro lo es- la finalidad de las empresas privadas (otra cosa son las públicas) es obtener beneficios y, si somos realistas, solo se les puede pedir que sean eficaces, transparentes y que cumplan las leyes. Para otros menesteres está el Estado, que sí debe ser social y subsanar los defectos y errores del mercado y corregir la distribución que este hace de la riqueza y de la renta.

Y aquí entramos en el segundo aspecto que este Gobierno Frankenstein parece ignorar. No solo estamos en un sistema capitalista, sino que hemos entrado en la UE, que además desde el año 2000 es también Unión Monetaria (UM). Esta pertenencia impone, de una forma o de otra, múltiples limitaciones a la política de los gobiernos y recorta la soberanía de los Estados. Tal marco de actuación se extiende a numerosos aspectos, pero principalmente al económico e impide a los poderes nacionales practicar una política social y redistributiva adecuada.

Hace ya algún tiempo quedé atónito al escuchar por televisión a Alberto Garzón, a la sazón coordinador general de IU, afirmar categóricamente que la pertenencia a la UM no constituía ningún obstáculo, que el problema solo estaba en la política que practicaba la derecha. Si algunos nos opusimos de forma radical a la moneda única no fue por animadversión a Europa ni por ningún complejo nacionalista, sino por las múltiples limitaciones que impone a la aplicación de una política socialdemócrata.

El hecho de que la parte del Gobierno que en la oposición se situó en contra de la constitución del euro y que ahora cuando han llegado al poder prefieren ignorar estos condicionantes y aplicar medidas importadas de países sudamericanos, que pueden ser buenas o malas, pero que hoy no casan con nuestras circunstancias, puede tener efectos muy perniciosos y muy contraproducentes para la economía española. Más delito, sin embargo, tiene Sánchez que se presenta como el mayor defensor de la UE, que se pasea por todos los países exhibiéndose como el próximo presidente de turno (de turno, no tiene ningún mérito) y que piensa montar un show a su mayor gloria y pompa, y, sin embargo, después pretende actuar como si la UE no existiese, asimilando ciertos planteamientos y medidas de la parte más ultramontana de su Gobierno.

No es el momento de relatar los múltiples aspectos en los que la UE condiciona la política social de los Estados, pero con ocasión de la tocata y fuga de Ferrovial sí conviene referirse a la libre circulación de capitales establecida en el Acta Única. Se implantó sin aprobar previamente la armonización en múltiples aspectos, entre los que destaca en un puesto de honor la política fiscal. Europa cuenta con veintisiete sistemas fiscales distintos y lógicamente tal situación crea movimientos indeseados de empresas entre los diferentes países. Algunos de estos han jugado claramente al dumping fiscal, es decir, a que sus compañías puedan competir de forma ventajosa debido a una menor presión impositiva.

Este estado de cosas está obligando a todos los Estados a tender hacia sistemas fiscales más regresivos, pero hay algunos que claramente han convertido esa competencia desleal en el motor de su crecimiento: Irlanda, Luxemburgo y los Países Bajos, quizás no en la misma proporción, ni se podrán comparar ciertamente con las Islas Caimán, pero constituyen uno de los grandes escándalos de la UE.

Ahora bien, de todo ello no se puede responsabilizar a las empresas. Estas simplemente actúan según su naturaleza y de acuerdo con los intereses de sus accionistas. La culpa se encuentra en los gobiernos, sobre todo de los países perjudicados, que aprobaron los tratados en estos términos, tratados que además no se pueden modificar si no es por unanimidad, lo que no parece demasiado viable.

Es evidente que los Estados nacionales, a la hora de legislar en materia impositiva, tienen que tener en cuenta esta realidad, especialmente en el impuesto de sociedades, puesto que son estas entidades las que tienen más fácil la deslocalización y son más propensas a ello. Cosa que ocurre mucho menos en el ámbito individual. Por más que se diga lo contrario, es mucho más difícil y ocasional que las personas opten y puedan cambiar de domicilio (entre países, quizás no entre comunidades) por motivos tributarios. Es posible que logren hacerlo de forma relativamente sencilla, artistas, futbolistas y algunos más, pero no será nada fácil para el resto.

Me resisto a creer que alguien cometa una operación tan complicada y dependiente de tanta gente, como la de la fuga de Ferrovial, simplemente para que el presidente o el consejero delegado paguen menos impuestos. Es más, en muchos casos lo único que se traslada es el domicilio legal y fiscal de la empresa, continuando todo lo demás tal como estaba, dirección, oficinas, producción, etc. Y, por lo tanto, también el domicilio de sus directivos. En Irlanda hay muchos edificios en los que hay domiciliadas mas empresas que metros cuadrados tiene.

Conviene además preguntarse si más que el nivel de presión fiscal lo que puede influir en la deslocalización de las empresas es la inseguridad jurídica, cambios constantes en la legislación tributaria al ritmo de ocurrencias y de intereses electorales; sin examinar convenientemente los pros y los contras; medidas aprobadas de un día para otro, por procedimiento exprés, mediante decretos leyes, y sin discusión, contraste o maduración. Difícilmente las compañías pueden saber a qué atenerse y mucho menos planificar a largo plazo.

Por otra parte, el riesgo de deslocalización de las empresas que, como hemos dicho, es mucho mayor que el de las personas individuales, aconseja que para instrumentar una política fiscal progresiva los gobiernos nacionales se centren en la imposición de estas últimas y no tanto de las primeras. El Gobierno Frankenstein ha hecho todo lo contrario. A pesar de llevar en el programa una reforma fiscal, terminará la legislatura sin acometerla. En su lugar, ha introducido modificaciones sin orden ni concierto, centrándose en la imposición indirecta y en el impuesto de sociedades, discriminando además entre las empresas, sin tocar apenas la tributación personal.

Es más fácil y resulta demagógico arremeter contra algunas grandes corporaciones, que, además, nos proporcione una pátina de revolucionario, que gravar a los que están detrás de todas ellas (sin distinciones), que son los accionistas y los ejecutivos. Esto último siempre es más embarazoso y tiene peor venta, pero es que donde se produce el mayor grado de injusticia es en la distribución personal de la riqueza y de la renta. Lo que hay que cuidar más en el impuesto de sociedades es que estas no sirvan de embalsamiento y ocultación de los beneficios individuales. Bien es verdad que para evitarlo están también el impuesto de patrimonio y el de sucesiones.

Entre los motivos de deslocalización se encuentran también las facilidades de financiación que pueda encontrar la empresa en los mercados internacionales, según se sitúe en uno u otro sitio. No hay que descartar que este haya sido uno de los principales motivos de la decisión de Ferrovial. La deuda pública holandesa cuenta con la calificación de triple A. España en estos momentos no puede afirmar lo mismo. Desde el año 2000, fecha en la que se crea el euro, la evolución de nuestros dos países ha sido en muchos aspectos muy diferente, desde luego en las finanzas públicas. Entonces los porcentajes del endeudamiento público sobre el PIB eran bastante similares. Nosotros, el 58%; los Países Bajos, el 50%. En los momentos presentes, Holanda apenas ha cambiado, 51%; España, sin embargo, está cerca del 120%.

Aún perdura en nuestra memoria la situación crítica en que nos situó los elevados niveles que alcanzo nuestra prima de riesgo en los primeros años de la última década del siglo pasado. Solo salimos del peligro gracias a la intervención del BCE, y si hoy el Estado puede financiarse es por la misma razón. Estos datos son un indicio bastante evidente de cómo el euro ha afectado de diversas maneras a unos y a otros, y descoloca a aquellos que piensan que vivimos gracias a la UE y que sin el euro no hubiésemos podido subsistir. Recuerdo que en los últimos años de UCD el reino de España consiguió la calificación de triple A, la que en estos momentos no poseemos ni siquiera con el respaldo del BCE.

Es sabido que la calificación de la deuda pública de los Estados influye en el juicio que recae sobre la solvencia de sus empresas. No puede extrañarnos por tanto que las multinacionales busquen acomodo en aquellos países que puedan respaldarlas mejor.  España no está desde luego en su mejor momento. Este Gobierno en unos pocos años ha incrementado el stock del endeudamiento público en casi un 20% del PIB, incremento muy superior al experimentado por la media de la Eurozona (9%) y bastante alejado del de la casi totalidad de los países europeos: el de Grecia 5%; Portugal, 3%; Holanda, 3%; Alemania, 7%; Austria, 9%; Bélgica, 10%, y Francia e Italia, que son los que más se acercan, ambos con el 14%. A ello hay que añadir la impresión que da este Gobierno de creer que los recursos son ilimitados y de que el endeudamiento público importa muy poco.

Aunque no se quiere reconocer, la actuación un tanto zafia y totalmente demagógica del sanchismo acerca de los empresarios habrá tenido también algo que ver con la decisión de Ferrovial, pero lo más grave es que otras compañías multinacionales estén pensando en copiarla y, sobre todo, que se pueda estar estableciendo un muro de contención para aquellos que estén ponderando invertir en España, y no me estoy refiriendo a los capitales que huyen de Venezuela o de países y regímenes similares.

Sánchez no solo ha repetido el esquema de Frankenstein, sino que ahora pretende encarnar al  doctor Jekyll y a míster Hyde. Hace poco se sentía solo a gusto con los ejecutivos del IBEX, convocados  a rebato para presentar ante ellos con triunfalismo y jactancia sus planes, incluyendo sonido de piano, en lugar de hacerlo en el Congreso de los Diputados. Ahora, ha pasado a estigmatizar a las principales compañías (muchas de ellas multinacionales) pensando que así va a ganar votos, sin importarle poner en riesgo la inversión, la creación de empresas y el empleo.

Pero el escándalo ha llegado a límites difícilmente concebibles con el tema de Ferrovial, porque, como si no fuese bastante con los exabruptos de los ministros que muestran sobre todo el desconocimiento de donde se encuentran, ha sido el propio presidente el que ha bajado a la arena, además en comparecencias con otros mandatarios internacionales, y ha maltratado a una multinacional y a su presidente, que tiene presencia en 20 países con más de 24.000 empleados, y en España da trabajo a 5.000 personas, que, según ha manifestado la compañía, no piensa reducir. Bien es verdad que no se puede asegurar nada después de las críticas que está recibiendo.

El diario sanchista de la mañana, siguiendo instrucciones del Gobierno, tituló en primera página: “Ferrovial se adjudicó contratos por 1.000 millones de euros en la era Sánchez. La compañía no paga impuesto de sociedades desde 2020 por créditos fiscales”. Recogía así algunas de las perlas lanzadas por los ministros. Con ello dan a entender algo muy peligroso, la concepción autocrática y patrimonial que tiene el sanchismo de la contratación pública como algo discrecional y graciable del Ejecutivo (y que como tal, se debe corresponder y devolver en favores) dirigido a sus fieles o partidarios, en lugar de considerar el resultado de un concurso debidamente baremado que gana la mejor oferta entre todas las empresas europeas que se presenten, sean españolas o no.

Los créditos fiscales en el impuesto de sociedades obedecen a la posibilidad de que el contribuyente se desgrave en los beneficios presentes, las pérdidas que no haya podido aplicar a ejercicios anteriores. Como es lógico, todas las empresas lo hacen, y muchas de ellas terminan sin tener que contribuir ese año a Hacienda. No parece que se le pueda imputar a Ferrovial nada por acogerse a los términos de la ley. La medida puede gustar o no, pero si están en contra de ella, no sé qué han hecho en más de cuatro años que no la han cambiado.

Algún ministro o ministra se ha referido a los  ERTE. Paree que ahora reconocen que son subvenciones a los empresarios. Siempre he sospechado que la medida a quien fundamentalmente ha beneficiado ha sido a ellos y no a los trabajadores, tanto más cuanto que se ha hecho al por mayor y no se ha ejercido control alguno sobre los expedientes. Muchas empresas (principalmente las grandes) que se han acogido a un ERTE, no lo hubiesen hecho a un ERE, por el coste del despido y porque no lo hubiesen necesitado. Al ser gratuito, se han disparado los casos. Eso sí, con un coste inmenso para el erario público, pero parece que eso no le importa a nadie en el Gobierno. De cualquier modo, no se puede reprochar nada a las empresas, que simplemente se han acogido a la ley. En todo caso, habría que hacerlo al Ejecutivo, que no sabe gobernar más que a cañonazos.      

Sánchez se está comportando como un niño mal criado al que han llevado la contraria y ha reaccionado cogiendo una rabieta, sin importarle las consecuencias. Es el colmo del cinismo tachar de antipatriota a una multinacional por cambiar de domicilio de acuerdo con lo que le permite la normativa comunitaria, y al mismo tiempo pactar y cogobernar con aquellos que no es que quieran trasladar una empresa a otro país de Europa, sino que pretenden arrebatar una región entera, y de las más ricas, al Estado y además ilegalmente y en contra de la Constitución.

republica.com 9-3-2023



BULERÍAS  POLÍTICAS

APUNTES POLÍTICOS Posted on Vie, marzo 03, 2023 23:44:51

RENFE se ha cubierto de gloria. Ha proyectado trenes que no caben por los túneles, y al unisonó bloquea el servicio de cercanías de Madrid. Ayuso acusa a Sánchez de que no invierte en la capital de España sino en Cataluña. Mientras, los presidentes de Asturias y de Cantabria ponen el grito en el cielo y acusan a la empresa y al Ministerio de tener durante dos años escondido el problema. Revilla, a pesar de ello, salva a la ministra actual y dice que está seguro de que no lo sabía, pero no piensa lo mismo de su antecesor. Las simpatías y antipatías están claras. La primera aún puede conceder prebendas; el segundo caído en desgracia, no.

Alguien también podría reprochar a los presidentes de las respetivas Autonomías que tampoco ellos debieron de tener mucho interés durante esos dos años por averiguar cómo iba el proyecto. El PSOE gobierna en Asturias y cogobierna en Cantabria y el asunto tiene visos de dañar los resultados electorales, con lo que el Ejecutivo no ha tenido más remedio que sacar la chequera y prometer al personal en compensación hasta 2026 el gratis total en el servicio de cercanías de ambas Comunidades. El Gobierno se siente generoso, pero, como siempre, lo hace con dinero ajeno, con el erario público, es decir, con el de todos los españoles. Otras Comunidades, que también tienen un sistema deficiente de ferrocarriles, se preguntan por qué no pueden sentarse en la misma mesa. ¿Quizás porque sus gobiernos no son del PSOE?

A su vez, la ministra de Transportes, por los mismos motivos electorales y después de resistirse mucho, ha cesado a la secretaria de Estado y al presidente de RENFE, miembro del PSC, secretario general de la Presidencia de la Generalidad de Cataluña con José Montilla e historiador y librero de profesión. Algún malintencionado podría preguntarse si no está ahí la justificación de las anomalías en las medidas. Ahora bien, si a una licenciada en medicina se la puede nombrar ministra de Hacienda por qué no a un historiador y librero presidente de RENFE. Lo importante es que sea del PSC y por eso, para que se mantenga la cuota, el recién nombrado también lo es, aun cuando le hubieran cesado de secretario general de Industria por el fracaso en la administración de los Fondos Europeos del ERTE de automoción. Es de lo poco que ha trascendido hasta ahora acerca de dónde han ido los recursos de la ‘Next Generation EU’.

Bueno, algunas cosas más se van filtrando, flecos de información: que si se subvencionan ventanas, puertas y paneles solares; que si ese carril bici del Ayuntamiento de Rivas-Vaciamadrid, que encima no quieren los vecinos; la APP de Muface y otras muchas baratijas. También, parece que se están sufragando con los fondos los anuncios en televisión, propaganda y publicidad para mostrar las muchas cosas que hace el sanchismo. E incluso -imitando el plan E, de triste memoria- de Zapatero dinero a los municipios para que hagan obrillas. Con lo bien que vendrían los susodichos fondos para  arreglar la sanidad, la justicia y para construir viviendas sociales en alquiler, y dejarse de zarandajas y utilizaciones alambicadas.

España ha recibido la visita de una comisión del Parlamento Europeo dispuesta a examinar la ejecución de la ‘Next Generation EU’. Al frente de ella Monika Hohlmeier, presidenta de la Comisión de Control Presupuestario. Hohlmeier, antes de venir, envió una carta al Ejecutivo español manifestando, más o menos, que matarile, rile, rile, que no sabía dónde estaban los recursos que se habían enviado. En eso no se diferenciaba mucho de los diputados nacionales y en general de la población española. Calviño se ha enfadado mucho y cuestionó la neutralidad de la delegación con el argumento de que estaba compuesta por políticos y no por funcionarios, como si fuesen funcionarios los que el Gobierno nombra al frente de empresas públicas y organismos. La descalificación se ha basado también en que en la delegación hay muchos españoles. ¿Y por qué extrañarse? Habrán venido a ver si así se informan de lo que no pueden averiguar en el Parlamento español.

La delegación se ha ido como ha venido, sin enterarse de nada. El Gobierno y sus portavoces mediáticos se han mostrado muy satisfechos porque la Comisión ha declarado que no han encontrado fraude. Solo faltaba que en estos tres días lo hubiesen hallado. Hohlmeier, con lenguaje diplomático, dijo algo mucho más grave, que hay ausencia de transparencia, es decir, que no se conoce ni adónde van ni dónde se encuentran ni cómo se decide su destino. De eso ya se preocupó el Gobierno, de que todo estuviese en sus manos, atado y bien atado, y de que los demás se enteraran lo menos posible. Parecerá increíble, pero contó con la inestimable colaboración de VOX. Sin ellos, la ley no se hubiese aprobado.

Y es que el partido de Abascal, cuando menos se le espera, actúa de muleta del sanchismo. Ahora plantea una moción de censura que va a ser un show. Bien es verdad que Sánchez presentó una que fue una danza fantasmagórica, y un oprobio. Dio una cabriola mortal, un salto cualitativo en la política española, pactar con los que acababan de dar un golpe de Estado y con los sucesores de ETA, al tiempo que se disponía a comprar con dinero público todos los votos necesarios.

Tamames ha aceptado el reto. Dice que es una oportunidad única. Pero hay etapas en la vida en las que lo más digno es arrinconar las oportunidades, a no ser que se piense pasar a la historia como Sánchez. No deja de haber quienes ruegan al catedrático de Estructura económica que, por lo menos, cuando salga al atril no de saltitos como lo hace Biden para demostrar lo joven que está, porque el actual presidente de EE. UU. con sus saltitos y carreritas armó la de Dios es Cristo en Afganistán, y se corre el peligro de que nos meta en la tercera guerra mundial, que con el tema de las armas nucleares no es ninguna bagatela. Da la impresión de que quiere que la guerra se prolongue, pero por apoderado y lejos de EE. UU.

Ucrania va a quedar arrasada. Cuanto más dure la contienda, más negocio para EE. UU., y peor le irá a la economía europea. Cada vez que la presidenta de la Comisión y el alto representante, con saltitos o y sin satitos, adoptan tonos bélicos y anuncian medidas contra Rusia hay que ponerse a cubierto e ir a mirar los daños que van a caer sobre Europa.

Biden ha ido a Kiev a mostrar total apoyo y solidaridad a Zelenski, siempre que sea a distancia, claro, y en plan bravucón ha sostenido que si China vende armas a Rusia habrá graves consecuencias. ¿Para China o para Europa? ¿Por qué será que hay gente que no sabe retirarse con elegancia a tiempo? Parece que se olvidan de que tal como lo fueron en el pasado, serán polvo de estrellas.

republica.com 2-3-2023



INDIGNIDAD E INCOMPETENCIA

CATALUÑA, GOBIERNO Posted on Lun, febrero 27, 2023 17:23:23

No es ningún secreto que la principal característica de este Gobierno es el maquiavelismo, la aceptación de que el fin justifica los medios. Su único objetivo, mantenerse en el poder. Para ello todo vale. Pero creo yo que hay otra característica, tal vez menos conocida y de la que no somos demasiado conscientes, la incompetencia. Las pifias que cometen suele ser fruto de ambas. Alguien poco respetuoso hablaría de maldad y tontería.

Serían infinitos los ejemplos. Por citar alguno, hablemos del embrollo que se ha formado en la Seguridad Social en la que no hay manera de conseguir cita para realizar cualquier gestión. Cerrado por inoperancia. Dicen que falta personal. Pero parece que eso no es óbice para que el ministro del ramo pueda mandar una carta a cada uno de los jubilados haciendo propaganda y jactándose de lo mucho que han subido las pensiones. No dudo que falte personal, pero algo tendrá que ver en el colapso el diseño de un ingreso mínimo vital que resulta ingestionable.

También podríamos poner el ejemplo de los fondos de recuperación europeos que nadie sabe dónde están. El Gobierno apostó por el oscurantismo para poder repartirlos a su gusto y a su conveniencia, sin dar cuenta alguna. Pero tanto ha sido su aislamiento en esta materia, tanta su incompetencia y tanto el desconocimiento de la Administración, que gran parte de ellos están sin ejecutar y otros se están empleando sin control, sin racionalidad, sin el menor análisis del impacto económico y en los fines más variados, decididos solo en virtud del clientelismo político.

La tardanza en su ejecución y las críticas que el Gobierno recibe de la misma Unión Europea han obligado a Sánchez a tirar por la calle de en medio y a buscar los gastos más fáciles de desembolsar, incluso resucitando el catastrófico plan E de Zapatero, repartiendo dinero entre los ayuntamientos un poco a tontas y a locas como una pedrea y para los destinos más variopintos.

Pero quizás donde aparezca de forma más clara la incompetencia sanchista sea en la elaboración de las leyes. Las chapuzas son continuas. Todos los días están en la prensa la ley del sí es sí y sus penosas consecuencias. Lo grave además es que el Gobierno, lejos de reconocer su ineptitud y su metedura de pata, atribuye la culpa a la interpretación de los jueces, lo que choca con el hecho de que los aludidos no sean ni uno ni dos, ni siquiera un grupo lo que podría entenderse por una equivocación, o incluso, pensando aviesamente, fruto de una postura ideológica machista, -como se dice-, porque lo cierto es que las sentencias provienen de toda España y de  jueces de los más diversos pelajes.

El quid de la cuestión estriba que los sanchistas piensan que los tribunales no tienen que aplicar la ley tal como está escrita, sino interpretarla de acuerdo con sus deseos y con lo que ellos quisieron decir cuando la elaboraron, aunque la impericia les haya llevado a plasmarlo de forma distinta. Tendríamos que habernos quedado pasmados, si no estuviéramos ya curados de espanto, al escuchar al portavoz parlamentario del PSOE afirmar tranquilamente que lo que se pretendía era orientar a los jueces sobre por dónde debía discurrir su interpretación.

Cuando falta aún mucho para que acabe la traca de la ley del sí es sí, han aparecido en escena los primeros efectos indeseados, como dice Sánchez, de esa otra ley bodrio en la que se juntan churras, múltiples trasposiciones de directivas europeas, con merinas, la reforma del Código Penal eliminando el delito de sedición y la modificación a la baja del de malversación.

El objetivo es claro, completar los indultos y plegarse a las exigencias de los secesionistas. Esquerra nunca lo ha ocultado, más bien se ha vanagloriado de ello y de haberle ganado el pulso al Estado. En realidad, tampoco el Gobierno lo negó, aunque lo disfrazó del latiguillo habitual de que todo se hacía para pacificar Cataluña.

A Esquerra no le valía rebajar las penas del delito de sedición, sino que perseguía su eliminación, una forma de amnistía. Se quería dejar claro que nunca había habido nada penalmente reprobable, sino actos plenamente democráticos. De nuevo, el Gobierno se plegó a las exigencias de los golpistas y escogió una fórmula con la que creía que salvaba la situación, añadió al delito de desórdenes públicos un nuevo supuesto al que se añadió el calificativo de agravado.

No se precisa tener grandes conocimientos jurídicos para que resulte extraño que se pretenda reducir lo que ocurrió en Cataluña en 2017 a un problema de orden público, por muy agravado que sea. De hecho, el traje de la sedición quedaba ya estrecho y somos muchos los que pensamos que el atavío que le iba a la medida era el de rebelión. Así opinaron durante todo el proceso las tres acusaciones, la Fiscalía, la acusación particular y la Abogacía del Estado, aunque esta última, presionada por el Gobierno, cambió de opinión en la calificación definitiva.

Así también lo creyó en su momento el juez instructor. Y cuando uno lee la sentencia llega a la conclusión de que también lo pensaba el ponente, al menos al redactar la primera parte, puesto que sigue milimétricamente la argumentación de la Fiscalía de que la violencia que exige el artículo 472 del Código Penal no tiene que ser física, sino que puede ser también compulsiva, equivalente a la intimidación grave.

Del mismo modo, y parece una obviedad, se señaló que para que se produzca el delito de rebelión se precisa que tal violencia esté ordenada a conseguir una de las finalidades que marca el susodicho artículo, pero es que los puntos uno y cinco (derogar, suspender o modificar la Constitución o declarar la independencia de una parte del territorio nacional) parecen hechos a la medida de lo que pasó en Cataluña. La conclusión parecía evidente. Sin embargo, la ponencia da una cabriola en el aire y, se supone que en aras de la unanimidad, el Tribunal se inclina por la sedición, aunque hay que hacer esfuerzos para que los hechos quepan en los supuestos de ese delito (ver mi artículo en estas mismas páginas del 17 de octubre de 2019 titulado “Sí, hubo golpe de Estado”).

La unanimidad en la sentencia explica que el auto de su revisión actual se haya suscrito también por todos los miembros del Tribunal. Ello priva de razón totalmente al berrinche de los independentistas, hablando de dictadura de los jueces y al querer ver una intromisión de estos en la función legislativa. Es curioso que los secesionistas hayan tildado la sentencia de venganza, la misma expresión que empleó Sánchez para justificar los indultos. Y es que los relatos de ambos se van haciendo muy similares. En esta ocasión no se ha atrevido él, ni ninguno de sus ministros socialistas, a criticar abiertamente al Tribunal Supremo, pero lo ha hecho mediante apoderado. Ya se ha encargado de realizarlo su portavoz, el periódico “independiente” de la mañana.

Esquerra fue muy ambiciosa. No le resultaban suficientes las rebajas de penas para unos delitos que estaban ya indultados, aspiraban a su desaparición. Bien es verdad que hay bastantes altos cargos que están aún pendientes de juicio y que se sentirían beneficiados con la eliminación total de ese delito. Existía además una clara intención política, mantener que sus actuaciones en contra de la Constitución y su declaración de independencia, lejos de constituir un delito, fueron un acto de soberanía democrática.

El Gobierno central sucumbió a la presión de Esquerra y creyó que el tema se arreglaba creando un supuesto agravado dentro del capítulo de desórdenes públicos. Pero las cosas son como son y no como se pretenden, sobre todo si se carece de los conocimientos precisos. El resultado, tal como afirma el Tribunal Supremo: dejar un enorme vacío legal que deja inerme al Estado frente a un posible nuevo golpe de Estado.

La avidez de Esquerra y su conciencia de que domina al Gobierno les llevó también a exigir la reducción de las penas para el delito de malversación. Los independentistas se encontraron, sin embargo, con una difícil encrucijada, cómo beneficiar a los condenados por el procés, pero solo a ellos, de manera que los favores no se extendiesen a otros delincuentes acusados de corrupción. Con tal fin, se inventaron la tesis de que no es lo mismo defraudar para llevarse el dinero a casa que cuando no hay enriquecimiento propio.

Aparte de lo injustificado que es considerar que el segundo supuesto es menos grave que el primero, no se solucionaba el problema, porque ¿cómo evitar que la reducción se aplicase también a todos los encausados por corrupción cuya finalidad hubiese sido tan solo, por ejemplo, la financiación de los partidos políticos? Rufián, con toda desfachatez, pregonaba que había que hacer una buena operación quirúrgica. Quería indicar con ello que debería hacerse una redacción ad hominem, lo que no es tan fácil si además se desconoce la técnica jurídica.

Una vez más, la reforma de la ley ha sido un engendro, se ignora aún cuáles van a ser las consecuencias, pero lo que sí se sabe es que no va a servir para reducir las penas de inhabilitación a los políticos catalanes del golpe de Estado, que era precisamente la finalidad de la reforma. A la malicia se le añade la ineptitud. El tiro les ha salido por la culata.

Resumiendo, la nueva redacción del delito de malversación se formaliza en tres supuestos, dos de ellos a simple vista no son aplicables a los secesionistas del uno de octubre. El primero se recoge en el artículo 432 bis de nueva creación. Para su aplicación se exige que los bienes apropiados sean devueltos en el plazo de diez días, lo cual evidentemente no se ha cumplido en este caso. El segundo aparece en la nueva redacción del art 433, y se refiere a las autoridades o a los funcionarios públicos que diesen al patrimonio público una aplicación pública distinta al que estaba destinado. Es, por tanto, un supuesto penal que afecta a aquellos que violan la especificidad presupuestaria cambiando, pero dentro del sector público, el destino fijado para los recursos.

Es palmario que este supuesto tampoco es aplicable a la malversación cometida en el procés. No se puede afirmar que dedicar recursos públicos a celebrar un referéndum ilegal para el que no se tiene competencias y financiar aquellas actuaciones necesarias para violar la Constitución y romper España sea una simple variación de la aplicación presupuestaria.

Tanto la versión de malversación descrita en el artículo 432 bis como la del artículo 433, que son las castigadas con menores penas, no son aplicables a las desviaciones de fondos públicos que ocurrieron en 2017 en Cataluña a efectos de llevar a cabo unas actuaciones ilegales y delictivas. Hay que concluir, en consecuencia, que necesariamente se debe imputar la tipificada en el artículo 432, aunque en su nueva redacción.

Los autores de la reforma cometieron, creo yo, dos errores. El primero es haber identificado enriquecimiento propio con ánimo de lucro. El segundo término es mucho más amplio que el simple llevarse el dinero a casa. Se comete la apropiación de los fondos en cuanto se decide darles una finalidad distinta de la utilidad pública en beneficio propio o de un tercero, y no digamos si este destino es ilegal o delictivo como en el caso que nos ocupa.

El segundo error que pienso que cometieron los independentistas -y este es mucho más grave- es que en su demencia dedujeron que dedicar fondos al procés era destinarlos a al interés publico. Su conciencia real o fingida es que no cometieron nada ilegal, sino un acto patriótico. Eso y el victimismo es lo que les lleva a lanzar improperios contra los jueces y a hablar de venganza. La verdad es que se equivocaron y redactaron unas enmiendas al Derecho Penal que no dice lo que ellos, según parece, querían decir. Aparte de malicia, ineptitud.

No obstante, para la ministra de Hacienda no hay ninguna equivocación. Ella tiene descaro y verborrea suficientes para dar la vuelta a la tortilla. Y hay que tenerlo para que, una vez conocida la sentencia, su reacción fuese afirmar que se demostraba así que el PP mentía al decir que la reforma se había hecho para beneficiar a los independentistas catalanes. Es una buena forma de aprovechar y justificar la ignorancia.

republica.com 23-2-2023



NADIA EN EL PAÍS DE LAS MARAVILLAS

ECONOMÍA, GOBIERNO Posted on Sáb, febrero 18, 2023 11:08:55

La ministra de Economía lleva tiempo presentando un panorama idílico acerca de la evolución de la economía española. Pero ha sido en las últimas semanas, con el cierre del ejercicio 2022, cuando se ha desmelenado. Ha llegado a declarar que España inicia 2023 con un motor económico sin precedentes, nuestra economía es robusta. ¡Ahí es nada! Y al mismo tiempo se atreve a tildar de agoreros a los que tienen opiniones en contra.

Esta postura desenfadada y autocomplaciente no es exclusiva de Calviño. De ella participan y han participado como corifeos todos los miembros del Gobierno, incluyendo al propio presidente, que no deja de contraponer lo que, según él, indican los datos a lo que denomina “panorama apocalíptico” que pregonan algunos. Existe sin embargo una diferencia entre Calviño y los demás ministros. Se supone que ella sabe de economía, mientras que el resto, incluyendo a Sánchez, carecen de conocimientos económicos.

No es que yo participe de esa postura bobalicona que tiene a la ministra como gran experta por el hecho de que fuese en su día directora general en la Comisión. Es de sobra conocida la mediocridad existente en buena parte de la burocracia europea. Pero Calviño es además técnica comercial del Estado y algo de política económica debe de saber, por lo menos para interpretar correctamente los datos. Hay que suponer por tanto que su discurso triunfalista solo obedece a la voluntad de engañar y presentar una realidad que ella misma entiende que no es tal. Esto no significa que la simulación no se encuentre también en las motivaciones del resto del Gobierno, sepan o no sepan economía.

El discurso triunfalista del Ejecutivo choca ciertamente con la realidad de la calle y con la sensación que los ciudadanos tienen de que la economía va mal. Así lo manifiesta el ochenta por ciento en algunas encuestas. El relato del Gobierno se basa, por una parte, en la manipulación de las cifras cambiando de nombre a la misma realidad. Ello es demasiado evidente en el caso del paro y del empleo. Tanto Escrivá como Yolanda Díaz se han dedicado a enfangar los datos y a confundir lo que realmente ocurre en el mercado de trabajo. A su vez, Calviño no ha tenido ningún reparo en forzar la dimisión del anterior director general del INE para sustituirlo por alguien más manejable. El problema es que las sospechas y dudas sobre la coherencia de las cifras, tanto más cuanto que se cambian los criterios de elaboración, originan una manifiesta incertidumbre sobre la situación económica. Existe el riesgo de que con las estadísticas se produzca el mismo descrédito que con las encuestas del CIS de Tezanos.

Por otra parte, el Gobierno fundamenta también su discurso en un solo dato o en un momento concreto de la coyuntura. Prescinde de los demás y olvida que la realidad económica es un todo continuo y que todo análisis, para ser coherente, precisa considerar un periodo adecuado y la correlación entre una pluralidad de variables. El Gobierno ha lanzado las campanas al vuelo ante el hecho de que el incremento del PIB en 2022 haya sido del 5,5%, por encima de las previsiones realizadas y superior al de la mayoría de los otros países de la UE. Pero esto en sí mismo no dice nada sin considerar de dónde venimos y hasta qué punto se hundió nuestra economía en el 2020, en un porcentaje mayor al del resto de las europeas.

El dato realmente relevante es que somos el único país de la Unión Europea que aún no ha recobrado el nivel del PIB previo a la pandemia. En concreto, el PIB en 2022 tan solo ha sido el 98,73% del de 2019, y lo que es aún más grave, según las previsiones, ni siquiera lograremos alcanzar el 100% en este año. Como se puede apreciar, la situación no es precisamente para tirar cohetes, ya que representa cuatro años perdidos.

Esta evolución del PIB cuestiona abiertamente todos los planteamientos gloriosos que acerca del empleo se nos han venido haciendo a lo largo de todos estos años. Por más que se manipulen las cuentas, las cifras no cuadran (ver mi artículo de 22 de diciembre de 2022 en estas mismas páginas titulado “Crecimiento económico y cifras de desempleo”). En realidad, después de tantos equívocos, cambios y tergiversaciones, el único dato que se puede acercar a la realidad es el de horas semanales trabajadas. La evolución de esta variable sí es acorde con la del crecimiento de la economía. Según el INE, en el cuarto trimestre de 2022 se trabajó por término medio 630 millones de horas semanales, mientras que en el mismo periodo de 2019 se alcanzaron los 640 millones. Estamos, por tanto -sean más o menos los empleados- a un 98% de conseguir el volumen de trabajo pre pandemia.

El Gobierno últimamente también se ha vanagloriado de la tasa de inflación de los últimos meses, considerando que es la más baja de los países europeos. Una vez más, el análisis tiene que ser más fino. Primero, la consideración del incremento de los precios, ya que es acumulativa, no puede circunscribirse a un mes ni a un año. Se precisa contemplar al menos el espacio transcurrido desde el comienzo de la crisis. En segundo lugar, hay que considerar que la UE después de la ampliación es muy heterogénea, y en lo referente a esta inflación (que en una medida importante tiene su origen en la crisis de la energía, en la invasión de Ucrania y en la reacción un tanto espasmódica que frente a ella ha tenido la propia UE) resulta bastante evidente que el impacto no puede ser el mismo en todos los países. La cercanía y la dependencia rusas lógicamente tienen que ser factores determinantes. La comparación debe hacerse con aquellos países de nuestras mismas características.

En España, desde 2019 hasta finales de 2022, el índice de precios al consumo armonizado por la UE se ha incrementado un 13%, igual que en Portugal, menos que en Alemania (18%) y que en Italia (17%), pero más que en Francia (12%) y en Grecia (11%). En cualquier caso, las cifras más relevantes de cara al futuro se hallan en la inflación subyacente, que lejos de reducirse aumenta, y más concretamente en la relación precios-salarios, que es lo que más importa a la mayoría de los ciudadanos. Y aquí volvemos a situarnos en una mala posición. Según la OCDE, nuestro país está a la cabeza de la pérdida de poder adquisitivo. Incluso en Italia y en Alemania, con tasas de inflación más elevadas, los salarios reales se han reducido menos que en España.

En varios artículos he combatido ese tópico que define la inflación como el impuesto de los pobres. Obedece a una tesis trasnochada, propia de los tiempos en los que era el Estado el que emitía la moneda. La inflación lo que siempre conlleva es una redistribución de la renta entre los ciudadanos y entre los distintos agentes económicos, ya que los precios (incluyendo entre ellos los salarios y los tipos de interés) tienen una evolución muy desigual. Unos salen beneficiados y otros perjudicados, dependiendo del lugar que se ocupa en el escenario social y económico y de la fuerza que cada uno tenga para imponerse.

Los trabajadores suelen ser perdedores porque los salarios suben menos que los otros precios. Resulta curioso que la ministra de Economía afirme, como si la cosa no fuese con ella, que las retribuciones de los trabajadores tienen que incrementarse, al tiempo que todas sus propuestas y medidas se reduzcan a que se suba el salario mínimo interprofesional y a que se realice un pacto de rentas. Por otra parte, la preocupación de Calviño debería haber comenzado por los salarios de los empleados públicos que, en contra de lo que vienen afirmando algunos periodistas, solo se elevarán este año el 2,5%.

He criticado con frecuencia lo que se denomina pacto de rentas, porque con él los únicos ingresos que de verdad se controlan son los salariales. En un sistema de libre mercado los beneficios empresariales resultan muy difíciles -más bien imposibles- de limitar y no digamos los tipos de interés, que precisamente son los que pretenden elevar los bancos centrales para controlar la subida de los precios. En esa lucha que la inflación desata entre los distintos tipos de rentas, el pacto que se propone constituye tan solo el estrado para decretar la derrota de los trabajadores.

La situación en España no deja de ser paradójica, puesto que son los sindicatos y el Ejecutivo los que reclaman el pacto de rentas, mientras que los empresarios lo rehúyen. La explicación se encuentra en que no lo necesitan, habida cuenta de que la entrega de las organizaciones sindicales a la política gubernamental y su debilidad es de tal calibre que la patronal sabe que convenio por convenio va a imponer sus deseos. La fuerza de los sindicatos radica tan solo en decisiones como el salario mínimo interprofesional, que dependen exclusivamente del Gobierno.

Esto explica que el decremento de los salarios reales sea uno de los mayores de Europa. Carece de sentido responsabilizar de ello a los empresarios y repetir, tal como hace la ministra, ese latiguillo de que tienen que arrimar el hombro, latiguillo que es el que los sanchistas emplean para echar las culpas a los demás. Es absurdo pretender que las empresas se comporten como sociedades benéficas. En un Estado social y democrático de derecho cada uno tiene su papel: los sindicatos, los empresarios, el Gobierno etc., y resulta imposible intercambiar sus funciones.

No creo que los empresarios españoles sean peores que los del resto de países. Si los salarios reales se han reducido más que en otras latitudes habrá que buscar el origen en la estructura de la economía, en las características y tipología de los puestos de trabajo, en la productividad, en la política económica del gobierno y en la debilidad de los sindicatos. CC.OO. propone ahora que el incremento salarial esté en consonancia con los beneficios empresariales. La teoría parece correcta, pero para llevarla a la práctica hay que pelear convenio por convenio y empresa por empresa y no vale con encargar a la Agencia Tributaria unos supuestos índices que estarían faltos de consistencia y con los que lo único que se conseguiría sería enfangar una vez más a este organismo en tareas que no son suyas.

La economía española está muy lejos de ser ese país de las maravillas que de vez en cuando nos presenta Calviño. Los españoles son los únicos ciudadanos europeos que aún no han recobrado el nivel de vida pre pandemia. La renta per cápita actual es inferior a la de 2019, incluso a la de 2018. Es decir, que en los cuatro años de gobierno de Sánchez los ingresos de los habitantes de nuestra querida España, por término medio, se han reducido. Es más, el empobrecimiento de la población es aún mayor que el que se deduce de esta variable. Hay que considerar que su patrimonio se ve minorado por el aumento de la deuda pública en un 17% del PIB, incremento muy superior al experimentado por la casi totalidad de los países europeos: el de Grecia 5% del PIB; Portugal el 3%; Holanda el 3%; Alemania 7%; Austria 9%; Bélgica 10%, y Francia e Italia, que son los que más se acercan, ambos con el 14%. La media de la Eurozona se ha situado en el 9%.

Como se ve, todo este escenario sitúa nuestra economía a la cola de Europa en casi todos los parámetros, y muy lejos del discurso triunfalista del Gobierno. El hecho es tanto o más llamativo, si tenemos en cuenta los fondos de recuperación y el relato de Sánchez y sus mariachis acerca de que con ellos se iba a cambiar radicalmente la realidad económica de España situándonos a la cabeza de todos los Estados europeos. ¿Fondos de recuperación? ¡Oh paradoja!, pues resulta que la única economía que aún no se ha recuperado es la española.

republica 16-2-2023



NEUTRALIDAD DE LAS INSTITUCIONES Y DEL SISTEMA DEMOCRÁTICO

PARTIDO POPULAR Posted on Dom, febrero 12, 2023 22:52:16

Sea cual sea la opinión que se tenga de Feijóo y de su partido, es difícil no haber experimentado como un soplo de aire fresco la lectura del documento que presentó hace dos o tres semanas en Cádiz bajo el título “Plan de calidad institucional”. Frente a relatos políticos construidos de forma totalmente populista, basados en eslóganes y demagogias sin fundamentos técnicos, carentes de cualquier rigor que no sea la mera propaganda y con los que no se tiene ningún empacho en distorsionar la realidad, los treinta folios presentados por Feijóo constituyen un documento serio, con propuestas, de las que se podrá disentir, que se podrán discutir, pero que nadie podrá tildar de frívolas e inconsistentes.

Por supuesto que no es un programa de gobierno. Para serlo debería tratar otras muchas materias y quizás el juicio sobre alguna de ellas, por ejemplo en materia fiscal, no sería nada favorable. Incide tan solo en un aspecto, pero fundamental y básico en la realidad política española, quizás el más acuciante en estos momentos, las medidas necesarias para corregir los agujeros existentes en el funcionamiento de las instituciones y del Estado de derecho.

El 29 de diciembre pasado publiqué en este mismo diario un artículo titulado “Sin derecho, ni social ni democrático”. Señalaba cómo el Estado solo será verdaderamente democrático si está sometido a la ley y al derecho, y únicamente puede ser social si es democrático. Es por eso por lo que las cuestiones que planteó Feijóo son de suma relevancia, porque constituyen el requisito imprescindible a la hora de acometer la solución de cualquier otro problema político. Lo triste es que se hayan olvidado tan pronto y toda la actualidad se centre ahora en esa ley llamada del si es si.

Después de más de cuatro décadas de democracia se fue haciendo patente que nuestro Estado presentaba déficits y fallos en su funcionamiento político que precisaban corrección. En esto, nuestro país no es muy distinto al de otros de Europa. No obstante, a partir de hace años, quizás al compás de la crisis de 2008, surgió una corriente de opinión que se plasmó, aunque de manera distinta, en diversos partidos, y que proclamaban una nueva política.

En realidad, todo quedó en la mera crítica, ya que las soluciones aportadas eran demasiado simples, cuando no contraproducentes. Sirvan de ejemplo las llamadas primarias, que han terminado imponiéndose en determinados partidos y que tan solo han servido para intensificar su estructura caudillista, o la de las listas abiertas que, si bien no ha tenido traslación práctica, su único resultado hubiera sido transferir el poder de los llamados aparatos de los partidos a los medios de comunicación social y a sus propietarios, que favorecerían a unos candidatos frente a otros.

Tras la moción de censura del 2018 y la constitución del Gobierno Frankenstein, se ha producido un salto cualitativo. Ya no se trata de pequeñas lacras u oquedades en nuestro entramado constitucional, sino de formidables vicios en el funcionamiento democrático de los tres poderes del Estado, comenzando por el intento del primero, el Ejecutivo, de absorber y casi anular a los otros dos. Es por eso por lo que, el papel presentado por Feijóo analizando los problemas que sufren los tres poderes, y los de sus instituciones, aunque parcial y con aspectos discutibles, se convierte en una rara avis, y tiene suma relevancia tanto más cuanto que el Partido Popular tiene grandes posibilidades de gobernar en ayuntamientos, comunidades e incluso en el gobierno central.

La pena es que se haya introducido en el documento una propuesta nada novedosa y tampoco demasiado consistente, que ha servido de carnaza para que los medios de comunicación se hayan centrado en ella dejando en lugar muy secundario al resto de los temas, casi todos mucho más trascendentales. Me refiero a la invitación de que gobierne la lista más votada. La idea viene sin duda motivada por el hecho de que se haya multiplicado el número de formaciones políticas, muchas de ellas de tamaño muy reducido, normalmente restringidas a ámbitos territoriales concretos, a menudo independentistas, que confiesan abiertamente su intención de romper el Estado sea por el sistema que sea. Ciertamente el problema se agrava cuando sus planteamientos y medidas terminan imponiéndose mediante un pacto de perdedores.

Pero la solución en todo caso tendrá que abordarse desde la modificación de la ley electoral y no desde la adopción de medidas inadecuadas al sistema político español, que no es presidencialista. Ni al presidente del gobierno central, ni a los presidentes de las comunidades, ni a los alcaldes, los eligen directamente los ciudadanos, sino los diputados de las diversas cámaras o los concejales. De nada serviría que el Ejecutivo fuese elegido sin mayoría, si no tiene después el apoyo necesario para poder gobernar. La segunda vuelta tampoco solucionaría nada. Estaríamos en la misma situación. La cuestión es distinta en los sistemas presidencialistas en los que los ejecutivos cuentan con funciones propias e independientes del legislativo. La cohabitación crea dificultades, pero son superables. En los regímenes parlamentarios, por el contrario, resulta inviable y aboca forzosamente a nuevas elecciones.

La única manera de no dar protagonismo a los partidos anticonstitucionales es el entendimiento entre los grandes partidos nacionales. Incluso, como ocurre en otros países con regímenes parlamentarios como Alemania, mediante lo que se ha llamado la gran coalición. Cosa impensable en España, al menos mientras Sánchez esté al frente del PSOE, no tanto por discrepancias ideológicas (la Unión Monetaria las minimiza) como por intereses personales. La inviabilidad apareció de manera meridiana en el 2015, cuando Sánchez se negó a cualquier tipo de diálogo con Rajoy, ya que desde el primer momento acarició la idea de formar el Gobierno Frankenstein, lo que le permitiría llegar a la presidencia del gobierno y motivó que el Comité Federal de entonces le hiciera dimitir de la Secretaría General. Sánchez ha basado toda su acción política en la construcción de un monigote al que ha llamado derecha y que le ha servido de coartada para acometer todo tipo de tropelías. Quizás este tema merezca tratarse otro día en exclusiva en un artículo.

Es cierto que en el documento presentado por Feijóo y que comentamos ahora, la propuesta de que gobierne la lista más votada se limita únicamente a la administración local, donde resulta más sencilla su implementación. Primero, porque de alguna forma ya existe en la actualidad; se utiliza en el caso de que el alcalde no salga elegido a la primera votación. Segundo, porque las funciones en esta administración están mucho más pegadas a la gestión, y las competencias pueden recaer en el equipo de gobierno sin que sea preciso en la mayoría de los casos el concurso de la totalidad de la corporación.

Pero retornando al plan presentado por Feijóo, son muchos los temas relevantes que han quedado oscurecidos y en segundo plano por la propuesta de que gobierne la lista más votada. El PP haría bien en insistir una y otra vez en ellos y en mostrar claramente su decisión de afrontarlos a su llegada al gobierno, de manera que no quede todo, una vez más, en meras palabras. Importancia suma tiene todo lo referente a la neutralidad e independencia de los órganos constitucionales o asimilados: Consejo General del poder Judicial, Tribunal Constitucional, etc. No obstante, en ese catálogo se echa en falta lo referente al Defensor del Pueblo y al Tribunal de cuentas, que han estado muy politizados, y continúan estándolo después de la pifia de Teodoro García Egea y Pablo Casado pactando con Sánchez su renovación por el sistema tradicional. Quizás sea esta la causa de que no figuren en el plan.

En esta línea de garantizar la neutralidad de las instituciones, además de en los órganos constitucionales también se pone el acento y se ofrecen propuestas de cambio para la Fiscalía General, para la Comisión Nacional del Mercado de Valores, para el Consejo Nacional de Inteligencia, para el Consejo de Investigaciones Científicas, para la Comisión Nacional de la Competencia y de los mercados, así como para el Instituto Nacional de Estadística (INE). La elección de estas instituciones tal vez haya estado motivada por los escándalos que las han rodeado y por las interferencias del gobierno sanchista en ellas con el propósito de manejarlas. En el caso del INE hemos llegado a una situación preocupante. El hecho de haber forzado la dimisión del anterior director general extiende la desconfianza y obliga a preguntarse hasta qué punto los datos no sufren alguna manipulación, datos que son totalmente necesarios para conocer cuál es la realidad económica española.

Hay otras instituciones a las que no se hace referencia, pero en las que sería fundamental introducir reformas para garantizar su neutralidad e independencia. A título de ejemplo se pueden citar la Intervención General de la Administración del Estado y la Agencia Tributaria. Es más, habría que considerar también la problemática de la fiscalización y control del gasto público en las Comunidades Autónomas y en las Corporaciones locales, puesto que es en estas dos administraciones en las que la función interventora goza de menor independencia y son las más sometidas a la autoridad del poder ejecutivo.

La objetividad y la neutralidad constituyen una necesidad no solo en las grandes instituciones del Estado, sino en general en toda la administración pública. El peligro de politización y sectarismo siempre ha estado presente, pero ha sido en los últimos años cuando los defectos se han hecho más palpables. Se han multiplicado y ampliado el número de asesores y altos cargos que no tienen la condición de funcionarios, sino que sus méritos se reducen a los políticos o al hecho de ser familiares o amigos de miembros del Gobierno.

Especial importancia tienen los nombramientos de aquellos que se sitúan al frente de los organismos y empresas públicas. La gran autonomía de la que gozan estas instituciones propicia, por una parte, la probabilidad de ineficacia y mal funcionamiento de los servicios y, por otra, incrementa el riesgo de corrupción o al menos de tráfico de influencias. Además, el anuncio de una nueva ley de reforma de la administración y más concretamente del sistema de oposiciones constituye una amenaza muy seria a la profesionalidad de la función pública y un grave peligro de politización.

Merece destacarse también la referencia que el plan planteado por el PP realiza a la apropiación por el Gobierno y altos cargos de los bienes públicos para usos partidistas o personales. La utilización del Falcon y de los Super Pumas resulta sin duda escandalosa, pero es tan solo un caso más entre otros muchos, entre los que por ejemplo se encuentra esa enorme cascada de espacios publicitarios costeados por los fondos de recuperación o por recursos nacionales y que el Gobierno emplea para cantar sus excelencias y buen obrar, es decir, como medio propagandístico de las formaciones políticas que lo sustentan. Es muy posible que alguien se pregunte si en todos estos casos no estamos ante supuestos de malversación de fondos públicos y por lo tanto susceptibles de perseguirse penalmente.

Tema central en el documento presentado por Feijóo es el papel que asume el Ejecutivo y su relación con el Legislativo y, por lo tanto, con la forma de legislar. Es bastante evidente que esta se ha deteriorado sustancialmente en los últimos años. La multiplicación hasta extremos poco imaginables del decreto ley, instrumento que en teoría solo es aplicable en los casos de extraordinaria y urgente necesidad, la utilización de las disposiciones de ley por los grupos parlamentarios del Ejecutivo, evitando así tener que acudir a los órganos consultivos y acelerando el procedimiento legislativo, el recurso continuo a la tramitación de urgencia, etc., son todos mecanismos de los que se ha valido el Gobierno para burlar al Parlamento y poder así gobernar autocráticamente.

Esta marginación de las Cortes se ha llevado hasta el extremo en los estados de alarma durante los que el Ejecutivo, tal como le ha recordado dos veces el Tribunal Constitucional, asumió funciones que no le correspondían en detrimento del Legislativo. En esta tarea el Gobierno ha contado con la complejidad de las mesas de las cámaras, lo que indica la necesidad de corregir los reglamentos del Congreso y del Senado.

Los treinta folios de Feijóo constituyen un buen instrumento sin duda para que el PP acose al Gobierno sanchista y lo coloque frente a sus contradicciones, pero al mismo tiempo se convierten para Feijóo en un predio del que le va a ser difícil escapar, en un compromiso del que tendrá que dar cuentas si finalmente llega al gobierno.

republica.com 9-2-2023



PECHO BUENO, PECHO MALO

CATALUÑA, GOBIERNO Posted on Sáb, febrero 04, 2023 12:48:47

La psicoanalista Melanie Klein explicó gran parte de la evolución psicológica de la primera infancia por la bipolarización que, según ella, aparece en los niños a la hora de interpretar la realidad. Proyectan todo lo bueno en un objeto, pecho bueno; y todo lo malo en otro, pecho malo. Tal vez por reminiscencia de la niñez, esta tendencia bifronte se ha trasladado a la edad adulta. Es ya un tópico el juego de policía bueno, policía malo a la hora de los interrogatorios. Sale en todas las películas.

En nuestra realidad más inmediata se tiende a clasificar a los independentistas en buenos y malos. Unos serían los dialogantes, los propensos al pacto y a la negociación, y otros, al enfrentamiento y a la subversión. El esquema es demasiado simple para ser cierto. Esas teóricas posiciones no han estado siempre del mismo lado. Durante muchos años los llamados moderados se situaban en el ámbito de CiU. Permanentemente estaban dispuestos a pactar; eso sí, cobrando un precio. De hecho, tanto el PSOE como el PP se apoyaron en Pujol cuando no tenían mayoría absoluta, y contaron con él en toda circunstancia para aprobar determinadas leyes. De hecho, los convergentes nunca se proclamaron independentistas, sino nacionalistas.

Al mismo tiempo, Esquerra adoptaba la postura más radical, al menos en lo referente al Estado español. En ningún momento negaron su condición de independentistas. Han sido fieles a su historia. El 4 de abril de 1931, nada más instaurarse la República, Francesc Maciá anunciaba desde el palacio de la Generalitat la creación del Estado Catalán, violando así el Pacto de San Sebastián y traicionando el acuerdo al que habían llegado con el resto de los republicanos españoles, que tuvieron que viajar rápidamente a Cataluña para conseguir que las aguas retornasen a su cauce.

El 6 de octubre de 1934, aprovechando la Revolución de Asturias, Lluís Companys se rebela contra la Constitución republicana y proclama de nuevo el Estado Catalán. Fueron los cañones enviados por Lerroux los que abortaron la intentona. Los dirigentes y militantes de Esquerra continúan en la época actual homenajeando a un sedicioso, porque el hecho de que Companys fuese víctima de un régimen tiránico y fascista no altera su condición anterior de golpista.

En ese marco de fidelidad a su historia de traición al Estado español, parece que Carod Rovira se entrevistó el 4 de enero de 2004 en Perpiñán con la cúpula de ETA, ofreciéndoles el apoyo político de Esquerra a cambio de no cometer atentados en Cataluña, sin importarle que continuasen matando en cualquier otra parte de España. Ello explicaría el hecho de que el 18 de febrero de ese mismo año ETA anunciara una tregua solo en Cataluña, manteniendo la ofensiva en el resto.

En 2017, el 17 de octubre, después de haberse celebrado el referéndum, Puigdemont, ante la amenaza de la aplicación del artículo 155 de la Constitución y de la intervención de la Generalitat por el Gobierno español, se inclinaba por no declarar la independencia, sino por convocar elecciones a la Generalitat. Se encontró enfrente a toda Esquerra presionándole y tachándole de traidor. Es conocido el mensaje de Rufián acerca de las 155 monedas de plata en referencia al citado artículo y a la traición de Judas. En realidad, la decisión de Puigdemont de declarar la independencia fue en cierta medida forzada, pues es sabido que el mayor temor de un independentista es que se le tilde de botifler.

Tras la intentona de golpe de Estado, la aplicación del 155 y la actuación de los tribunales, son los líderes de Esquerra los que se han convertido en moderados y dialogantes, mientras que los sucesores de Pujol, con Puigdemont a la cabeza, los que se han echado al monte. En realidad, no hay tal, ni en un caso ni en el otro. Todos han estado siempre del mismo lado. Se trata tan solo de una cuestión de táctica, de las conveniencias de cada uno en cada momento.

Tan pronto como Artur Mas se vio obligado a entrar en helicóptero en el Parlament debido a que el edificio estaba rodeado por los indignados del 15 M y teniendo en cuenta la fuerte ola de contestación social que se desató (al igual que en otras partes de España) en Cataluña se terminaron la moderación y los acuerdos. CiU se subió al carro de los independentistas, lo que le sirvió de hábil instrumento para desviar la protesta contra el gobierno central.

Qué duda cabe que la postura actual de Esquerra obedece también a una cuestión de estrategia, sin que se haya producido el menor cambio en la finalidad última. Tras el fracaso del golpe y la reacción del Estado, los líderes de la formación fueron plenamente conscientes de que la independencia de Cataluña no estaba madura y que a corto plazo les convenía jugar al acuerdo y a la negociación, obteniendo del Estado todas las cesiones posibles, tanto más cuanto que existe un gobierno débil y dispuesto a aceptar cualquier cosa con tal de mantenerse en el poder. No obstante, a medio y a largo plazo continúan sin renunciar al objetivo de la independencia, ni a la vía unilateral si fuese preciso. Dicen claramente que lo volverán hacer. Piensan, además, que cuantas más concesiones consigan a corto plazo antes se darán las condiciones necesarias para declarar de nuevo la independencia.

La situación de los ex convergentes es diferente. Está marcada por la tocata y fuga de Puigdemont, con lo que la estrategia adoptada es también distinta. El exilio hace que el ex presidente de la Generalitat no pueda esperar. Por mucho que se esfuerce por estar en la pomada, con el destierro corre el peligro de ser poco a poco marginado. Es por ello por lo que su actitud es claramente de enfrentamiento. Precisa explosionar la situación y oponerse a la táctica adoptada por ERC. Son los seguidores de Puigdemont los que ahora llaman botifler a Oriol Junqueras, lo que no deja de resultar curioso cuando el líder de Esquerra se ha pasado tres años en la cárcel y el ex convergente se fugó al exterior dejando a su gobierno en la estacada. Pero en el fondo no hay diferencias. Todos están dispuestos a intentarlo de nuevo. No hay buenos ni malos.

Es frecuente que esta tendencia a la polarización se produzca también a la hora de enjuiciar a los miembros del Gobierno. Periodistas, tertulianos y demás plumillas, según sus preferencias, se empeñan en realizar distinciones entre ministros buenos y malos, sin considerar que todos deben su cargo sin excepción al voto de los golpistas y de los filo etarras, y que se mantienen en el poder gracias a las múltiples concesiones y privilegios de todo tipo que se les confieren a unos y a otros.

Es frecuente que los mismos ministros, dependiendo de sus inclinaciones e ideas, renieguen de algunas de las medidas del Gobierno o de los planteamientos de otros ministros. En muchos casos se lavan las manos como si el problema no fuese con ellos. Pretenden transmitir la idea de que las pifias no les afectan; pero, quieran o no, todas las medidas son aprobadas por la totalidad del Gobierno e implican por tanto a todos y cada uno de los ministros. E incluso, cuando se trata de leyes, los responsables son también todos los diputados que las aprueban.

Es todo el Gobierno en su conjunto el que ha aprobado la ley del sí es sí, y la ley trans, y el que ha dado vía libre a los indultos o ha eliminado el delito de sedición o reducido las penas a los delitos de corrupción. Pero son también todos los ministros, pertenezcan al partido que pertenezcan, los que han incrementado el gasto en defensa, los que envían armas a Ucrania, los que cambiaron la postura de más de cuarenta años sobre la situación política del Sahara o los que permitieron la matanza en la valla de Melilla. No hay ministros técnicos o chapuceros, las chapuzas han salido del Consejo de Ministros y salpican a todos sus miembros.

Los intentos de ciertos ministros para desentenderse de los acuerdos del Consejo de Ministros o de los planteamientos de otros miembros del Ejecutivo suenan a falsos y oportunistas. Si fuesen sinceros, esa postura les debería conducir a la dimisión, que siempre está en su mano. Todo tiene un coste y cuando se está dispuesto a pagarlo con tan de mantenerse en el cargo es porque en el fondo no hay tanto desacuerdo como se pretende, ni tanto tecnicismo como se supone.

Lo mismo se puede afirmar del presidente del Gobierno. Hay que dar por hecho que es responsable no solo de todos los acuerdos del Consejo de Ministros, sino incluso de las actuaciones, posturas y manifestaciones de todos sus miembros. Tiene siempre la posibilidad de cesarlos. Es más, hay que suponer también que, quiera o no, se le pueden atribuir todos los desmanes que cometen sus socios de legislatura, puesto que los acepta y consiente con tal de que le mantengan en el poder.

republica.com 2-2-2023



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